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Es lo que es

Rastreros despreciables, por Guillermo De La Vega

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Pocas cosas producen un sentimiento nauseabundo como aquellos que, poseyendo la oportunidad de elegir, optan por la genuflexión servil ante el opresor. Aduladores del regimiento tiránico representan una caterva lamentable de la especie degradada.

No son simples co-ayudadores pasivos, son una degradación activa. Quebrantadores de los derechos humanos que, cuando barruntan el inevitable final, recurren a la violencia desesperada y a las convulsiones irracionales. Truhanes, vendidos al sátrapa del fidelismo matador, brindan un espectáculo denigrante, vergonzoso, son espasmos de patéticas contorsiones que presagian su postrimera hora.

En los estertores de la tiranía, las represiones brutales, prisiones arbitrarias y amenazas contra familias enteras no son señales de fortaleza; por el contrario, son la confesión elocuente del fracaso, la mentira, el agotamiento y la flaqueza. Un gobierno pleno de legitimidad no confina a sus detractores; un pueblo franco no vive bajo el pavor de expresar su pensamiento.

El colaboracionismo putrefacto ejecuta dócil las órdenes infames, se presta para justificar lo injustificable, comparece para distorsionar realidades y vende su conciencia por las limosnas de los mugrientos trastos.

Los apaciguadores de Hitler creyeron que podían negociar con la maldad. Los de Vichy pensaron que estaban del lado correcto de la historia. Todos ellos compartieron el mismo destino, el oprobio eterno y el juicio implacable de las generaciones venideras.

¿Qué motiva a convertirse en el vocinglero de la mentira? Cobardía o ambición mezquina que sacrifica principios. La ilusión de que estar cerca del poder es equivalente a poseerlo. Todos los motivos despreciables, empero, el más vil es aquel que disfraza su vileza de convicción ideológica.

El argumento «debo alimentar a mi familia», «no tengo alternativa», «si no lo hago yo, lo hará otro» son racionalizaciones imperecederas de gallinas morales. Durante la guerra, en la Europa ocupada, enfrentaron dilemas genuinos. Hay una diferencia entre la aquiescencia silenciosa bajo amenaza mortal y la adulación entusiasta del dictador. Los cohabitantes del prostíbulo y amanuenses venezolanos han elegido lo segundo.

Considerad a aquellos que prostituyen su pluma para justificar miseria, represión y exilio masivo. Los que transforman la mentira en titular. Quienes los defienden en foros internacionales. No son víctimas; son victimarios voluntarios.

A los venezolanos que resisten y mantienen encendida la llamarada de la democracia y libertad en las circunstancias más adversas de martirio, persecución, angustia, destierro y ergástula, están convidados a nunca ceder, jamás se rinden y no se dobleguen. Los tiranos apuestan a la frustración y al desaliento, pero el anhelo de libertad es inextinguible. Las dictaduras, por crueles que sean, tienen fecha de caducidad; la dignidad humana es sempiterna.

El adulador cree que su bajeza de indignidad y servilismo de rendir pleitesía le garantiza seguridad y privilegio. Un cálculo miserable y necio, porque los tiranos menosprecian a sus aduladores tanto como a sus víctimas; cuando su utilidad expire, serán desechados sin protocolo sin ceremonia.
A la servidumbre aduladora y colaboracionista, aún está a tiempo de redimirse. La Historia puede ser severa, mas también registra a quienes, en el postrero momento, fallaron el coraje de romper con la tiranía. Ese camino está abierto, pero no permanecerá indefinidamente. Comienzan a desaparecer, y amenazan, están desesperados, son despreciados. A los enchufados, cercanos al reino del régimen, recuerden que no caben ni alacranes, ni sanguijuelas, ni zamuros, ni jalabolas, ni milicianos, ni pendejos. Así que quienes son chavistas y maduristas por jalar mecate tienen tiempo en la agonía de ponerse del lado bueno de la Historia.

Cuando Venezuela recobre su libertad —y la recobrará—, intentarán reinventarse. Dirán que «no sabían», «estaban cumpliendo órdenes», «también eran víctimas». No les creas. El tiempo debe preservar sus nombres y palabras como amonestación eterna.

A los jóvenes, observad y aprended qué no ser. La dignidad humana comienza con la verdad. Más vale vivir con escasez y verdad que con abundancia y mentira. Más vale el exilio honroso que la sumisión dorada.

A los lisonjeros y halagadores, en el improbable caso de que alguno conserve una chispa de conciencia, nunca es tarde para recobrar la decencia y el decoro. La redención exige valor, ese coraje será remembrado con más honor que toda una vida de reverencias y cortesías. La servidumbre voluntaria es la más repugnante de las esclavitudes porque deshonra la franqueza que poseemos para elegir el bien.

La adulación sistemática no sólo sostiene al tirano, sino que lo envalentona. Cada aplauso falso, cada ovación manufacturada, cada «análisis» que distorsiona la realidad, confirma al dictador en su delirio de invencibilidad. Los aduladores y cómplices son, por tanto, cómplices directos de cada arresto arbitrario, de cada familia destruida, de cada violación de los derechos humanos y de cada porvenir arrebatado. El servil no merece respeto, carece del valor para lidiar y honor para resistir. Ha elegido el camino vil, beneficiarse del sufrimiento ajeno mediante la mentira.

Guillermo De La Vega

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