Morfema Press

Es lo que es

Tiempo de políticos, no de tecnócratas ni leguleyos de la legalidad chavista, por Vladimir Petit Medina

Comparte en

Hace unos días, mientras revisaba un borrador de decreto transicional inspirado en el acta de instalación de la Junta de 1958, un joven alumno de Doctorado me preguntó si la restitución de la Constitución de 1961 requería una consulta popular previa. Le respondí: -¿Consulta? ¿En medio de un colapso institucional, con el país clamando por autoridad legítima y el chavismo atrincherado en sus ruinas? No se trata de un seminario de derecho constitucional¡ Lo planteado es la refundación de la República y por eso, se impone la noción de momento constituyente.

Derrumbada la tiranía, quien lidere podrá crear derecho mientras se ordena todo para hacer posible la refundación de la República y acto seguido, la Asamblea Nacional se convertirá en el verdadero Coliseo Romano de la nueva vida nacional. 

He dedicado años a estudiar el liderazgo, el poder y la autoridad, a enseñarlos, a ejercerlos desde la palabra y la estrategia. Y si algo he aprendido, es que los momentos fundacionales no se ganan con tecnocracia ni con leyes. Se ganan con política. Con decisión, narrativa y coraje.

Hoy, mientras algunos se aferran a manuales, yo escribo esta columna para decir lo que muchos piensan pero pocos se atreven a afirmar: lo que viene no es tiempo de leguleyos del procedimiento ni de tecnócratas. Es tiempo de políticos de altura. Y quien no lo entienda…mejor que se aparte.

Momento constituyente

Venezuela, ante la caída del chavismo entraría en un momento constituyente. No por decreto, ni por consenso académico, sino por colapso político. Un tiempo que clamará por políticos que entiendan que gobernar no es administrar, sino liderar y  decidir. Políticos de los que saben que el poder no se hereda ni se interpreta: se ejerce.

En teoría constitucional, el momento constituyente (momento fundacional o situación constituyente) es el punto de inflexión histórico y político en que un pueblo asume su poder soberano para crear un nuevo orden jurídico y político, es decir, una nueva Constitución. En términos clásicos, Carl Schmitt lo define como el momento en que el poder constituyente …se manifiesta directamente,  sin límites conectados con el orden jurídico previo. En lenguaje más contemporáneo (Arendt, Negri, Ferrajoli, Böckenförde), es el instante en que la legitimidad política precede y sustituye a la legalidad anterior. No se trata, por cierto, de un proceso meramente legal ni de un acto administrativo. Sino de una ruptura, pacífica o de agresividad sobrevenida.

¿Por qué el momento constituyente?

Por la coexistencia de 5 elementos innegables: una crisis de legitimidad del orden vigente (instituciones sin credibilidad ni eficacia) con un régimen que se robó las elecciones en las narices de la gente, la voluntad colectiva visible o movilizada que exige refundación poniendo fín al orden vigente, la disponibilidad de un liderazgo que canaliza esa energía constituyente, el vacío normativo o de transición de poder, donde la legalidad anterior pierde fuerza moral y un acto fundacional o asamblea constituyente o Congreso declarado en sede constituyente que puede cristalizar esa energía en un nuevo texto constitucional.

¿Qué efectos tiene ese momento constituyente?

La suspensión del principio de legalidad tradicional: el pueblo o sus representantes actúan más allá de la constitución anterior; una reconfiguración del poder político donde se redistribuyen competencias, se crean o eliminan instituciones; un nuevo y simbólico pacto social con redefinición de identidad nacional, derechos y valores compartidos; la legitimación posterior por vía del consenso: el nuevo orden debe consolidarse en la conciencia colectiva (la legitimidad de ejercicio sucede a la de origen) y la consabida tensión entre estabilidad y cambio: el momentum debe cerrarse para evitar que la excepcionalidad se eternice (riesgo de revolución permanente o autoritarismo fundacional).

¿Lo habíamos vivido antes?

Otro momento se produjo con la crisis terminal del sistema de 1958 bajo el amparo de la CN del 61 y luego, con el triunfo de Hugo Chávez en 1998. El TSJ impuso un procedimiento inexistente en la CN del 61 pero después el pueblo votó mayoritariamente por convocar una Asamblea Constituyente. La nueva Carta de 1999 emergió de ese momento fundacional, pero su cierre fue inadecuado: el poder constituyente no se limitó al orden jurídico, sino que se mantuvo abierto, justificando un inusual e injustificado proceso de concentración de poder.

Entonces, el momento constituyente es la irrupción del pueblo en su propia historia política, el instante en que deja de obedecer para crear y disponer por sí mismo…provisionalmente.
El éxito de este proceso depende de que esa energía fundacional se traduzca en instituciones duraderas y límites al poder, no en un poder ilimitado en nombre del pueblo. 

Para ello habrá dos tiempos: las primeras decisiones, impulsadas por Edmundo González Urrutia y María Corina Mcahado, donde la legalidad nueva superaría la legalidad anterior y la continuidad del proceso, en el cual una nueva Constitución se parirá para la historia. A todo evento, el nuevo liderazgo político no solo deberá tener el coraje de fundar lo nuevo en el primer tiempo sino también la disciplina de autolimitarse.

A los juristas les digo: tendrán su escenario…tranquilos. Podrán darse gusto discutiendo si volvemos a la Constitución de 1961 -como yo creo que debemos hacer- y si el Congreso debe ser el espacio para redactar la nueva Carta Magna. Y eso se hará mientras se crea derecho. Por cierto, regresr a la CN de 1961 no es un capricho académico; es, como hemos analizado, la herramienta política táctica más eficaz. Además, es el último marco legal de la República Clásica de indubitable validez y el único instrumento que permite dos acciones inmediatas sin las cuales la nueva República sería ingobernable:

  1. El desarme del militarismo, garantizando la subordinación estricta de la Fuerza Armada al poder civil y revocandp el voto militar (silenciando la amenaza de contragolpe), lo cual es crucial para superar la Ley Constitucional de la Fuerza Armada; y
  2. Evitar la disolución territorial, permitiendo el Acto Fundacional de remoción de gobernadores y alcaldes (nombrados por la tiranía) para desarticular el control territorial chavista.

En fín de cuentas, aunque el moméntum permitiría pasar por encima de la ley vigente, elegir regresar a la  del 61 sería la primera gran decisión política inteligente para asegurar la gobernanza. Sin embargo, esa discusión, aunque legítima, no me quita el sueño. Lo que importa ahora es salvaguardar el terreno para que nazca la nueva república. Y eso exige avanzar por encima de aberraciones jurídicas como la ley constitucional de la Fuerza Armada, ese cerrojo diseñado por el Cartel de los Soles para blindarse contra la justicia.

Mis preocupaciones no son teóricas. Son políticas. Y responden a la decisión -ya tomada, al parecer- de resucitar a los muertos vivientes de la Asamblea Nacional de 2015. Lo dije para salvaguardar mi responsabilidad. Lo repito para que nadie se haga el sorprendido con lo que estoy seguro vendrá después de despertar a esta suerte de Imhotep. Porque la gran mayoría del alacranato de siempre ya era diputado en esa época. Y si algo nos enseñó el interinato, es que no se puede construir legitimidad sobre ruinas morales. La resurrección de la AN 2015 sería el primer signo de debilidad del nuevo liderazgo ante las presiones internas, además de error moral, amenaza existencial, y potencial ancla que hunda la nueva República.

Mientras tanto, la cocina tecnocrática -necesaria, sí- tardará al menos cuatro meses en arrojar resultados. Lo he dicho antes y lo repito: el país movilizado, esperanzado, necesita enfocar su atención en algo más inmediato. Y eso es la política. No la gestión. Política en estado puro. Decisión, narrativa, autoridad, persuasión, poder.

La arena fundamental

Durante la caída del chavismo, el escenario más importante no será el gobierno de turno. El protagonismo de éste será instantáneo y casi efímero. El verdadero protagonista será la Asamblea o Congreso que se constituya. Y el proceso más crucial no será el económico ni el social, sino el constitucional. Porque no habrá estabilización sin arquitectura institucional. Y no habrá arquitectura sin Parlamento. El presidencialismo sin Congreso es solo otra forma de caudillismo autoritario pero en este caso se trataría de una transición hacia institucionalidad, no de una negación de ella.

A quien venga con políticas suaves, le advierto: puede salir con las tablas en la cabeza. El chavismo resistirá en las primeras instancias. Luego huirá. Pero intentará volver. Disfrazado de ambientalista, de defensor de derechos humanos, de amigo de todos. Y saboteando desde adentro. Frente a eso, no hay receta técnica ni blindaje jurídico. Y continuará siendo el momento de la política.

Ya no hay espacio para negociaciones. Lo expliqué en mi artículo anterior. La espera infinita ha terminado. Lo que viene exige coraje, claridad y ruptura. No es tiempo de administrar lo heredado. Es tiempo de fundar lo nuevo y, a la par, dar el ejemplo autolimitándose: el Acto Fundacional no solo debe crear el nuevo orden, sino también decretar el calendario estricto para su propio cierre. El moméntum debe nacer con fecha cierta de defunción política.

La república no se va a restaurar teniendo como protagonistas iniciales a tecnócratas ni abogados. Se va a restaurar con políticos porque lo que viene no es una transición sino una verdadera refundación. Y en las refundaciones, los tibios no caben ya que se trata de actuar animados con el coraje de fundar lo nuevo y dispuestos a caminar guiados por valores pero en el borde de la legalidad.

Vladimir Petit Medina

WP Twitter Auto Publish Powered By : XYZScripts.com
Scroll to Top
Scroll to Top