Las guerras del futuro no se ganarán con invasiones,
sino con interrupciones estratégicas. La fuerza ya no
está en el desembarco, sino en el costo percibido
por cada actor que decide permanecer leal.
Durante gran parte del siglo XX, la política exterior estadounidense se dividía entre dos grandes enfoques: la diplomacia clásica y la intervención directa. Hoy, emerge un tercer modelo —menos visible pero más disciplinado— que combina herramientas legales, financieras, informativas y selectivamente militares en una estructura gradual de presión. El caso venezolano ofrece la versión más clara de este nuevo paradigma.
A diferencia de las campañas militares del pasado —Panamá, Granada o Irak—, Washington no busca ”conquistar” Caracas, sino desarticularla desde el interior. El régimen de Nicolás Maduro no es abordado como un Estado soberano, sino como una red de suministro criminal con fachada política. Esta redefinición cambia por completo el terreno de juego: el objetivo ya no es el “cambio de régimen”, sino el colapso funcional de una estructura logística.
Del Pentágono a la cadena de suministro
Donald Trump lo expresó de manera cruda durante la ceremonia del 250º aniversario de la Marina de Estados Unidos: “La fase marítima está completa. Si los narcotraficantes ya no vienen por mar, debemos ir donde se esconden”. No es solo una frase beligerante. Es una declaración de reposicionamiento estratégico: de la vigilancia naval a la penetración territorial, de la disuasión a la interrupción interna.
Y lo que resulta notable es que esta nueva fase no se ejecuta al estilo militar tradicional, sino como lo haría una empresa tecnológica al reconfigurar su arquitectura operativa: por capas y con precisión quirúrgica.
Una estrategia de capas, no de choques
| Capa | Instrumento | Objetivo |
|---|---|---|
| Judicial-Financiera | Indictments, confiscaciones, recompensas públicas | Aumentar el costo personal de la lealtad |
| Informativa-Narrativa | Exposición forense de rutas ilícitas | Romper legitimidad internacional sin disparar un tiro |
| Diplomática-Hemisférica | Acuerdos con Colombia, el Caribe y aliados andinos | Construir consentimiento regional para la presión |
| Militar limitada | Acciones selectivas sobre nodos logísticos | Evitar guerra, pero demostrar capacidad real de escalamiento |
No hay un desembarco anunciado, sino una asfixia programada.
La lógica no es bélica, es industrial
Lo que parece improvisación, en realidad responde a una lógica propia de las grandes corporaciones japonesas en su era de transformación: descomponer un problema complejo en unidades manejables, fijar objetivos intermedios medibles, y ajustar en función de la respuesta del sistema.
El resultado es un mecanismo de presión acumulativa en el que cada actor del régimen debe evaluar su costo personal de permanecer en el bloque dominante. No es una ofensiva destinada a destruir en un solo golpe, sino a erosionar la voluntad colectiva a través del desgaste continuo.
Un nuevo modelo de intervención sin invasión
En un mundo multipolar —donde los costos políticos de las intervenciones tradicionales son cada vez más altos— este tipo de estrategia híbrida ofrece una tercera vía entre el inmovilismo y la guerra abierta: ni pasividad, ni invasión; desarticulación progresiva.
Lo que ocurre en Venezuela no es solo una historia latinoamericana. Es probablemente el laboratorio de una nueva forma de poder coercitivo global: una doctrina de precisión que combina Wall Street con el Pentágono, fiscales federales con satélites espía.
La pregunta no es si funcionará, sino cuándo otros actores globales —desde Europa hasta la India— comenzarán a replicarlo.
Antonio de la Cruz


