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Veinte razones para no tener miedo a Putin

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Por Juan Rodríguez Garat

La mayor parte de lo que se ha publicado estos días, particularmente en las redes sociales, es el resultado del desconocimiento de las características del armamento y de los resortes de la disuasión

Cuando al dictador del Kremlin se le van agotando los argumentos militares para conseguir su objetivo de someter a Ucrania —quizá se sienta humillado al tener que encomendarse al santo Trump— no tiene nada de extraño que vuelva a recurrir al arma del terror. Como en las ocasiones anteriores, hay mucho de patético en los gritos de «vamos a morir» con los que sus voceros en Occidente tratan de ablandar nuestra voluntad. Sorprende que, además, ninguno de ellos le eche la culpa a Putin —que es quien se supone que nos va a matar— sino a nosotros mismos, que nos merecemos la extinción por no dejar al pobre dictador bombardear Kiev en paz.

¿Síndrome de Estocolmo o mero rusoplanismo? Lo que el lector prefiera. Sin embargo, vista la procedencia de muchas de estas voces, tengo la impresión de que cuando el nacionalismo español —que desde luego respeto— se mueve decididamente a la derecha se convierte en nacionalismo ruso. Curiosamente, lo mismo le ocurría al internacionalismo de izquierdas en nuestra Guerra Civil.

El arma del terror

El dictador del Kremlin es malvado, pero no estúpido. Tengo para mí que los líderes de los terraplanistas saben perfectamente que la tierra es redonda y reservan sus elucubraciones para sus seguidores. Lo mismo le ocurre a Putin. El sacerdote supremo de la fe rusoplanista sabe mejor que nadie que el arma del terror solo puede hacer blanco en la ignorancia. Los líderes occidentales, bien asesorados por sus estados mayores militares, no van a caer en esa trampa… pero sí temen a sus propias opiniones públicas, blanco preferido de la propaganda del Kremlin por ser el talón de Aquiles de los sistemas democráticos.

La campaña desinformadora rusa, más virulenta que otras anteriores quizá porque Putin no ve la luz al final del túnel y no se fía del impredecible Trump, va dirigida a nuestras mentes. Explota las lagunas en la cultura de defensa de nuestro pueblo y, en general, de los pueblos de Europa. La mayor parte de lo que se ha publicado estos días, particularmente en las redes sociales, es el resultado del desconocimiento de las características del armamento, de los resortes de la disuasión y de lo que ha ocurrido en los más de mil días que llevamos de guerra en Ucrania. Permita, pues, el lector que le proporcione una corta lista de razones que puedan ayudarle a superar su miedo al dictador del Kremlin.

¿Por qué no hay que tener miedo a Putin?

1. Porque el de estos días es el sexto intento de Putin de asustarnos con la guerra nuclear. El primero de ellos —puede comprobarlo por sí mismo, el lector en las hemerotecas— tuvo lugar el mismo día de la invasión.

2. Porque la nueva doctrina nuclear que el dictador ruso acaba de firmar a bombo y platillo para intentar asustarnos no contiene ningún cambio real. Rusia nunca había renunciado a usar sus armas nucleares para responder a un ataque convencional. Encontrará el lector con facilidad referencias a su vieja estrategia de «escalar para desescalar».

3. Porque esta es la quinta «línea roja» arbitrariamente trazada por Putin —curiosas líneas rojas las que no solo no responden al derecho de la guerra, sino que además solo se aplican a uno de los bandos— que Occidente se atreve a traspasar. Las anteriores, relacionadas con los cohetes HIMARS, misiles Patriot, carros de combate y aviones F-16, suscitaron amenazas parecidas que, como ocurrirá con esta, se disolvieron en el aire.

4. Porque las declaraciones de Putin, que aseguró que la autorización para usar misiles occidentales en territorio ruso le pondría en situación de guerra con la OTAN —no así contra Ucrania, que solo es el objetivo de una operación especial— desmerecen mucho cuando se recuerda que el locuaz presidente y su ministro de Exteriores llevan casi tres años diciendo que ya están en guerra con la OTAN.

5. Porque el lanzamiento de un misil balístico con capacidad nuclear suena bastante amenazador, pero la impresión baja mucho cuando recordamos que Rusia lleva lanzando misiles Iskander, también balísticos y también con capacidad nuclear, desde el primer día de la guerra. La misma capacidad tienen los misiles Kn-23 que Kim Jong-un, el fiel aliado de Putin, ha entregado a Rusia para reponer sus menguantes existencias.

6. Porque la fijación que tiene el dictador por la hipervelocidad le ha hecho presumir anteriormente de otros misiles hipersónicos que, como el Khinzal y el Zircon, ya han sido empleados en esta guerra sin hacer la menor diferencia. Rusia ya había lanzado ocho de los primeros y uno de los segundos contra objetivos en Kiev, justo dos días antes de la autorización de Biden para emplear los ATACMS.

7. Porque el hecho de que el misil utilizado en esta ocasión sea de medio alcance no supone ninguna diferencia en el punto de impacto. De hecho, solo suponemos que se trata de un nuevo modelo —el tipo Oreshnik— porque Putin nos lo ha dicho.

8. Porque los daños en Dnipró, la ciudad elegida esta vez por el criminal del Kremlin, han sido muy inferiores a los causados en otras ocasiones por los viejos misiles antibuque Raduga, diseñados para destruir portaviones y reconvertidos para el ataque al suelo para tapar carencias de inventario. Suena como si el maltratador de turno, queriendo asustar a su víctima, tuviera que advertirle de que esta vez le ha pegado más fuerte.

9. Porque la propaganda que hace Putin de su nuevo misil es infantil. Todos los misiles balísticos de carácter estratégico son hipersónicos —el viejo Minuteman norteamericano vuela a más de 20 veces la velocidad del sonido— todos tienen múltiples ojivas que maniobran con independencia —el término MIRV, que es el acrónimo de Multiple Independenty targetable reentry vehícle lo llevamos utilizando desde los años 70— y todos son muy difíciles de interceptar porque la mayor parte de su trayectoria transcurre muy fuera de la atmósfera.

10. Porque solo hay tres misiles en el mundo capaces de hacer frente con alguna probabilidad —ciertamente limitada— a estos misiles balísticos: el Arrow israelí y los norteamericanos THAAD y Standard SM-3. Ninguno es ruso. Mientras los sistemas occidentales lograron derribar el 80 % de los centenares de misiles balísticos lanzados por Irán, los S-300 de origen ruso que defienden los cielos iraníes —un sistema que todavía forma la columna vertebral de la defensa aérea rusa junto a su desarrollo evolutivo, el S-400— no han sido capaces ni siquiera de defenderse a sí mismos de los misiles israelíes.

11. Porque, aunque no lo parezca, es una buena noticia que los misiles balísticos sean difíciles de interceptar. De hecho, entre los años 1972 y 2002 estuvo prohibido desarrollar sistemas contra estos misiles por el tratado ABM. La razón era bastante lógica, aunque Putin nunca haga referencia a ella. La disuasión nuclear estaba —y sigue estando— concebida en torno a la estrategia de «Destrucción Mutua Asegurada», MAD por sus siglas en inglés. Si uno de los dos rivales de la Guerra Fría se hubiera sentido capaz de derribar todos los misiles de su enemigo, se habría sentido libre de comenzar una guerra nuclear.

12. Porque la estrategia MAD sigue siendo válida hoy. Cuando Putin o sus secuaces dentro y fuera de Rusia intentan sembrar el miedo amenazando con la destrucción de Londres —por poner el ejemplo que más utilizan—siempre olvidan decir que, inmediatamente, los misiles Trident de los submarinos británicos destruirían Moscú y San Petersburgo.

13. Porque la guerra nuclear global exige preparativos —los submarinos balísticos deben salir a la mar y los vehículos lanzadores de misiles intercontinentales tienen que desplegarse para dificultar su localización— que no se están realizando.

14. Porque, si hay algo en lo que, afortunadamente, todos estamos de acuerdo es en que una guerra nuclear no se puede ganar.

15. Porque Putin no es un terrorista suicida. A quienes lo son se les reconoce por su mirada fanática y, sobre todo, por no tener nada que perder. Ninguno de ellos tiene un palacio a orillas del mar Negro.

16. Porque el verdadero objetivo de Putin en Ucrania —como el de los emperadores romanos en Germania— es el de celebrar un triunfo en las calles de un Moscú convertido en la Roma imperial. Algo que nunca lograría en un mundo destruido tras una guerra nuclear.

17. Porque tanto China como la India, naciones que Rusia necesita para sostener su economía, le han advertido a Putin de que no apoyarán el lanzamiento de armas nucleares contra Ucrania, y eso incluye las de carácter táctico.

18. Porque, como ha reconocido el propio dictador, el empleo del arma nuclear táctica contra Ucrania sigue sin tener sentido. No hay blancos militares que justifiquen tal nivel de destrucción y, si se usaran sobre el frente, el territorio quedaría prohibido para ambos bandos. Más allá del frente, la destrucción de Kiev o de las grandes ciudades del Donbás para «liberarlas» solo puede entenderse desde el rusoplanismo más exacerbado.

19. Porque, aunque Ucrania no tiene armas nucleares, si sufre un bombardeo de este tipo estaría legitimada para responder atacando las centrales nucleares rusas o en manos del Kremlin, como la de Zaporiyia.

20. Porque —y esto, que también puede comprobar fácilmente el lector, me parece definitivo— quienes, buscando notoriedad o sirviendo a Moscú, nos asustan con sus predicciones apocalípticas, siguen viviendo en MadridLondres o Washington, lugares que no tendrían ninguna posibilidad de sobrevivir a la Tercera Guerra Mundial. Yo, sinceramente, no me preocuparía por sus palabras mientras quienes nos prometen que vamos a morir no se vayan a vivir al desierto de Namibia.

¿Quiere eso decir que no hay nada que temer por lo que ocurre en Ucrania? En absoluto. Putin tiene tanto miedo a una guerra nuclear como usted; pero usted y yo sí debemos preocuparnos por la libertad de los pueblos, amenazada porque el tirano del Kremlin pretende sustituir la Carta de la ONU por la ley del más fuerte. ¿Lo conseguirá? Solo si los ciudadanos de las naciones que pueden evitarlo cedemos al miedo. Quienes, como yo, tenemos hijos y nietos, no podemos permitírnoslo.

Juan Rodríguez Garat es Almirante (R) de la Armada española. Autor del libro Tambores de Guerra

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