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Venezuela: el paraíso socialista es peligroso 

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Por Omar Lugo en The Objective

«¿Con qué vino la izquierda caviar europea acompañará ‘la fusión popular, militar y policial’ en la que se ha convertido el socialismo chavista?»

Eso de que a las palabras se las lleva el viento no es solo un refrán popular, sobre todo cuando se trata de entender regímenes políticos y su impacto en la vida diaria de millones de personas, o en la geopolítica mundial. Lo que ocurre hoy en la Venezuela dominada por el chavismo hace tiempo se venía venir, sin que sea necesario profesar el arte de los presagios.

Todo esto ya había sido anticipado desde hace años por las figuras más relevantes del movimiento político encabezado por el coronel de paracaidistas Hugo Chávez, aquel 4 de febrero de 1992, cuando se inició una pesadilla histórica que ahora entra en una nueva temporada.

A largo de estos años, todos los líderes del proceso, desde los más conocidos públicamente hasta los que han operado tras bastidores en los entramados del poder, han expresado públicamente que la llamada revolución bolivariana perseguía abolir por completo todas las estructuras del Estado venezolano, para que sean adaptadas a los designios de este régimen que se dice de izquierda, socialista, nacionalista, bolivariano y por supuesto chavista.

Esto ha incluido utilizar el sistema electoral de modo que los resultados se adapten a las órdenes previas, no al revés. El chavismo se ufana de haber llevado a cabo unas 40 elecciones en todos estos años y de haber perdido solo una o dos. Pero el caso es que hay pruebas históricas de que cuando ha perdido (y han sido más de dos veces) se las ha arreglado para que el votante no elija, o para que quien sea electo no tenga poder, no lo ejerza, o no le sea reconocido.

Cuando en diciembre de 2007 Chávez fue derrotado en un referendo para una reforma de 69 artículos de la Constitución, que entre otras cosas consagraría Venezuela como un estado socialista y establecía la reelección indefinida, en medio de la ira, el comandante dijo que esa era «una victoria de mierda» y de todos modos terminó imponiendo con los hechos sus designios. «No crean nuestros adversarios que estamos llorando […] Habrá que decirles, sobre todo al imperio norteamericano, que estamos más fuertes que nunca y seguiremos adelante construyendo el socialismo», dijo Chávez entonces.

La práctica de desconocer la fuerza de los resultados se hizo común. Ocurriría lo mismo con la elección de la Asamblea Nacional en 2015: cuando la oposición logró la mayoría absoluta en el legislativo, el chavismo simplemente lo abolió y le dio sus poderes absolutos al Tribunal Supremo de Justicia y a una Asamblea Constituyente que nunca redactó ni un solo artículo de nada. Maduro terminó gobernando por decreto y los partidos que ganaron ese legislativo fueron abolidos, confiscadas sus siglas y sedes por órdenes del Tribunal Supremo. Esos exdiputados fueron perseguidos, muchos hechos prisioneros o enviados al exilio o liquidados políticamente.

Ha ocurrido también con decenas de alcaldes de la oposición y con gobernadores: cuando ganaban simplemente les imponían un «protector», enviado por el gobierno central, y además los obligaban a «bailar pegado» con los jefes militares a cargo de cada región. «En Venezuela se vota, pero no se elige», resume una conseja entre académicos.

Siglo 21, una odisea política 

La elipsis nos lleva a los tiempos que corren. El llamado socialismo del siglo 21, promovido por Chávez como una supuesta unión cívico militar, ha mutado para convertirse en lo que Nicolás Maduro y sus más cercanos colaboradores definen hoy como «una fusión popular, militar y policial».

La palabra civil ha desaparecido no solo de la consigna, también en la vida diaria de un país donde no hay separación real de poderes, donde el ejecutivo da órdenes a los tribunales, donde las leyes no se obedecen, incluyendo a los más elementales derechos civiles consagrados en la propia Constitución, como la inviolabilidad del hogar y el derecho a las manifestaciones pacíficas, la presunción de inocencia, y a ser juzgados por jueces civiles, no militares, cuando venga el caso.

Testimonios de personas comunes o de familiares de presos políticos dan fe de esta realidad, mientras organizaciones como World Justice Project le ponen números: Venezuela aparece en el último lugar (142) entre 142 países del mundo evaluados en el Índice compuesto de Estado de derecho, con datos actualizados para 2024. Desde hace tres años nadie le disputa ese lugar.

Volviendo a los presagios que no son presagios, las migas de pan que han marcado la ruta hasta este destino las han ido soltando los líderes chavistas desde hace tiempo, y no para que se las coman los pájaros sino para que le queden dudas a quien quiera seguir las pistas en vez de mirar para otro lado:

«A los amargados de la política venezolana no volverán a gobernar este país. Ni por las buenas ni por las malas van a volver a gobernar este país», recalcó en abril de 2024, tres meses antes de las últimas elecciones presidenciales, el capitán Diosdado Cabello, el radical número dos del chavismo. Cabello, por cierto, dirigió este 10 de enero el descubierto vehículo de transporte militar en el que desfiló Maduro por el emblemático paseo de Los Próceres, una avenida llena de estatuas de los héroes de la Independencia en la zona militar de Caracas.

Las gradas de la avenida estaban copadas de funcionarios públicos llevados desde todo el país y obligados afirmar listas de asistencia, por voluntariosos y cansados milicianos, personas de la tercera edad vestidas con uniformes militares; y por representantes de organizaciones del complejo entramado de control social del chavismo.

Desde el vehículo de transporte táctico ligero Tiuna, de ensamblaje nacional, rodeado de una docena de guardaespaldas civiles, Maduro saludaba a la multitud.  Muy cerca, detrás del vehículo presidencial, se apiñaban unos 500 motociclistas, la mayoría integrantes de los llamados «colectivos», grupos de civiles armados parapoliciales del chavismo, encargados de ejecutar las acciones más desagradables de reprimir manifestantes y perseguirlos hasta sus casas, especialmente en barriadas populares. 

El desfile de Maduro desembocó en los patios de la Universidad Militar Bolivariana (antes Academia Militar) donde lo esperaba una colorida parada con cadetes en trajes de honor. Junto con el alto mando militar, presenció el desfile de soldados de todos los componentes de la Fuerza Armada.

«Estamos en victoria, fusión popular, militar, policial consolidada y avanzando. Vienen tiempos maravillosos (…) es una premonición de las bendiciones que están llegando a Venezuela», dijo Maduro al agradecer el acto de subordinación donde los generales le ratificaron su total y absoluta fidelidad.

Hay otras palabras que tienen suficiente peso como para que no se las lleven los vendavales, y que explican por qué el chavismo ha escalado su ola represiva, incluso cuando muchos analistas apostaban a que lo más importante para el régimen era relegitimarse y conseguir el reconocimiento internacional. 

En medio de estos días históricos como esta toma de posesión contra la marea de la oposición de dentro y fuera del país, sigue creciendo la lista de presos políticos, las amenazas, y el control policial y militar en un país donde se ha impuesto la Pax, que es como nos referimos a la paz cuando llega por la fuerza y no por la armonía.

«El Estado venezolano ha ejercido la legítima defensa frente a una conspiración mundial pública, evidente y comunicacional, del poder de los Estados Unidos y de sus satélites y esclavos en Latinoamérica Latina y el mundo», había afirmado Maduro poco antes en su discurso de toma de posesión en el Palacio Legislativo, donde sesiona la Asamblea Nacional, hoy totalmente chavista.

«Le decimos al gobierno Norteamericano saliente: Se la ganamos, no pudieron con nosotros. No es un hombre, es un pueblo, que se crece, porque somos ejemplo para el futuro», dijo Maduro, para quien toda oposición, toda aversión al chavismo, es producto «del imperio» y de sus «lacayos».

A todos los opositores o críticos internos los despachan indistintamente hoy con los calificativos (y acusaciones en tribunales antiterrorismo) de «traidores de la patria, fascistas y terroristas».  No dejan espacio a la duda, al cuestionamiento, no importa si la gente protesta por falta de gas para cocinar, de gasolina para llegar a un derruido hospital público, para denunciar corrupción y abusos de poder o para apoyar a algún legítimo político opositor.

«Hoy podemos decir que Venezuela está en paz y en pleno ejercicio de soberanía nacional, de su independencia. Hemos cumplido siempre con nuestra Constitución, porque la escribimos junto al pueblo», afirmó Maduro, a tono con un discurso que no deja margen a la crítica y según el cual el socialismo es un paraíso terrenal y todo lo malo por aquí en realidad es culpa de los otros.

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