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El Canal de Panamá y EE UU en el actual contexto internacional

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En medio del creciente conflicto entre Irán e Israel, el papel geopolítico de Panamá, pequeño país con una ubicación estratégica envidiable, volvió a estar bajo los reflectores internacionales. Aunque alejado de Medio Oriente por miles de kilómetros, él pudiera encontrarse inevitablemente en el centro de la tensión global, no por sus armas ni por su diplomacia activa, sino por el valor estratégico del Canal de Panamá.

Por: Luis Ochoa Terán – El Nacional

Desde su inauguración en 1914, el Canal de Panamá ha sido vital para el comercio global, especialmente para Estados Unidos. Casi 70% del tráfico que atraviesa el canal tiene origen o destino en puertos estadounidenses.

Pero más allá de lo económico, el canal es también un recurso estratégico en tiempos de conflicto. Durante las guerras del siglo XX, la vía permitió el traslado expedito de flotas militares. Hoy, en plena incertidumbre global, su importancia militar se renueva. En tiempos de paz, esto representa una ventaja logística; en tiempos de guerra, una vulnerabilidad estratégica.

Si el conflicto entre Irán e Israel escalara e involucrara aún más directamente Estados Unidos, como ya ha empezado a incrementar su presencia de fuerzas militares en la región del Golfo Pérsico, el canal podría convertirse en un punto de presión, ya sea por la necesidad de reforzar la seguridad de sus aguas o como blanco de posibles amenazas.

Washington ha reforzado en el pasado su compromiso con la seguridad del canal, incluso después de su traspaso a manos panameñas en 1999. En un contexto de guerras regionales que pudiera interrumpir otras rutas comerciales como el estrecho de Ormuz o el Canal de Suez, la importancia del canal se multiplica. Ante tal escenario, es previsible que Estados Unidos reitere su interés en preservar su operatividad segura.

Panamá, tradicionalmente neutral y respetuoso del derecho internacional, ha mantenido una posición cautelosa frente a los conflictos lejanos. Sin embargo, su alianza histórica con Estados Unidos la ubica en una línea delicada. No solo por la cooperación en materia de seguridad, inteligencia y comercio, sino también porque Washington esperaría que Panamá tome medidas que garanticen el tránsito seguro, sin interferencias y de prioridad a sus embarcaciones fundamentalmente sus naves militares. Panamá debe maniobrar con destreza para no comprometer su neutralidad, pero sin ignorar los compromisos con su principal socio estratégico.

La posibilidad de una interrupción de rutas clave como el estrecho de Ormuz podría hacer del Canal de Panamá una alternativa aún más crítica para los flujos energéticos y comerciales hacia Asia. Esto aumentaría tanto su valor estratégico como su exposición a amenazas híbridas, incluyendo ciberataques o presiones políticas. Su canal, su ubicación y sus alianzas lo obligan a adoptar una postura de neutralidad activa, protegiendo su soberanía y garantizando el funcionamiento del canal en medio de un entorno global cada vez más volátil.

En momentos en que el mundo observó con creciente inquietud el enfrentamiento entre Irán e Israel, con la sombra de una implicación directa de Estados Unidos, el reciente Acuerdo de Seguridad entre Panamá y Washington de principios de año, adquiere una relevancia especial; tan es así, que la Secretaría de Seguridad Nacional de Estados Unidos estuvo esta semana visitando Panamá y prorrogando el Memorándum de Asistencia y Cooperación y lo siguió el Jefe del Comando Sur. En un contexto internacional tan volátil, este tipo de cooperación adquiere una nueva dimensión. Washington no oculta su interés en proteger sus rutas comerciales y militares clave. Ante una posible reactivación del conflicto Irán-Israel, donde el estrecho de Ormuz corra peligro de ser bloqueado o se restrinja el flujo petrolero, el Canal de Panamá podría pasar a ser un activo logístico crítico para Estados Unidos y sus aliados.

La polémica firma del Memorándum de Entendimiento Panamá-Estados Unidos en julio del año pasado, no fue un hecho aislado ni meramente bilateral. Sin lugar a dudas, formó parte de una estrategia anticipada de Estados Unidos preparándose ante escenarios de conflicto previsibles en Medio Oriente con consecuencia en la región. Panamá, sin quererlo quizá, fue incorporado en esa lógica geopolítica. Y ahora, con el escarceo de guerra en Medio Oriente, ese acuerdo adquiere una nueva dimensión y pone a prueba la capacidad del país de mantener su soberanía y neutralidad sin romper la cooperación con su socio estratégico e histórico.

En estas circunstancias, el desafío de Panamá no es elegir entre seguridad y neutralidad. Es ejercer ambas con madurez, transparencia y autonomía. El acuerdo de seguridad con Estados Unidos no es, en sí mismo, negativo. Pero en un contexto global tan delicado, su sintonía con los intereses estratégicos de EE.UU., y su relación con el conflicto Irán-Israel, adquieren preponderancia.

Para los panameños, el canal representa soberanía, neutralidad y desarrollo. Para Washington, representa interés vital, poder de maniobra y seguridad nacional. La relación entre ambas perspectivas es tan estrecha como frágil, y en tiempos de guerra, esa tensión se hace visible, más importante y estratégica.

Panamá debe garantizar que su política exterior y de defensa no lo conviertan en rehén de conflictos ajenos. El canal debe seguir siendo un símbolo de neutralidad y paz. Y para lograrlo, la soberanía no puede ser negociada, ni siquiera en nombre de la seguridad. Como país de tránsito, Panamá camina hoy entre la paz y la tensión mundial. Y en ese tránsito, su madurez y prudencia será tan estratégica como su geografía.

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