En la historia de la medicina venezolana, y de la ciencia latinoamericana, hay un nombre que brilla con una luz distinta: José Gregorio Hernández. Su figura, próxima a convertirse en uno de los primeros santos venezolanos, representa una síntesis perfecta entre ciencia, ética, compasión y religión. No solo fue el pionero que modernizó la enseñanza médica en Venezuela, sino también el creador de un modelo de atención que los médicos venezolanos aún llevan en su ADN: el de una medicina sensible, humana, cercana al dolor del paciente.
Por: Erika Hernández – El Nacional
En los hospitales del país y en los centros de salud del mundo donde trabajan médicos formados en Venezuela, se percibe todavía la huella del llamado médico de los pobres. Esa manera cálida y empática de escuchar, de mirar a los ojos, de tratar la enfermedad sin olvidar al enfermo, de enseñar que el médico debe sanar el cuerpo sin abandonar el alma, es, sin duda, de los más grandes legados de José Gregorio.
Los orígenes de la vocación de José Gregorio Hernández
En el corazón de los Andes, entre neblinas y cafetales, nació el 26 de octubre de 1864 José Gregorio Hernández Cisneros. Su pueblo natal, Isnotú, era entonces un caserío apacible donde la fe, la educación y el trabajo se entretejían en la vida diaria. Su madre, Josefa Antonia Cisneros, mujer profundamente devota, y su padre, Benigno Hernández Manzaneda, comerciante y hombre de rectitud, moldearon en él el amor por la disciplina y la oración. Desde pequeño mostró una inteligencia precoz y una sensibilidad inusual hacia el sufrimiento ajeno.
De acuerdo con la coordinadora de la Cátedra Libre Dr. José Gregorio Hernández de la Universidad Central de Venezuela (UCV), María Isabel Giacopini, su vocación de servicio nació de la mano de las mujeres de su familia. “Su mamá y su tía lo llevaban a visitar enfermos, a entregar medicinas y ropa, a rezar el rosario. Desde niño aprendió que ayudar al otro era una forma de rezar. Esa fue la semilla de su gran sensibilidad humana,” contó en entrevista para El Nacional.
Pero el primer descubridor de su genio fue un marino llamado Pedro Celestino Sánchez, quien, tras sobrevivir a un naufragio en el lago de Maracaibo, pidió fundar una escuela en Isnotú. Allí notó la brillantez del pequeño José Gregorio.
“Don Pedro Celestino vio en él una mente despierta, aplicada, de una inteligencia superior. Fue él quien le dijo a su padre que debía enviarlo a Caracas, porque ese niño había nacido para la ciencia y las letras”, cuenta Giacopini.
Convencido por el consejo del marino, don Benigno le dijo a José Gregorio una frase que marcaría su destino: “Hijo, los pueblos necesitan médicos más que abogados”. Y así, a los 13 años de edad, el joven andino emprendió viaje a Caracas.
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