Cuando las sombras comenzaban a arropar Borburata, provenientes de Barquisimeto arribaron a aquel pequeño pueblo una comitiva de terratenientes en busca de nuevos esclavos.
Por Luis Alberto Perozo Padua
En aquella oportunidad, Alonso Bernáldez y Quirós compró 1 muchacho y una muchacha por 120 pesos; Juan García una negra enferma por 35 pesos; Alonso de León 1 negra y 4 muchachos por 290 pesos, y 2 negras con 2 niños por 250 pesos. Asimismo, Diego Montes 1 muchacho por 50 pesos; Jerónimo de la Parra 3 negros chicos y grandes por 250 pesos; y Vicente de Ruesga 6 negros y negras por 540 pesos, y 1 muchacho por 50 pesos.
El cronista Ramón Querales, indica que el pirata John Hawkins en 1565 vendió 162 esclavos, mercancías y géneros por un total de 12.528 pesos y pagó impuestos de “38 pesos, 4 tomines y 6 granos” en Borburata.
En 1665 el alférez real Alonso Gutiérrez de Aguilar, vecino de Barquisimeto, desempeñaba el oficio de comerciante de tabaco y otros géneros entre Barinas y Barquisimeto.
En el puerto de La Guaira permutó las mercancías por otros bienes y un esclavo mulato que luego llevó a Barquisimeto y fue vendido luego al capitán Bartolomé López de Mesa, según apunta la historiadora Avellán de Tamayo.
El cronista barquisimetano Omar Garmendia, asienta que en 1632, en compra hecha de un esclavo negro criollo de 28 años de nombre Juan Amaro, “maestro de hacer azúcar”, por parte de Esteban de Castillo, se especifica en el documento el pago en base a una cierta cantidad de azúcar correspondiente a 120 arrobas (1.380 kg) provenientes de un trapiche, lo cual se traducía en unos 450 pesos de plata de a ocho reales, cantidad esta que indicaba la calidad del esclavo y sus idóneas condiciones físicas, pues el precio de tales “piezas” se calculaba como cualquier otra especie comercial.
En 1773 don Antonio de Villalonga, vecino de Barquisimeto firma documento por la compra de un esclavo criollo mulato, de 30 años, el cual había sido adquirido a comerciante de origen caroreño en aquella ciudad.
En ese mismo año se acuerda la venta de una mulata criolla de unos 30 años de nombre María Dionisia al teniente de justicia mayor don Tomás Pacífico de Berroterán, la cual pertenecía a don Juan de Salazar por haberla comprado a don Gerónimo González de Castro por 250 pesos de plata, apunta Avellán de Tamaño.
Eran campaneros
Según normativa eclesiástica denominada Regla de Coro de la Catedral de Caracas, refrendada en 1727, establecía que quien ejercería las labores de campanero debía ser un esclavo de comprobada cordura y obediencia. Debía contar con un esclavo sustituto, en caso de enfermedad.
Jóvenes en venta
Cuando Alejandro Humboldt llegó a Cumaná en 1799, quedó sorprendido al observar el concurrido mercado de esclavos que se instalaba cada mañana en aquella población. Entre sus descripciones narra que, a un extremo de la Plaza Mayor, se instala una larga galería de madera en donde se exhibía «a una docena de jóvenes negros de 15 a 20 años, a lo sumo».
Relata que todos los días al despuntar la aurora, se les entregaba a los esclavos aceite de coco para que cada uno se untara en el cuerpo para así darle a la piel un negro lustroso. «A cada rato llegaban los compradores y les abrían la boca con fuerza para examinarles la dentadura y así determinar la edad y salud».
El censo de 1844
Un censo de esclavos realizado en 1844 apunta la cantidad de 21.618 “piezas”, a las cuales debía aplicarse progresivamente el procedimiento de manumisión. También refiere este censo que, en 1834 se pudo verificar la existencia de 36.000 esclavos.
Partiendo de tales datos, se afirma en la Memoria de gobierno correspondiente a 1845: «De la comparación de una u otra suma resulta que la esclavitud de la República se ha disminuido en el espacio de diez años en más de 14.000 individuos, siendo de esperarse que al cabo de otro decenio esté casi extinguida la esclavitud en Venezuela».
Defensores del rey
En 1815, después de servir dos años en el ejército del rey, el esclavo Ramón Piñero realiza una petición de libertad en los siguientes términos:
«Yo he servido con mucho amor y fidelidad a mi Rey, y no quiero perder la gracia que su soberana clemencia concede a los que como yo han defendido los derechos con el arma en la mano…».
La historiadora Inés Quintero refiere que el esclavo Piñero deja testimonio que la guerra lo encontró cuando trabajaba en el hato San Diego perteneciente a su señor Juan de Rojas, en los llanos centrales de Calabozo, terrateniente que había sido preso por las fuerzas patriotas al negarse a entregar sus esclavos, así como el ganado y cosecha, alegato que violaba el Decreto de Guerra a Muerte expedido por el Libertador Simón Bolívar en junio de 1813.
Frente a ese escenario, Piñero y otro esclavo de nombre Miguel, escaparon y se enlistaron en las filas del ejército de José Tomás Boves, animados por la oferta de libertad si tomaban las armas en favor de la causa realista.
Juan José Ledesma, también sirvió en los ejércitos de su majestad con el grado de jefe de división, bajo el mando directo de Boves entre 1813 y 14. Oriundo de San Rafael de Orituco, pertenecía a los bienes de don Pedro Ledesma, reconocido patriota desde la génesis de la Independencia.
Don Pedro entregó a su esclavo cuando comenzaron a conformarse las divisiones republicanas en defensa de la plaza de oriente al mando del general Santiago Mariño. Allí, el negro Juan José obligado sirvió un tiempo, pero logró desertar para incorporarse al Ejército Realista en octubre de 1813, «para seguir la sagrada causa del Rey en defensa de sus justos derechos contra los insurgentes de esta provincia».
Servicio a la República
El 10 de enero de 1826, Anastasio Sosa, envió correspondencia al intendente departamental de la ciudad de Caracas a fin de hacer valer los servicios prestados al Ejército Libertador para conseguir su carta de libertad.
Llegó de manera clandestina a la ciudad escapado de la hacienda de su amo Domingo Sosa, con asiento en Choroní. Había realizado desde 1825, un largo periplo para conseguir, por escrito, los testimonios de sus superiores Juan José Liendo y La Rea y Francisco de Paula Alcántara, ambos reconocidos oficiales del ejército republicano.
Anastasio se unió al Ejército en 1816, cuando vio atravesar las estrechas calles de Choroní a los 600 patriotas sobrevivientes del combate de Los Aguacates el 14 de julio de ese año dieciséis, al mando del general de división Gregor MacGregor y el coronel Carlos Soublette, quienes iban de pueblo en pueblo reclutando personal para fortalecer las tropas patriotas, exponiéndoles a los esclavos el contenido del Decreto de Libertad emitido por Bolívar a su llegada a Carúpano junio.
Después de pelear en un sinnúmero de encuentros con el general Manuel Piar, Anastasio es herido de gravedad por segunda vez y se le licencia para gozar de una pensión sin tener que incorporarse.
Inicia su larga querella que torpedea su antiguo dueño hasta que el Congreso de la nueva república se pronunció en favor de la Ley de Manumisión, favoreciendo al esclavo Anastasio con su libertad y obviamente a su amo, que después de realizar la evaluación para el justiprecio recibió 115 pesos por un esclavo de 48 años, cuyo valor era de 230 de no haber estado lisiado con una «… quebradura que padece en la ingle derecha…» lo cual le rebajaba el valor a la mitad.
Así Anastasio consiguió su ansiada libertad, mientras su mujer e hijos permanecieron como esclavos de don Domingo Sosa en Choroní.
Por Luis Alberto Perozo Padua es periodista venezolano y escritor
Referencias
Avellán de Tamayo, Nieves (2002). La Nueva Segovia de Barquisimeto. T. II. 3ra. Ed. Caracas: Academia Nacional de la Historia.
Querales, Ramón (2003). La comarca mancillada. Barquisimeto: Fondo Editorial Río Cenizo. Concejo Municipal de Iribarren.
Garmendia, Omar (2021). Esclavos de Barquisimeto. www.CorreodeLara.com
Quintero, Inés (2008). Mas allá de la guerra. Fundación Bigott.