-Petit… después de todas estas anécdotas y vivencias ¡cualquiera creería que vos sois un viejito o al menos un entrometido profesional! Te lo demuestro…¿Cuántos presidentes habéis conocido?, así arrancó una sesión de dominó con mi queridísimo Gerardo Rincón, el maracucho que me fue sacando todas estas historias publicadas. Sobrino de Enoch Rincón, un gran copeyano, este jodedor profesional con proverbial memoria no perdía oportunidad para hacer historia jocosa en cada encuentro social. -No tantos: Betancourt, a quien entrevisté para un trabajo del colegio, Caldera, ídolo de la familia, CAP, coloso ante quien me quito el sombrero, Luis Herrera, personaje muy muy especial, Lusinchi, tipazo parecido a cualquiera de nosotros y Ramón J Velásquez, venezolano de lujo, contesté. -Qué molleja… ¡de vainita te faltaron Pérez Jiménez, López Contreras y Leoni! ripostó. Tomé una silla para clavársela en la cabeza cuando reparé en algo: -¿Cómo alguien de 61 años recién cumplidos había podido conocer a 6 presidentes venezolanos? Solté la silla para tomar notas de mis impresiones y vivencias con cada uno. Cuando se dio cuenta de que ya no lo perseguiría, pero conservando cierta distancia aún, el Morocho Rincón me gritó:-Ve, ya que te tranquilizasteis me faltó agregar algo… tomá en consideración que conocisteis a ese bojote de protagonistas a pesar de que pertenecías apenitas al segundo partido del país, ¡del cual te expulsaron por cierto! ¡Qué molleja! Tomé la silla otra vez y salí detrás de él… pero se escapó.
Sin embargo volví a escribir y aquí mis historias con cada presidente que conocí.
Rómulo Betancourt
La obligación de hacer el tradicional trabajo para el colegio sobre los partidos políticos venezolanos nos llevó a entrevistar a Rómulo Betancourt. Gracias a un compañerito emparentado con la familia del ilustre expresidente pudimos visitarle en la Quinta Pacairigua, apenas a 500 metros de donde terminaría teniendo mi casa en Altamira. Nos recibió con una gran amabilidad pero en flux, corbata y pipa. Enseguida llamaba la atención su peculiar tono de voz. Comenzamos con las preguntas y el entrevistado usó una terminología muy avanzada para muchachitos de finales de primaria. Así que uno de mis compañeritos, Jorge Pérez, me atajó: -¿Petit entendiste lo que dijo Don Rómulo? Yo quedé en el aire mientras Betancourt caía cuenta:-¿Qué no entendieron? Y aclaró el asunto. Pero enseguida cayó en cuenta de algo, volteó y repreguntó al amiguito mientras me señalaba: -¿Y por qué le preguntaste a él si entendía? El pana me vendió: -Es que a Petit le gusta leer sobre historia y política. Al viejo se le iluminó la cara y me abordó: -Ajáaaaaa…¿Y eso? ¿Será que tú quieres ser político catire? O quizás.. ¿Presidente? –No, Don Rómulo. Nada que ver. Ni lo uno ni lo otro… ¡solo que por mi papá me gusta leer sobre eso! Y allí se explayó: -Pues vas por muy buen camino, catire. Para ser presidente de este país debes hacer 3 cosas: conocer su historia como nadie, conocer a los españoles bien y por último… allí le interrumpí: -¿Los españoles? ¿Por qué? -Porque de allí venimos jovencito. Por ejemplo, mi papá era isleño, español de Las Canarias y era tanto o más venezolano que yo. Nosotros somos muy parecidos a ellos… ¡pero mejores! Pero déjame terminar con la tercera y última cosa: quien quiera ser presidente de Venezuela no puede decirlo sino en la inminencia de su lanzamiento…aunque trabaje por ello cada día. Si los demás lo saben con anticipación… lo acaban.
Años después le escuché a Eduardo Fernández otra versión sobre este pensamiento de Betancourt pero aquí reproduzco fidedignamente el que me dijo ese día. Betancourt fue un prócer. Culto y a la vez autodidacta en muchas cosas, se distinguía por sus contrastes y es que era increíble que el mismo que expulsó de su partido a muchos, el mismo que enfrentó a los cabezas calientes de la juventud de su partido, el mismo que había iniciado como marxista, era también el mismo que como Presidente había consentido y aupado que su procurador general formara un partido socialcristiano por toda Venezuela. Y sorprendía que además fuese el mismo que abrió la puerta a muchas inversiones americanas en nuestro país. Poca gente ajena a Copei hizo tanto para que el partido socialcristiano se creara como Betancourt ¡desde el gobierno! Tamaña madurez de estadista para impulsar su propia y nada manejable oposición. Ese era Don Rómulo. Ya adolescente leí Venezuela, Política y Petróleo y lo asumí como un tratado imprescindible para entender nuestro país y siempre me enorgullecí como venezolano de la creación de la OPEP. Y eso era Betancourt, un sabio que comprendió a este país y a la vez advirtió la importancia de tener límites… check and balances pues. Mi admiración por Betancourt me acompañó desde aquella entrevista y ni siquiera la furia de Caldera pudo minimizarla.
Rafael Caldera
Un gran ídolo y, a la vez, el mayor de los tormentos.
Cada día que coincidía con él, recordaba la historia de Rodolfo José Cárdenas cuando siendo Jotaerrcista se encontraba en el aeropuerto de San Antonio esperando la llegada de RC. El día antes había llegado Luis Herrea Campins, flamante secretario general de la JRC y Rodolfo le preguntó: -Mire Luis… ¿Cómo es Caldera? He leído mucho sobre él pero nunca le he visto ni en fotos. LHC se rió y le dijo: -Cuando veas a Caldera vas a saber que él es Caldera. Y así sucedía.
Pues bien, por tradición familiar y admiración, toda mi vida me acerqué a Caldera. Asistió a mi graduación de abogado, cenaba a veces en casa, le visitábamos todos los 31 de diciembre. Era como una religión. De hecho, en 1983, en plena campaña y ya en calidad de representante estudiantil en la UCAB, Eduardo Fernández y Oscar Arnal me colocaron en el Chrysler New Yorker Don Rafa que salió de Tinajero al auditorio Hermano Lanz, donde el candidato inauguraría el ciclo de visitas de los aspirantes presidenciales de ese año. La conversación fue espectacular. El acto inolvidable. Al terminar el encuentro, un Caldera feliz me dio un abrazo y nos felicitó con mucho cariño. Sería esa la última vez en los siguientes 10 años en la cual me trataría de esa forma. Poco después me fui a trabajar con Eduardo contando con su anuencia y allí la cosa se fue haciendo cada vez más lejana. Pero cuando tuve la osadía de decirle en su cara que acompañaría a Eduardo… todo se derrumbó. Ya para 1990 era diputado y secretario nacional de la JRC cuando muere Godofredo González, honorable socialcristiano a quien como expresidente del Congreso se le hicieron honores en el hemiciclo. Apenas expuesto al público el cuerpo para su último adiós, nos correspondió a los de la JRC hacer la guardia de honor. Y por tanto, me tocó de primerito. Apenas me puse mi boina y arrancó mi turno… un alboroto avisó que alguien muy conocido se acercaba: era Caldera. Otra vez lo mismo. Don Rafa se acercó muy compungido por la partida de su gran amigo. No le quitó la vista en el féretro. Yo estaba a apenas unos 50 centímetros y decidí aproximarme. Me quité la boina verde en señal de respeto y le dije: -¡Presidente! Nuestro sentido pésame a usted también porque sabemos que fue su gran amigo y compañero, alcancé a decir. Sin voltear, Caldera se tomó su tiempo antes de decir: -Caramba, tan bueno Godofredo, tan leal y se nos fue y sin embargo tanta gente desleal que… Y ya ahí no le entendí. En todo caso, supuse lo peor… casi me desmayo y enseguida pedí relevo mientras el subsecretario juvenil, Carlos Alvarado, intentaba simular su sonrisa. Todo el mundo se había dado cuenta del desaire.
Yo me perdí como Alfonsina en el mar con mi pesar a cuestas. Esa noche me juré a mi mismo no volver a exponerme a una acción de ese tipo por parte del Dr. Caldera, cuando yo ni le había traicionado ni difamado ni mucho menos avergonzado.
Pero cada fin de año, allá venían mis padres: -Acompáñanos como toda la vida a desearle feliz año a Caldera… y terminaba llevándoles. Sin embargo, el asunto cada vez se tornaba más incómodo porque aunque yo hablara ni siquiera volteaba a verme… simplemente era como que no existiese. Así hasta que decidí que nunca mas pasaría por eso. Por algo mi papá pasó con los años de aquel -Tranquilo hijo… eso se le va a pasar al Presidente… a la respuesta final de -Sí… como que es mejor que no vayas más.
El 4F de 1992 aplaudí varias partes de su intervención y eso hizo que me hablara fugazmente. Pero en 1993 Caldera es electo presidente nuevamente y yo seguía en el congreso. Ni me acercaba por donde estuviese por precaución. Le veía de lejos cuando le tocaba visitar el congreso y ya. Un día, no recuerdo bien porqué razón, el Presidente estaba en el salón elíptico a la espera de la comisión que le buscaría allí para escoltarle hasta el hemiciclo y yo fui al baño entre las Cámaras. A la salida y camino a la puerta del patio, me conseguí con mi buen amigo Monseñor Padrón, hoy Cardenal para alegría de todos. Nos saludamos y me dijo: -Voy a saludar al Presidente ¡Vamos! y para no darle las explicaciones de rigor simplemente opté por seguirle. Subimos las escaleras, él adelante y yo agazapado varios escalones detrás. En la punta, Caldera le divisó y le saludó con una sonrisa: -¡Monseñor Padrón! y en eso advirtió que yo venía atrás: –Bonita escolta trae usted mi querido Obispo. A pesar de la pena… traté de acercarme, Caldera volteó a saludar a alguien y deliberadamente me chifeó. Nuevamente bajé las escaleras en solitario, con mi pesar a cuestas. Una vez más me juré nunca más pasar por eso.
En 1996 recibí una llamada del Ministro Egaña:-Hermano, van a llamar para invitarte a la inauguración del proyecto PARC y para que viajes con el Presidente. -¡Estás loco! ¡A mi Caldera no me hace una más Fernando Luis! -Házme caso. Tranquilo. Él sabe que eres de los que más ayudó para que cristalizara el proyecto. Te garantizo que todo vá a salir bien. Al rato me llamó papá celebrando la invitación y enseguida la Casa Militar. Abordé el avión presidencial con todo tipo de aprensiones. Mucha gente amable me atendió y un edecán me condujo hasta mi sitio. Al ver donde me habían ubicado advertí: -Con mucha pena… pero debe haber un error. El tipo, fue, vino, chequeó, revisó y dijo: -Ningún error. Usted va aquí… ¡al lado del Presidente! Pues nada… tomé el asiento y comencé a rezar a todos mis santos para que no me hicieran pasar otro mal rato allí. Poco después entró Caldera. Me paré para facilitar mi reubicación en lo que estaba seguro que era un error y de repente me saludó con afecto y me indicó sentarme a su lado. Durante una hora tuvimos una conversa increíble. -¿Qué es de la vida de fulano? ¿Y qué obras faltan por hacer en su circuito, diputado? Incluso me dio las gracias en nombre de la república por haber hecho un gran esfuerzo consiguiendo parte del financiamiento para el proyecto PARC y algunas gestiones ante quien verdaderamente había conseguido el dinero: Gustavo Tarre. Aterrizamos, me dijo que nos veríamos en los actos y bajó con evidente dificultad por las escalinatas del avión cuidadosamente estacionado en sentido contrario al de la torre de control. Yo bajé pegando brincos y cuando me vieron mis panas del alma Goyito, Chente Graterol y el Cabezón Colina atiné a gritarles: -¡Al fin me perdonó Caldera! En el camino a Coro, en la noche, cerca de las ánimas de Guasare, Chente retomó lo sucedido y me confrontó con una recta de humo: -Epa, Vladimir…pero ¿qué exactamente tenía que perdonarte Caldera? De allí hasta la estación de servicio Lara en la entrada de Coro intenté buscar una respuesta real e irrebatible a la pregunta de mi compadre. Entonces cerré la reflexión diciendo: -La verdad es que nada, Chente. Pero ¡gracias a Dios pasó la página y terminó este encontronazo permanente!
Fui a sus exequias en 2009 en el Ifedec. Al acercarme al féretro para rendir mi último adiós, el querido Fernando Egaña me susurró: -Te perdonó… ya está…se acabó. Lo curioso es que yo ciertamente nada había hecho pero…sentí mucha paz con las palabras de Egaña.
Caldera fue un gigante de la política, el derecho, el estado y la democracia. El lider histórico venezolano que más opciones le dio a la juventud que le acompañó…siempre que no se le acercaran a la candidatura presidencial. Pero esa es otra historia.
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