Por Insight Crime

Grupos guerrilleros colombianos han incursionado en territorio indígena del estado venezolano de Amazonas, no mediante la violencia, sino por la cooptación, la corrupción y el engaño de la comunidad. Su presencia ha desintegrado las comunidades, atizado una fiebre de oro ilegal que violenta el medio ambiente y ahora amenaza la supervivencia de culturas ancestrales que por generaciones han actuado como custodios de uno de los ecosistemas más preciados del planeta: la selva amazónica.

Fue en 2019 cuando la guerrilla colombiana ingresó por primera vez a la cuenca del río Cataniapo, conocida como Ähuiyäru De’iyu Ręję por el pueblo indígena Huottöja que habita la región. Los Huottöja esperaban su llegada, pues habían estado observando con preocupación cómo la guerrilla se extendía por tierras indígenas del estado Amazonas, Venezuela.

La primera comandante llegó en un vehículo de lujo, flanqueada por guerrilleros fuertemente armados. Lanzó un discurso en el que dijo que habían estado trabajando con el gobierno venezolano y que habían llegado para defender el territorio de las fuerzas imperialistas y traer inversión y desarrollo a la región.

Los indígenas rechazaron su oferta y les pidieron a los guerrilleros que salieran de su territorio, solicitud que ella aceptó diciendo que tenían su palabra de que no regresarían. Pero aquello fue una mentira. Poco tiempo después, los guerrilleros ya habían establecido una base en una granja cercana. Los Huottöja estaban asustados y a la vez disgustados. Llegaron hasta la granja armados con lanzas, arcos y flechas, y les dieron a los guerrilleros 18 días para que empacaran y se fueran.

A la siguiente ocasión apareció un comandante diferente con una estrategia diferente. Trató de seducir a los jóvenes de la comunidad para que se vincularan a las redes de milicias de la guerrilla, prometiéndoles alimento y dinero en efectivo a cambio. Algunos se vieron tentados, y los Huottöja comenzaron a discutir entre ellos. Los líderes comunitarios intervinieron y les dijeron a los guerrilleros que, si querían dialogar, debían regresar desarmados, para reunirse con representantes de todas las comunidades.

Cuando el comandante regresó, le tenían una pregunta: “¿Está dispuesto a trabajar con nosotros, someterse a nuestras reglas y costumbres, y comer animales salvajes, arañas y gusanos como lo hacemos nosotros?”.

El comandante respondió afirmativamente, pero se negó a firmar un documento que ellos le presentaron, en el que ratificaba su promesa, y se marchó vociferando, diciendo que estaban tratando de engañarlo. Entonces todos los representantes reunidos firmaron su propio documento, en el que declaraban su intención de mantener a los guerrilleros alejados de Ähuiyäru De’iyu Ręję.

Los guerrilleros no han regresado hasta la fecha, pero han continuado su avance. Están presentes en todos los siete municipios de Amazonas, y Ähuiyäru De’iyu Ręję está prácticamente rodeado.

La guerrilla ha ocupado territorios que durante miles de años han sido hogar de los 19 pueblos indígenas de Amazonas. Pero no lo han hecho con armas, sino aprovechándose de la desesperación de las comunidades vulnerables, con promesas vacías y utilizando el poder corruptor del dinero sucio.

“Se les ha permitido invadir todo este territorio porque vienen con sus bonitas palabras y dicen que van a trabajar con las comunidades”, dijo un líder de la asociación Pueblo Unido Huottöja de la Cuenca del Cataniapo (OPUHC), quien pidió el anonimato por temor a represalias. “Y nos dan dinero, pero es su dinero, y una vez lo aceptamos hay que trabajar para ellos; es para esclavizarnos”.

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En los últimos cinco años, la condición de los pueblos indígenas de la Amazonía venezolana ha pasado de precaria a desesperada.

Primero fue la crisis económica de Venezuela. El poco apoyo estatal que habían recibido se agotó. Las clínicas se quedaron sin existencias, las escuelas se quedaron sin maestros y las comunidades han quedado cada vez más aisladas por la escasez de gasolina. Cuando van a la ciudad a vender sus productos, la policía y el ejército, ahora totalmente dependientes de la corrupción para poder hacerse a un salario digno, les roban sus bienes o los extorsionan.

Luego sobrevino la pandemia de COVID-19, y las comunidades quedaron completamente aisladas del resto del país, tanto geográfica como económicamente, ya que el gobierno impuso confinamientos y medidas de bioseguridad.

Para los grupos guerrilleros colombianos, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y los disidentes de las extintas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la desesperación de las comunidades significó una oportunidad. Ambos grupos han operado durante años en el Amazonas con la bendición del gobierno venezolano, que los ha tratado como un aliado estratégico y socio de negocios en las economías criminales.

“La necesidad de asistencia social, los insuficientes ingresos, la carencia de ropa y alimentos, todo esto les ha permitido a estos grupos aprovecharse de las necesidades de los pueblos indígenas”, dijo un líder de la comunidad Jiwi, quien pidió permanecer en el anonimato por motivos de seguridad.

Como ocurrió con los Huottöja en Cataniapo, los guerrilleros se han acercado a las comunidades no con amenazas sino con promesas.

“Vinieron ofreciendo sus servicios”, dijo un promotor cultural del pueblo Huottöja, cuya comunidad fue abordada por primera vez por el ELN en 2017. “[Dijeron] que iban a apoyarnos y a darnos seguridad”.

Los guerrilleros incluso prometieron comprar toda su cosecha de piña, pero la comunidad rechazó su oferta. Sin embargo, una semana después, el ELN ya estaba instalando un campamento en su territorio después de que los líderes de la comunidad —conocidos con los títulos de capitán y cacique— fueron tras ellos para aceptarles la oferta.

“El capitán y el cacique decidieron dejarlos entrar porque los guerrilleros le ofrecieron a cada uno de ellos una motocicleta y cualquier otra cosa que necesitaran. En comparación con todo ese dinero, la comunidad no tenía ningún valor”, expresó el promotor cultural.

Esta escena se ha repetido en las comunidades indígenas de toda la región y está desgarrando a las comunidades desde su interior, como dice un trabajador de derechos humanos de la zona, quien pidió el anonimato por razones de seguridad.

“Los guerrilleros siguen la máxima de divide y vencerás: si pueden convencer a la mitad de la población, incluso si los demás no están de acuerdo, los tienen de su lado, especialmente si pueden convencer al capitán”, dijo el trabajador.

“Vienen no tanto con palabras políticas sino con dinero”, agrega. “Hay algunos que se resisten, que dicen que no quieren la violencia que la guerrilla ha impuesto en Colombia en los últimos 60 años, pero son muy pocos los que piensan así. La verdad es que el dinero los seduce; corrompe incluso a los líderes más íntegros”.

Quienes se mantienen firmes viven con temor. Aunque hasta ahora la guerrilla ha tratado de evitar la violencia con las comunidades indígenas, los líderes comunitarios son muy conscientes de que la situación podría cambiar repentinamente. Y todos son muy conscientes de que no tendrán a dónde acudir en busca de protección si ello ocurre; la guerrilla se jacta de sus alianzas con el gobierno venezolano, y su colusión con el ejército es un secreto a voces.

“El gobierno sabe que los grupos irregulares están aquí, los apoya porque le aportan beneficios al mismo gobierno”, afirma el líder de la comunidad Jiwi. “No puedo denunciar nada de esto porque, si acudo a cualquier organismo estatal, allá habrá informantes de la guerrilla y al día siguiente me atacarán”.

Una vez que las comunidades aceptan a las guerrillas en sus territorios —o se ven obligadas a recibirlas—, las promesas de lo que pueden hacer por los indígenas se transforman en lo que los indígenas pueden hacer por ellos. Y lo más valioso que pueden ofrecer a la guerrilla, aparte de sus tierras, es su juventud.

“Vienen a las comunidades y les ofrecen dinero a los jóvenes para que se unan a sus filas”, dijo un defensor de derechos humanos de la comunidad del pueblo Baré, quien pidió el anonimato por razones de seguridad. “Han logrado ocupar nuestros territorios con nuestros propios pueblos indígenas”.

Mientras que a algunos se los llevan para engrosar sus filas, otros permanecen en sus comunidades, pero pasan a formar parte de las redes de apoyo a la guerrilla. Dado su conocimiento de la zona, los utilizan como guías, o bien para ofrecer inteligencia y permitir que los guerrilleros accedan a recursos comunitarios como combustible subsidiado o alimentos.

Y las niñas y mujeres jóvenes de las comunidades representan para las guerrillas una utilidad mucho más desechable: la explotación sexual. En un testimonio con el que coinciden varias otras fuentes indígenas, el líder cultural del pueblo Huottöja cuenta que los grupos de guerrilleros ingresaban a su comunidad, ofreciéndoles dinero o alimentos a las muchachas para que los acompañaran hasta los campamentos guerrilleros.

“Las niñas que se fueron con ellos ya tienen sus bebés”, cuenta el líder cultural.

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Detrás de la retórica antiimperialista y las promesas de ayudar a las comunidades, la principal motivación que impulsa el avance guerrillero en Amazonas es el dinero.

El control de los territorios indígenas de Amazonas significa el control de las rutas de contrabando y los escondites de la selva, que son perfectos para la construcción de pistas de aterrizaje clandestinas utilizadas para enviar cargamentos de cocaína a Centroamérica o Brasil. Pero, sobre todo, significa el control de la mercancía más preciada de Amazonas —y la más maldita—: el oro.

En los últimos cinco años, la minería ilegal de oro se ha expandido por toda la región, y la guerrilla, principalmente las ex-FARC —aunque cada vez más también el ELN— han sido los principales impulsores de dicha expansión.

La guerrilla y sus patrocinadores financieros no solo dirigen las operaciones mineras, sino que además controlan los sitios mineros, algunos de los cuales se han convertido en pequeños pueblos, con hoteles, restaurantes, bares y burdeles. Allí le cobran sus “impuestos” —que se pagan en oro— a todo mundo, desde los dueños de los equipos mineros hasta las trabajadoras sexuales. Las ganancias que obtienen son enormes, según refieren las fuentes que han estado o trabajado en las minas.

El impacto sobre el delicado y megadiverso medioambiente que los pueblos indígenas de Venezuela han cuidado y habitado durante generaciones ha sido devastador. Decenas de miles de hectáreas han sido deforestadas, y los suelos y ríos han sido contaminados con mercurio y otros productos químicos, lo que ha dejado como resultado un páramo tóxico donde alguna vez hubo una prístina selva tropical.

“Amazonas está sangrando; esto es un ecocidio”, expresa el trabajador de derechos humanos del pueblo Baré.

Pero las minas están consumiendo mucho más que la selva virgen. La violencia y la muerte son comunes en las minas y en sus alrededores, pero las noticias sobre esta situación rara vez salen de la selva.

“Un amigo indígena me dijo una vez: ‘para que una mina escupa oro, tiene que tragarse a los muertos’”, le contó a InSight Crime un comerciante de la zona, que ha trabajado en numerosos sitios mineros de la región y habló bajo condición de anonimato.

Pero las minas no solo están consumiendo vidas individuales, sino que además están arrasando con culturas antiguas. Vivir en tal pobreza en medio de tales riquezas ha demostrado ser una tentación demasiado grande para muchos pueblos indígenas.

Muchos se han ido a trabajar a las minas, en algunos casos dejando a sus hijos solos para que se valgan por sí mismos, o en otros casos llevándoselos para los sitios mineros, donde quedan expuestos a enfermedades, productos químicos tóxicos, trabajo infantil, y a las guerrillas.

“Los que trabajan en las minas están totalmente perdidos, sus mentes están contaminadas porque están trabajando para la guerrilla”, afirma el promotor cultural del pueblo Huottöja.

Otros han encontrado otras formas de reclamar su parte del saqueo de sus tierras ancestrales.

A la mayoría de las minas solo se puede acceder por río, y muchos grupos de indígenas han establecido sus propias barricadas, conocidas como “alcabalas”, a lo largo de las rutas que han sido tomadas. A menudo armados con arcos y flechas, amarran los barcos y exigen una parte de lo que transportan, o piden dinero para permitirles seguir su camino.

“Son muy agresivos”, cuenta el comerciante. “Dicen: ‘vas a trabajar en la mina, entonces ¿dónde está nuestro trabajo? Aquí estamos pasando hambre’”.

Los únicos que pueden pasar libremente por las alcabalas son los guerrilleros, agrega el comerciante.

Si bien la mayoría ha estado escarbando en la parte inferior de la cadena de suministro, en búsqueda de cualquier migaja de oro que caiga de los tesoros de la guerrilla, algunos indígenas ahora están buscando fortuna estableciendo sus propias operaciones mineras.

Esta participación en el saqueo está aumentando las tensiones entre aquellos decididos a resistir los estragos del comercio de oro y aquellos que lo ven como la única salida.

“Los pueblos indígenas también están participando en esto y se están enfrentando entre ellos como no te imaginas”, afirma Liborio Guarulla, exgobernador indígena del estado de Amazonas. “Esta es una fiebre para la que no hay cura”.

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Los guerrilleros no se han visto con mucha frecuencia por Ähuiyäru De’iyu Ręję desde que los Huottöja los expulsaron. Pero las comunidades se están preparando para su regreso. Han conformado una guardia indígena entre todos, compuesta por diez personas de cada comunidad, encargadas de coordinar la seguridad y monitorear sus territorios.

Si bien el líder de OPUHC insiste en que su lucha es pacífica, también deja claro que está dispuesto a morir por la causa.

“Creemos en lo que estamos haciendo, nos mantenemos firmes por nuestra gente”, afirma.

Pero el trabajo de dicha guardia se ha visto maniatado por la falta de recursos y apoyo, lo que no solo hace que su tarea sea casi imposible, sino que además obstaculiza sus esfuerzos por construir un futuro alternativo para su pueblo.

“No tenemos dinero para organizarnos y defender a nuestras comunidades, por lo que hay algunas personas débiles que quieren trabajar con ellos, esa es la realidad que estamos viviendo”, dijo el líder del pueblo Huottöja.

Otros líderes indígenas están tratando de restablecer sus comunidades invirtiendo lo poco que tienen en educación, promoviendo la cultura tradicional o llevando su mensaje a Caracas para tratar de causar vergüenza en el gobierno nacional, con el fin de que haga algo.

Todos enfrentan los mismos retos: escasez de recursos y un gobierno que, en el mejor de los casos, es indiferente y, en el peor, abiertamente hostil.

Hay quienes temen que algunos miembros de los pueblos indígenas de Amazonas busquen una salida más agresiva frente a su sombrío futuro. “Como ven que la guerrilla viola, asesina y pica a la gente, generando este nivel extremo de violencia, entonces responderán de la misma manera”, afirma Guarulla, el exgobernador de Amazonad.

A pesar de estas muestras de esperanza y resistencia, existe un temor creciente de que, a menos que algo cambie pronto, lo único que les quedará a los pueblos indígenas de Amazonas es la sobrevivencia. Y la única forma de sobrevivir será abandonar sus tierras ancestrales o elegir un diablo con el cual hacer un pacto: el oro o las guerrillas.