Morfema Press

Es lo que es

Asdrúbal Aguiar

Por Asdrúbal Aguiar

El título que precede es claro y sin medias tintas. Sigue la dictadura, lo que era previsible y cierra toda posibilidad de su salida en buenos términos. No existe otra opción, sino la misma, seguir avanzando hasta desalojarla. Pretendo, al decirlo, desnudar y con ello atajar a tiempo una realidad que nos es genética y envuelve a los venezolanos e históricamente nos ha mantenido atados al mito de Sísifo: “Como castigo, fue condenado a perder la vista y a empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recogerlo y empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así indefinidamente.”

Ernesto Mayz Vallenilla, filósofo de luces y mucho fuste, rector fallecido, al escribir sobre nuestro ser inacabado y en permanente elaboración como venezolanos afirmaba que nuestro ser es un permanente No ser. Yo le llamo complejo adánico, pues, tras cada tropiezo personal o político siempre regresamos para reiniciar desde cero nuestro camino. No alcanzamos a entender que cada piedra con la que tropezamos es desafío y enseñanza, a la vez que indicativa de que avanzamos sobre el sendero correcto, hasta el final. La vía libre y atropellada, voluntarista, de disparos desde la cintura, como lo muestra y demuestra la experiencia, conduce al abismo, lleva hasta los infiernos. 

Sentándonos a la vera, sedentarios, sólo observando y criticando a los caminantes, ni tropezamos con piedra alguna ni llegaremos a parte ninguna. Ulises, sabiendo de los tropiezos para su regreso al hogar, en Ítaca, pero dispuesto a encontrar a su mujer se hizo amarrar al mástil y tapar sus oídos para no ser distraído ni embrujado por el canto de las sirenas, durante su larga deriva. Y esto lo digo a propósito de los sucesos del 9 y 10 de enero pasados, aderezados con el cobarde atentado contra María Corina Machado –su victimario reincide como maltratador de mujeres– y dada la desangelada juramentación de Nicolás Maduro, autocoronado dictador en el restringido Salón Elíptico. Es un ánima sola este “ocupa” de Miraflores, rehén de los suyos. 

La juramentación constitucionalmente pendiente y aún no realizada por el verdadero presidente electo –lo de electo es condición constitucional que ya le otorgan las actas electorales, como documentos oficiales y auténticos, hasta que logre su “real” juramentación– parece que no les basta o agrada a algunos opinadores. Les atrapa, como lo creo, la cultura de lo inmediato y el fatalismo, tanto como la devoción por los mitos. Quieren un gobernante jurado y exprés, para que mande y nombre ministros así sean de utilería, para el teatro de lo ineficaz; acaso mostrando una banda y collar simulados e impuestos en el salón de un hotel, o en una embajada tomada en préstamo, con público eufórico a su alrededor y aplaudiendo, oportuno para los “selfies”.  

El caso es que González Urrutia es el primero, en 25 años, que tiene a mano unos cheques auténticos que valen casi 8 millones de votos. Son los que le confirman como el ganador indiscutible de las elecciones del 28 de julio, con más de 40 puntos de diferencia. Es el tope más alto conocido en la región, que mal puede rematarse en pública almoneda o jugarse sobre una mesa de casino. La inconstitucional banda que se ha endosado el sátrapa Maduro es producto de una legalización de la ilegalidad, una mentira, y media una jura que nadie le reconoce. Aun así, sin embargo, ejerce un poder fáctico nada ficticio. 

La Constitución está desmaterializada, sí, y habrá de ser restablecida sólo por quien la respete, y ella ordena que el presidente electo jure en territorio venezolano. Y lo hará Edmundo, si persiste y no le distraen aviesamente. Tendrá lugar ante los poderes reconstituidos una vez como quede derrotada y sea expulsada la dictadura. Sólo así preservará la sacralidad de su mando, que es veraz y le conservará en su seriedad como presidente electo ¿O acaso olvidamos que, por poseer tal cualidad, la de presidente electo, los presidentes de Argentina y de Estados Unidos, como el de Panamá, entre otros, le han dado su reconocimiento, luego de evaluarlo sus juristas y diplomáticos? 

Quiénes se empeñan en un juramento en vano y apresurado, ¿no saben que los gobiernos que han desconocido a Maduro se debaten, justamente, entre reconocer o no reconocer como tal presidente electo a González Urrutia, por el valor definitivo que tiene su título de depositario de la voluntad mayoritaria de los venezolanos? Unos le titulan así, expresamente, presidente electo. Otros, como República Dominicana, evitan comprometerse con dicho carácter oficial y constitucional llamándole ganador de las elecciones; pero en los hechos le han tratado como jefe de Estado, y se les agradece. He sido testigo, como acompañante de circunstancia y junto a los expresidentes del Grupo IDEA, invitados por los gobiernos de José Raúl Mulino y de Luis Abinader, del manejo cuidadoso que hizo de esos hilos de Ariadna el embajador González Urrutia, avezado diplomático, gobernante electo de Venezuela.

Entiendo que la cultura de lo virtual y del café instantáneo sea la propia de la cosmovisión dominante en los espacios en los que se practica el narcisismo digital. Pero el poder real es el real y más el de mando, no su simulación para autocomplacencias. Y acerca de esto, cabe subrayarlo, tenemos acabada y muy lamentada experiencia los venezolanos. Es una cuestión que importa y demasiado en las cancillerías de las potencias que pueden ayudarnos a alcanzar nuestra libertad.

¿Quién le toma el juramento, fuera de Venezuela, a González Urrutia? ¿El inexistente TSJ en el exilio que fue eliminado por el Estatuto para la Transición, que no existe, y que no lo reconocen nuestros aliados para el camino que nos falta por recorrer, Estados Unidos y Europa?

Mas allá del problema de ánimo colectivo sobrevenido y que se justifica, pasado el 10E – yo mismo deseo, fervientemente, que todo acabe en un tris para mi vuelta a la patria y a mis libros abandonados – y que se mueve, ciertamente, entre la derrota y el optimismo, la esperanza y la desconfianza, la voluntad y el abandono y que, enhorabuena, también nos hace resilientes a los venezolanos; pero lo cierto es que los observatorios imparciales de América y Europa, los de inteligencia – no los financiados por los sectores globales de interés y en pugna política o de intereses económicos – aprecian que la yunta María Corina y Edmundo González Urrutia le ha propinado otra derrota monumental al dictador. 

A pesar del Estado policial y la fuerte militarización de ciudades y fronteras que aún se mantiene, María Corina y las gentes salieron a la calle. Desafiaron a los represores, bajo todo riesgo, dentro de un campo de concentración como lo es Venezuela. ¿Fueron pocos o muchos los asistentes?, es irrelevante. Salieron, y pusieron sus carnes sobre el asador. No estamos en una jornada electoral para dividir agrados o desagrados de opinión. Lo esperable y razonable es que nadie hubiese salido. Y tampoco que lo hubiese hecho Machado, abandonando su cueva y exponiéndose al asesinato. Pongámonos, pues, en el sitio de esta líder y libertadora, y en el del presidente electo, cuyo yerno fue secuestrado, llevado a los sótanos de la policía política donde se encuentra.

El dictador, es lo relevante para las cancillerías del mundo, hizo ingentes esfuerzos para que los gobiernos americanos y europeos le acompañasen durante su “tercer” autojuramento inconstitucional. Mas la gira internacional de González Urrutia le dejó como la guayabera, con la camisa por fuera. El “carómetro” de los militares lo confirmaba. El miedo llegó hasta el Palacio Legislativo, en Caracas. Artillaron aviones, militarizaron fronteras. 

¿Qué esperábamos? ¿Que en arresto de civilidad Maduro se quitase la banda presidencial y la pusiese sobre los hombros del electo Edmundo? ¿Qué esperábamos? ¿Que dijese González Urrutia, desde antes, que había optado por el exilio en Madrid y que no seguiría en su esfuerzo por posesionarse, yendo a Caracas? Eso hubiese sido mentir, y la transparencia es lo ha caracterizado el éxito de esa jornada de liberación, paso a paso, que inauguraron las elecciones primarias en Venezuela. Allí quedó enterrada una forma perversa de hacer política. La finta la hubiesen celebrado, ni que dudarlo, quienes le dicen a González Urrutia que debió ingresar a como diese lugar, o al menos fingirlo. Las guerras e intervenciones reales – preguntémoselos a Israel o a Rusia – cuando son ciertas, ajenas a los fogonazos o el ruido de redes, jamás se anuncian. No se develan. Seamos serios. 

A quienes buscan sumarse como actores políticos en la circunstancia –no es mi caso– y para el proceso de desenlace venezolano en marcha, si es que puedo sugerírselos y me lo permiten, le animo a aprender de lo vivido para mejor dominar nuestras tendencias; sobre todo para ponerle fin a la saña cainita que tanto denunció en vida el presidente Rómulo Betancourt.

Los venezolanos perdimos la península de la Goajira que nos concedió Colombia tras nuestra separación a partir de 1830, por creer nuestros políticos de sillón y de oficio que los colombianos nos estaban timando; que algo ocultaba su generosidad. Y mientras el congreso colombiano aprobaba el Tratado Pombo-Michelena, el nuestro optó por rechazarlo. Descuidamos un valioso espacio territorial.

Años después, en 1844, debatiéndose la cuestión del Esequibo en Londres, nuestro gran negociador Alejo Fortique, olvidado y hasta desconocido por nuestros escribamos, logra con los ingleses partir de por mitad el respectivo territorio en reclamación, entre las bocas del Orinoco y el río Moroco. Conjuraba, con su fórmula, la pretensión británica de expandir su dominio hasta Amacuro. Antes de fallecer, en 1845, le escribe a Carlos Soublette y le dice tajante que, si no aceptamos, “temo que perdamos soga y cabra”. Y así fue.

Ha sido un milagro verdadero lo alcanzado por el pueblo al elegir a Edmundo González Urrutia como el presidente electo de Venezuela, tras el pedido de María Corina y en una saga de alcabalas, apoyada en una estrategia sin alteraciones que no cesa y todavía marca el derrotero para nuestra libertad. Salvo que se lo abandone. 

Se impidió el voto de los venezolanos en el extranjero. Se quisieron montar unas primarias hipotecadas y controladas por el régimen, para direccionarlas en contra de Machado. El régimen y la Unidad, como la comunidad internacional, sujetaron a Machado a los Acuerdos de Barbados, y esta los aceptó y cumplió. Electa candidata por  90% de los electores, su victoria fue desmontada por los violadores de los Acuerdos de Barbados, que la obligaron a acudir al TSJ y este la inhabilitó. Pero su plan por escalas y de mirada de largo aliento se sobrepuso y dejó de lado el aventurerismo. No cedió ni bajó la guardia ante el empeño de querer dejarla fuera de juego y es lo que hizo lugar a la candidatura de González Urrutia, cuya historia se conoce por partes. Llegado el 28J, tras las proclamaciones de Maduro, los narcisos y los adanes señalaban, como ahora y pasado el 10E que, que o es todo o es nada. Dicen que la historia llegó a su final, que otra etapa se inicia. Son los discípulos de Sísifo.

Sólo en el mundo del mal radical o absoluto se hace política con la vida y la muerte de los enjaulados y los desaparecidos. Eso no puede ni debe ocurrir en Venezuela. Calma y cordura, repetía el general Eleazar López Contreras en los momentos más agonales.

En Bolivia, en 1980, lo recuerdo nítidamente pues me tocó hacerle seguimiento desde mi oficina en la Cancillería venezolana, Hernán Siles Suazo fue electo presidente. Un golpe militar –previo un atentado frustrado contra su vida, que perdieron otros – impidió que asumiese. Se desconoció a la soberanía popular– la única que vale y da legitimidad de origen al poder en las democracias; esa que no otorgan servilletas de ocasión o sentencias por jueces que legalizan la ilegalidad – y le siguieron sucesivos golpes de Estado. Tras la caída de la dictadura, pasado un año, Siles Suazo asumió el poder, al lograrse la transición. La Historia magistra vitae est, dice Cicerón.

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Por Asdrúbal Aguiar

Se nos ha vuelto difícil, no imposible, revertir la tragedia que deja de ser drama al volverse casi insoluble, y que se ceba sin discriminar sobre los venezolanos. Y no es sólo que la satrapía criminal instalada a partir de 1999 – que frisa 25 años – ejerza su maldad absoluta libre de toda contención, nutriéndose de la misma, llevándola hasta el paroxismo. A su largo han mediado asesinatos de Estado, es verdad, que reposan en el olvido tras los nuevos que preceden a la práctica de las desapariciones forzadas, verdaderos crímenes de lesa humanidad.

Hoy es Edwin Santos, por su relación con María Corina Machado. Ayer lo fue Fernando Albán, por su vínculo con Primero Justicia, o el general Baduel, por el peligro de su liderazgo dentro del régimen al que sirvió. Mas al principio, ¿no lo recordamos? quedaron a la vera Antonio López Castillo y Juan Carlos Sánchez, tras el crimen contra Danilo Anderson; el periodista Orel Zambrano y el veterinario Francisco Larrazábal, por ser testigos contra Walid Makled, de cuyos dineros se benefician civiles y altos militares. Asimismo, el gobernador de Apure, Jesús Aguilarte, una vez como el presidente Uribe descubre con las manos en la masa a los operadores militares venezolanos del narcotráfico. Le siguió la embajadora Olga Fonseca. En mi libro El problema de Venezuela (1998-2016) sobran los datos de esa putrefacción institucional, a lo largo de un ominoso y desdoroso tramo de nuestra historia bicentenaria que no llega a su final.

¿Acaso, junto a los crímenes de trascendencia mundial que conoce la Corte de La Haya, adosados a la corrupción – se desviaron US $ 300.000 millones de dólares de la renta petrolera, según confesaba el ministro chavista Giordani en 2016 – pueden reputarse de injustas las sanciones adoptadas por la comunidad internacional? ¿Es irrelevante el pacto de la satrapía venezolana con el narcotráfico, que la transforma en operadora del negocio desde 1999? Lo denunció el comandante Urdaneta Hernández y lo ratificó ese mismo año Carlos Andrés Pérez: “Ha irritado a Bogotá” y “hay núcleos de oficiales institucionalistas en desacuerdo con lo que se está haciendo”.

Nada cambia, sin embargo, ciertamente. Y razón de fondo sigue siendo la misma.

Durante el referendo de 2004 que organiza María Corina Machado, apoyada por la Coordinadora Democrática y que logra su objetivo con absoluta excelencia, fueron los partidos “de oposición” – “cascarones vacíos” los llama el mismo Pérez – los que recularon ante la victoria. Se ocultaron, temerosos. Jimmy Carter les convenció de la derrota, tanto como Putin ahora dice que Maduro venció en los comicios del 28J. Y Lula da Silva no da su paso, para reconocer a Edmundo González Urrutia.

Los algoritmos trucados de 2004 se descubrieron tardíamente. Los analizaron las revistas científicas más importantes de Occidente. Y tras el revocatorio, los mismos de ahora le pidieron al país pasar la página, seguir adelante. Luis Vicente León se encargaba de convencer al empresariado – tras él las cabezas de los “cascarones” – de convivir con Chávez, con el mal absoluto, pues era inderrotable. Ha pocas horas repite la misma escena ante el cuerpo diplomático acreditado en Caracas.

La generación de 2007 demostró con el referendo de la reforma constitucional y antes de que los señalados “cascarones” corrompiesen a alguna de sus cabezas, que era un mito la fuerza de la revolución. Las élites políticas y empresariales “de oposición democrática” miraban de lado. Son los mismos que concurrieron para fortalecer y sacar del subterráneo la candidatura del comandante Chávez en 1998, enterrando la opción democrática de Henrique Salas Römer, un “radical”, como se dice ahora de Machado.

Mientras se violan a menores de edad, se practican encarcelamientos por miles y siguen los asesinatos para acelerar el terror en los mayores y en la totalidad de la población, el régimen ha pulverizado a la soberanía nacional. Le ha irrogado un golpe de Estado. Ha hecho cesar todo fingimiento, toda la falacia política que se construyera con el Foro de Sao Paulo a partir de 1989.

Desde en un teatro neroniano de traiciones y enconos, en lo adelante fuera del “sistema”, que cuenta con la fiel audiencia de la susodicha élite opositora franquiciada por la dictadura, y mientras el narcotráfico y el lavado de dineros de la corrupción siguen haciendo de las suyas, ambos se aprestan para repetir la historia.

De manos de la “cubana” embajadora europea en Caracas, un llamado Foro Cívico que es extensión intelectual de las iniciativas que emprendiera el rector de la UCAB y una parte de Fedecámaras para frenar en seco a Machado y horadar su victoria totalizante en las primarias, ahora viaja por Europa para pedir ayuda. Demanda que se le levanten las sanciones a Maduro; que olvidemos el 28 de julio y dejemos de lado a los “radicales” (más de 80% de los venezolanos) para que haya entendimiento, entre todos, léase, entre ellos. Para que los moderados – a quienes se les ofende llamándoseles “alacranes” – puedan rehacerse de sus curules y pulperías, sobreviviendo “hasta el final”, incluso sobre un camposanto.

A esa misión de lesa traición a los venezolanos – no a Machado y tampoco al desterrado Edmundo González Urrutia, víctima del mismo tándem – poco importa, por lo visto, lo que sabe el fiscal Karim Khan, ni las violaciones de jóvenes en Mérida por sicarios del terrorismo de Estado.

Acerca de situaciones como la de Venezuela, vuelta una prisión, decía Juan Pablo II que se trataba de un mal de proporciones gigantescas, un mal que ha usado las estructuras estatales mismas para llevar a cabo su funesto cometido, un mal erigido en sistema”. Francisco calla, entretanto. Y se preguntaba aquél Santo Pontífice sobre si ¿existe un límite contra el cual se estrella esa fuerza del mal? Sí, existe, respondió. Es la fuerza de la bondad, la concretada en el deseo de la vuelta a la patria que hace realidad el 28J y encarnan la radical Machado y don Edmundo.

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Al observar el comportamiento de los gobiernos democráticos de Brasil, Colombia y México, de cara al autogolpe electoral ocurrido en Venezuela, no nos dejan de sorprender. Con fingido ludibrio entierran sus haceres como socialistas del siglo XXI parteados por el Foro de Sao Paulo, se tamizan en el Grupo de Puebla, y se empeñan en lograr una suerte de sincretismo de laboratorio entre Nicolás Maduro Moros y Edmundo González Urrutia.

Celso Amorín, faltando a la verdad, deja correr que ambos candidatos no prueban haber ganado como lo dicen durante la justa presidencial del pasado 28 de julio. Omite que cada comprobante electoral, de los que posee copia auténtica la líder de las fuerzas democráticas María Corina Machado, es uno solo. No son dos que puedan compararse, para decidir cual vale y cual no. Y lo cierto es que las papeletas electorales, reunidas en casi 81,7% por quienes apoyaron a González Urrutia y que oculta el Poder Electoral con abierto desprecio por la ley y el principio de transparencia, prueban que este es el presidente electo de los venezolanos. Venció por un margen de más del 30% a Maduro Moros. Lo confirman la OEA y el Centro Carter.

Pero la cuestión del sincretismo significa homologar moralmente a las partes en sus pretensiones, también omitiéndose que el pueblo venezolano acudió a las urnas de forma masiva para vencer a la dictadura en su contumacia fraudulenta. ¿O acaso Petro, Lula y López Obrador no tienen claro este elemento de absoluta pertinencia? ¿O cabe recordarles lo elemental, con un texto a mano de la Corte Interamericana de Derechos Humanos? “La concentración del poder implica la tiranía y la opresión”, dice esta, casualmente en su fallo consultivo donde declara que es contraria a la democracia la reelección presidencial indefinida. Precisa que no es convencionalmente aceptable ni democrático el ejercicio del poder por un tiempo mayor a dos períodos constitucionales.

Maduro Moros, que llega al poder en 2013 tras la muerte de Hugo Chávez, como vicepresidente y encargado presidencial estaba impedido constitucionalmente de ser candidato. Lo habilitó el Tribunal Supremo que de nuevo intenta validar su reelección a perpetuidad. Para entonces, Henrique Capriles impugna ante este dicha elección por mediar una diferencia extraña de 1,5 puntos porcentuales otorgados a Maduro por el Poder Electoral en el año señalado. La respuesta de los jueces supremos de la tiranía fue palmaria: Si reclama se le persigue, penalmente. Es la historia que se repite.

¿En qué quedamos, pues? A Lula y Amorim –Éminence rouge– ¿nada les dice que el señor Elvis Amoroso, presidente del Poder Electoral que anunciara la victoria del tirano y luego le declara presidente electo sin haber realizado escrutinio alguno, es el mismo personaje que meses atrás, como contralor de la República, inhabilitó a Machado para ser candidata? Lo hizo sin rubor y sin que mediase expediente o juicio alguno en la materia.

¿No les resulta irrelevante que la propia Machado, instada por los garantes de los Acuerdos de Barbados – entre estos Estados Unidos – y a fin de que las elecciones presidenciales tan esperadas y obstaculizadas por el régimen fuesen posibles en Venezuela, al término cumpliese? Acudió ante los jueces supremos del horror exigiéndoles eliminar su inhabilitación forjada y fraudulenta, mientras que estos, otra vez sin expediente ni deliberación, bajo instrucciones de Maduro, le cerraron el paso a su candidatura.  Hoy conocen de la acción planteada por Maduro, para purificar con la legalización de la ilegalidad su larga tiranía.

¿Qué busca salvar Lula y su comandita? ¿La paz en Venezuela? ¿Habrá paz sin justicia ni verdad? ¿Es ejemplarizante para la región desconocer a la soberanía popular que se ha manifestado, para facilitarle el camino a Maduro ante la posibilidad de que se retire en sana paz? ¿Lo creen?

Hagamos historia otra vez. Maduro Moros fue el garante de los Acuerdos de Mayo, en 2003, mediados por la OEA y el Centro Carter a propósito del referéndum revocatorio al que fue sometido Hugo Chávez Frías. Pero ni este ni Maduro respetaron los acuerdos. Se burlaron, como lo ha hecho Maduro con los Acuerdos de Barbados.

El TSJ que dirime el destino “electoral” venezolano en 2024, evitó que Chávez fuese revocado, cambiando fraudulentamente la figura constitucional del referéndum –bastaba un solo voto más sobre la votación con la que fue elegido para hacerlo cesar– y al efecto declaró que se trataba de un plebiscito. Y el causante y padre del actual causahabiente siguió en el poder hasta su muerte. Luego, como Bolívar, al crear Bolivia, ordenó su sucesión desde La Habana como si se tratase de un monarca tutelado por el Derecho divino de los reyes.

¿Aceptarían los conciudadanos de Lula, López Obrador y Petro, que hiciesen algo parecido en sus países, impunemente?

A la democracia la salvan los votos, cuando son respetados. Así de simple. Y valga un post scriptum para desnudar a los provocadores de oficio, como el expresidente Samper, que gobernara a su nación financiado por el narcotráfico, ya que dice, para intrigar, que González Urrutia es el segundo tomo de Juan Guaidó.

Juan no fue presidente ni fue elegido como tal, sino que, como cabeza del parlamento, ante la ausencia de un presidente electo y la falta en Venezuela de unas elecciones libres, cumplió con el deber constitucional de cuidar el poder como encargado del Poder Ejecutivo. Y esas elecciones esperadas llegaron tras mucho traspié, son las del 28J y el pueblo soberano se impuso. Se dio un presidente electo que goza –según la Carta Democrática Interamericana– de legitimidad de origen. Se hizo, en su yunta con la madre doliente de las víctimas de la tiranía, María Corina, de un caudal de votos que en porcentaje no alcanzan ni Lula, ni Petro y tampoco López Obrador.

Pronto habrá elecciones en Brasil y también en Estados Unidos. Las memorias de sus pueblos están frescas. Siguen con atención lo que pasa en Venezuela.

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Que la idea de una transición tome cuerpo en el ánimo de los venezolanos es una excelente noticia. Coincide la presencia entre las gentes de una inédita simbología, María Corina Machado, y su empeño para asegurar la victoria electoral de Edmundo González Urrutia.

Puede decirse que se trata de la misma transición esperada, pero en distinto contexto, sucesivamente frustrada y que con verdadero sentido histórico debió anclar como tarea genuina en Venezuela a raíz del «quiebre epocal» ocurrido, no sólo entre nosotros sino en el conjunto de Occidente, en 1989. Entonces emergió una dinámica deconstructiva totalizante y deshumanizadora, que la miopía política mal comprendió. La confirman las tres décadas que finalizan con la pandemia del COVID-19, y que ha tocado a la experiencia vital en sus distintas latitudes y vertientes, la política, la económica, la social y la religiosa, sobre todo la cultural como piso compartido y en crisis epistemológica.

Así, mientras unos creían poder resolver la cuestión de conjunto con unas pocas fórmulas inequívocas, constantes en los Consensos de Washington, otros, causahabientes de marxismo, se ocupaban de predicar el desencanto democrático para reafirmar el poder del Estado como repartidor de derechos, como si se explicasen estos dentro de su realidad declinante y no como expresión de la dignidad de cada persona.

El diagnóstico de las causas y circunstancias que anegaran a la vida del país volviéndole un espacio de liquidez ética y culto al relativismo, de poco o nada servirá como insumo para la reconstrucción. Y la razón huelga, pues somos una nación pulverizada y una república desmaterializada e inexistente, sin respeto siquiera por las reglas elementales de la decencia y para una sana convivencia. Y de la nada o el vacío, nada surge.

El poder recrear y afirmar raíces sobre lo lugareño perdido y para que nos restablezcamos como nación o entidad común sobre un espacio común, acaso implicará tanto como mirarnos en el espejo de nuestro más lejano amanecer. Regresar al tiempo remoto del mestizaje progresivo que alcanzáramos sobre lo originario – que no es tal por ser nuestros aborígenes de estirpe asiática – tras las oleadas humanas que nos dieran talante, incluso inacabado como afirman los que mejor conocen las bases de nuestra sociología y nacionalidad, es un buen ejercicio.

A la otrora nación venezolana se le han desgajado unas 8.000.000 de almas que viven en diáspora y, las que hacia adentro restan hoy migran como víctimas, son lazos de pertenencia, son nómades desplegados por sobre una geografía cuyas fronteras las ocupan extraños: cubanos, iraníes, chinos, rusos, guerrilleros y exguerrilleros vecinos, piratas de toda laya practicantes de una criminalidad anómica y sin cabezas visibles. Es esta una primera escala por resolver, mientras vuelven como escala segunda los que se han sumado, por lo pronto, a

la ola migratoria global; de donde pueden verse y hasta sentirse extrañas ambas vertientes, al resentir, desde la intimidad, el síndrome del abandono.

Nuestra nación no pasará de la dictadura a la democracia, pues la nación es un imaginario y su despotismo es expresión de lo más primitivo. Se la ha desmembrado y sufre de un severo daño antropológico, imposible de reducir a frías estadísticas. Y es esta sólo una pincelada, para alertar a quienes de buena voluntad trazan esquemas sobre nuestra transición, para que seamos libres y se le ponga final al marasmo de nuestro bienestar perdido. Las miradas han precavidas ante los modelos o recetas prét-a-porter, válidas para modistos y cocineros, tanto como cuidadosas ante las transiciones hacia democracia sabidas y acontecidas, pero implementados dentro de marcos de opresión institucionales y de identidades no disueltas.

Algunos dirán que si cae el PIB todo se revertirá en un esquema de libertades, lo que, probablemente, es válido en la Argentina de Milei. Tanto como podrá argumentarse que fue bajo el Estado interventor y de bienestar, entre 1959 y 1989, incluida la década de la deconstrucción hasta 1999, cuando Venezuela se moderniza. Si en 1955 las universidades eran 5 (3 oficiales y 2 privadas), en 1998, cuenta el país con más de 200 centros de educación superior, sin agregar los núcleos de las universidades; siendo éstas 33 a lo largo del país. Y la expectativa de vida, que en 1943 fue de 46,4 años, en 1955 pasó a 51,4 años y, en 1998, a 72,8 años; nivel que se estanca para 2020 y sitúa en 71,1 años. Y si los estadios deportivos eran 5 para 1945, y 52 para 1955, en 1998 sumaron 4.919 las instalaciones deportivas del país. Y si tuvimos en 1955 19.927 km. de carreteras que nos integraban humanamente, la red vial nacional, para 1998, alcanzó a 95.529 km. Pero eso es historia y la de ahora es la nada, donde sobreviven el dolor y la orfandad de patria.

Cada venezolano, lo vemos en quienes sobreviven y en quienes han emigrado, enhorabuena se ha demostrado resiliente, de natural ingenio y espíritu innovador, reconocido en todo rincón a donde llega; pero el esfuerzo colectivo que hace a un país y forja a una nación falta y está siendo demeritado por los autoritarismos electivos en boga. Estos prometen redenciones en lo económico, sin mayores miramientos a la democracia y al Estado de Derecho. Y se olvida que se trata de constructos esencialmente humanos y que exigen, a la vez, bajar el tono de los enconos acumulados – lo decía Felipe González.

Somos un amasijo de voluntades dispersas, esperanzadas, apegadas a nuestras arepas que se expanden por el planeta, con instituciones de WhatsApp, construidas al detal mediando empatías o para conjugar enconos, contabilizar odios, y bloquear a quienes vemos como distintos, siendo venezolanos. Sin nación, lo reitero por enésima vez, la república seguirá siendo el casino de los agiotistas de la política, y una ubre para las golondrinas de la globalización. Tendremos éxito, sí, pero con una transición constante, que conjure al césar democrático y el mito de El Dorado.

Por Asdrúbal Aguiar

No me atrevería a afirmarlo, pues resultará hiperbólico para mis lectores. Mas presumo que las trágicas realidades que se engullen al mundo actual, aceleradas por la pandemia del covid 19 y la guerra de agresión contra Ucrania, encuentran algún anclaje en la Venezuela de inicios del presente siglo. Aquellas cierran un ciclo (1989-2019) y marcan un quiebre «epocal» para la Humanidad.

Cuando los rumbos se nos hacen amenazantes o inciertos, lo enseña Ulises y a fin de proseguir, la mirada hacia atrás se vuelve instintiva. Así que traigo a colación las razones que animaran a los gobiernos de Libia e Irak en 1998, reunidos por Fidel Castro, para comprometer su apoyo financiero al candidato presidencial Hugo Chávez Frías. Les venía como anillo al dedo contar como aliado a la industria petrolera venezolana para sus luchas contra Estados Unidos. Pdvsa, una de las más prestigiosas transnacionales del mundo, era parte de la seguridad energética de Occidente, tan icónica como lo fueran para el mundo capitalista las Torres Gemelas de Nueva York, derrumbadas en 2001.

No es casualidad que al concluir su presidencia Rómulo Betancourt, en 1964, después de haber enfrentado las invasiones armadas del comunismo sustentado por Rusia en el Caribe, haya dicho sobre lo “fácil que resulta explicar y comprender por qué Venezuela ha sido escogida como objetivo primordial por los gobernantes de La Habana para la experimentación de su política de crimen exportado. Venezuela es el principal proveedor del Occidente no comunista de la materia prima indispensable para los modernos países industrializados, en tiempos de paz y en tiempos de guerra: el petróleo”. Luego agregaría, con juicio visionario que “resulta así explicable cómo, dentro de sus esquemas de expansión latinoamericana, conceptuara Cuba que su primero y más preciado botín era Venezuela, para establecer aquí otra cabecera de puente comunista en el primer país exportador de petróleo del mundo”.

Diluidas tales referencias en el tiempo y llegado luego el instante en el que Chávez, después de superar la crisis de su frustrada renuncia del 11 de abril de 2002 ha de tropezarse con un referendo revocatorio de su mandato, que al término le desfavorecía – a pesar del apoyo que a su pedido le otorga el mismo Castro, serán los observadores estadounidenses quienes le salven, en 2004. La cuestión petrolera fue otra vez lo determinante. La voluntad legítima del pueblo venezolano expresada en esos comicios «destituyentes» se obvió, por subalterna para los gobiernos de las Américas y europeos.

Al término de ese año, el secretario general de la OEA y expresidente de Colombia, César Gaviria, quien en yunta con el presidente Jimmy Carter y su Centro de Atlanta facilitan los célebres Acuerdos de Mayo, se muestra preocupado por la deriva totalitaria del gobernante venezolano. Le recuerda a este que puede llevar a cabo su «revolución», mientras no burle los términos de la Carta Democrática Interamericana.

Chávez había puesto en marcha La Nueva Etapa, El Nuevo Mapa Estratégico de la Revolución Bolivariana. Sobre su contenido escribo desde las páginas del diario El Universal, sin ser escuchado. Se trataba de otra hipérbole para la opinión de circunstancia, la dominante. Presentó aquél, asociado otra vez con La Habana y el Brasil de Lula da Silva, cuyo emisario se suma al propósito de frustrar los resultados del referendo del 15 de agosto anterior, las líneas maestras de lo que era la aspiración globalista de los causahabientes del derrumbe soviético.

– “El acercamiento a España es algo vital para nuestra revolución, para nuestro gobierno y eso puede hacerse desde la más remota alcaldía de Venezuela”, precisa Chávez. El tiempo le dará la razón.

– “Los enfrentamientos entre los fuertes debemos aprovecharlos… para nuestra estrategia. La Unión Europea, vemos que esta se consolida y eso es muy importante para nosotros, para nuestra estrategia, porque eso debilita la posición de Estados Unidos”, agrega.

Y no se queda allí, en lo filatero, La Nueva Etapa. Muestra un esbozo de estrategia «logarítmica» por su empeño de trascender, que avanza desde antes. Es la aspiración del Foro de Sao Paulo y de su más reciente mascarón de proa, el Grupo de Puebla, como del Partido de la Izquierda Europea.

Todos a uno, a la sazón, encuentran el sólido apoyo de Naciones Unidas. Desde allí se construye la manida tesis del desencanto democrático (Informe Caputo, 2004) y la Agenda 2030 (ONU, 2015).

Pero no le basta el «negocio» al populismo autoritario emergente. Sabe que, para alcanzar el estado de ocio, lo diría Cicerón y lo entiende Chávez, lo primero es derribar los obstáculos «políticos» y culturales.

– “En las repúblicas exsoviéticas … queda una nutriente… Ahí quedó una semilla que ahora parece estar rebrotando”. “China tiene mucho dinero y quiere invertir en estos países. Vamos a invitar a esos capitales chinos. Estamos en el nuevo momento, ellos fortalecidos, nosotros fortalecidos, es el momento de ensamblar”, afirma Chávez con la perspicacia de un diablo iluminado.

Tales tiempos de lo venezolano se volvieron papeles con destino. Irrelevantes para una gran mayoría, pues el cerco de silencio al respecto, sumado a nuestra cultura de presente, lo impusieron tirios y troyanos, el régimen y la oposición partidaria.

Hoy reivindico, cuando menos, la frase que me deja entonces el nuncio apostólico, André Dupuy, con décadas de servicio en la diplomacia vaticana y luego de comentarle mi frustración ante la miopía colectiva: “El Norte los entregó, los dejó solos”.

Los Acuerdos Putin-Jinping sobre el Nuevo Orden Global, suscritos hace un mes, son el gran paraguas de las dictaduras del siglo XXI moldeadas hasta ayer. El «tour de force» en Ucrania es un bautizo de sangre, para dejar atrás al orden mundial que fenece, nacido en 1945: cada localidad de Occidente habrá de labrarse, sola, su libertad o elegir a su dictadura, democráticamente. Es la regla que emerge. Es lo que hace memorable la denuncia del presidente ucraniano: “Nos dejaron solos”.

correoaustral@gmail.com

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