Por José María Carrera en REL

A la hora de hablar del Nuevo Orden Mundial, organismos oficiales como Wikipedia se refieren al término como una «teoría de la conspiración» que afirma la «existencia de un plan diseñado con el fin de instaurar un gobierno único a nivel mundial».

Sin embargo, la realidad es que el término fue empleado por primera vez por George Bush al finalizar la Guerra  Fría en agosto de 1991. Con estas palabras, el exmandatario estadounidense se refirió hace tres décadas a su «proyecto» de «sistema internacional basado en los valores estadounidenses y en el que EE.UU desempeñaría el principal papel como consecuencia de sus intereses globales», según recoge el profesor de Relaciones Internacionales Rafael García Pérez.

A raíz de esta definición surgió el término «globalización«, con el cual se «proponía realizar una movilización general (mundial) para hacer frente a unos problemas que ya no era posible resolver a cada Estado por separado».

En este sentido, cobra especial relevancia la entrevista concedida por el prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Gerhard Ludwig Müller, al periodista de Kath.net Lothar C. Rilinger el pasado 13 de septiembre.

«Una forma de pensar diabólica»

Preguntado por cómo debe entenderse desde la fe el concepto y la realidad surgida de este «Nuevo Orden Mundial», el cardenal no ha dudado en referirse al «establecimiento» del mismo como consecuencia de «una forma de pensar diabólico-destructiva y no teológica».

Müller lo explica recurriendo al «pecado original», motivo por el que «la razón humana es susceptible de ser asaltada por impulsos egoístas como el deseo desordenado de poder, dinero o placer«, siendo el hombre por tanto «intelectual y moralmente falible».

«La experiencia histórica nos enseña que todo intento de dirigir el mundo a través del entendimiento y el poder humano ha terminado en catástrofe. Sólo si nos dejamos interpelar por la Palabra de Dios y ser iluminados y fortalecidos por el Espíritu Santo, conoceremos la verdad y elegiremos libremente el bien como fin de nuestras acciones», explica.

Y es que para Müller, este término implica, entre otros aspectos, «una economización total del hombre, en el que las autoproclamadas élites financieras y políticas se erigen como sujeto pensante y controlador y que supone la despersonalización de la masa, quedando la persona como una construcción sin hogar, corazón, mente, libre albedrío ni esperanza».

Según el cardenal, en este Nuevo Orden, «los seres humanos tienen más o menos `valor´ -económico- en función de su contribución al mantenimiento de este sistema de dominación y explotación y funcionan en el mismo».

Transhumanismo, género y muerte: «La pesadilla hecha realidad»

Tampoco pasaron desapercibidos para Müller el pujante transhumanismo y las declaraciones de uno de sus más firmes partidarios y fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, al afirmar que «los dispositivos externos de hoy serán casi con toda certeza implantables en nuestros cuerpos y cerebros. Unas tecnologías que podrán introducirse en nuestras mentes e influir en nuestro comportamiento«.

Cristo entregó su vida para que nosotros podamos vivir, mientras que los gobernantes de este mundo consuman la vida de sus súbditos para que poder vivir», expresó el Prefecto Emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Müller encuentra otro de los pilares del «Nuevo Orden» en «la cultura de la muerte«, que «sopla sobre el mundo entero con el delirio ideológico del derecho al aborto, el derecho a la automutilación (en el cambio de sexo) o la eutanasia, la supuesta muerte misericordiosa que asesina a los cansados de vivir, enfermos y ancianos con lo que se supone que es un acto de compasión».

Asimismo, el cardenal ha comparado este nuevo sistema a un «totalitarismo» que se rige «siempre por el odio a la vida, prefiriendo lo mecánico a lo vivo y sagrado».

Comenta que «el grupo de control decide quién debe vivir o morir«, algo que ejemplifica con el caso del presidente de los Estados Unidos, Joseph Biden, quien «afirma ser cristiano» a la vez que «aprueba los autobuses para realizar abortos y la incineración de los restos de los niños para eludir el fallo de la Corte Suprema».

Respecto a la fe, la tendencia es semejante «en un Occidente secularizado y oficialmente anticristiano» que «permite que el cristianismo sea, en el mejor de los casos, una religión civil». 

En último orden, este «sistema de dominiación» no se trata de una pesadilla que termina al despertar, sino que la pesadilla se ha vuelto realidad«.

Definiendo el Nuevo Orden Mundial: quién es y quién manda 

A lo largo de la entrevista, Müller destacó la importancia de diferenciar los elementos que posibilitan la globalización del globalismo. Estas pueden tener una connotación positiva, como pueden ser «las posibilidades de comunicación modernas, los medios de transporte que acortan las distancias o la tecnología que permite aumentar enormemente la producción de bienes de consumo y el nivel de vida de millones de personas«.

Por el contrario, al hablar del globalismo habría que añadir «la concentración del poder político, las finanzas y los medios de comunicación en las manos de unos pocos», lo que siempre «ha sido una calamidad para el resto de la humanidad».

También hace referencia a una nota importante sobre los «centros globales de poder» y es que sus «gobernantes absolutos necesitan a sus súbditos sometidos y temen a los ciudadanos libres como el diablo teme al agua bendita».

La diferencia esencial con el cristianismo, explica, «es que Cristo entregó su vida para que nosotros podamos vivir, mientras que los gobernantes de este mundo consuman la vida de sus súbditos para que poder vivir más y terminar en el infierno que han preparado para otros en la tierra».

Pero, ¿quiénes son los gobernantes de este mundo? ¿Tienen rostros visibles? El cardenal responde que no son pocos los que se autoproclaman como representantes de este orden «al que quieren hacer a su imagen y semejanza», como es el caso de «Bill Gates o George Soros«.

Los multimillonarios, a través de sus fundaciones y su influencia en organismos internacionales, hacen depender de ellos a los gobiernos nacionales, son recibidos como grandes estadistas y halagados por los gobernantes… pero un empresario exitoso, aunque se enriquezca sin objeciones morales, está lejos de ser un filósofo y mucho menos el Mesías«, explica.

Subraya que «solo Dios puede juzgar sus motivos, pero sus programas e iniciativas son accesibles a todos y podemos juzgarlos según sus resultados positivos o negativos. Y criminalizar la disidencia es un signo innegable de un régimen totalitario«.

La esperanza reside en una Iglesia firme… pero humilde 

El futuro, para el cardenal, no es halagüeño y valora que «el dominio sin límites morales de los ideólogos, políticos y economistas conducirá a la falta de libertad, a la opresión y el exterminio de los oponentes o de las personas inútiles para el sistema».

Antes de concluir, Müller sugiere que la influencia de este «Nuevo Orden» es patente en la Iglesia de su tierra natal, donde «el paisaje espiritual no solo está contaminado ideológicamente, sino que también gime bajo la incompetencia espiritual y moral».

«La decadencia de la Iglesia en Alemania y en Europa no es causada por la secularización, sino por la falta de fe, la debilidad de la esperanza y la frialdad de la caridad de los católicos bautizados y confirmados, que prefieren dejarse engañar por los cantos de sirena del mundo que escuchar la voz de su Buen Pastor y seguirlo», sentencia.

¿Queda esperanza? El cardenal apuesta porque esta reside en que la Iglesia y los cristianos lleven a término «su responsabilidad»: «Contribuir a la construcción de un mundo humano con nuestros conocimientos y experiencia sin actuar o dejarnos aclamar como sus salvadores y redentores».

«Solo el Hijo de Dios, que asumió nuestra humanidad, pudo cambiar el mundo para bien porque venció al pecado, a la muerte y al demonio y nos trajo el conocimiento y la salvación de Dios», concluyó.