Por Carlota Serna Paredes en Artículo 14

Tengo 27 años, y hace casi una década me vi obligada a migrar de Venezuela, como tantos otros venezolanos. Dejé atrás a mi familia, amigos y, lo más doloroso de todo: mis sueños. Nací en 1997, y como muchos de mi generación, no he conocido otra realidad que no sea el chavismo. Crecimos en un entorno marcado por la confrontación política, lo que nos llevó a desarrollar una profunda vocación de servicio, activismo y lucha por la libertad y la democracia en nuestro país.

Desde niña, no soñaba con ser profesora o doctora, sino con ser presidenta de Venezuela. Anhelaba una Venezuela libre, sin hambre ni pobreza.

María Corina Machado era mi referente, mi modelo a seguir. En ella veía todo lo que quería ser cuando “fuese grande”. Su coherencia entre lo que decía y hacía era una fuente constante de inspiración. Enfrentaba un país históricamente gobernado por hombres y un sistema que la veía como una figura ajena al pueblo por provenir de una familia acomodada.

Vivía en Caracas y estuve muy cerca del movimiento estudiantil, un grupo de jóvenes que protestaban por la libertad y los derechos de los estudiantes. Exigíamos acceso a la educación, libertad de expresión y una enseñanza libre. Con ese espíritu, comencé a construir mi sueño: participé en debates de modelo de Naciones Unidas, tomé cursos de liderazgo y comunicación y trabajé arduamente en lo que llamaba mi plan B, “con V de Venezuela”.

Mis recuerdos están teñidos de inseguridad, reflejo de un proceso de deterioro que se vive en Venezuela desde hace años. Este proceso comenzó con el secuestro de las instituciones, las expropiaciones (de las cuales mi familia fue víctima), las constantes violaciones de la libertad de expresión y el acaparamiento de los medios públicos… Ha sido un largo camino.

Por todos los conflictos por los cuales atravesaba Venezuela, decido empacar y migrar. El tiempo pasó, y mi sueño se fue desvaneciendo. La impotencia y el dolor de ver a mi país deteriorarse me hicieron perder la fe y la esperanza. Claudiqué a ese sueño que tenía de niña.

Curiosamente, María Corina nunca quiso entrar en política. Quería seguir los pasos de su padre, y por eso estudió ingeniería industrial y se especializó en finanzas. Sin embargo, una visita a una cárcel de niños en Caracas mientras estaba embarazada, cambió su vida para siempre. Esa experiencia la marcó, despertando en ella una vocación por servir a Venezuela y a su gente.

Creó la Fundación Atenea y comenzó a sensibilizarse con los problemas sociales del país. Luego fundó la organización Súmate, que logró convocar un referéndum revocatorio contra Hugo Chávez. Años más tarde, se postuló como diputada a la Asamblea Nacional, convirtiéndose en la diputada más votada. Siempre habló con claridad y se enfrentó a quienes destruían y dividían al país, lo que le ha traído muchos problemas.

Pero María Corina se mantuvo firme, confiando en la reconstrucción y reconciliación de todos los venezolanos. Nunca renunció a sus sueños. Pudo haber huido, como tantos de nosotros, o rendirse ante la represión constante, pero María Corina es pura vocación. Decidió quedarse y luchar, no por ambición política, sino por un profundo compromiso con Venezuela. Ese compromiso, ese trabajo incansable, coherencia y fe en la gente, es lo que nos ha unido. María Corina es una mujer que ha cargado sobre sus hombros el destino de un país.

En 2023, durante las primarias para elegir a quien se enfrentaría al gobierno en las urnas, casi tres millones de personas nos unimos para apoyarla. Sin embargo, el régimen, temeroso de su fuerza, la inhabilitó durante 15 años para postularse o ejercer cargos públicos. Nicolás Maduro la vio como una oponente demasiado fuerte y no le permitió ser nuestra candidata el pasado 28 de julio. La oposición, que nunca ha estado tan fuerte, ha encontrado en María Corina una líder inquebrantable. Es una de las pocas figuras que no se ha dejado comprar ni manipular, a pesar de los constantes chantajes, amenazas y la brutal represión que ha sufrido.

Una líder que siguió trabajando incansablemente, recorriendo de punta a punta el país, sacrificándolo todo, aún frente a la indiferencia y desesperanza de muchos, que como yo, no creíamos que esto pudiera suceder. Se necesita mucha humildad para poner los intereses del país por encima de los deseos personales y el trabajo duro de tantos años. María Corina dio un paso atrás y lo logró. Junto a Edmundo González Urrutia, lideró una campaña sin recursos, enfrentando la represión del gobierno y nadando contra corriente. No solo consiguieron una victoria aplastante, sino que lograron movilizar a los venezolanos dentro y fuera del país, haciéndonos sentir parte activa de este proceso y de la transición histórica que está en marcha.

Este sentido de pertenencia y responsabilidad ciudadana ha sido clave para que los venezolanos recuperemos nuestra voz, porque, aunque María Corina está al frente de esta batalla, sabe que nos necesita a todos para lograr el cambio.

Nos ha devuelto la esperanza. Han sido muchos años de persecución, atropellos y violaciones de derechos humanos, pero algo ha cambiado. En una entrevista reciente, afirmó: “Vamos a ganar porque vamos a defender cada decisión de cambio”. Y así sucedió: Venezuela tomó la decisión de cambiar.

La situación actual de Venezuela no es un conflicto entre izquierda y derecha, ni entre chavistas y opositores: es un país unido, secuestrado por un régimen. La lucha que enfrentamos trasciende la política; es una lucha espiritual por la democracia y la libertad de nuestro país.

La diferencia más clara que veo hoy es que antes existía una división evidente: chavismo contra oposición, pobres contra ricos, rojos contra azules. Ahora estamos unidos, somos una sola fuerza tricolor.

Esta esperanza es transversal, atraviesa desde el pueblo más remoto y humilde hasta las personas con más recursos. Todos quieren una nueva vida con prosperidad, oportunidades de trabajo, familias unidas y libertad. Hoy, mi profunda admiración y orgullo por ella sigue intacta, la misma de esa niña que soñaba con convertirse en presidente de Venezuela.

Infinitas gracias a María Corina, porque a pesar de que muchos renunciamos a nuestros sueños, ella nunca renunció al de devolvernos la Venezuela que todos soñamos.