Morfema Press

Es lo que es

Cayetana Álvarez de Toledo

Vengo con un mensaje de esperanza. Esperanza en la política frente al populismo. Esperanza en las ideas de libertad frente a la marea de izquierdas que inunda Iberoamérica. Y esperanza -sí- en Argentina. Me referiré a las tres cosas. Pero antes, un disclaimer.

Soy una mujer optimista. Es decir, un salmón. Una persona que nada contra la corriente. El optimismo no está de moda. Es raro que lo esté. Me lo explicó el intelectual Steven Pinker, una tarde lluviosa en Londres, sentados junto a un gran ventanal: los pesimistas gozan de un enorme prestigio. Son los presuntos informados. Los enterados. Los que se regodean en la acumulación de malas noticias mientras beben champagne en sus penthouses intelectuales.

¡La peor pandemia en un siglo! ¡La amenaza de una guerra nuclear! ¡El apocalipsis climático! ¡El tsunami autoritario en América! Ahora otra debacle bancaria… Es fácil ser pesimista. Sin embargo, lo confieso: no consigo desanimarme.

Primero, porque hay hechos objetivos para el optimismo y los hechos importan. Los éxitos de la heroica Ucrania. La revuelta de las mujeres en Irán, ellas sí feministas y no las que practican el victimismo y la venganza contra el hombre. Las marchas masivas en México contra la deriva autocrática de López Obrador. El propio plebiscito chileno, una rotunda impugnación de toda la chatarra ideológica que la izquierda ha puesto en circulación en los últimos años, empezando por el separatismo identitario (incompatible con la moderna nación de ciudadanos).

La razón resiste. La libertad persevera.

Además, el pesimismo no me gusta. Es la coartada de los cobardes. La excusa para no hacer nada. Y el mejor aliado del populismo. El apocalipsis es otra forma de utopía, que los populistas aprovechan para justificar la llegada de un mesías, un caudillo, un salvador.

El optimismo, en cambio –el optimismo racional– es combativo. El optimista se levanta del sofá y hace lo que debe hacer cualquiera con un mínimo conocimiento de la Historia y del impresionante progreso que la Humanidad ha experimentado en los últimos tres siglos: trabajar para que ese progreso continúe.

Asumir tu responsabilidad. Bajar a la arena. Intentar que cuando llegue la muerte, que llegará, alguien escriba en tu lápida con mano agradecida: “Hizo todo lo que pudo. Por él -o por ella- no quedó”. Ese es mi lema vital: “Que por mí no quede”. Y eso es también lo que quiero pedirles hoy: que por ustedes tampoco.

Tienen ustedes una influencia decisiva sobre el devenir de los acontecimientos. En Argentina. En Chile. En Brasil. En toda América Latina. Y, por tanto, en Occidente. Y con la influencia, como con la libertad, viene la responsabilidad.

Por ahí quiero empezar. Y hablaré con sinceridad.

A favor de la política

Si la izquierda ha vuelto con fuerza en toda Iberoamérica no es tanto por sus propios méritos. Ni políticos, ni económicos, ni desde luego morales. Es, en buena medida, por nuestros errores. Esto podrá molestar, pero tiene una lectura positiva: y es que de nosotros depende acertar. Y ganar elecciones. Y llegar al poder. Y hacer realidad la esperanza de una Iberoamérica fuerte, vibrante y democrática.

Nuestro objetivo –nuestra obligación– es construir alternativas políticas en toda la región. No basta con tener la razón. La razón necesita representación. Y eso son cuatro cosas: líderes, ideas, coraje y unión.

Empiezo por la política.

Lo he contado muchas veces. Cuando le expliqué a mi maestro John Elliott, uno de los grandes hispanistas de todos los tiempos, que iba a abandonar la delicada penumbra de las bibliotecas por la estridente redacción de un periódico, sacudió tristemente la cabeza. Le pareció una degradación. Cuando un tiempo después le dije que iba a dedicarme a la política, casi se desmaya. “Cayetana, has perdido la cabeza”, me dijo. Efectivamente: pronto me la cortarían.

Pocos oficios hay más devaluados y denostados que la política. Y sin embargo ninguno hay más importante. Los políticos son –somos- la primera élite de la sociedad. Porque nadie tiene más responsabilidad que nosotros. Nuestras decisiones afectan a todos los ámbitos de la vida de los ciudadanos. Desde lo más nimio, el trazado de una carretera. Hasta lo más drástico: la vida y la muerte, la respuesta a una pandemia, la guerra. De ahí la importancia -la crucial importancia- de que a la política se dediquen los más inteligentes, los más competentes, los más honestos, los mejores.

¿Ocurre? No, claro. En casi ningún país del mundo.

La política contemporánea se ha convertido en un estudio de televisión en el que proliferan los pendencieros, los payasos y los peleles. No citaré nombres. Todos sabemos quiénes son. ¿Cuántos presidentes y ministros, de los que hoy están en activo, pasarían el corte para trabajar en una empresa cualquiera? En España, mejor no lo digo. Lo mismo ocurre en los parlamentos. La institución que encarna la democracia, reducida a una mezcla de patio de colegio, circo de tres pistas y reality showLa política convertida en un espectáculo frívolo y degradante. Esto no puede ser la política. De hecho, no lo es.

El populismo no es una forma de hacer política. Es la antipolítica: su némesis y principal rival, porque se disfraza de política para destruirla desde su interior. Es el burro de Troya de la democracia: aúna ignorancia y mala intención.

En realidad, la antipolítica está al alcance de cualquiera. Basta plantarse en la plaza pública con un micrófono y enardecer a las masas. Tocar la fibra sentimental. Cabalgar la indignación. Pulsar las pasiones más bajas. Denunciar el infierno en la tierra. Prometer el asalto a los cielos. Insultar a la casta. Rifar tu sueldo. ¡Hasta yo podría hacerlo! La antipolítica es el atajo de los mediocres. Para movilizar con la razón hay que valer.

Qué infrecuente, pero qué maravilla, cuando de pronto surge un político capaz de hilvanar razones y argumentos. De forma adulta, seria, cuidando las palabras. Sin gritos ni trampas retóricas ni concesiones a la demagogia. Un discurso poderoso en forma y fondo. En el que brillan la belleza y la verdad.

En ese instante mágico, el debate se eleva. El parlamento queda envuelto en un silencio respetuoso y reverencial. La política recupera su sentido y su dignidad. Y, con ello, el aprecio de los ciudadanos.

Todos los populistas, de izquierda y derecha, coinciden en una cosa: creen que los ciudadanos son idiotas. Yo no. Yo creo que los votantes distinguen entre el político que busca vulgarmente su aplauso y aquel que procura ganarse su respeto. Creo que los ciudadanos agradecen que les traten como adultos. Además, queridos amigos, no hay alternativa. Y esto lo digo en sentido literal. La prueba es lo que ha pasado estos años en América Latina.

Elección tras elección, hemos obligado a nuestros compatriotas a elegir el mal menor. A votar con la nariz tapada. A escoger entre una izquierda necrófila –amante de ideas muertas y mil veces fracasadas– y la peor versión de una presunta alternativa de derechas. Biden o Trump. Boric o Kast. Petro o Hernández. Lula o Bolsonaro. El resultado está a la vista: el avance de la izquierda en toda la región.

La anti-política de derechas no es la alternativa a la anti-política de izquierdas. Es la garantía de que la izquierda siga en el poder. La alternativa somos nosotros. Pero, ojo, la mejor versión de nosotros. La que entiende que las ideas importan. Todo vacío se llena, también el vacío de ideas.

Hace falta coraje

Hoy vengo con un mensaje de esperanza en las ideas de la libertad. Y por tanto vengo a hacerles un emplazamiento. Quiero pedirles coraje.

En 1989 cayó derribado el Muro de Berlín. Tres años después, Fukuyama decretó el triunfo del orden liberal y el fin de la Historia. Y la derecha se acomodó en el sofá de la tecnocracia y se echó a dormir. Ni siquiera celebró su victoria. Al revés. Muy pronto empezó a dudar de sus logros y hasta de sí misma, permitiendo que la izquierda, en un insólito ejercicio de travestismo político, se reinventara ideológicamente e incluso se hiciera dueña de la Historia.

Hoy la izquierda define y domina el campo de juego político, con las identidades como nuevo tótem y causa, y una formidable capacidad de organización. El Foro de San Pablo, el Grupo de Puebla, Zapatero con Kirchner, Sánchez con Fernández: coordinados, articulados, financiados. Un consorcio contra la libertad.

Mientras tanto, la derecha -dividida, desorganizada y a la defensiva- se consuela con que de vez en cuando la dejen gobernar. Es lo que bauticé un día como el tablero inclinado de la política. La izquierda siempre está en la parte alta de la cancha, jugando con ventaja. La derecha, mientras tanto, bracea en la parte baja. Como Sísifo, intenta escalar la rampa, con la roca de su inferioridad moral a cuestas. A veces consigue el gobierno, pero nunca consigue el poder. Ocurrió en España y ocurre en casi todos los rincones de Occidente.

Nuestras derechas pretenden ganar las elecciones a pesar de sus ideas, en vez de gracias a ellas. Y acaban perdiendo la batalla cultural por pura incomparecencia. Nuestras derechas se empeñan en creer que los ciudadanos son máquinas materialistas, a las que sólo les importa el bolsillo. No es verdad. Los seres humanos tenemos ideas, ideales, aspiraciones. Somos animales morales.

Nuestras derechas insisten en distinguir las ideas de la gestión. Como si la gestión no fueran ideas encarnadas. Y como si las ideas de la libertad no fueran precisamente las que han sacado a millones de personas de la pobreza, aunando justicia, progreso y dignidad. Nuestras derechas creen que el centro es un punto geográfico definido por el adversario. El centro de la nada.

Nuestras derechas se dejan intimidar y hasta definir por la izquierda. Buscan desesperadamente que las llamen «moderadas», cuando la moderación se ha convertido en la medallita que la izquierda te coloca en la solapa cuando te portas bien. Es decir, cuando haces lo que a ella le conviene. Es uno de los misterios de la política occidental: la izquierda detesta a la derecha e intenta destruirla, mientras que la derecha admira a la izquierda e intenta parecerse a ella.

La solución, evidentemente, no es que odiemos a la izquierda de forma recíproca. Eso sería sucumbir al guerracivilismo. La solución es trabajar para nivelar el tablero. Rearmarnos ideológica y políticamente. Construir alternativas con perfil propio y capacidad de desafío. Es decir, con valor. La valentía siempre ha sido un requisito para hacer política. Incluso para vivir. Pero quizá hoy lo sea más que nunca.

Moralmente impune, agitando el victimismo de colectivos de presuntos agraviados a los que dice representar -mujeres, gays, indígenas, trans-, la izquierda contemporánea plantea una disyuntiva perversa: sumisión o conflicto. Si no te sometes, te lanza al paredón de Twitter: “¡Fascista. Machista. Racista. Indeseable!” Lo que sea. A veces incluso consigue echarte del tablero. A mí me pasó.

Y, sin embargo, lo digo siempre: entre el conflicto y la sumisión, yo elijo el conflicto.

Primero, porque, de tanto manosearlas, las etiquetas se han vuelto irrelevantes. Si hoy no te llaman facho no eres nadie. Hasta se lo dicen a dos santos progres, Sabina y Serrat.

Y segundo por un motivo más profundo, también aplicable a la vida. Se lo explico a mis hijas, de 11 y 13 años. El conflicto es parte inevitable de cualquier gran emprendimiento humano. La vida al baño maría no existe. Y mucho menos la política.

Defender la democracia, limpiar la corrupción, reconstruir tu país, salvar su tejido productivo: nada de esto puede hacerse sin un alto grado de resistencia. Sin conflicto y sin costo. Entiendo, por tanto, a quienes invocan el consenso. Es una palabra fácil y bonita. Consensual. Pero así como la grieta no es un proyecto de país, tampoco lo es la sutura. Si acaso, el consenso puede ser la consecuencia de un proyecto que, por bueno, acabe siendo compartido.

Voy más lejos. El consenso ni siquiera es un bien en sí mismo. Cuando alguien reclama consenso -y en España la izquierda cuando gobierna lo reclama día y noche-, hay que preguntarle: ¿consenso para qué? ¿Para preservar el status quo? ¿Para apuntalar la decadencia? ¿Para que, como en el Gatopardo de Lampedusa, cambiándolo todo, todo siga igual?

El principal problema de nuestros países no es tanto la falta de consenso como lo contrario: la existencia de un consenso tácito pero blindado en torno a un modelo único. En España ese consenso es, digamos, socialdemócrata. En la Argentina, digamos, peronista. Reivindicar el consenso se convierte así en una forma de resignación. Más que consenso, lo que unos y otros necesitamos es un cambio profundo, vigoroso y urgente.

Como el que Milton y Rose Friedman le recomendaron a Reagan ante su segundo mandato en La tiranía del status quo, un librito luminoso: “Presidente, tiene usted seis a nueve meses para hacer las grandes reformas que necesita el país. Después, las fuerzas de la resistencia se habrán reorganizado y ya no será posible”.

Hay una ciudadanía huérfana, deseando ser liderada. Hay una sociedad agotada, que sabe que no hay un punto medio entre la libertad y la servidumbre. Ni entre la corrupción y la honradez. Ni entre el ataque a la Justicia y su defensa. Ni entre la ley y la selva. Con ella es con quien hay que pactar. Y no cualquier cosa: un mandato de rescate económico y democrático.

Carpinchos, camalotes y choripanes

Con esto llego a la Argentina, que es también mi país. Me lo recordó un simpático nacionalista catalán, durante el golpe de Estado de 2017 en Barcelona. Al verme pasar, masculló: “Ahí va una argentina, hija de una puta y un español”. Así es el separatismo, xenofobia al cubo.

Pero sí, yo soy también argentina. Felizmente argentina. Mi infancia son recuerdos de esteros entrerrianos: carpinchos, camalotes y choripanes. Son los aguaribays y los membrillos de una vieja estancia de frontera. Son una travesía a caballo desde el corazón de Mendoza hasta Chile y vuelta, vadeando cerros de ceniza volcánica, bajo un cielo de cóndores. Y son, por supuesto, las callecitas de Buenos Aires, esta ciudad que adoro: el mural de La Bombonera pintado por Rómulo Macció, un segundo padre para mí. La luna rodando por Callao. Y lo más importante: la familia y los amigos.

Aquí crecí y aquí vuelvo ahora con un mensaje de esperanza. Sé que muchos, muchísimos, argentinos están emigrando a España. Los he visto llegar, cargados como aquellos inmigrantes que hace un siglo y medio hacían en barco el trayecto inverso: hijos, hermanos, mascotas, todo. Han tirado la toalla. Y lo comprendo.

Argentina lleva décadas instalada en el bucle de la decadencia. Como un ratón, gira y gira –yira, yira- en una noria: degradación institucional, corrupción, crisis económica, devastación social. El legado del kirchnerismo es un desierto de desesperanza. Y sus principales intérpretes, dos guiñoles de feria, de esos que se pegan uno al otro en la cabeza, ante la carcajada general. Aunque aquí, de risa, poco.

Ningún país del mundo exhibe una brecha tan profunda entre su potencial y su realidad. Argentina es una recurrente expectativa frustrada. Y cada vez más gente la da por perdida. Pero no lo está. Lo he dicho antes: el pesimismo es el mayor aliado del populismo. La resignación te lleva a aceptar lo inaceptable desde la falsa premisa de que no hay alternativa. Y Argentina la tiene.

Argentina no necesita más peronismo. Ni carnívoro con K ni vegetariano con las siglas que sean. Tampoco merece más antipolítica ni más histrionismo. Lo que necesita es una alternativa firme de libertad.

Argentina no es una anomalía irremediable. Es un país formidable al que sólo le falta un gobierno dispuesto a combatir la degradación populista. Un gobierno que diga la verdad. Que huya del tacticismo y resista la tentación de la demagogia. Que no vacile a la hora de acometer reformas imprescindibles: castigar la corrupción, premiar el mérito, cumplir y hacer cumplir la ley, esa revolución. Un gobierno que combata la paralizante mentalidad de subsidio. Que abandere un sacrificio útil para evitar más décadas de sufrimiento inútil. Que apele a la responsabilidad de los ciudadanos. Es decir, a su libertad. En suma, un gobierno con la valentía necesaria para tratar a los argentinos como adultos.

Este es el desafío que tienen ante ustedes. Y es emocionante. Tienen la oportunidad de demostrar que la política con mayúsculas existe y gana elecciones. Tienen la oportunidad de demostrar que las ideas de la libertad son hoy más válidas que nunca. Y, sobre todo, tienen la oportunidad de demostrarle al mundo que existe otra Argentina, alejada de tópicos humillantes. Como esa triste coletilla que empaña cualquier referencia al país: “Con lo rica que es, ¡fracasó!”

Tienen la oportunidad -y esto es clave- de hacer de la Argentina la vanguardia de un cambio de ciclo en toda Iberoamérica. Abran la veda. Lideren el camino. Sean audaces. Sean valientes. Elijan al mejor candidato o candidata. Antepongan el patriotismo a cualquier consideración personal. Derroten al kirchnerismo. Pongan fin a la grosería, la decadencia y el rencor. Transformen el país. Demuestren al mundo que hay una Argentina decente, democrática, vibrante y luminosa. Consigan que los exiliados vuelvan y los jóvenes prosperen. Hagan que la Selección de Messi sea un síntoma y no una excepción.

Este texto fue publicado originalmente por la revista Seúl

Vía EMOL

La diputada del PP español afirmó que «el 4 de septiembre debería fijarse en el calendario como una fecha histórica; el día en que la izquierda identitaria sufrió la mayor y más inesperada de sus derrotas contemporáneas y en el frente donde más le duele, el ideológico y cultural”.

La diputada del PP español, Cayetana Álvarez de Toledo, desembarcó en Chile en un viaje exprés que la llevó por distintos medios de comunicación y a un seminario del Grupo Security titulado «Reimpulsando Chile», en el que expuso su visión sobre el proceso constituyente, el resultado del Plebiscito, el gobierno del Presidente Gabriel Boric y el futuro de la derecha en el país.

En este seminario, la parlamentaria aseguró que vino desde España a dar «las gracias» y partió con un análisis sobre lo que ocurrió el 4 de septiembre.

«El pasado 4 de septiembre los chilenos disteis al mundo una de las lecciones morales y políticas más importantes y conmovedoras de las últimas décadas. Una lección de madurez colectiva, de racionalidad política y de patriotismo cívico. Una lección que sirve no sólo al resto de América Latina, sino también al conjunto de Occidente: de Montreal a México, de Buenos Aires a Barcelona. Lo raro es que algunos chilenos sigan en la inopia», aseguró en su discurso.

«Muchos chilenos —o al menos una parte de las élites políticas chilenas— no son del todo conscientes del significado histórico del 4 de septiembre. Desde luego no es consciente el presidente Boric. He seguido con interés sus reacciones. Decir —como explicación a la impresionante victoria del «Rechazo»— que «tú no puedes ir más rápido que tu pueblo» denota mala fe o una mente política extraviada. Desconectada de la realidad. Y definitivamente mal asesorada».

La diputada española afirmó que Boric «debería hacerle menos caso al español Pablo Iglesias. Es un hombre que fracasó como vicepresidente. Que no aguantó la presión ni la responsabilidad del cargo. Que prefiere el tuit, la tertulia y la arenga revolucionaria —en definitiva, el toreo de salón— a la tarea sobria, ardua y adulta del gobernante. Es natural. Para gestionar un país hay que tener un grado mínimo de madurez. No comportarse como un adolescente a perpetuidad. Y me temo que a estos dos amigos les falta ese hervor».

«No, los chilenos no son lentos ni van lento. El problema no es la madurez del pueblo, sino la de su presidente. El problema no fue el ritmo del proceso, sino el rumbo. Los chilenos quieren ir en una dirección distinta a la que marca la izquierda. Quieren ir a favor de la convivencia y de la democracia liberal. Hablemos de la convivencia y la democracia liberal».

Según Álvarez de Toledo, «durante unos meses convulsos, por momentos delirantes, Chile dejó de ser un modelo de reconciliación y racionalidad y se convirtió en un escaparate del sectarismo y la frivolidad. Durante unos meses, pareció posible, incluso probable, que Chile fuera a liquidar no sólo su Constitución —que, por cierto, señor Petro, no es la Constitución «de Pinochet», sino la que asumieron como propia y reformaron una sucesión de presidentes socialistas— sino algo todavía más valioso: la voluntad de seguir viviendo juntos en libertad e igualdad».

«Fue un paréntesis triste, que dejó imágenes para la historia del horror y del ridículo: desde el metro de Santiago reducido a cenizas hasta un ilustre miembro de la Convención disfrazado de dinosaurio y otro votando artículos desde la ducha».

«En España también hemos tenido que soportar escenas grotescas estos años: un golpe de Estado, Barcelona en llamas, una declaración de independencia que duró nueve segundos, un presidente autonómico fugado en el baúl de un coche… En fin», dijo.

«Ninguna democracia está libre de un brote adolescente. Lo importante es que sea breve y no deje secuelas. Pero para eso hay que comprender lo que ocurrió. Y señalar a los culpables».

De acuerdo con Álvarez de Toledo, «en Chile fue la izquierda la que, en un ejercicio inaudito de frivolidad y sectarismo, empujó al país hasta el borde mismo del precipicio. Agitó la violencia. Arremetió contra las instituciones. Sentenció la Constitución vigente. Y convirtió un mandato de reforma en una carta blanca para la ruptura».

La izquierda intentó imponer su visión radical y sesgada del mundo, no en un programa electoral, que lo aguanta todo. Ni siquiera en un programa de Gobierno, lo que habría sido lamentable pero legítimo y en todo caso hubiera tenido solución; para eso están las elecciones: para cambiar a los malos gobiernos. Intentó imponerla nada menos que en la Constitución. Y eso no es sólo un delito de lesa concordia. Es también una estupidez», aseveró.

«Una Constitución es lo más importante que tiene una comunidad política. Son las reglas del juego del país, que deben servir para todos y por mucho tiempo. Una Constitución, por lo tanto, nunca puede ser de parte. Ni mucho menos de un sinfín de partes contra el todo. Las Constituciones de parte nacen muertas. Condenadas. Tarde o temprano, acaban surgiendo nuevas mayorías que las tiran por la borda o las reforman, ahora a su imagen y semejanza. Bien lo sabemos los españoles, que nos pasamos el siglo XIX haciendo y deshaciendo constituciones, hasta la guerra civil».

Para la diputada, «al votar masivamente por el «Rechazo», los chilenos os habéis evitado ese destino. Y ese desgarro. Habéis rechazado el sectarismo y la frivolidad, y habéis defendido el Espíritu de concordia que toda Constitución requiere para ser legítima y duradera. Sentido común. Con el énfasis en lo común. Os felicito, de corazón».

El «fracaso» del Presidente Boric

«Pero el 4 de septiembre no sólo fracasó el sectarismo. También fracasó un determinado proyecto político. Diré más: el 4 de septiembre fue una auténtica moción de censura del pueblo chileno al proyecto ideológico de Gabriel Boric», remarcó. «La responsabilidad, de nuevo, es aquí enteramente del Presidente Boric. Fue él quien vinculó su Gobierno al éxito de la propuesta constitucional. Y fueron él y los suyos quienes, previamente, volcaron en esa propuesta todo su ideario. Su visión de Chile. Su visión del mundo. Ese ideario es un compendio de toda la chatarra ideológica que la izquierda reaccionaria ha puesto en circulación en los últimos años. Condescendencia con los violentos. Desprecio a la propiedad privada. Ataques a la libre elección. Separatismo identitario. Ecología mal entendida. Debilitamiento del Estado. Y hasta disolución de la nación».

En ese momento, la diputada hizo énfasis en el concepto de «plurinacionalidad», que de acuerdo con lo que afirmó «no era una simple concesión retórica a la diversidad étnica de los chilenos. Era una bomba de relojería contra la igualdad de los chilenos y la integridad territorial del país.

El señor Boric intentó hacer de Chile el laboratorio de un experimento inédito de deconstrucción identitaria de un Estado. Intentó introducir en Chile la semilla del separatismo que sufrimos en España, sólo que peor, porque quiso introducirla en las reglas de juego. Aquí también le asesoraron mal los adolescentes españoles».

«España no es un Estado plurinacional, sino una única nación que se organiza como un Estado Autonómico. Si hubiera sido un Estado plurinacional, habría sido más difícil frenar el golpe separatista de 2017 en Cataluña. Porque un Estado plurinacional es un Frankenstein de naciones y lo que caracteriza a las naciones es la soberanía. Es decir, el derecho de autodeterminación. Es decir, de secesión», dijo.

«El fracaso del señor Boric es, pues, el éxito de la nación chilena. Una nación cívica. El concepto más luminoso que la inteligencia humana ha alumbrado para organizar nuestra vida en común».

El valor de un ser humano «no depende de ninguna circunstancia identitaria»

«Los seres humanos venimos del fondo oscuro de la tribu. En nuestro cableado genético anidan el miedo al diferente y la búsqueda de protección y refugio en los que son idénticos a nosotros», planteó. «Pero la civilización fue precisamente un sometimiento de esos instintos identitarios primarios. Un viaje al encuentro de otras tribus y otros hombres. Un viaje movido por la necesidad, desde luego. Pero también por la curiosidad y el ansia de conocimiento».

Según dijo, «ese viaje alumbró una idea llena de fuerza y de decencia: la idea de que el valor de un ser humano, y sus derechos, no dependen de ninguna circunstancia identitaria —el sexo, la raza, la lengua, el acento o el lugar de procedencia—, sino que son suyos e inalienables de nacimiento». «Esa idea enterró el Antiguo Régimen y dio luz a la nación moderna. La nación no étnica, ni cultural, ni lingüística. La nación cívica. La nación de ciudadanos que invoca la Revolución francesa: libres, iguales y fraternos. La nación que se reconoce en la Constitución de Cádiz, cuando dice que España, reunión de los españoles de ambos hemisferios, «es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona».

«La nación que se define en el artículo 2 de la Constitución española de 1978, como «patria común e indivisible de todos los españoles. Las grandes naciones europeas que, tras matarse en dos Guerras Mundiales, rechazaron la perversa idea herderiana de que a toda cultura corresponde un Estado y se dieron la mano para crear una Unión económica, política y moral. La admirable nación que es —y seguirá siendo— Chile, a pesar de la izquierda», remarcó.

La izquierda y la «traición a la igualdad y a sí misma»

«Hay que reconocer que en esto la izquierda chilena ni siquiera es original. Simplemente imita lo peor de otras izquierdas europeas y americanas. La gran novedad política de los últimos treinta años es la traición de la izquierda a la igualdad y a sí misma», dijo.

Según la diputada, «la historia es conocida, aunque algunos intenten reescribirla. En 1989, cayó el Muro de Berlín y el mundo por fin comprobó que Raymond Aron y Alexander Solzhenitsyn tenían razón: el Comunismo sólo era hambre y miseria y violencia y represión. El liberalismo lo celebró —y lamentablemente se echó a dormir—, y la izquierda, en cambio, empezó a reinventarse».

«En un insólito ejercicio de travestismo político, prueba de su camaleónica capacidad de supervivencia, sustituyó la igualdad por la identidad como tótem y causa. Abrazó una nueva modalidad de colectivismo. En lugar de universalista, tribalista. Y bajo esta bandera empezó a recuperar terreno. Primero en las universidades. Luego en los medios de comunicación y en la cultura. Por fin en la política. Hasta dominar el tablero. El tablero inclinado: la izquierda siempre arriba, el liberalismo siempre abajo», señaló.

Continé leyendo la entrevista en EMOL

Vía Infobae

Ni bien ingresa al salón principal del Club español, impacta por su presencia. Bella, elegante y con un gesto inequívoco de autoridad. “Alberto Fernández es un pelele”, suelta ni bien se la consulta sobre la política argentina. No duda: “Es que creo que hay tomar partido sobre las cosas y ser bien claro en las condenas a los populismos como el peronismo y el kirchnerismo”.

Cayetana Alvarez de Toledo y Peralta Ramos es una de las estrellas del Partido Popular de España. Está de visita en Buenos Aires invitada por la Fundación Libertad de Rosario para presentar su libro “Políticamente indeseable”, en donde aborda el fenómeno político de estos tiempos. “Hay un nuevo eje en la discusión política. Los demócratas liberales y los populistas”, le dice a Infobae. “Hay los que han generado el progreso de los últimos 300 años y los que yo llamo progresistas ilustrados que son reaccionarios. La izquierda se ha reinventado luego de la caída del Muro de Berlín, ha involucionado dividiendo a las personas en cuestiones identitarias. La izquierda se ha vuelto puritana, dogmática, canceladora”, asegura.

De su madre argentina no solo ha heredado la ciudadanía sino que su acento porteño permanece intacto luego de haberse educado en uno de los colegios más selectos de zona norte. “Elegí ser española, pero uno puede ser varias cosas al mismo tiempo”, dice.

Cuando se la consulta sobre la política local es lapidaria: “El gobierno de Alberto Fernández es populista. La señora Kirchner es un extremo de ese populismo, que hace política desde el rencor. El peronismo lleva dominando desde hace década y el resultado es una crisis social tremendísma”, expresa.

¿Qué lugar tiene hoy nuestro país?, le consulta Infobae: “Argentina se ha convertido en un país marginal. Es un anomalía irremediable en decadencia crónica. Hay mucha gente que da por perdida a la Argentina. Y yo me resisto a creer que eso deba ser así”. Para graficar esa marginalidad, se escandaliza con las declaraciones de Santiago Cafiero que dijo que en Venezuela se violan los derechos humanos como en Colombia o Argentina. Álvarez de Toledo dispara: “Le preguntaría a Cafiero si es cierto que cree que en Argentina hay violaciones de los derechos humanos, si hay presos políticos y si torturan en las cárceles. Si es así habría que pedirle al canciller que se dedique a otra cosa”.

No duda en criticar al Papa Francisco: “El Papa Francisco es bastante populista. No soy partidaria lo que dice”. Y fustiga al feminismo de hoy: “El feminismo es una ola que promueve la discriminación y no la igualdad. Hay un agravante penal por ser varón”.

Se sonríe cuando se le pregunta sobre su título nobiliario. Álvarez de Toledo es marquesa por derecho hereditario de su padre y afirma: “Se utiliza eso como una forma despectiva para desacreditar mis opiniones. Es que no quieren discutir lo que digo, sino quien soy”.

Periodista, politóloga, exvocera del Partido Popular, legisladora por Cataluña, apuesta sin titubeos por Juntos por el Cambio como un modo posible de salir de la crisis económica y social. “Deben juntarse y dirimir las candidaturas”, propone.

Aquí, algunas de sus principales afirmaciones

“El pesimismo es el gran aliado del populismo”.

Me parece trágico para la Argentina que Cristina haya vuelto y que pretenda continua. No se explica estos gestos de autogolpe que hace queriendo ser gobierno y oposición al mismo tiempo”.

“Alberto Fernández es un pelele”.

“Hay un nuevo eje en la discusión política. Los demócratas liberales y los populistas”.

“Hay los que han generado el progreso de los últimos 300 años y los que yo llamo progresistas ilustrados que son reaccionarios”

“La izquierda se ha reinventado luego de la caída del muro de Berlin ha involucionado dividiendo a las personas en cuestiones identitarios”.

“La izquierda se ha vuelto puritana, dogmática, canceladora”.

“Hoy tenemos el ejemplo más brutal lo que está pasando en Ucrania. Ucrania quiere ser una democracia liberal y una potencia populista quiere avasallarla”.

“Venezuela es un ejemplo de populismo extremo de izquierda. En Venezuela hay una dictadura obscena. Es una narcodictadura”.

“A la izquierda le cuesta condenar a esa dictadura por lo que termina aliada a ella”.

“La célebre forma de la adversativa, el “ah, pero”, es una perversa forma de correr el eje de discusión”.

“El populismo es la antipolítica, es el impúdico culto al pueblo al pueblo con espurios fines democráticos”.

“El gobierno de Alberto Fernández es populista”.

“La señora Kirchner es un extremo de ese populismo que hace política desde el rencor”.

Vea la entrevista completa a continuación

Vía Libertad Digital

La diputada del PP ha sido el primer cargo público del partido que ha pedido explícitamente la dimisión de Pablo Casado.

Cayetana Álvarez de Toledo, cuyas malas relaciones con la actual dirección del PP son de sobra conocidas desde que fue desplazada del cargo de portavoz parlamentaria, ha sido el primer responsable público del partido que ha pedido explícitamente y en público la dimisión de Pablo Casado.

«Lo que hemos visto y vivido esta mañana probablemente sea la mayor crisis y, desde luego, la más absurda e inaudita en la historia del Partido Popular», ha dicho la diputada en un acto público en el que participaba y en referencia al estallido de la crisis en las últimas veinticuatro horas entre la dirección nacional del partido e Isabel Díaz Ayuso.

«Y sólo tiene un responsable», ha añadido, «y no es casualidad que todavía no haya comparecido, es otra muestra de esa desesperante debilidad».

Por esa razón ha explicado que se ve «obligada a hablar de la actualidad cuando me gustaría hablar de otras muchas cosas» en el acto en el que se encontraba. «Y me veo obligada a hacer algo incluso más difícil que es a pedir la dimisión de Pablo Casado como presidente del Partido Popular», ha dicho ante un auditorio que inmediatamente ha prorrumpido en aplausos.

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