Días para recordar a Charles Brever-Carías, una legenda venezolana viva, aunque no siempre exaltada y celebrada, a menos que se le incendie su biblioteca con 5.000 documentos originales o sucedan aberraciones como la depredación del Tepuy Kusari por unos vándalos que decidieron festejar un cumpleaños hollando su tierra sagrada.

Imagino a Charles sorprendido por las noticias, buscando más información sobre tan absurdos e inexpicables eventos, pero al final regresando al acopio de mapas, fotografías, documentos, ilustraciones y dibujos que debe reclasificar y reordenar para salvar los materiales recuperables del incendio.

Es un hombre de trabajo, un científico que concibe la vida como un llamado a la observación, al rastreo de donde fluye el mandato de lo que debe anotarse en los cuadernos, en las libretas, para ser amenizado, examinado e integrado a ese eterno interrogatorio que decidirá si es un hallazgo útil para el hombre y su vida.

Un artista, en definitiva, pero que no trabaja con las manos, con las palabras, con los pies, sino con esa mirada con la que reune la colección de objetos que ofrecen los tepuyes, las simas de la Gran Sabana y el quehacer de pueblos de existencia viejísima y especíalisma que sin Charles estuviera definitivamente perdida.

Hace aproximadamente dos años, un día de febrero del 2020, ví a Charles en el bautizo de un libro de su autoría, “Ye,Kwana: Simbología de la Cestería”, editado por “Juan Carlos Maldonado. Art Collección” y fue ocasión para que intercambiáramos ideas sobre sus planes de darle más salida editorial a tantos tesoros que había recogido en un sus 50 y tantos años de exploraciones, descubrimientos y definiciones de nuevos ejemplares de la flora y fauna de Venezuela.

Como siempre lo encontré lúcido en sus 80 y tantos años, amistoso, práctico, soñador, invitándome a que no nos perdiéramos los pasos, porque nos quedaba mucho por hacer. “Ahora” insistió “es que nos queda trabajo por hacer”.

Y esa misma noche volcado sobre las 475 páginas de “Ye,kwana. Símbolo de la Cestería”, fue cuando comprendí el sentido exacto de las palabras de Charles, pues estaba ahí expuesto e interpretado, a través de la cestería, la cosmovisión de estos antepasados y contemporáneos nuestros, Ye,kwana emparentados con la etnia Pemón, cuya cultura y humanidad han quedado reafirmadas en tantos sucesos de la vida contemporánea venezolana.

Cientos de pemones expulsados de sus tierras de Canaima por buscadores de oro, decenas muertos o heridos, otros fugitivos hacia Brasil, pero vivos y de pie en la que es la batalla más dura que han librado desde que los conquistadores quisieron expulsarlos de sus tierras y para siempre.

Pero la ganarán, la están ganando, cruzando la raya de la inmensa frontera venezolano-brasileña que es de ellos, por más que intrusos se la quiera convertir en tierra de hambrientos, fugitvos y muertos.

Aprovecharía para hablar de otro libro que en mi opinión es el fundamental en la ya copiosa bibliografía de Charles, escrito con la colaboración de Marek Audy, fotografías de Richard Bouda, Karen Brewer, Javier Mesa, Jaroslav Stankovic y Bronislav Smida, mapas de Darko Baksic, Robert Brewer, Alejandro Chumaceiro y Federico Mayoral, un in quarto con el nombre de “Entrañas del Mundo Perdidos”.

Sin que me quede duda, una de las obras fundamentales de la unión de papel, letras y fotografías realizada en Venezuela y en el mundo y para contarnos como el explorador y naturalista venezolano, Charles Brewer-Carías, anduvo por los mundos que anticiparon Julio Verne y Sir Arthur Conan Doyle y se encontró con sus habitantes, habló con ellos, descubrió sus habitat, remontó sus cimas y bajó a sus simas, se bañó en sus ríos y caminó por sus gredales, dejando escrito, graficado y autenticado el espacio más realista que conozco de las entrañas de Venezuela.

Un sesgo de nuestro aliento vital que puede desaparecer, que está a riesgo de regresar “al mundo perdido” en que lo percibió Conan Doyle, si el esfuerzo de Charles Brewer-Carías no lo rescata y comparte con los hombres y mujeres que deben ahora integrarlos a sus vivencias más íntimas y presentes.

Y es que, donde hay acciones no cónsonas con la biorrítmica, no hay pureza, refrescura, inocencia, vida que salga de las entrañas de la tierra, y sea aire y viento para que la tierra respirr y sea el planeta más privilegiado de todo el Universo.

Ya lo vivieron los venezolanos, colombianos y brasileños que habitaron las novelas de José Eustacio Rivera, Rómulo Gallegos y Samuel Darío Maldonado, asfixiados por buscadores de sarrapia, balatá y oro y ahora propiciadores de una actividad turística cuyos clientes en los días y las noches no verán el sol, la luna y las estrellas sino el humo de seres humanos alienados y desgarrados.

Vivimos una crisis que cimbra al planeta de punta a punta y de costado a costado, y América y Venezuela no escapan de la misma, pero es responsabilidad de los entrepeneurs que han trabajado por que el país no fuera más un conglomerado que sabía poco de sus origenes y mucho menos de la naturaleza del territorio de habitaba, insistan en no rendirse y continúen su trabajo como el primer día.

Entre tantos, yo inscribo a Charles Brewer-Carías, el naturalista que hace lo imposible por rescatar los huellas que le dejó el incendio de su biblioteca porque dice que las lleva en la cabeza, en la mente, y lo que se lleva en la cabeza, en la mente, no se pierde.

También está pensando en nuevas expediciones, sin duda que para revisitar el Sarisariñama, el Macizo de Chimantá y Santa María de Erebato, el pueblo donde el misionero Daniel de Barandiarán lo llevó en 1963 a conocer a los Ye,kwana.

1963-2022. 59 años. Y todas las entrañas de un mundo por descubrir