Por Víctor Salmerón en Gerentesis
La subestimación de la capacidad de la oposición para persistir en la ruta electoral y la sobreestimación de las habilidades de Maduro para aumentar su apoyo en la campaña, han creado un escenario donde no es descartable el inicio de una transición.
Contra todo pronóstico, a menos de un mes para las elecciones del próximo 28 de julio, es visible una grieta en el muro construido para asegurar la continuidad de Nicolás Maduro en el Palacio de Miraflores.
María Corina Machado, la principal líder de la oposición, no puede competir por estar inhabilitada pero su activa participación en la campaña electoral ha impulsado la imagen de Edmundo González, un exdiplomático de 74 años que se ha convertido en la primera opción de cambio.
Los sondeos de las encuestadoras más confiables le otorgan a Edmundo González una ventaja importante sobre Maduro. Barclays Capital destaca en un informe fechado el 20 de junio que la brecha se ubica entre veinte y treinta puntos.
Es la primera vez que las encuestas colocan al candidato de la oposición en ventaja semanas antes de una elección en la que está en juego la presidencia de Venezuela.
Nada presagiaba este escenario, al contario, a comienzos de año se esperaba que el gobierno desmovilizara y fragmentara el voto opositor como en las elecciones parlamentarias de 2020 y de gobernaciones en 2021.
Junto a la inhabilitación de María Corina Machado el gobierno facilitó la inscripción de distintos candidatos para dispersar el voto en contra y además cuenta con la censura de los medios de comunicación, una discrecionalidad total en el uso del gasto público y el control del Consejo Nacional Electoral.
No obstante, lo que parecía un trámite de bajo riesgo para buscar legitimidad y lograr una reelección cómoda hasta 2031, se ha tornado en el mayor reto electoral para el chavismo desde que tomara las riendas del país en 1999.
La subestimación de la capacidad de la oposición para persistir en la ruta electoral y la sobreestimación de las habilidades de Maduro para aumentar su apoyo en la campaña, han moldeado un escenario donde no es descartable que el resultado sorprenda al grupo instalado en el poder.
El análisis de Barclays destaca que el gobierno podría estar cometiendo errores de cálculo o enfrentando limitaciones internas que le han impedido interrumpir totalmente el proceso y al final, podría verse obligado a negociar una transición.
Washington en el juego
La posibilidad de que Edmundo González sea inhabilitado o que la elección se suspenda han sido temores constantes para la oposición, pero por el poco tiempo que resta para la elección el gobierno parece haber desechado estas opciones.
Esta semana se reanudó el diálogo con Estados Unidos y aunque no ha habido un anuncio formal, es de esperar que Washington busque asegurarse de que se efectúe la elección, mientras que muy probablemente Maduro exija que su triunfo sea reconocido si resulta vencedor.
Tras la muerte de Hugo Chávez en 2013 Nicolás Maduro obtuvo una cerrada victoria y en 2018 se reeligió mediante elecciones cuestionadas por la Unión Europea, gobiernos de América Latina y Estados Unidos, que además aplicó sanciones.
Los obstáculos
Si bien las encuestas dibujan un escenario comprometido, el gobierno está tomando medidas para aumentar sus opciones.
En primer lugar, colocó obstáculos y redujo el número de venezolanos en el exterior que podrán votar al punto que de un estimado de cuatro millones se calcula que solo votarán 69 mil.
Además creó centros de una sola mesa para complicarle a la oposición la posibilidad de tener suficientes testigos, incluso aprobó una nueva norma que obliga a que los testigos voten en el mismo centro en que ejercerán sus funciones.
Una porción importante de los centros de una sola mesa están ubicados en instalaciones controladas por el chavismo como las bases de misiones socialistas, lo que aumenta el riesgo de presión o coacción a grupos de electores.
El informe de Barclays reconoce que estos obstáculos impuestos por el gobierno podrían añadir incertidumbre, pero considera que teniendo en cuenta la magnitud de la diferencia que muestran las encuestas, no parecen suficientes para garantizar que el gobierno permanezca en el poder.
La consultora Dinámica escribe en un reporte del pasado 27 de junio que “el escenario de continuismo ha desaparecido” y agrega que “con la inercia que se ha generado, no hay campaña que revierta este resultado, sólo quedan disponibles mecanismos que lesionarían aún más la precaria legitimidad interna y externa del actual mandatario”.
No obstante, sería iluso pensar que el gobierno está entregado. Para la oposición es un reto enorme contar con una maquinaria aceitada capaz de garantizar la movilización de los electores y la defensa del voto, dos elementos imprescindibles para abrir la puerta del cambio.
Esperando el gasto
A diferencia de otras campañas, en esta oportunidad el chavismo no cuenta con un gasto que fluye a borbotones. La inyección de dinero es discreta y luce como un largo acto de nostalgia populista.
Tras años de terrorífica devaluación hay poca confianza en la moneda y el suministro de dinero rápidamente se transforma en una masa de bolívares que aumenta la demanda de dólares, presiona la estabilidad del tipo de cambio e impulsa los precios.
Para evitar este descontrol el gobierno ha recortado el desembolso focalizando el gasto en ancianos, mujeres, jóvenes, evangélicos y cristianos mediante bonos, créditos y reparación de templos, pero en montos que en nada se parecen a las dosis del pasado.
A mediados de junio la consultora Síntesis Financiera afirmaba que “nos sorprende la contención del gasto público a un mes de las elecciones presidenciales”, aunque para julio espera una mayor ejecución.
Sus cálculos contemplan un gasto equivalente a 1.900 millones de dólares que se traduciría en un alza de 20% “tras tres meses de incrementos que podrían considerarse modestos a la luz del contexto electoral”.
Mas que el gasto el objetivo principal ha sido dosificar los bolívares para estabilizar el dólar y desacelerar la inflación que en los primeros cinco meses de este año acumula un salto de 7,8%, la variación más baja para este período desde 2012.
Atrás queda el tiempo de las campañas chavistas en las que un ciclón de dinero ayudaba a aumentar el consumo y a potenciar la popularidad del candidato, el desequilibrio de la moneda y la debilitada caja del Estado obligan a colocar el acento en la macroeconomía.
Economía bonsái
Para Maduro no es fácil convencer a la mayoría de los venezolanos de que él representa el futuro y no una promesa desgastada por la interminable crisis que estalló en 2014.
Tras el colapso de los controles, la larga recesión que redujo el tamaño de la economía a la cuarta parte, la hiperinflación y el impacto de las sanciones, Maduro permitió la libre circulación del dólar y aplicó un severo ajuste que ha traído una estabilización en el fondo con pocos ganadores y muchos excluidos.
En la economía bonsái del madurismo el dólar se utiliza en buena parte de las transacciones, no hay controles, el poco crecimiento está focalizado en sectores relacionados a productos básicos, la productividad es mínima y los salarios exiguos.
Las proyecciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Cepal es que la economía crezca este año en torno a 4%, algo que tras las caídas del pasado está muy lejos de una recuperación vigorosa.
El día después
Transcurridas las elecciones todo apunta a que el anclaje del tipo de cambio, que ha permanecido estático durante seis meses, dará paso a una devaluación. El dólar es hoy el artículo más barato en Venezuela y el tanque de divisas para satisfacer la demanda no tiene mayor profundidad.
El último informe de LatinFocus indica que las proyecciones de 18 bancos y consultoras contemplan, en promedio, que el tipo de cambio que actualmente es de 36,5 bolívares por dólar culmine el año en 70 bolívares.
En el terreno político, de haber un triunfo de la oposición que es recocido y da paso a una transición el escenario no es sencillo. El nuevo gobierno comenzaría su gestión en enero del próximo año y el chavismo continuaría con una cuota elevada de poder.
Dinámica adelanta que comenzaría una compleja negociación “donde a cambio de incorporar la alternancia en el poder ejecutivo nacional como una nueva característica del modelo, la estructura de poder político remanente continuaría bajo el control revolucionario”.
“Poder Legislativo, Fiscalía, Procuraduría, Consejo Nacional Electoral, Banco Central de Venezuela, 19 gobernaciones, 301 alcandías bajo el control del chavismo, lucen rodilla en tierra, preparándose para defender sus espacios y construir una negociación que les ofrezca las garantías típicas de todo proceso de transición”, agrega.