Por Orlando Avendaño en El American
“A cambio de plata se entrega el país culturalmente, que es mucho peor que destruir un sector económico”, afirmó el excanciller
Estuvimos conversando largamente sobre los retos que hoy enfrenta Brasil. Ernesto Araújo, diplomático y ex canciller de Jair Bolsonaro (desde enero del 2019 hasta que renunció, en marzo del 2021), ha asumido una postura bastante crítica ante el Gobierno de su antiguo jefe.
A poco más de un año de las elecciones generales de Brasil, el horizonte no luce favorable. El expresidente socialista Luiz Inácio Lula da Silva, imputado por corrupción en 2017 y luego liberado, se alza como la opción favorita para volver y tomar el Palacio de Planalto.
El regreso de Lula al poder traería consigo el regreso del aparato del Foro de Sao Paulo, esa organización criminal de extrema izquierda creada en los noventas por Fidel Castro y financiada en gran parte por la tiranía de Maduro. En el Foro de Sao Paulo se agrupa toda la izquierda chavista y castrista de la región y impulsa movimientos a lo largo del mundo.
Araújo, en nuestra conversación, se mostró preocupado por el futuro de Brasil. Le inquieta el crecimiento de Lula y el decaimiento de Bolsonaro, a quien critica fuertemente por supuestamente ser tan dócil ante el avance de la extrema izquierda en la región y por sus relaciones económicas y diplomáticas con Rusia y China.
“Yo salí de Itamaraty”, me dijo Ernesto Araújo, “y el presidente Bolsonaro dejó que volviera esa negligencia. Y parte de eso es la inacción ante el Foro de Sao Paulo”.
En uno de los momentos clave de su conferencia, usted insiste en China como principal adversario o amenaza para Occidente. ¿Por qué?
Porque creo que China tiene un objetivo de hegemonía mundial, por dos razones: una histórica —es claro, China debe de considerarse un imperio superior, como otros imperios se consideran; pero no solo China, hoy estamos viendo esa tendencia. Y por la característica de cualquier régimen derivado del marxismo, que siempre es internacional (no hay marxismo nacional), y siempre parece creer que solo se levantará un comunismo a nivel global.
Si no hay una liberación (como dicen ellos; para nosotros es una esclavitud, pero para ellos es una emancipación); si no hay eso en toda la tierra, en toda la humanidad, no está hecho el proyecto. Estoy convencido del carácter marxista, maoísta del actual régimen chino. La idea de que se han alejado, de que solo hay una relación simbólica con el maoísmo, creo que es completamente equivocada. Creo que todo lo que están haciendo es una recurrencia de las visiones de Mao Tse Tung, de la visión que empieza quizás en el 72 con la visita de Nixon a Pekín, donde Mao muestra que es mucho más inteligente que los soviéticos y que la sobrevivencia del comunismo está en acercarse a Estados Unidos, acercarse al Occidente capitalista. Eso es lo que pasa en el 72 y todo lo que vemos en China desde entonces es una recurrencia de eso.
La apertura de Deng Xiaoping, después los años 90, cuando por un momento parecía que podían retroceder pero que no, que siguen, y luego la penetración cada vez más grande de China en Occidente a través de los intereses económicos… Creo que China y quizás Mao ya lo sabían: ¿cómo vas a penetrar en la sociedad occidental? Por el lado del materialismo. Eso es lo que pasa en la sociedad occidental posmoderna, que es una sociedad que se vale del materialismo. Si fuera una sociedad todavía con valores más profundos, no estaría pasando lo que está pasando, pero un Occidente que solamente piensa en dinero es un Occidente que se abre a China, porque China viene con las inversiones, con la chequera.
¿A cambio de qué?
De dinero. ¿Qué es lo que un occidental dice? Bueno, acá viene un chino, quiere hacer negocios. Los negocios que puedo hacer con él son mucho más interesantes de los que puedo hacer entre las democracias occidentales. ¿Por qué no lo voy a hacer, porque es comunista? ¡No, eso no importa! Hazte de cuenta que no existe el comunismo y haz negocios con China.
China ha penetrado a Occidente por esa vía del materialismo. El materialismo es, me parece, la puerta vulnerable de Occidente al mundo. En Brasil es muy claro que es así. China penetra en cada país por las debilidades de ese país y poco a poco va conquistando la simpatía de las élites de cada país, creando constituencies en los países que, por el interés económico, se atan cada vez más a China. Lo que pasa en Brasil es: al ser el agro el principal sector de la economía brasileña, China lo tiene controlado. Dependiendo del producto, varía entre el 40, 50 o 60 %, pero ya en un volumen que le permite controlar todo.
Le dices: bueno, ¿usted cómo ve el mundo? ¿Es conservador? Sí, soy conservador, te responden. ¿Religioso? Sí, soy muy católico, soy muy cristiano. Te dicen que están en contra del aborto, que apoyan la familia, por la educación tradicional… Muy bien, les digo, pero para defender esos valores tienes que perder exportación de soja a China… “¡No, eso no, eso sería ilógico!”…
Entonces, ingresaron por la vía del dinero, que es como se penetra en el caso de Brasil.
Es que China podría ser un aliado comercial y ya, pero no es el caso, ¿no? China es mucho más que un aliado comercial, y es peligroso. ¿Por qué?
Es una ilusión que la gente todavía vende y se compra en Brasil de que China puede ser un aliado comercial y ya. ¿Por qué no puede ser así? Porque China usa el comercio como un instrumento de hegemonía global. La idea más perniciosa que existe hoy es que China solo quiere hacer negocios. No. China quiere dominar el mundo a través de los negocios. Eso es lo que es. Entonces, ahí está el peligro. Porque es una relación muy difícil de mantener en el ámbito de negocios.
¿Qué intenté hacer cuando estaba como canciller? Esa cuadratura que es difícil, pero que se puede hacer: restringir la relación con China a lo comercial. Dejar de hacerla una relación estratégica, porque cuando quieres una relación estratégica para que eso tenga un sentido es porque compartes valores. ¿Qué es lo que decía el presidente Bolsonaro desde la campaña? “Queremos que China compre productos de Brasil”. Y esa era la línea que me dio el presidente, no la inventé yo. Me la dio Bolsonaro y con la que estaba completamente de acuerdo.
Yo veo al presidente como un arquitecto que hace un dibujo con pocas líneas del edificio. El ministro, en mi caso el canciller, es el ingeniero, él no hace el diseño, él dice: bueno, ¿cómo voy a meter piedras en eso y transformarlo? Fue lo que intenté hacer, y es un trabajo complejo, pero para eso estamos, para hacer cosas difíciles.
Estamos en un trabajo que sería largo, pero que, con cuatro años, sobre todo con ocho años con una perspectiva de reelección, sí que conseguiríamos los objetivos. Y era un detalle muy interesante porque la gente decía que yo perjudicaba los intereses económicos de Brasil en relación con China, pues durante el periodo que estuve ahí, el comercio y las exportaciones a clientes chinos aumentaron.
Y eso se ajustaba a ese propósito de que China compre productos de Brasil…
Exactamente. Entonces la idea de que tienes que llegar y sumarte a todo lo que China quiere para poder venderles es completamente errada, completamente equivocada. Nosotros probamos eso. Íbamos paso a paso, no queríamos crear hostilidad con China, pero hablando con franqueza, estábamos llegando a eso. Teníamos buena relación con el ministro de Interior chino. Me dijo: “No, usted se encontró el año diez veces con Mike Pompeo, secretario de Estado de Estados Unidos, y dos o tres veces con el de China”. Es que realmente nos sentimos mucho más cercanos de Estados Unidos.
¿Dónde está escrito que debemos tener un equilibrio? No. El equilibrio no puede ser una fuerza abstracta. Si tenemos valores, no es una cuestión ideológica. Si tus valores y tus intereses económicos también te acercan más a un actor determinado, es lo que tienes que explorar. Esa idea abstracta, formalista de un equilibrio, es como la gente ve las cosas ahora. Pero con eso vamos logrando esa recomposición y la gente tiene también esa visión de que Brasil no es nada, que no tiene una identidad, que es solamente como si fuera una empresa. Brasil es una nación.
Me decías que los brasileños ven una cuestión de identidad…
Como tal, los brasileños en la calle, pero el establishment que maneja las cosas, el de política exterior, con el cual me enfrenté mucho, no ve que el país tenga una identidad. Entonces es como si fuera a elegir dos socios de negocios, como si fuera una empresa, equivalentes. “Al que me paga en mejor precio si estoy vendiendo o el que me vende por mejor precio si estoy comprando es al que voy a elegir”. No somos una empresa, somos una nación: la gente tiene valores que nos acercan más como socios a Estados Unidos y Occidente y menos a China.
Entonces vamos a organizar las cosas para que nuestras relaciones, incluso económicas, correspondan a eso, a nuestra identidad. No es que prefiramos por arbitrariedad a Estados Unidos, no. Es porque es un país capitalista, en su mayoría cristiano, de tradición occidental, platónica, aristotélica, con una economía abierta, de movilidad social. Es un modelo que queremos mucho, con diferencias culturales, pero corresponde al sentimiento de Brasil.
En Brasil somos una sociedad abierta, donde la gente quiere subir, bajar, vender, comprar con libertad. No somos una sociedad hecha para el control social. Entonces, al momento donde queremos y necesitamos ir: realmente necesitamos transformar Brasil en una verdadera economía capitalista de mercado, que no era. ¿Hacia dónde vamos? ¿A una alianza con Estados Unidos preferencial o con China? Es decir, queremos ser capitalistas: ¿vamos a ser una alianza preferencial con un país como China? No. No tiene sentido. Vamos a mantener el comercio, claro, a aumentar si es posible, pero a nivel de integración económica de nuestras sociedades, Estados Unidos. Sociedad libre.
¿Queremos una sociedad de control que sea nuestro principal aliado? —ah, y eso de que el comercio no influye en la cultura, en la educación, es un absurdo porque China está penetrando en la cultura—.
China ha abierto una escuela en Río de Janeiro el año pasado. Una escuela que, así como hay una escuela alemana, italiana, americana, hay una escuela china donde, claro, se aprende portugués, como en una escuela americana se aprende inglés, ahí se aprende chino. Pero se aprende que el régimen chino es una maravilla, se aprende que hay que replicar ciertas cosas… Y si uno se queja y dice “¿cómo puede ser eso?” Te dicen: no, no podemos hacer nada contra China porque es nuestro principal aliado comercial. Si decimos que no queremos una escuela china nos van a perjudicar en el comercio.
Entonces, el comercio se utiliza para todo. Están poniendo plata en la principal red de comunicación, el Globo. La organización Globo recibe mucha plata de los chinos. Intenta ver si Globo habla algo de China, si habla de los uigures. No. Bandeirantes, que es una de las 4 o 5 más grandes, es prácticamente un órgano de propaganda china. Tienen programas de propaganda china en sus planes. Y eso, claro, va influyendo en la cultura, en la educación del país. De manera que es una inocencia decir que “es simplemente comercio con nuestro principal aliado y eso no va a influir en nuestra cultura”.
A cambio de plata se entrega el país culturalmente, que es mucho peor que destruir un sector económico.
Usted hablaba de Estados Unidos como un aliado mucho más cercano y una referencia de modelo económico. Una gráfica de The Economist presenta el contraste: a principios del 2000, el principal socio económico de Occidente era Estados Unidos, hoy es China. ¿De quién es la responsabilidad?
Minoritariamente, de Estados Unidos. Mayoritariamente, de las élites de cada país.
En el caso de Brasil, es claro que ha sido un proyecto deliberado del establishment brasileño de alejarse de Estados Unidos y acercarse a China. Por varias razones, pero la principal me parece que es la cuestión del dinero. A China no le importa entrar en Brasil pese a la corrupción, no le importa llegar y que el contacto quiera que pague 10, 15 o 20 % en sobornos. Una empresa americana no haría eso. Una empresa noruega o francesa no haría eso porque no puede. Porque si hace eso se descubrirá y sufrirá sanciones en las leyes de responsabilidad corporativa de la OSD o de donde sea. Sus accionistas no lo van a permitir.
Entonces la élite política brasileña vive de eso. Vive de administrar la economía según quién pague, y China paga. Y eso se combinó con una tendencia antiamericana y procomunista de alguna manera (aunque no lo van a admitir). Es una tendencia antiamericana en Cancillería de Brasil, que desde hace mucho tiempo —y hay que analizar esos orígenes— se combinó con la élite política y un sistema político que quiere un aliado comercial que facilite la corrupción.
Cuando vieron que China podía cumplir ese papel —claro, eso viene también del hecho de que China creció de una manera que podía hacer ese papel de gran aliado comercial— inmediatamente empezaron a ir hacia China, a acercarse a ella y a alejarse de Estados Unidos.
Hay una cosa interesante: a lo largo de los 90, siempre Brasil rechazó todas las ideas de integración económica con Estados Unidos, modelo NAFTA o modelo ALCA, porque tenían el principal argumento de que no podíamos crear una hiperdependencia económica con este país, pues si nos volvíamos demasiado dependientes económicamente de Estados Unidos, íbamos a depender también ideológicamente de ellos. Eso hasta más o menos 2008, cuando China se vuelve el principal aliado comercial. Insisto: antes de 2008, Estados Unidos era el principal parcero comercial de Brasil y en ese momento decían “no, no se puede depender de ellos”.
El día que China se vuelve el principal aliado comercial de Brasil dicen “no, no hay problema, podemos depender cada vez más de China”. Empezamos con 10, 15, 20 y hoy estamos en 35 % en control de China.
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