Por Roberto Álvarez Quiñones en Diario de Cuba

Cuba no tiene ya cómo aportar nada en ningún acuerdo de colaboración ni con China, ni con nadie. Ni siquiera mano de obra.

Una limosnita, por favor.» Esta frase define el objetivo que tuvo, y tiene, la gira internacional de Miguel Díaz-Canel, por mandato expreso que le dio el dictador Raúl Castro.

En el cuasi infinito expediente de humillaciones que ha ocasionado la dictadura castrista a los cubanos, una de las más lacerantes es la condición de pedigüeño que le ha dado al país. Es ese uno de los mayores «logros de la revolución», haber convertido a la otrora próspera Cuba en un lastimoso mendigo.

¿Qué sería hoy de los cubanos sin los miles de millones de dólares en efectivo, paquetes de medicinas, ropa, zapatos y artículos de consumo de todo tipo que llegan a la Isla, o la carga de teléfonos móviles, y todos las demás limosnas que dan los «gusanos» residentes en el extranjero (el 91% de ellos en EEUU)?

Muchos pasarían hambre, y no metafóricamente hablando. No pocos habrían fallecido de inanición o enfermedades curables. Otros estarían fatalmente desnutridos, y vistiendo puros harapos. ¿No es eso vivir de limosnas?

Y digo limosnas porque una cosa es hacer un obsequio a un familiar o amigo, como ocurre normalmente en todas partes del mundo, y otra es evitar que ese familiar o amigo pase hambre, y hacer posible que se vista, calce, aliviarse o curarse de enfermedades, asearse, viajar al extranjero o tener un teléfono móvil.

Bueno, desde que los Castro Ruz asaltaron el poder Cuba devino un pordiosero que solo sobrevive si es sostenido por un mecenas foráneo, pero esa es otra historia. Hoy, a medida que el barco castrista hace aguas por todas partes, más limosnas tiene el régimen que pedir. El país produce cada vez menos y por tanto exporta cada vez menos bienes; el turismo no levanta cabeza; el botín esclavista por la confiscación de salarios a los médicos en el extranjero se ha reducido.

Tampoco hay ya subsidios en cash ni suficiente petróleo gratuito venezolanos. El país no tiene acceso a créditos internacionales pues no paga a nadie ni los intereses de su deuda externa. No tiene dinero para importar todo lo que necesita, debido a su asombrosa incapacidad productiva. La crisis del modelo estalinista ya tocó fondo. Ni Mandrake el Mago puede salvarlo.

Una gira bochornosa en búsqueda de regalos urgentes

El pasado 16 de noviembre, el asistente principal de Raúl «El Cruel», Miguel Díaz-Canel, inició una gira internacional de 11 días en búsqueda de regalos urgentes por Argelia, Rusia, Turquía y China, los más allegados «amigos de Cuba» fuera de América.

Díaz-Canel viajó acompañado de sus más conspicuos ministros, incluyendo a los vicejefes del Gobierno Ricardo Cabrisas y Alejandro Gil, y los titulares de Comercio Exterior e Inversión Extranjera, Relaciones Exteriores, Energía y Minas, y Salud Pública.

El presidente de Argelia, el autócrata Abdelmadjid Tebboune, impuesto de hecho por el fallecido «hombre fuerte» argelino Abdelaziz Bouteflika, suprimió todos los intereses pendientes de la deuda que Cuba no ha pagado, ni pagará nunca, «hasta nuevo aviso», y se comprometió a enviar a Cuba una central eléctrica solar, y a reanudar el suministro de petróleo a la Isla, suspendido desde 2019 porque La Habana no lo pagaba. Y menos lo va a pagar ahora sin divisas ni para comprar alimentos.

Estamos ante una limosna dada por el régimen argelino a la dictadura castrista por razones políticas, que afecta el bajo nivel de vida de los argelinos. No es casual que haya en Argelia una «democracia» que, en verdad, no es otra cosa que un régimen autocrático y socializante, con altibajos y escaramuzas internas, desde su independencia de Francia en 1962.

De Putin petróleo, y de Turquía «no se lleven las plantas flotantes»

A Rusia Díaz-Canel y sus colegas fueron a gestionar el envío a Cuba de petróleo, o muy barato o a pagar cuando la rana críe pelos; así como fertilizantes y trigo. O sea, el «mandatario» cubano fue a pasarle la cuenta a Vladimir Putin por el apoyo castrista al genocidio ruso contra Ucrania. Y para escarnio de los cubanos, el enviado de Castro II inauguró en un céntrico parque de Moscú una enorme escultura de Castro I, el tirano que en la práctica acabó con Cuba.

En cuanto a Turquía, ocurre que ese país euroasiático le está rentando ahora a Cuba siete plantas flotantes generadoras de electricidad para aliviar los apagones. Pero eso cuesta dinero y seguramente Díaz-Canel fue a decirle al Gobierno de Ankara: «Ahora no podemos pagar la renta, pero, por favor, no se lleven esas plantas que cuando la economía se recupere pagaremos hasta el último centavo». Es decir, el clásico tupe que se siguen tragando tantos gobiernos de este mundo, no pocos de ellos muy a gusto por razones políticas.

Con respecto a China, no importa los besos y abrazos entre Díaz-Canel y Xi Jinping (el nuevo Mao Tse Tung, con tanto poder personal, o más que el fallecido tirano), la delegación de suplicantes castristas fue con la misión de arañar todo lo que pueda al país «amigo» que más plata tiene.

Significativamente, luego de la guataquería de Díaz-Canel, quien se arrastró por el piso con elogios al régimen dictatorial chino, el nuevo emperador del «ombligo del mundo» (así se percibieron durante milenios los gobernantes chinos) se limitó a decir que su Gobierno «hará lo posible para proporcionar apoyo» al castrismo.

Y hay aquí otro factor clave que no ayuda a La Habana. Jinping, y toda la nomenclatura china ya están cansados de preguntarle a la mafia gubernamental cubana cuándo van a seguir los pasos capitalistas de China para construir un «socialismo con características cubanas». Saben que es Raúl Castro quien no quiere dar ese paso, para no «traicionar» el legado estalinista de su hermano Fidel.

En fin, pese a su poco digna adulonería, el enviado de La Habana a Pekín es probable que solo obtenga muy bonitas declaraciones políticas, y algún que otro acuerdo, también muy bonito pero que los chinos saben de antemano que no se va a cumplir.

Cuba no tiene ya cómo aportar nada en ningún acuerdo de «colaboración» ni con China, ni con nadie. Ni siquiera mano de obra. Los trabajadores calificados e ingenieros emigran o se niegan a trabajar para el Estado y «se buscan los frijoles» por su cuenta y riesgo.

Un ejemplo fresquecito. Hace 11 meses Pekín y La Habana firmaron un pomposo acuerdo para resucitar otro suscrito en 2018 para el «desarrollo en Cuba de infraestructuras, educación, cultura, salud y biotecnología, comunicaciones, ciencia y tecnología, turismo». Pues bien, nada o demasiado poco se ha hecho hasta ahora.

Y lo peor, Cuba no cumple ya siquiera con el compromiso mínimo adquirido hace mucho tiempo de suministrar anualmente a China 400.000 toneladas de azúcar. Cuba produce menos de 470.000 toneladas, y no alcanza ni para cubrir el consumo nacional de unas 600.000 toneladas de azúcar. Y por razones culturales y de idiosincrasia, China no regala dinero a nadie.

Y eso ocurre pese a que China en 2011 le perdonó a los Castro la deuda total de 6.000 millones de dólares que tenía con la nación asiática. Es decir, no tiene que pagar a China ni principal ni intereses.

En fin, Díaz-Canel fue a esas cuatro naciones con regímenes autocráticos «amigos» a tocar puertas para ver que cae en la latica. Una latica que me recuerda a las que llevaban antes los mendigos en Cuba pidiendo algo de comer.

Todo lo demás que digan ahora los medios cubanos oficiales y de los países limosneros visitados sobre los «formidables resultados» de la gira será falso, o una exageración, o una distorsión de la realidad. O quizás un embuste de los propios donantes de limosnas, que no cumplirán lo prometido, o muy poco. Pues no hay cómo cumplirlas, y punto.

Al final se trata de un nervioso maquillaje político para extraerle presión a la hirviente caldera social en la Isla, siempre a punto de estallar.