Por Yoani Sánchez en 14ymedio
Los primeros rayos de sol de este miércoles bañaron la avenida Carlos III, en La Habana. Donde antes se veía un constante ir y venir de vehículos, la crisis de combustible ha dejado una calzada desierta de autos. Las conversaciones en las largas colas se centraban en lamentar la inflación, contar sobre algún familiar que logró emigrar en los últimos días o quejarse de los cortes eléctricos. Nadie hablaba sobre los parlamentarios que este 19 de abril tomaron posesión de sus cargos ni se especulaba sobre quién sería designado presidente de la República de Cuba.
Horas después, los medios oficiales confirmaban que Miguel Díaz-Canel repetía un segundo mandato en el más alto puesto de la nación, mientras la estructura de responsabilidades en la Asamblea Nacional apenas variaba y el gabinete de ministros tampoco sufría mayores variaciones. El inmovilismo fue la pauta que marcó un proceso electoral que apenas generó entusiasmo entre los ciudadanos, más interesados en encontrar alimentos o lograr trasladarse de un punto a otro que en seguir por la televisión nacional el aburrido espectáculo de un Parlamento sin diversidad política alguna.
La designación, para un segundo mandato, del ingeniero electrónico Díaz-Canel envía un mensaje de continuidad sobre el actual modelo cubano. Un recado para ser leído no solo por la comunidad internacional sino, especialmente, por aquellos que dentro de la Isla llevan tiempo pidiendo un cambio de rumbo y una apertura democrática. El gobernante, que durante las protestas populares del 11 de julio de 2021, apareció ante las cámaras de la televisión nacional diciendo que «la orden de combate» estaba dada, cuenta ahora con cinco años más para imponer la voluntad de su bando.
Su reelección será leída por muchos cubanos como la confirmación de que no habrá una mejora económica a corto plazo y que hacer las maletas para emigrar resulta la más sabia decisión. Otros, concluirán que vienen más meses de retórica diplomática crispada y que Cuba seguirá alineada con el eje de regímenes autoritarios como los de Nicaragua, Venezuela y Rusia.
Díaz-Canel representa también la tibieza en las necesarias transformaciones económicas y las excesivas inversiones en la construcción de hoteles mientras se siguen recortando los recursos para la Salud Pública y la Educación. Su nombre está indisolublemente vinculado también a los más de mil presos políticos y al exilio forzado de cientos de activistas.
¿Por qué alguien con tan poca popularidad y un historial de tantas decisiones desafortunadas tendrá un lustro más frente a los timones de la nación? Lo ha llevado otra vez a ese puesto el designio de Raúl Castro, quien lo seleccionó entre otros benjamines para que le cuide las espaldas, evite el desmoronamiento del sistema e impida que el nonagenario general y su familiares terminen frente a un tribunal o deban hacer las maletas para refugiarse a la sombra de algún camarada extranjero.
Díaz-Canel ha cumplido la orden que le dio Castro. No ha logrado ofrecer una vida más digna a los cubanos, pero le ha salvado el cuello a todo un clan. Por eso ha sido designado otra vez como presidente: para demorar todo lo que se pueda la llegada de la libertad a Cuba.