Por Rafaela Cruz en Diario de Cuba

Con tal de no ser abatidos, los gobernantes cubanos se ciegan a la verdad, y se aferrarán a su ‘locura’ mientras el pueblo no les dé una buena dosis de realidad.

2010: «Es necesario cambiar la mentalidad de los cuadros y de todos los compatriotas» / «Dogmas y esquemas inviables (…) constituyen una barrera psicológica colosal: Raúl Castro.

2013: «Hay que cambiar mentalidad, hay que cambiar conceptos»: Díaz-Canel.

2015: «Nueva estructura de Gobierno demanda cambio de mentalidad»: Esteban Lazo.

2017: «Un nuevo modo de pensar y de actuar»: Machado Ventura.

2018: «Desterrar desde el surco la mentalidad importadora»: Díaz-Canel.

2019: «Para conseguirlo no hace falta magia, ni buena voluntad, sino un cambio de mentalidad»: Díaz-Canel / «Se debe cambiar la mentalidad, ese es el camino a seguir»: Alejandro Gil.

2021: «Urge girar la mentalidad productiva»: Salvador Valdés Mesa / «Cambiar la mentalidad es indispensable para acometer los cambios necesarios en el país»: Raúl Castro.

2022: «Una de las principales insatisfacciones que nos quedan es lograr el cambio de mentalidad en nuestros trabajadores»: Betsy Díaz Velázquez, ministra de Comercio Interior / «Si nosotros no hemos logrado un avance mayor es por el tema del cambio de mentalidad»: Manuel Marrero, primer ministro.

Fue Raúl Castro quien puso de moda el «mentalismo» que se ha convertido en cliché recurrente de los discursos de sus cómplices más cercanos. Su vasallo principal, Díaz-Canel, llevó la idea al paroxismo filosófico, condensándola en el eslogan «pensar como país», actualización cantinflera de la coartada primigenia de todo totalitarismo: diluir al individuo en algo superior —raza, clase, cultura, religión, ideología o país— ante lo que debe sacrificarse, inmolarse de ser preciso.

Lo llamativo de esta mahomía con el cambio de mentalidad es que contradice el fundamento materialista del marxismo, donde el ser social o realidad objetiva es lo que define la conciencia y las ideas. En purismo marxista, un cambio de mentalidad es un epifenómeno, un efecto de una transformación objetiva de normas, procedimientos, dinámicas y regulaciones.

En el estreno del programa televisivo Cuadrando la caja, dedicado a la economía, se «debatió» sobre los «superbeneficios» —ingresos netos superiores al 150%— que estaban obteniendo muchas empresas estatales en medio de la crisis de inflación y escasez que abate al país. Quedó claro que estos llamados a un cambio de mentalidad son una manera, especialmente cínica, de culpar a los cubanos por aquello que no hace el Gobierno.

Lo especialistas presentes, conocedores de los fundamentos de la economía, explicaron correctamente las causas y las consecuencias de estos extraños superbeneficios. Con certeza, afirmaron que proceden de manejos contables erróneos o malintencionados, del aprovechamiento abusivo de la inflación y la escasez, y de una cortoplacista asignación de los recursos empresariales.

También diagnosticaron, con acierto, que estos superbeneficios conducirían a un aumento injusto de la desigualdad social, a descapitalización empresarial, a carencias en inversión en I+D y a una mayor inflación y presión sobre el déficit fiscal.

El problema llegó cuando tuvieron que referirse a cómo solucionar estos superbeneficios, pues ahí se les cayó la ciencia al piso y se les montaron los espíritus de Fidel Castro y el Che: la conclusión unánime fue que se necesitaba más conciencia y compromiso con el socialismo, un cambio de mentalidad. Por no faltar berracadas, hubo hasta mención —¡como si no llevaran 62 años gobernando!— a la necesidad del «hombre nuevo»… puro mentalismo para no decir que lo que se necesitan son cambios radicales políticos y económicos.

Y los asistentes no eran tres cualquiera. Estaba Agustín Lage, director del Centro de Inmunología Molecular y asesor del presidente de BioCubaFarma; el ex espía Ramón Labañino, Héroe de la República y vicepresidente de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba; y Ariadne Placencia, presidenta del Grupo Empresarial de la Informática y las Comunicaciones. Todos de la máxima confianza del sistema y partícipes de los aquelarres donde se cocina la política económica de este país.

Hasta el más idiota de los doctores en marxismo que aún pueblan las universidades cubanas, sabe que el Gobierno tiene que cambiar la realidad primero, para que luego cambien las ideas; no al revés. Por lo tanto, que desde el Gobierno lleven más de una década haciendo constantes llamados a un cambio de mentalidad sin que esta finalmente suceda, es la mejor prueba de que las reformas hechas hasta ahora son, como mínimo, muy insuficientes para darle un vuelco a la desesperada situación del país.

En el susodicho programa, vimos que la cúpula castrista sigue anclada a conceptos de la I Internacional; por ello, aunque puede hacer un diagnóstico correcto de los problemas del país, es incapaz de proveer la solución adecuada. Primero, porque tiene miopía ideológica; segundo, porque le convienen las cosas como están.

Los ultraconservadores y nada revolucionarios dictadores cubanos saben que no habrá cambio de mentalidad mientras no haya un cambio verdadero en Cuba, pero insisten en pedirlo y hasta en exigirlo, porque así, implícitamente, están culpando al pueblo por la falta de resultados positivos de los cientos de reformas superficiales con las que el Gobierno maquilla su inmovilismo.

El poeta Christoph Martin Wieland dijo: «Prefiero una locura que me entusiasme a una verdad que me abata». Con tal de no ser abatidos, los gobernantes cubanos se ciegan a la verdad, y se aferrarán a su «locura» mientras el pueblo no les dé una buena dosis de realidad.