Vía 14ymedio
La mayoría de los cubanos pendientes de cirugía y tratamiento sistemático se ha resignado al dolor o a la degeneración de sus enfermedades
Por cada cirugía que se hace en Cuba, alguien está pagando mucho dinero en Miami. Sin dólares, medicamentos importados y sobornos no hay quien se opere, asegura Julia, una santaclareña de 68 años que padece cáncer de mama. Gracias a su hijo, que vive en Florida, ha transitado con suerte, aunque no sin disgustos y negligencias, por las distintas etapas del tratamiento.
Desde su diagnóstico a finales de 2021, Julia ha tenido que remitir a su hijo complejas listas de medicinas, equipos y sueros que los oncólogos le exigen. La «potencia médica» recomienda a los pacientes la búsqueda de un ángel custodio más allá de las fronteras de la Isla. Si no lo encuentran, siempre queda pedir el último en una cola simbólica, de dos o tres años de duración, para entrar al quirófano.
«Guantes, bisturíes, rollos de gasa, esparadrapo, torundas, catéteres…», enumera Julia, que ha perdido la cuenta de todo lo que debe pedir a su hijo. «Antes de la operación hay que llevarle el ‘paquete’ a la doctora para que lo esterilice. Pero cuidado: si una se pone fatal y llega un caso de urgencia, ellos usan sin inconveniente el material ajeno y todo se va al carajo».
Además de la angustia por la enfermedad y la operación, los pacientes que logran rebasar la entrada del quirófano deben enfrentarse a otras sorpresas. «Mi hermana me acompañó en la primera operación, de mínimo acceso», cuenta Julia. «Todo estaba despintado y las máquinas muy viejas. Para colmo, mi hermana vio sangre y moscas en el suelo del salón, y fue enseguida a quejarse».
«¿Sabes qué le respondieron?», rememora Julia, indignada: «No se preocupe, señora, que esas moscas están esterilizadas».
Hay solo dos máquinas para anestesiar en los quirófanos de Santa Clara. Ni siquiera eso garantiza un tratamiento correcto. A Julia, por ejemplo, le inyectaron lidocaína, el anestésico que usan los estomatólogos, y ella tuvo que pedir en más de una ocasión que le aumentaran la dosis, porque sentía el corte del bisturí.
Pero si la operación es dolorosa, no lo es menos la quimioterapia. En Santa Clara deben atenderse, además, los enfermos de Ciego de Ávila y Cienfuegos, por lo que es común que no alcancen los sueros.
Julia pudo recibirlos a través de un catéter también importado. La quimio obliga a que el paciente deba ir a orinar en varias ocasiones, de ahí que el catéter sea tan necesario: permite caminar sin que se afecte el flujo del suero. Sin embargo, cuando ya no pudo conseguir un catéter, le colocaron las llamadas «mochitas» o «maripositas», cuya aguja era demasiado fina y le impedía abandonar su asiento para ir al baño.
A otros compañeros de tratamiento llegaron a inyectarlos con una aguja corriente, de las que se usan en las jeringuillas, a la cual conectaban directamente el cable del suero.
Algunos médicos aprovechan la espera y recitan, como en un restaurante, las tarifas de los insumos que faltan. Una paciente de Taguayabón, pueblo rural próximo a Camajuaní, se llevó a casa un inventario detallado para cuando le tocara la operación: el catéter a 1 dólar; el suero a 700 pesos; una jeringuilla a 30; los hilos de sutura se pueden conseguir a 250 y un apósito a no menos de 60; las vendas son más caras, a 600. La cifra final producía vértigo.
El esposo de Julia, de unos 70 años, pensó que le alcanzaría la paciencia para esperar su turno, ya con dos años de retraso. Su hernia en los testículos se fue complicando durante la pandemia y entendió que no podía aguantar más.
Un amigo lo puso al día con las tarifas: 100 dólares para el cirujano principal y otros 50 para «tocar» al auxiliar. «Lo cual no incluye», advirtió, «el equipo, la anestesia y todo lo demás». Incluso con todo esto, el hombre tuvo que recurrir a los consabidos regalos e intercesiones.
Tanto Julia como su esposo están operados y pendientes de más tratamientos. Sus medicinas vienen de Miami y se envían desde allá con mucho trabajo, porque hay que acudir a intermediarios personales. Otra opción privilegiada es un turno en el Hospital Militar de Santa Clara, reservado para personal del aparato y miembros de las Fuerzas Armadas. «Lo están reparando», dice Julia, «porque ellos tienen el dinero. Pero los hospitales del cubano de a pie seguirán como están».
Aunque con menos gravedad, una incursión en la clínica dental puede resultar tan dolorosa como una operación. Se empieza siempre por un dolor de muelas, dice Rubén, también de Taguayabón. «Uno aguanta algunos días, sin antibióticos ni calmantes, tirado en la cama o como se pueda». Rubén decidió ir al policlínico más cercano, en Camajuaní, para apelar a una atención por urgencias. Nada: no había anestésicos.
Cuando la anestesia no da señales de aparición en semanas, los dentistas recurren a la pomada de Analdén, siempre que el paciente esté de acuerdo. El dolor, tanto en el nervio como en las encías, es horroroso.
Pero Rubén tuvo suerte. Unos amigos le «resolvieron» un turno en Santa Clara y pudo extraerse la muela. «Por supuesto, tuve que llevar un regalito de agradecimiento», prosigue. «En cuanto salí a la calle le compré al estomatólogo una lata de refresco en 200 pesos y un pan con jamón y queso en 50». Este es un obsequio clásico, «en especie», pero el personal médico prefiere la gratitud en efectivo.
En Santiago de Cuba se repite la misma historia. La odisea comienza con las donaciones de sangre que exige el sistema de salud cubano para hacer la intervención quirúrgica y no termina hasta que el paciente esté recuperado.
A Armando le hicieron una colostomía en febrero pasado. Aunque estaba programada para dos meses antes, por falta de insumos médicos la cirugía se fue retrasando. La doctora que lo atendió advirtió a los familiares que, además de guantes quirúrgicos, anestesia y sonda nasogástrica, no contaban con las bolsas de ostomía para las deposiciones que el paciente necesita de por vida.
Pasado el tiempo, y por la intervención de amistades médicas, Armando pudo entrar al salón de operaciones porque «apareció la anestesia y los demás que necesitaba» para ser intervenido, cuenta el santiaguero de 67 años, al precisar que recibió desde el exterior un paquete con decenas de bolsas de colostomía que requería, además de esparadrapo, analgésicos, guantes y hasta algodón.
Otra exigencia que demoró la cirugía de Armando fueron las donaciones de sangre. Él pertenece al grupo sanguíneo O negativo y, aunque su familia consiguió los donantes, fue casi imposible que los voluntarios donaran porque no había bolsas para recolectar la sangre.
En el Banco de Sangre, ubicado en las inmediaciones del Hospital General Docente Juan Bruno Zayas, asignaban unas 20 bolsas recolectoras al día y el negocio de venta de donaciones impidió que por la vía oficial se pudiera resolver el caso de Armando. Nuevamente tuvo que intervenir «una mano divina», dice con sorna el hombre, para que apareciera el insumo médico y poder finalmente ir a cirugía. No obstante, un familiar también le envió desde otro país cuatro bolsas para que pudieran donar la sangre.
Pero Armando es hipertenso y, luego de ser operado, estando en una sala del hospital, le subió la presión arterial. El esfigmómetro que utilizaban todas las salas médicas del tercer piso del Juan Bruno Zayas estaba dañado y su familia tuvo que llevar uno de su casa para poder medirle la presión. Así también tuvo que hacer con casi todos los medicamentos porque el hospital no proporciona algo tan básico como una dipirona.
Por increíble que parezca, estas son historias «afortunadas» en su desenlace. Pero la mayoría de los ancianos con necesidad de cirugía o atención sistemática en Cuba ya se han resignado al dolor o a la degeneración silenciosa de sus enfermedades. Son los mismos que duermen a la entrada de las farmacias de la Isla, para alcanzar las tirillas de antibióticos o analgésicos que luego, incluso si las necesitan, deberán revender para lograr su sustento.
«Público y gratuito». Con estos adjetivos define el régimen al sistema de salud de la Isla, dependiente cada vez más de los sobornos, las «palancas» y el bolsillo de los exiliados.