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Vía Diario de Cuba

Tres analistas ofrecen su visión a Diario de Cuba sobre las más recientes manifestaciones: ‘La gente ha aprendido a dejar de ser mera población y está empezando a ser ciudadanos’.

Las más recientes protestas en Cuba evidencian un ascenso en los grados de quiebre entre el régimen y el pueblo en el plano de la legitimidad. En esto coinciden tres analistas consultados por DIARIO DE CUBA al calor de manifestaciones generadas por el hartazgo de una crisis enquistada y agudizada por el colapso del sistema electroenergético nacional y los consecuentes apagones.

El politólogo e historiador Armando Chaguaceda señala que, aunque se «necesita tener datos reales del nivel de apoyo o no apoyo al Gobierno para tener una opinión fundada», sí hay muestras de ruptura.

«Lo que sí se evidencia, en un país que criminaliza el disenso, donde se ha aprobado un nuevo Código Penal (que sustenta esta criminalización), donde hay más de 1.000 personas presas por manifestarse, es que hay un nivel alto y creciente de ruptura en el plano de la legitimidad».

«La legitimidad es algo que se ha erosionado mucho. Ves que la gente increpa a los funcionarios, no les cree, se mofa de ellos sabiendo el costo que tiene, la represión, que es lo que más se ha incrementado», dice Chaguaceda.

«Básicamente, sí hay un creciente nivel de ruptura, de desconexión entre el Gobierno y buena parte del pueblo, aunque también el pueblo es una categoría difusa; ahí está parte de esa población que por razones ideológicas o de prebendas sigue apoyando a ese Gobierno, pero creo que hay una parte mucho mayor que lo deslegitima», señala.

Para Chaguaceda, «la crisis electroenergética en sí misma no va a llevar a ningún derrocamiento del régimen, porque para eso se necesita de otros factores, más presión externa, rupturas dentro de la elite (del castrismo), más coordinación de las protestas, pero todos son elementos que suman a una crisis, a un modelo que está agotado».

Subraya que se está viendo «un repertorio de protestas, cacerolazos, consignas, bloqueos de calles, típicamente de protesta popular a nivel mundial y latinoamericana que (los cubanos) están incorporando» y que «no dejan de ser pacíficas».

Para el politólogo, esto «es otro dato importante, las protestas son mayormente pacíficas, transversales, cruzan una gran cantidad de demandas, desde bienes y servicios hasta demandas de derechos, libertad, y sí se puede ver como una continuidad» de las manifestaciones del 11 de julio de 2021.

«Las protestas llegaron para quedarse, porque si después de un año particularmente represivo, la gente hace esto, y no solo por lo inmediato, no solo porque no tiene luz, creo que es importante entender que llegaron para quedarse. La gente ha aprendido a dejar de ser mera población y está empezando a ser ciudadanos», afirma.

Por su parte, el opositor cubano Manuel Cuesta Morúa considera que «la ruptura es total» y amplía: «la ciudadanía y el Gobierno forman dos universos paralelos conectados por los débiles hilos de redistribución de la pobreza y los fuertes de la represión».

«Hay tres niveles de quiebre sin retornos: el ideológico, actualizado por los datos negativos del referendo; el psicológico, en la creciente pérdida del miedo, y el moral, que vemos claramente en la permanente desacreditación social del Gobierno», señala.

Para Cuesta Morúa, «la primera caída del régimen ya se produjo» y «es su derrumbe moral».

Para el analista, la crisis en Cuba «ya estaba normalizada» y «ahora se tensa la normalidad de la crisis por el colapso de las opciones del Estado».

«Esta tensión rompe en algunos puntos esa normalidad con el mayor éxodo migratorio en cualquier tramo de la historia de Cuba, con la represión desbordada hacia la ciudadanía, ya no solo a los actores de la sociedad civil, y con las solicitudes de emergencia al mismísimo ‘enemigo (EEUU)’, esto último un reconocimiento político del agotamiento estructural de la economía cubana», explica.

El opositor no está seguro de que esta crisis energética lleve en sí misma al derrocamiento del régimen.

«Sirve para mostrar su incompetencia, ahondando su deslegitimación, y para disparar el hartazgo social públicamente manifiesto de la sociedad», pero «en la caída de regímenes intervienen otros factores también políticos que todavía no se han presentado en Cuba y, además, el Estado tiene todavía un robusto sostén en los órganos de la policía política, de la policía civil, del ejército y de la burocracia ideológica», señala.

Lo que sí cree Cuesta Morúa, como los otros dos entrevistados, es que las protestas populares seguirán produciéndose.

«Desde el 11J no han cesado las protestas. Se han espaciado y localizado, pero no se han detenido. Incluso frente a dos disuasivos potentes como las largas condenas en prisión y el nuevo Código Penal. Han desbordado al mecanismo de control básico de los regímenes totalitarios: la policía política, pensada y montada para mantener a raya a los grupos cívicos organizados», subraya.

En palabras de Cuesta Morúa, «es interesante como la rabia acumulada se ha transformado en acciones de protesta pacífica ejemplares» donde «la violencia ha sido la excepción».

«Hay una madurez cívica, más intuitiva que aprendida, que al menos a mí me impresiona en una sociedad que, por otra parte, muestra rasgos claros de violencia interpersonal. Las palabras de las protestas son doblemente significativas: demandar la solución de necesidades básicas demuestra que nos hemos convertido en actores racionales que medimos y criticamos la gestión del Estado y del Gobierno a partir de su capacidad de gestión y solución. Al mismo tiempo, al exigir libertad y respeto a los derechos, estamos comportándonos como gente cívica y consciente de lo que nos distingue y separa del Gobierno. Este retorno de la protesta social cada vez más pacífica es un aprendizaje de ciudadanía en movimiento. Una garantía del futuro democrático», estima.

El periodista Boris González Arenas, por su parte, no tiene claro «si es o no el momento de la ruptura definitiva», pero sí que el nivel de ruptura entre el Gobierno y el pueblo actualmente «es el más grande después del triunfo del castrismo en enero de 1959».

«Tenemos en este instante un régimen absolutamente quebrado en su capacidad de establecer vínculos con la ciudadanía y amparado, apoyado únicamente en el poder de represión. En estos últimos tres años hemos vivido en Cuba la peor etapa del régimen comunista, descontando siempre el horror y el atraco que significó la década del 60», dice.

González Arenas cree «sin ninguna duda» que «están creadas las condiciones para que haya una ruptura definitiva».

«En Cuba no hay, en este momento, nación afín al régimen comunista. Digamos que hay reminiscencia, hay residuo en personas ancianas, en algunos que otros, pero la mayoría de los que hoy se pueden decir comunistas o castristas no son otra cosa que funcionarios, burócratas, personas adheridas al régimen por algún tipo de interés», señala.

Por otra parte, no considera que exista una normalización de la crisis en Cuba pese a su intensidad. Para González Arenas, «lo que sí pasa es que, en cualquier entorno, cualquier tipo de crisis, las personas tienen que seguir viviendo.»

Ve la actual crisis del sistema electroenergético como «una más», como parte de «un periodo de desastres cíclicos donde el mal funcionamiento y la destrucción de la operatividad del régimen está provocando desastres que eran absolutamente innecesarios». Pone el ejemplo de las recientes catástrofes del Hotel Saratoga y el incendio en el depósito de combustibles de Matanzas.

Para el activista, «toda protesta es una continuidad de un ejercicio de oposición a las formas adversas de Gobierno de Cuba». Por tanto, considera que las actuales manifestaciones son herederas del 11J, «la expresión más grande de la adversidad, de la incapacidad del régimen cubano para satisfacer las mínimas demandas de una ciudadanía que ha sido llevada a mínimos de consumo por seis décadas».

«Hubo un estallido social y, como eso no se ha solucionado, pues se mantienen estallidos esporádicos, frecuentes y periódicos a nivel nacional», añade.

Para el periodista, «el pueblo cubano siempre ha sabido protestar», pero el problema «ha sido la efectividad del régimen totalitario en volver esporádicas las protestas y diseminarlas».

Cree que hay una «disposición mayor de la ciudadanía a oponerse al régimen comunista» y también menciona «el acceso al fenómeno que ha renovado el ejercicio de la democracia a nivel mundial que es internet, las redes móviles y los nuevos sistemas de comunicación».

«Entonces, quizás no es que los cubanos están aprendiendo a protestar, porque siempre lo han hecho, sino que los cubanos están aprendiendo a conectarse, a unirse y a vincularse precisamente para quitarse por siempre esta terrible tiranía comunista», concluye.

Por morfema.press

Prisoners Defenders ha cifrado en 1.054 los presos políticos en Cuba en los últimos 12 meses, frente a los 137 con los que comenzó febrero de 2021, según datos hechos públicos este lunes.

En los últimos 12 meses 1.054 prisioneros políticos verificados han formado parte de la lista de Prisoners Defenders en Cuba. Con 137 se inició febrero de 2021. Desde entonces hasta final de enero de 2022 se han sumado, además de éstos 137, otros 917 prisioneros políticos nuevos a lo largo de estos 12 meses, siendo 932 los prisioneros políticos en Cuba condenados, y verificados por Prisoners Defenders, en estos momentos.

Actualmente, la organización tiene verificados a 932 presos políticos condenados, pero ha advertido de que esta cifra «no es más que una fracción, entre el 50 y el 60 por ciento de las cifras reales», cuya verificación total es «simplemente inalcanzable por organización alguna». Al menos 120 mujeres son presas políticas de Cuba.

Las cifras del horror

De estos 932, Prisoners Defenders ha constatado que 794 son presos de las protestas del 11J. Decenas de detenidos han sido liberados en los últimos meses, pero con unas multas «de cuantías exacerbadas para Cuba», ha informado.

De los presos derivados de la represión de las protestas, Prisoners Defenders ha indicado que al menos 32 son niños –28 varones y cuatro niñas–. De 13 años hay uno; de 15, tres; de 16 años, nueve; y de 17 años, veintiuno.

Además, el 50 por ciento, 16 niños y niñas, han sido acusados de sedición. Prisoners Defenders ha denunciado que entre ellos hay niños con «impedimentos y retrasos mentales incompatibles con la violencia y mucho menos con la sedición».

Los derechos del niño

«Cuba está haciendo añicos su firma y ratificación de la Convención de los Derechos del Niño, encarcelando y destrozando a la juventud, llevando el terror a las familias de todo el país y causando, de forma salvaje, un dolor irreparable en todos los encarcelados y en sus familias y allegados», ha lamentado Prisoners Defenders.

En total, 166 prisioneros políticos verificados han sido procesados con el cargo de sedición y al menos 511 prisioneros ya han sido sentenciados. De ellos, 194 con penas de más de diez años, el 38 por ciento.

La organización ha reconocido, como cada mes, a los otros 11.000 civiles jóvenes no pertenecientes a organizaciones opositoras, 8.400 de ellos convictos y 2.538 condenados, con penas medias de dos años y diez meses de cárcel, mediante condenas «pre-delictivas», es decir, sin delito alguno cometido –como indica textualmente el Código Penal en su artículo 76.1 para estas 11.000–, al contemplar el Código Penal que serían personas proclives a cometer delitos en el futuro «por la conducta que observa en contradicción manifiesta con las normas de la moral socialista». Así, les imponen penas de entre uno y cuatro años de prisión sin delito investigado ni cometido.

Limitar lo limitable

Prisoners Defenders se ha declarado «sorprendida» al leer un comunicado emitido por el Gobierno de Cuba, donde indica menos casos que los hechos públicos por las ONG, un total de 790 personas «instruidas de cargo por actos vandálicos.

«La Fiscalía, una entidad jurídica y técnica en cualquier país democrático y cuyo hipotético buen desempeño se basa en la precisión, ha emitido un comunicado político, repleto de faltas de precisión y términos ambiguos, en el intento de tratar de limitar lo ilimitable», ha criticado la organización

«¿Por qué sólo da las cifras de los hechos de «mayor connotación»? ¿Es un comunicado de la Fiscalía o del Partido (Comunista de Cuba)? ¿Qué es la «connotación» para la Fiscalía?», se ha preguntado, antes de destacar que «tampoco hablan de los menores de 16 años detenidos y encausados, y este vacío de información, la propia Fiscalía lo confirma, es precisamente por su ‘connotación’.

La ONU y Europa

Ante esto, los poderes políticos de Naciones Unidas, especialmente la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la Sra. Michelle Bachelet, están en un silencio absoluto, lo que contrasta con algunos notables Relatores y técnicos quienes, bajo denuncia y procedimientos de parte, sí están pronunciándose. El silencio actual ante esto, cuando ya han pasado 6 meses desde el único e insuficiente pronunciamiento del SEAE dada la masiva y sistemática forma en la que se están cometiendo crímenes de lesa humanidad en Cuba, es compartido por el Sr. Josep Borrell de forma vergonzosa e inexplicable, lo que contribuye sólo a un resultado: perpetuar la situación de terror durante años, pero conservar las cadenas hoteleras españolas en Cuba, donde los empleados cubanos cobran una fracción insignificante de los beneficios que el régimen se reparte con las cadenas, que tienen pagar la práctica totalidad del salario al régimen.

Prisoners Defenders

Prisoners Defenders ha sostenido desde el inicio de esta ‘razzia’ que más de 5.000 personas fueron detenidas y más de 1.500 procesadas. «Además de nuestras fuentes y estudios, los datos, los hechos y la Fiscalía misma contribuyen a hacer cada vez más palpable esta aseveración», ha indicado.

Por Yésica Sanchez en Libertad Digital

Aliocha y Yamilka tuvieron que separarse de sus hijos cuando aún eran muy pequeños para ir de ‘misión’ a Venezuela, donde fueron vejadas y acosadas.

Más de 50.000 cubanos -se cree que la cifra real puede alcanzar los 100.000- son explotados por el régimen comunista en las llamadas ‘Misiones de internacionalización’. Profesionales civiles (médicos, profesores, ingenieros, etc.) a los que envían a trabajar fuera de la isla en condiciones de auténtica esclavitud. Se apropian de alrededor del 85% de su salario, les retiran el pasaporte y les vigilan de cerca, como si se tratase de prisioneros. Muchos de ellos incluso denuncian abusos, acoso y maltrato.

La primera de estas misiones salió de Cuba el 23 de mayo de 1963 con destino a Argelia. Una expedición, formada por 54 sanitarios, que la dictadura vende al exterior como un envío de ayuda humanitaria desinteresada y sin precedentes, como se puede observar en la web del Ministerio de Salud Pública. Una imagen romántica y altruista que poco tiene que ver con la realidad que viven los cubanos que salen de misión, como explican las dos doctoras a las que LD ha recogido testimonio.

El relato de Aliocha Batista y Yamilka Izquierdo es especialmente interesante porque, durante mucho tiempo, los que salían a trabajar fuera de la isla -siempre bajo el férreo control de la dictadura- eran los sanitarios. Se conocían como ‘Brigadas médicas’. El régimen las utilizaba –y utiliza, como ha hecho durante la pandemia- para hacerse propaganda y alimentar el falso mito de la sanidad cubana.

Estas misiones han llegado a 163 países, según datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Pero en 2003 hubo una campaña especial a Venezuela. Precisamente allí estuvieron las dos médicos que ahora quieren compartir su historia, con la esperanza de que el granito de arena contribuya a propiciar «el cambio». «Yo creo que le está llegando el final a este régimen, la gente está despertando. Están muriendo los que están ciegos, las personas que no ven nada más, y se está levantando un grupo de jóvenes que está cambiando el país», asegura Aliocha.

Ellas lograron fugarse. En la actualidad, viven en Bogotá (Colombia) y Virginia (Estados Unidos), respectivamente. Pero, aún hoy, recuerdan los años de misión con mucha angustia. Fueron separadas de sus familias. En ambos casos, tenían niños muy pequeños. Recibieron acoso, maltrato, humillaciones… Y, una vez lograron escapar del infierno, siguieron intentando castigarles, poniendo trabas para que no consiguieran «los papeles».

Hambre, abandono, tiroteos y agresiones

La historia de Aliocha Batista bien podría servir para escribir un guion cinematográfico. Ella es especialista en medicina familiar, ejerció como profesora universitaria en la Facultad de Calixto García de La Habana y llegó a ser Jefa del Departamento de Ciencias Básicas. Salió de misión dos veces, ambas a Venezuela. «Fui de los primeros médicos en llegar allí», señala.

La primera vez fue en 2003. Estuvo cuatro años, y la experiencia fue muy traumática. La obligaron a separarse de su hija cuando era sólo un bebé. Aún no tenía los 9 meses. Durante el primer año en Venezuela, no le permitieron volver ni una sola vez. «Fue muy duro, fue muy duro lo que vivimos», insiste, «vivimos mucho acoso de la dirección de la misión. Fue terrible, terrible… Acoso de todo tipo: psicológico, presiones, agresiones sexuales…». Lo peor que te podría pasar es «que un coordinador se enamorara de ti». «Te mandaban para al peor lugar de todos si no accedías», añade.

La doctora Batista junto a sus compañeros de misión en Venezuela

Por otra parte, los trabajadores de la misión vivían en condiciones deplorables. No recibían asistencia sanitaria cuando la necesitaban, pasaban hambre y vivían con miedo. «Nos soltaban en barrios donde había mucho peligro» sin preocuparse de nada más. «Se formaban tiroteos. Prácticamente dormíamos en el piso (suelo), no se podía dormir en la cama por si un tiro entraba», explica. Lo único que controlaban es que no se escaparan o entablaran relaciones personales con nacionales. «Pasaban sólo para ver si salíamos de allí o teníamos un novio venezolano», explica.

Se alojaban con familias de allí. En la primera casa en la que estuvo Aliocha, con sus compañeros de grupo, pasaron «bastante hambre». «Vivíamos en una casa con una mujer y su esposo. Tenían cuatro hijos y solamente trabajaba ella, en una peluquería. Se comían toda la comida que comprábamos nosotros», relata. «Bajé 10 kilos en 3 meses. Hice más dieta forzada que la que he hecho toda mi vida».

La muerte de Chávez le salvó la vida

Según cuenta Aliocha, «el hecho más traumático fue la amenaza tan terrible que recibí en la segunda misión». Todo comenzó cuando en 2007, a su vuelta, decidió -junto a su esposo- salir de Cuba. Él era misionero cristiano y «la Iglesia le estaba abriendo una oportunidad para trabajar con nuevas tribus». Tenían que intentar aprovechar esa circunstancia, aunque sabían que no sería fácil. «Nosotros somos prisioneros del imperio, prisioneros de ellos, de esa dictadura comunista», asevera.

Así que hicieron los trámites «sin que nadie lo supiera, todo bien escondido». Su marido logra salir con esa «invitación que le hace la Iglesia» y entonces «pide para que vayan los niños», que pudieron reunirse con su padre aprovechando un periodo vacacional, el 21 de agosto de 2012. A partir de ese momento, a ella -aún en Cuba- le tocó fingir que todo era normal y ellos iban a volver. Así, durante 8 meses. «Fue la experiencia más terrible para mi vida. Debuté con hipertensión, todo porque tenía que estar viviendo una doble vida». La estaban vigilando. «Me visitaban en mi casa», señala.

Debían sospechar, porque el Gobierno cubano retrasó todo lo posible la salida de su segunda misión. En 2013, cuando por fin llegó a Venezuela -esta vez lo deseaba con todas sus fuerzas- pidió un traslado. Estaba en Maracaibo y quería irse a Monagas, para estar cerca de su familia. Pero se enteraron, la amenazaron con darle «fin de misión» y le quitaron el pasaporte. Ni siquiera podía salir de la casa donde se alojaba. «Yo era una posible desertora», explica.

Aliocha atendiendo pacientes durante su misión en Venezuela.

La situación se había complicado mucho, pero un golpe del destino cambio su suerte. «Lo que a mí me salva la campana es que se muere Chávez», exclama. Corría el 5 de marzo de 2013. El caos se apoderó de la ciudad. A ella la encerraron en una de las casas en las que alojaban a cubanos de misión. Tenía una reja y pensó que poco podía hacer. Pero «un ángel» de carne y hueso la ayudó. Era profesor. «Dejó la llave», indica. «Yo creo que lo hizo intencional, aunque él no me lo dijo de frente».

En ese momento, emprendió su fuga. En primer lugar, tuvo que averiguar qué llave de aquel manojo abría cada uno de los tres candados. Y hacerlo «sin hacer bulla», eran cerca de las cuatro de la madrugada. Cuando logró salir, allí estaba él… Mirándola. «No me despidió ni nada, pero realmente fue un ángel». Entonces, salió corriendo, saltó una valla de dos metros, escalando por los barrotes terminados en punta… Y pudo escapar.

La recogió uno de los pastores que trabajaba con su marido. La llevó a su casa, le facilitó lo necesario y le consiguió un billete de autobús a Caracas, donde la estaban esperando otras dos hermanas de la Iglesia. Ellas la llevaron a una vivienda donde se reunió con su familia y estuvo escondida durante tres meses. Después, inició los trámites para legalizar su situación. Una odisea que daría para varios capítulos de un libro.

Sin tener resuelto el tema de «los papeles», tuvieron que marcharse del país. «La gente de la izquierda empezó a amenazar a los cubanos que estábamos allá», por tratar de advertirles. «Nos encargábamos de decir que Venezuela iba para donde estaba Cuba» y ellos pensaban que «estábamos echando a perder allá la revolución».

A su marido llegaron a secuestrarlo. Incluso «le dispararon tres veces», asegura, pero «gracias a Dios, esa arma se encasquilló y, por la gritería de mi familia, vino mucha gente a ayudarnos». «El Señor no lo permitió», sentencia. Pero temían por sus vidas y se marcharon. «Desde el año pasado, somos refugiados políticos colombianos, tanto del régimen de Maduro como del régimen de los Castro».

Intercambio de médicos por petróleo

Yamilka Izquierdo tiene 49 años de edad y es especialista en medicina integral. Como la mayoría de sus compañeros de la universidad, salió de misión en cuanto se graduó, en 2003. Cuba se había convertido en una especie de exportador de médicos y hacía lo que fuese necesario para cumplir con los acuerdos alcanzados con países como Venezuela, con el que intercambiaba sanitarios por crudo. «La misión estaba necesitando más médicos y se graduó de manera acelerada a esa promoción de especialistas», asegura.

En un primer momento, no la obligaron. Se fue porque no encontró «mejor solución», dada la situación en la isla caribeña. Pero el precio fue demasiado alto. «Dejé a mi hija muy pequeña, de 3 años, con su papá. Estuve durante 10 largos años entrando y saliendo del país. Cada vez que decidía terminar la misión y regresaba a Cuba, la economía estaba peor y no había más remedio que volver a salir».

«Mi hija creció sin tener a su mamá al lado», lamenta, «y eso es una realidad que tienen miles de cubanos. No solamente madres, también padres». Por otra parte, mientras estaba en la misión, falleció su madre. No pudo despedirse. «Cuando pude entrar a Cuba ya estaba muerta». Además del coste personal, el trabajo no era muy alentador, dada «la persecución que se vivía por parte de los miembros de la seguridad de Cuba que estaban en Venezuela».

Los médicos estaban sometidos a muchísima presión para que las cifras cuadraran. La dictadura engordaba la cuenta y ellos tenían que hacer los ajustes necesarios para que no se notara. «Había que estar tratando todo el tiempo que las estadísticas cuadraran con los datos esperados por la Jefatura de la misión», explica. De ellos dependía «el pago de Venezuela».

Tampoco era fácil «vivir con los nacionales» hasta que -años más tarde- se crearon «los módulos». Se producían «conflictos» e incluso «agresiones». Y esto les llevaba a continuas mudanzas. Después de 10 años con esa tensión, Yamilka decidió dejar las misiones y estudiar una nueva especialidad, comenzar una nueva vida. Pero el régimen comunista tenía otros planes para ella.

«Yo quería hacerme angióloga» y «continuar la vida en familia», asegura. Pero se lo negaron. Se iniciaba una nueva misión en Brasil y no tenían suficientes relevos, le dijeron. Así que no le autorizaron que iniciara los estudios deseados. A cuenta de que «la educación es gratis», «todo está bien dirigido, no puedes estudiar lo que tú quieras», asevera.

Cuando la suerte no te sonríe

Pasado un tiempo, el poco dinero que pudo ahorrar durante la misión en Venezuela se agotó y se fue a Brasil, como le pedía el Gobierno cubano. Era una misión de 3 años. Los cumplió, «que era mi compromiso», pero ya no regresó a Cuba. Quería salir del país «de una manera legal», pero «no la había». Sólo podían hacerlo «desertando» o a través «de un programa, que ya desapareció, que permitía a los profesionales cubanos emigrar a los Estados Unidos con su familia». Así que intentó hacerlo por la segunda vía. «Solicité visa para los Estados Unidos en el Consulado de Sao Paulo, donde yo vivía», explica.

Según el mencionado programa, Yamilka tenía que haber podido llevar con ella a su familia en menos de tres meses. «Muchos médicos lo lograron hacer», exclama. Pero tuvo la mala suerte de que hubo problemas con la documentación de su hija y en ese ínterin la situación cambió. «Cerraron la embajada, quitaron el programa y eso nos dejó en un limbo… Con la familia en Cuba, con toda la tramitación hecha y después de 2 largos años de estar esperando que se nos diera una respuesta, nunca se nos dio».

Entonces, decidió iniciar la documentación «por la vía normal» que utilizan «los emigrados». Aún hoy está «en la espera», su hija sigue en Cuba y Yamilka no puede entrar en su país. Es «el castigo» por no haber regresado al finalizar la misión. Ha llegado a estar 5 años sin poder abrazarla, hablando con ella sólo a través de Internet. Sólo en una ocasión le dejaron entrar en el país para verla. Fue porque tuvo problemas psicológicos y psiquiátricos graves, y pidió una visa humanitaria que le permitió estar con ella durante 15 días. Hoy, su pequeña ya tiene 21 años y lleva tres años «sin poder abrazarla, sin poderla besar».

Historias como esta llevan a la «desesperanza» al pueblo cubano, que «ha perdido el deseo de vivir», reflexiona Yamilka. «La situación política de Cuba es bien deprimente», afirma, «por esa situación de que un grupo de personas se crea con el derecho a dirigir la vida de millones». Algo que ha sido posible gracias al «nivel de adoctrinamiento» que el régimen comunista ha conseguido. «Es una estrategia muy bien diseñada», pero «yo estoy en las que se dan cuenta de que el cuento no es como te lo contaron».

Ella abomina «la doble moral» de los dirigentes cubanos. «Están persiguiendo a todo el mundo, mientras que ellos están robando», afirma. Eso la entristece y llena de rabia. Ha necesitado alejarse, para minimizar el dolor. Pero «yo amo a Cuba, eso no me lo quita nadie», sentencia. «Sueño con volver a caminar por sus calles, lloro cuando oigo música cubana, se me eriza la piel con el himno nacional, tengo dos banderas en mi casa y también un cuadro con una palma real que me recuerda que soy cubana todo el tiempo». «Ellos me pueden quitar el derecho a entrar en mi patria, pero nunca el derecho a sentir amor por Cuba».

Del escritor cubano exiliado en Barcelona se editan A la sombra del mar, sobre su amistad con Reinaldo Arenas, y Debajo de la mesa.

Por Mariano Dupont en Clarín

Al igual que su amigo Reinaldo Arenas, el escritor cubano Juan Abreu logró salir de la isla en 1980, durante el llamado éxodo de Mariel. Después de unos años en los Estados Unidos, en los que trabajó de obrero fabril, repositor de supermercado y carnicero, recaló en Barcelona, donde reside actualmente. Entre sus libros publicados se destacan: Gimnasio (2002), Accidente (2004), Diosa (2006) y El reto (2013).

–Se editaron dos obras suyas en la Argentina, A la sombra del mar. Jornadas cubanas con Reinaldo Arenas, publicada originalmente en 1998, y Debajo de la mesa, sus memorias, que comienzan en la infancia y terminan con su salida de Cuba en 1980. ¿Cómo es su relación con esos libros?

A la sombra… es una especie de diario de los días en que el DSE cubano trataba de capturar a Arenas, que se hallaba escondido en un parque habanero. A mí y a mis hermanos también nos rondaba la policía, porque pensaban que escondíamos manuscritos de nuestro amigo, lo que era cierto. Creímos que era el final, que terminaríamos todos en la cárcel. Por eso me puse a escribir lo que sucedía. Para que quedara. Debajo de la mesa es sobre todo un libro sobre mi madre. Y un poco –yo viví en la Cuba de antes de que “nos liberaran” cerca de diez años– cuenta cómo era esa Cuba republicana. Es la mirada de un niño parte de una familia muy pobre. El peor crimen de los hermanos Castro es haber impuesto una dictadura militar, totalitaria en la isla, haber destruido y borrado un universo humano amable, lleno de color y olores y sabores y de valores morales y familiares, y sustituirlo por un sistema basado en la bajeza, la delación, el fanatismo y la miseria moral y espiritual. Sólo hay que ver que la Cuba de antes era el país de Lezama Lima, Lydia Cabrera, Virgilio Piñera, Lino Novás Calvo, Enrique Labrador Ruiz. Ahora es el país de Miguel Barnet, de Leonardo Padura y de Wendy Guerra. Eso lo dice todo.

–Desde los años 70 se han escrito innumerables libros que narran los horrores del castrismo. Estos dos suyos se inscriben en esa serie. ¿Por qué todavía hoy la mayor parte del mundo intelectual en cualquier lugar del planeta se resiste a ver el régimen como lo que realmente fue: una de las peores dictaduras de Latinoamérica?

–No fue, es. Es. Eso es lo más terrible, lo que ha durado. En cuanto a esa aberrante percepción que tienen muchos intelectuales de la dictadura, creo que hay mucha ignorancia, y frivolidad, fundamentalmente, pero también racismo. Para los intelectuales europeos y estadounidenses, por ejemplo, los cubanos son indios. La pregunta clave es: ¿por qué les parece bien para los cubanos un régimen que para ellos mismos jamás aceptarían? Porque los consideran inferiores. Esa es la respuesta. En lo referente a Latinoamérica, me parece pura vileza. Que un intelectual latinoamericano apoye la dictadura cubana es de una suciedad moral tal, que no puedo siquiera categorizarla. Entiendo el sentimiento antiamericano en Latinoamérica. Pero para ser crítico y combatir políticas equivocadas de un país, no hay que convertirse en cómplice de una pandilla de asesinos, ¿no?

–En Debajo de la mesa, cuando narra episodios de la infancia, dice que en Cuba, bajo la dictadura de Batista, se vivía mucho mejor que durante el castrismo, y que en los años 50 existía al menos una dignidad y una nobleza que después se perdió completamente. ¿Qué agregaría al respecto?

–Nuestra familia, que era una familia muy pobre, de la periferia habanera, vivía mucho mejor bajo Machado, Prío o Batista que a partir de la llegada de los hermanos Castro. Eso es un hecho. Yo lo viví. Comíamos tres veces al día e íbamos a una escuela pública que sería la envidia de las escuelas castristas de hoy. Una escuela pública, gratuita. En cuanto a la dignidad y la nobleza de la Cuba republicana sólo hay que ver su riqueza cultural y su libertad de prensa, decenas de periódicos independientes, y su pujanza económica, y la independencia de su sistema judicial. Incluso bajo gobiernos corruptos e incluso al final, bajo la dictadura batistiana, la sociedad vivía bajo parámetros de decencia y de empatía humana muy superiores a los de la dictadura castrista. Los Castro y todos los asaltantes del cuartel Moncada hubieran sido fusilados de inmediato bajo Castro; bajo Batista fueron a la cárcel, en la que se les trataba como a seres humanos, a diferencia de las cárceles castristas que son mataderos.

–Las memorias se detienen con su llegada a los EE. UU. “Por primera vez en mis 28 años de vida me sentí tratado como un ser humano. Un ser humano particular y único, un ser humano que no es parte de un ‘pueblo heroico’ u otra imbecilidad por el estilo”, escribe en el epílogo. ¿Cómo fueron esos primeros años?

–Los primeros años fueron duros, pero gozosos. Era libre. Vivía en un mundo donde la vida dependía de tu esfuerzo, tu trabajo y tu talento, y no de los designios de un comisario político. Yo era yo, no una pieza de una maquinaria ideológica y militar que podía disponer de tu vida y usarla a su antojo. De Estados Unidos me impresionó, lo primero, la abundancia, los colores; yo venía de un lugar gris y siniestro. También la generosidad con que nos trataron; especialmente los cubanos de Miami. Me impresionó la actitud de las autoridades estadounidenses, que me trataban como a un ser humano que tiene derechos, no como a un esclavo al que se le perdona la vida.

–En esos primeros años de exilio, tanto usted como Arenas tuvieron algunos cruces fuertes con la izquierda universitaria estadounidense. Incluso en Debajo de la mesa narra una anécdota al respecto.

–Bueno, nosotros llegamos con ganas de pelea, con ganas de decir nuestra verdad. Fundamos una revista literaria. Que pagábamos con el dinero que ganábamos haciendo diferentes trabajos. Yo trabajé en factorías, en un supermarket, primero colocando la mercancía y después como carnicero, pintando carteles en una camioneta destartalada por todo Miami. Pensamos encontrar solidaridad, pero las universidades estadounidenses estaban, y tal vez aún están, controladas por una izquierda gorda, siniestra y castrista que siempre se ha identificado con los represores, no con las víctimas de los Castro.

–Siguiendo con lo anterior, una de sus bestias negras, tal vez la más notoria, es la izquierda “culogorda”, como la llama. ¿Qué es lo que más le molesta de la izquierda, y del progresismo en general?

–Su falta de objetividad, su fanatismo, su negarse a aceptar la realidad en nombre de una utopía revolucionaria que no existe y nunca existió. La llamada Revolución Cubana nunca existió. Siempre fue un proyecto totalitario. Por supuesto, hubo mucha gente honorable, pero ingenua, que la hizo posible y aupó a los Castro y peleó y murió pensando otra cosa, pensando que luchaban por un proyecto digno. Pero los Castro siempre supieron lo que querían, que era convertir la isla en una finca de la que ellos fueran los mayorales. A la vista está. Y para conseguirlo mataron o encarcelaron a todo el que podía hacerles sombra o significar un obstáculo. Pero para los intelectuales de izquierda es mucho más fácil defender un sueño de juventud, que reconocer que se equivocaron y que durante décadas han apoyado, y han sido cómplices, de un régimen asesino. La supuesta superioridad moral de la izquierda en todo el mundo es un fenómeno muy curioso, porque es una superioridad moral que se levanta sobre una montaña de muertos. Cien millones de muertos masacrados en nombre y a manos del comunismo, a manos de la izquierda. ¿Cómo una ideología asentada en el crimen, la esclavitud y la barbarie puede reclamar superioridad moral?

–Forma parte de la generación de Mariel, fue amigo, y en cierta manera discípulo, de Reinaldo Arenas, que a su vez fue discípulo de grandes escritores cubanos como Lezama Lima, Piñera y Lydia Cabrera. ¿Cómo se piensa en relación con la gran tradición literaria cubana?

–Hablas de escritores muy importantes. No creo que mi nombre merezca siquiera aparecer en semejante compañía.

–Otro aspecto sobresaliente de su literatura es la risa, esa risa demoníaca, pero al mismo tiempo salvífica, que surge de la contemplación impávida de los horrores del mundo. En eso, sus libros se emparientan con los de su amigo Arenas. ¿Lo ve así?

–Sí, completamente. Salvífica, es una buena manera de decirlo. A las puertas del infierno lo más conveniente es reír.

¿Puede un régimen agotado en lo económico y carente de cualquier mística política sobrevivir por mucho tiempo?

Editorial 14ymedio

Los cubanos se han despedido de uno de los años más difíciles que recuerdan, para entrar este sábado en un período cargado de muchas incertidumbres. Cientos de presos políticos, la economía tocando fondo, un éxodo masivo en proceso y una pandemia que no acaba de terminar completan un panorama sombrío para la Isla. Con esas variables, el escenario es inédito y cualquier ejercicio de predicción resulta inútil.

Hace doce meses, en otro primero de enero pero de 2021, nadie podía calcular que las calles cubanas se iban a llenar de un río de gente exigiendo libertad. El 11 de julio fue la manifestación popular más numerosa y extensa que haya ocurrido en la historia de Cuba, ni los mambises en sus luchas independentistas, ni los estudiantes en su enfrentamiento contra Gerardo Machado ni Fidel Castro en la Sierra Maestra contaron con un número similar de seguidores.

Sin embargo, la espontaneidad y horizontalidad del 11J, que fue su mayor virtud porque evitó que fuera abortada o descabezada en sus primeras horas, también resultó su mayor debilidad. Carentes de un guion y de cabecillas, los manifestantes de aquella jornada quedaron acorralados por las fuerzas policiales, no lograron llegar a los puntos neurálgicos de poder y tampoco convocar a militares y policías a unírseles.

No obstante, el régimen entró en «modo pánico» y respondió como único ha sabido hacer el castrismo en sus más de seis décadas de aferrarse al poder: con represión, intentando reescribir la narrativa de lo ocurrido y blindando con uniformados las calles de todo el país. Toda ilusión de que la protesta masiva forzaría al régimen a una apertura económica o política se ha ido disolviendo a medida que pasan los meses.

En lugar de preparar un programa de flexibilizaciones, decretar una amnistía para los presos políticos y lanzar un programa para destrabar las fuerzas productivas, el Partido Comunista ha preferido atrincherarse. Miguel Díaz-Canel se ha convertido en uno de los gobernantes más impopulares de la historia nacional, incluso algunos lo ubican en el primer puesto de los mal queridos.

¿Puede un régimen agotado en lo económico, obligado a estar en permanente estado de emergencia para evitar otro estallido y carente de cualquier mística política sobrevivir por mucho tiempo? La respuesta varía en dependencia del grado de consideración con su pueblo que tenga cada grupo en el poder. En el caso de los jerarcas cubanos ha quedado claro que nada los frena en su clara obsesión por mantener el poder.

Esa testarudez y falta de grandeza son una combinación que no presagia un final pacífico para un sistema que en 63 años ha destruido la nación, generado una abultada diáspora, lobotomizado a millones de estudiantes a través de sus programas de adoctrinamiento escolar y hundido la economía hasta niveles inaguantables. No van a soltar el timón de la nave nacional por las buenas, ese es el mensaje que han enviado con fuerza en los últimos meses.

Pero el modelo actual no tiene futuro. Aunque logren prolongar su vida artificialmente, está condenado. La posibilidad de un patrocinio, al estilo de la Unión Soviética o de la Venezuela de Hugo Chávez, no se avizora; la pérdida de jóvenes profesionales que se acelerará en los próximos meses descapitalizará aún más la fuerza laboral en un país envejecido y Díaz-Canel no podrá revertir con su torpe retórica la animadversión que la gente le tiene.

¿Será este el primer día del último año del castrismo?, se preguntan muchos en las calles y casas de esta Isla. Es posible, pero ahora mismo no podemos saberlo.

Las protestas democráticas de Cuba llegaron a los titulares internacionales hace unos meses, pero luego desaparecieron repentinamente.

Por: Morfema Press / The Epoch Times

Marcell Felipe, un experto en Cuba y un líder comunitario activo entre los cubanoamericanos, afirma que fue la administración Biden la que acabó con el proceso de democratización en Cuba.

Felipe es abogado y fundador de la Fundación Inspire America, una organización dedicada a promover la democracia en Cuba y las Américas. En 2019, el gobernador de Florida, Ron DeSantis , lo nombró para formar parte de la Junta de Fideicomisarios de Miami Dade College, una de las universidades más grandes de la nación.

“La administración Biden realmente lo mató”, dijo Felipe al programa “Capitol Report” de NTD durante la Conferencia Nacional de Conservadurismo en Orlando.

“Es, francamente, una protesta sin precedentes. Había miles, decenas de miles de cubanos comunes que protestaban contra el régimen que es conocido por matar a cualquiera que se oponga a él, un régimen estalinista en el siglo XXI ”, dijo Felipe. «Así que fue realmente un momento extraordinario».

“Muchos cubanoamericanos pensaron que la administración Biden aprovecharía esta oportunidad de oro, no solo para hacer algo bien por parte del pueblo cubano, sino para cambiar la marea electoral en Florida”, continuó Felipe.

Marcell Felipe

La base marxista del Partido Demócrata

Felipe explicó que Florida se considera un estado indeciso para la mayoría de las elecciones decididas por el uno por ciento de los votos. Con menos del 40 por ciento de los cubanoamericanos de Florida siendo republicanos registrados, cualquier candidato demócrata que obtenga más del 40 por ciento de los votos cubanoamericanos generalmente gana el estado. Dijo que los cubanoamericanos son el 6 por ciento de los votantes registrados, aunque solo representan el 3 por ciento de la población. “Somos votantes comprometidos”, dijo Felipe.

“Hubiera sido una obviedad que el presidente Biden realmente adoptara un enfoque de línea dura sobre Cuba, apoyara al pueblo cubano, hubiera cambiado el mapa electoral”, continuó Felipe. “Tenía todo el sentido político hasta que te das cuenta de la influencia que ha ganado el marxista dentro del Partido Demócrata, y cuál sería el retroceso para el presidente Biden. Eso realmente te lo dice todo «.

“El Partido Demócrata no ha logrado fortalecer su base y, en cambio, ha fortalecido la base marxista dentro de su partido, bajo su propio riesgo”, dijo Felipe.

“Realmente creímos que la administración Biden intensificaría y se dirigiría directamente a los generales cubanos y les diría ‘este es el momento de ponerse del lado de la nueva República Cubana o de ser los últimos dictadores de un régimen caído’.

Desafortunadamente, la administración Biden eligió hablar con el gobierno cubano en lugar del pueblo cubano o el ejército ”, continuó Felipe, diciendo que la oportunidad fue desperdiciada.

REUTERS/Alexandre Meneghini

Sleepy Joe, fría respuesta

La administración Biden ha sido criticada por su respuesta a las protestas de Cuba que comenzaron el 11 de julio.

Al principio, un subsecretario interino del Departamento de Estado describió la protesta contra el gobierno y el comunismo de Cuba como una asamblea contra las muertes por COVID-19 y la escasez de medicamentos. Sus palabras provocaron feroces críticas.

Durante un ayuntamiento de Fox News el 21 de julio, la representante Maria Salazar (republicana por Florida) y el senador Marco Rubio (republicano por Florida) criticaron a Biden por no reunirse con ellos incluso después de 10 días de estallar las protestas.

“Estamos muy frustrados”, dijo Salazar .

El gobernador de Florida, Ron DeSantis, también se unió al Ayuntamiento y pidió al gobierno de Biden que tome más acciones, especialmente para ayudar a brindar acceso a Internet a todos los cubanos.

Pero Biden está «básicamente sentado ahí sin hacer nada» y «dejando a estas personas afuera para que se sequen», alegó DeSantis.

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