Morfema Press

Es lo que es

Democracia y autocracia

En 2016, “posverdad” fue seleccionada por los Diccionarios Oxford como la palabra del año debido a un aumento del 2.000% en su uso, en comparación con el 2015. ¿Qué es exactamente la posverdad y cuáles sus implicaciones para la democracia?

Una benigna definición de Oxford dice: “la posverdad describe circunstancias en las que los hechos objetivos tienen menos influencia en la formación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales”. Esta definición no alcanza a decir que la posverdad es más problemática y peligrosa que las simples mentiras de siempre.

Sabemos que mentir es malo. En Éxodo se describen los Diez Mandamientos como pronunciados por Dios. “No dirás contra tu prójimo falso testimonio” es el noveno de los Mandamientos, entendido como imperativo moral del judaísmo y del cristianismo.

La mendacidad es una constante en la historia de la humanidad, pero cambia de forma. La posverdad se diferencia de la mentira en que es una degradación de la verdad. La posverdad ignora y desestima la ciencia, las pruebas, los hechos y la propia verdad. Una característica que define a la posverdad es que quienes la emplean siguen insistiendo en sus posiciones incluso después de que se demuestre que esas posiciones son falsas. La posverdad no significa que la verdad desaparece, sino que deja de ser importante y es sustituida por nuestras emociones y creencias personales.

En nuestra era de posverdad, los sentimientos tienen más peso que las evidencias. El término posverdad se popularizó en 2016 durante tres eventos: el referéndum del “Brexit” en el Reino Unido, las elecciones presidenciales en Estados Unidos y el referéndum del acuerdo de paz en Colombia, que debía ratificar el acuerdo final sobre la terminación del conflicto entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC. En Colombia, en base a sondeos de opinión, se daba por descontada la aprobación del referéndum. La inesperada victoria del “No” se debió a las creencias personales, como ocurrió con el voto del Brexit en el Reino Unido, y a la victoria presidencial de Donald Trump en los Estados Unidos.

Los científicos sociales afirman que hemos desarrollado un cierto desprecio por las verdades incómodas. Tendemos a asociar la verdad con las malas noticias, y no queremos escucharlas. Así, en lugar de buscar la verdad, nos distanciamos de ella. Parece que estamos eligiendo vivir en una era de posverdad.

Las redes sociales, Internet y las noticias por cable amplifican el dominio de la posverdad. En el pasado, las noticias nos llegaban en forma de propuestas bien investigadas, o de opiniones cuidadosamente pensadas de periódicos respetables y otros medios de comunicación. Como ahora podemos elegir, buscamos los medios que refuerzan nuestras propias opiniones. Si FOX News es su fuente de noticias favorita, es poco probable que cambie de canal para MSNBC a fin de informase sobre la política.

Irónicamente, incluso cuando los medios de comunicación quieren ser imparciales, pueden crear un falso equilibrio que favorezcan afirmaciones no verificadas. Esto se debe a que dan la misma importancia a las interpretaciones sin fundamento que a los hechos. Si se dan a las opiniones el mismo peso que a los hechos, todo se vuelve relativo y sujeto a cierta perspectiva. La verdad pierde su valor moral.

Hoy en día, individuos con ideas afines crean clústeres de datos mediante las redes sociales e Internet. Esto da lugar a bolsas de información que ratifican las propias creencias y descartan toda información diferente. Los estudios demuestran que más del 60% de nosotros utilizamos las redes sociales como nuestra principal fuente de información (Pew Research Center). Es decir, obtenemos nuestra información de publicaciones poco fiables en Facebook y similares.

Lo más inquietante es que, según el profesor Filippo Menezer (Universidad de Indiana), cuya investigación se centra en las redes sociales y los medios de comunicación social, prácticamente no hay diferencia en la popularidad entre las noticias falsas y las verdaderas. Durante los últimos días de la campaña presidencial de 2016 en Estados Unidos, las noticias falsas obtuvieron tantos “like” en las redes sociales como las reales. Aparentemente, en política no se gana nada diciendo la verdad.

Lo que entraña la posverdad es que las opiniones tienen el mismo valor que los hechos. Esto es destructivo para la democracia, porque sin hechos en los que podamos estar de acuerdo, el consenso político se vuelve imposible.

El último libro del Dr. Azel es Libertad para novatos.

Recesión, contracción o declinación democrática. Funcionan como sinónimos, es el léxico de la época. Según diversas organizaciones, el número de países “No libres” es el más alto de los últimos quince años. Lo explican, entre otros, el resurgimiento de los nacionalismos, étnico o como refrito de la teoría de la dependencia; la intransigencia identitaria, de género, raza o clase social; y la normalización de la xenofobia, en este mundo de migraciones tan masivas como inevitables.

Dichas tendencias fomentan la polarización y crean un espacio propicio para la demagogia, colisionando con las instituciones y el propio ethos de la democracia. Y ello incluso en el mundo occidental, originalmente democrático.

También intervienen variables sistémicas, es decir, de funcionamiento y reproducción del orden internacional; o del “desorden”, dependiendo de la persuasión teórica de preferencia. Los déspotas de hoy divulgan la idea que la autocracia es superior, pues asigna recursos con más eficiencia, identifica las prioridades nacionales con mayor rapidez y las puede implementar con eficacia porque el poder está centralizado.

Sorprende el súbito prestigio adquirido por el modelo chino de capitalismo de partido único. Escuchamos que es un sistema más estable y más fuerte que el capitalismo democrático, lo cual alimenta el pesimismo actual de Occidente. De hecho, vivimos en una suerte de nebulosa apocalíptica según la cual no hay nada que podamos hacer para evitar la consolidación de una nueva era del totalitarismo; como en la entre-guerra, excepto que ahora sería en un mundo sino-céntrico.

Que no es tan solo narrativa fatalista, nótense los siguientes ejemplos. China ha desarrollado un misil hipersónico, tecnología que el Pentágono aún no logra alcanzar. A partir de la pandemia, China logró la propiedad total de la producción de contenedores, logrando así un control del comercio mundial. La prensa occidental reporta con frecuencia que la telefónica Huawei funciona como instrumento de inteligencia del Estado, con actividades en China y en el exterior.

Esto revela la estrategia del nuevo hegemón: poderío militar, monopolio comercial y supremacía en el espionaje. En este contexto se diseñó y llevó a cabo la cumbre de la democracia, evento organizado por la Administración Biden al que se accedía por invitación. Una suerte de seminario para demócratas; se conversó, pero no surgieron acciones prácticas. El evento no obstante fue pensado en referencia a quien no fue invitado tanto o más que a quien sí lo fue.

China y Rusia no fueron invitadas, justamente, entre otras autocracias, pero sí fueron convocadas otras naciones no-libres—por ejemplo, Angola, Irak y la Republica Democrática del Congo—así como también llamó la atención la exclusión de naciones con mejores puntajes democráticos: Singapur, Sri Lanka y Bangladesh, entre ellas. Esto sugiere un cierto componente ad-hoc en el criterio de selección.

China, por su parte, respondió a la exclusión con un severo pronunciamiento de su cancillería—”La era en la cual Estados Unidos actuaba en el mundo de manera arbitraria bajo el pretexto de la democracia y los derechos humanos ha terminado”—y con la publicación de un documento conceptual de su Consejo de Estado—”China: una democracia que funciona”—en una vehemente defensa del sistema de partido único.

China y Rusia organizaron una suerte de contracumbre impromptu a los pocos días. Xi y Putin acordaron apoyarse mutuamente, “defendiendo la dignidad nacional y los intereses compartidos por ambos países”. La cumbre de la democracia no les resultó indiferente, pero quizás habría sido mejor invitarlos y que escuchen qué es la democracia, porqué no son tal, y qué tienen que hacer para pertenecer a dicho club.

Además, ello habría sido propicio para algo similar a aquella histórica escena cuando en la misma Puerta de Brandeburgo Reagan exhortó a Gorbachov: “Señor Gorbachov, derribe este muro”. El equivalente de hoy podría haber sido “Señor Xi, detenga el genocidio de los Uyghurs”; una oportunidad perdida.

De hecho, algo así produjeron Mario Abdo, presidente de Paraguay, y Guillermo Lasso, presidente de Ecuador en aquella cumbre de CELAC, pero especialmente memorable fue Luis Lacalle Pou, presidente de Uruguay, recitando “Patria y Vida” en la cara de Díaz-Canel. El ejemplo es relevante, pues también hay ocho países de las Américas que no fueron invitados: Bolivia, Cuba, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua y Venezuela.

Es que habría sido bueno poder decirles que detengan los crímenes de lesa humanidad; que liberen a los opositores; que dejen de usar al Poder Judicial para perseguir adversarios políticos. Y, al respecto, si hubo razones de geopolítica en el proceso de selección de participantes, genera perplejidad la ausencia de los países del Triangulo Norte, siendo que la seguridad y la inmigración es una prioridad de la Administración Biden.

Pero ello no es todo. Ortega rompió relaciones con Taiwán y las inició con China a horas de no haber sido invitado a la cumbre. Y a los pocos días de haber sido reprobados por la cumbre de la democracia, estos países celebraron una cumbre en La Habana recordando la creación de ALBA. También en América tal vez era una mejor idea invitar a todos.

Queda por verse ahora si serán invitados a la Cumbre de las Américas de junio próximo. Está claro, tener a las autocracias cerca es ofensivo, indignante. Pero tenerlas lejos es darles espacio para que sigan vulnerando los derechos de los pueblos. Y como bien dice la Carta Democrática Interamericana: “Los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla”. Ese es el compromiso cardinal, con los pueblos.

@hectorschamis

WP Twitter Auto Publish Powered By : XYZScripts.com
Scroll to Top
Scroll to Top