Vía The Objective

El expresidente del Consejo de Seguridad conversa con THE OBJECTIVE sobre la guerra, la necesidad de no olvidar el pasado y sobre los peligros del silencio

Si al final de la vida a cada uno le preguntaran por los logros y hazañas de los que se siente particularmente orgulloso, no todo el mundo podría decir que fue embajador de su país ante las Naciones Unidas, que presidió el Consejo de Seguridad de la organización, que fue la primera persona que encabezó una misión oficial a un teatro de guerra o que fue testigo de los horrores cometidos en Bosnia, en especial en Srebrenica, y uno de los grandes contribuidores a que el mundo conozca y recuerde los horrores de la guerra en Yugoslavia. Pero Diego Arria (Caracas, 1938) sí que podría y no sería un gran problema: en toda su vida ha hecho esto y mucho más.

Exiliado de Venezuela y con una larga carrera política a sus espaldas, Arria ha sido uno de los nombres más importantes en el seno de las Naciones Unidas en toda su historia. Conocido por su polémica presidencia, asegura que nunca se ha dejado una frase en la recámara cuando lo consideró necesario contra quienes fueron sus compañeros en el organismo y a quienes acusa de ser los colaboradores de uno de las mayores masacres de la historia de Europa del siglo XX al no haber puesto todos los medios disponibles a su alcance en pos de una solución justa a la agresión de Serbia a sus vecinos bosnios, provocando, tal y como defiende, que se iniciara la oleada de terrorismo musulmán que ha asolado el mundo en la última década.

Sin deseos de volver a la diplomacia y mucho menos a las Naciones Unidas, Arria, que ha sido uno de los perfiles más destacados de la organización, ha escrito el libro que asegura que otros muchos de sus compañeros no podrían escribir por sus implicaciones en el conflicto: Guerra y terrorismo en el corazón de Europa, una crónica apasionada de lo que fueron algunos los años más oscuros de la historia moderna y en el que se señalan punto por punto los fallos cometidos y los responsables de los mismos así como las corruptelas que cometieron y por las que aún nadie ha elevado una disculpa, tan solo excusas

Arria ha escrito una historia sobre algunos años de su propia vida, pero sobre todo sobre los peligros del silencio. Relatado con la perspectiva que da el verlo todo hacia atrás, puede presumir de haber convertido una parte de sus años en la política en una novela de aventuras, de esas en las que no hay finales felices, pero que hay que contar para que no vuelvan a repetirse. Para diseccionar los fallos y errores de las Naciones Unidas, su futuro y su utilidad tras la guerra de Ucrania y para evitar que la guerra en los Balcanes caiga en el olvido, THE OBJECTIVE conversa con él.

PREGUNTA.- Su libro es una novela de aventuras en la que protagoniza hitos como un gran primer viaje de las Naciones Unidas a Bosnia. No sé cómo ha sido regresar a estos hechos tras tantos años

RESPUESTA.- Más que al leer las notas, ha sido en mi visita reciente a Sarajevo. La primera vez que entré lo hice con no sé cuántos guardias, cascos azules, etc. Ahora, llegué al aeropuerto y cogí un taxi porque me hicieron ciudadano honorario. Es ahí cuando empiezas a mirar hacia atrás y piensas: «Caramba, yo vine hace tantos años a una ciudad destruida, tiros por todos lados y ahora me van a hacer hijo honorario». Puedo decirte qué fue una época de lo más interesante… la confrontación con los rusos… [medita] Yo le cargo el terrorismo musulmán a los ingleses y a los franceses, en segundo orden a los americanos y luego a los rusos, que eran los más inteligentes porque estaban apoyando siempre por detrás, pero no aparecían.

P.- E incluso dentro del propio Consejo llegan a tratar de boicotear su entrada en Bosnia y en Srebrenica.

R.- Increíble. ¿Y por qué lo hacen los militares? Los famosos cascos azules son cascos azules cuando son haitianos, paquistanos, españoles… Cuando son ingleses, franceses o americanos responden a sus comandos primero y después al secretario general. En el fondo, este intento de boicotear nuestra entrada son instrucciones que recibían del Gobierno de Inglaterra y del de Francia, para lo cual se prestaba la Secretaría General de las Naciones Unidas en complicidad.

P.- ¿Por qué Europa no actuó con la misma contundencia en Bosnia que en Kuwait o con Gadafi?

R.- A mi me dijo el representante inglés: «Tú tienes razón, Diego, pero nosotros no podíamos permitir que de Bosnia surgiera un Estado musulmán en Europa». Yugoslavia era un país multiétnico que vivía en paz tranquilamente hasta que el amigo Milosevic trata de invadir a Croacia y los europeos no hacen nada. Esto se parece a Georgia, a Crimea: Putin vio que entró y que no pasó mucho. Creo que era Zelenski el que decía: «A ustedes les cuesta en dólares, euros; a nosotros nos cuesta en sangre». Está luchando por todos nosotros, no por simplemente Ucrania; nadie ha querido ser tan europeo como los ucranianos, y los bosnios se sentían totalmente igual. 

«Los que conocen las interioridades de las Naciones Unidas no quieren contarlas para guardar puertas abiertas y reingresar a la diplomacia… Pero yo lo hice abiertamente».

P.- La Guerra de los Balcanes finalizó hace más de 20 años. ¿Por qué hablar ahora de ella?

R.-. Yo te diría que el tema de Ucrania me hace recordar perfectamente a Yugoslavia. Los europeos, de la mano de Estados Unidos (sobre todo Inglaterra y Francia decían): «Bueno, estos tipos no son europeos, son musulmanes, y por lo tanto no corresponde tener un Estado musulmán en Europa». Nadie quería ayudarlos, eso fue lo que se repite hoy en Ucrania. Los europeos nunca le facilitaron el acceso ni le dieron una real bienvenida. Si Europa le hubiera dado una acogida mayor a Ucrania, no tendríamos guerra. La indiferencia se convirtió en complicidad, que fue lo que pasó en Yugoslavia. 

P.- Su libro es una obra sobre algunas heridas abiertas en Europa e incluso deja ver sus propias cuentas pendientes. Menciona la reunión que mantiene con el expresidente de Bosnia Izetbegovic, de donde sale afirmando que debido a su puesto no puede expresar todo lo que le habría gustado. ¿Se ha dejado algo por contar en estos años?

R.- Yo traté de decirle que allá en el Consejo [de Seguridad de la ONU] había una conspiración contra él porque pensaban que era una amenaza, pero no podía contarle todas las intimidades a un jefe de Estado. No me he dejado nada pendiente por contar en estos años. Podría agregarle cosas, pero en el fondo serían hasta anecdóticas, y hay cosas muy gruesas que quedan por ahí pero no hay libros de ese género porque los que conocen las interioridades de las Naciones Unidas no quieren contarlas para guardar puertas abiertas y reingresar a la diplomacia. Como yo no tenía interés en ninguna de esas cosas, lo hice abiertamente, e incluso te confieso que leyendo mis propias notas me decía: «Oye, que tipo más interesante, las cosas que decía a los ingleses, ¡a los grandes! ¡Que interesante este tipo!» [se ríe]. Debí de sonar tremendamente duro porque yo les asigno a ellos la responsabilidad fundamental por el crecimiento del terrorismo en Occidente.

P.- Sostiene que hay mucha gente que quiere volver a las Naciones Unidas por la puerta de atrás y que usted no es uno de ellos. En el libro veo a alguien decepcionado con el funcionamiento de la organización y que hasta parece dudar de la utilidad de la misma.

R.- La ONU es fundamental para el mundo, el problema es el Consejo de Seguridad, que como es el que domina el tema de la fuerza es el que atrae a la gente. Nadie tiene interés en qué hace Unicef o que hace la Unesco, pero la guerra en Ucrania, la guerra en Siria, Yugoslavia, por qué no las paran, por qué no la detienen… son un grupo de corruptos. Yo llegué a las Naciones Unidas en una época en la que parecía que ocurría lo que decía nuestro amigo Fukuyama sobre el final de la historia, pero Yugoslavia divide al Consejo por si los bosnios son europeos, por eso la carga que tiene Europa sobre este tema es gravísima. Yo dije en el juicio de Milosevic [expresidente de Serbia]  que si se pudiera juzgar a funcionarios en las Naciones Unidas, varios habrían sido condenados como él. Ahí nadie asume responsabilidades. La cosa que más me impresionaba del Consejo es que tu llegabas a la sala privada y tienes en frente páginas en blanco, limpias, que no tienen lágrimas, no tienen sangre, no tienen gritos, solo dicen que «ayer un obús en Srebrenica mató a 15.000 personas», pero tú no las oyes. 

P.- ¿Europa ha conseguido expiar sus pecados en Bosnia?

R.- No, yo nunca he oído a ningún jefe de Estado europeo pedir disculpas y son cómplices, ni a Miterrand, ni a Major, ni a Felipe [González], aunque España lo fuera en menor nivel. Felipe ha dado discursos ante la Comunidad Europea en contra del negocio, pero su embajador votaba con los americanos, con los franceses: estaban teniendo una posición dual para no enfrentarse a la Unión Europea y para no enfrentarse a los americanos. 

Yo no he visto arrepentimiento. Ahora empiezan a salir para tratar de expiar, pero eso es algo que no pueden limpiar esa culpa porque fue una masacre de tal naturaleza cometida ante sus ojos y que luego esconden y todavía lo siguen escondiendo. El mundo se unió para acabar de liquidar a los musulmanes. 

«Si Europa le hubiera dado una acogida mayor a Ucrania, no tendríamos guerra. La indiferencia se convirtió en complicidad, que fue lo que pasó en Yugoslavia».

P.- Srebrenica es la mayor masacre en suelo Europeo desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué conocemos tan poco de las guerras en Yugoslavia?

R.- Hay muy pocos libros porque la responsabilidad de los grandes países es de tal dimensión… Hay un convenio tácito de algo que no les conviene a Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania o Rusia. Eso es lo que explica el rol de Butros-Ghali [ex secretario general de las Naciones Unidas], que para mi es de una gran perversidad al prestarse a encubrir todo esto porque busca la reelección. Yo escribí un artículo en el New York Times en el que pedía que no se reeligiera al secretario, pero no a Butros, sino en general, porque si te van a reelegir, el tipo piensa prepararse para no hacer nada controversial y así salir elegido. Eso hace que si eres controversial, no llegas a secretario general.

P.- Se menciona que Ucrania como la mayor guerra de este siglo cuando en Yugoslavia sonaron disparos hasta 2001. ¿Por qué se olvida tanto esta guerra?

R.- Bueno, en Yugoslavia no había amenazas nucleares, no había problemas de abastecimiento de energía o de venta de alimentos; era algo que no tocaba la vida diaria de los europeos para nada. A los únicos a los que afectó fueron a los 200.000 que murieron allá, a las 20.000 mujeres violadas, pero no a la vida normal de los europeos. 

Los judíos no pasan un día sin promover el Holocausto y tienen razón porque tu generación, si no se lo dicen, no van a saberlo. Yo hice mi libro como una contribución a que esto no se olvidara, por eso acepté ir al Tribunal [Penal Internacional de La Haya]. Si yo no digo esas cosas, ¿qué habría pasado? Nada, porque yo fui el único testigo político. Que alguien diga que vio como disparaban a alguien es una cosa menor, pero que otro diga que ahí había un proyecto construido dá las pruebas para ir contra ellos porque los grandes países no lo iban a hacer. Yo incluso le dije a Owen [mediador de la ONU en el conflicto] que estaba seguro de que le habían ofrecido un convenio de inmunidad a Milosevic, y él me lo negó, que cómo decía eso. La pérfida albión es capaz de eso y más.

P.- Sus hijas ya son mayores, pero no sufrieron la guerra. ¿Cómo les cuenta lo que pasó en Yugoslavia, lo que vio en Srebrenica?

R.- Llevé a una, a Manuela, a Sarajevo. Yo le decía que en el mundo se ataca tanto a los musulmanes y que hay una idea yo creo que distorsionada de qué diablos son. La llevé a Srebrenica, y hablando con las viudas lloraba oyendo las cosas que le contaban. Fue un golpe emocional muy fuerte, pero es que no es fácil enganchar a la gente joven en un tema como el de Srebrenica porque es un poco como la historia antigua. Pero no lo es, se va a repetir en el día que no se aprendan las lecciones; ya pasó en Siria, está pasando en Ucrania, mañana puede pasar en Moldavia, en Polonia. 

Para mí el origen de los males contemporáneos comienza en Yugoslavia, así como la Segunda Guerra comienza en los Sudetes: vamos a darle un pedacito aquí de Checoslovaquia a Hitler, que se queda tranquilito, pues lo mismo. ¡Crimea! Vamos a darle un pedacito a Putin y que se quede con eso tranquilísimo. No se tranquilizó. ¡Vamos a darle el Donbás un poquitico! Y así hasta que entiendan que no, que lo que quiere es Ucrania. 

P.- Por su experiencia en el Consejo de Seguridad y tras su paso como embajador: ¿Cree que Vladimir Putin será juzgado en la Corte Internacional de Justicia?

R.- Putin debería haber sido iniciado ya. El fiscal, que ha estado dos veces, tiene suficientes pruebas presentadas no solamente por Ucrania, sino también por los franceses, como para mandarle fácil al Internacional por crímenes de lesa humanidad, y no lo han hecho. No podemos olvidarnos de que la Corte también tiene países, y a los jueces los eligen los países, los gobiernos y ahí nuevamente la política juega un efecto. Te voy a poner una cosa en la cabeza: si China estuviera haciendo esto, nadie se estaría metiendo con ellos. El terror que le tiene en las Naciones Unidas es muy superior que el que le tiene a Rusia; el peso comercial y económico de China en el mundo es de tal naturaleza que nadie le tira una piedra a los chinos.