Por Edgar Cherubini Lecuna
El silencio por conveniencia ideológica es el “efecto Lucifer” al que apunta el psiquiatra Philip Zimbardo (The Lucifer Effect: Understanding How Good People Turn Evil, 2007), “El mal de la inacción o del silencio es una nueva forma del mal, que apoya a aquellos que perpetran el mal”. Esta nota la escribo en medio del escandaloso silencio de algunos medios ocupados por la izquierda sobre los recientes acontecimientos en el Medio Oriente y otros crímenes dentro de Francia. Calificar a los terroristas de Hamas como “movimiento de resistencia” no solo significa guardar silencio sobre las masacres perpetradas por estos despiadados asesinos, sino que contribuyen a desinformar al ocultar la verdad. En la esfera política francesa y en la dirección de la mayoría de los medios de comunicación, incluyendo los medios públicos, una liga de intelectuales, políticos y periodistas, utilizando en forma difusa las banderas del multiculturalismo, el tercermundismo y el antiimperialismo, así como el de un humanismo mal entendido, nadan juntos en esa turbia marea antidemocrática y antioccidental orquestada por movimientos fundamentalistas islámicos. Algunos promotores de esa turbia tendencia llegan a traicionar sus propios valores al aliarse con todo aquello que atente contra Occidente y hasta contra su propio país.
En Francia, la información veraz y objetiva está cada vez más confiscada por la izquierda, al detentar el control de los servicios públicos del Estado al servicio del aparato asociativo y militante del progresismo y sus derivaciones ideológicas que van desde la promoción del multiculturalismo y la inmigración, que está demoliendo los valores sociales, hasta las alianzas con el islam radical, su nuevo proletariado. Encontramos que esto no es una novedad si repasamos algunos episodios que dan cuenta del sesgo y el negacionismo de estos medios. Jean Sévillia es el autor de una crítica demoledora sobre la intelectualidad y los medios de comunicación ocupados por la izquierda en Francia (Jean Sévillia, Le terrorisme intellectuel, Ed. Tempus, 2.000). Entre otros casos que cita en su libro, resalta el de Aleksandr Solzhenitsyn, intelectual ruso condenado a trabajos forzados en un campo de concentración desde 1945 a 1956, por expresar opiniones contrarias al régimen estalinista. Este mártir de la libertad fue insultado por intelectuales y periodistas franceses durante su visita a Francia en 1974, relacionada con la edición y publicación francesa de su obra. En el editorial de l’Humanité (17/01/1974), se lee: “La publicación del Archipiélago de Gulag, está enmarcada en una campaña antisoviética, destinada a distraer de la crisis que padecen los países capitalistas”.
Le Monde, Le Nouvelle Observateur, Tel Quel y otros medios no se quedan atrás, calificando a Solzhenitsyn de “Colaboracionista de la derecha y del capital”; “Máquina de guerra contra la URSS, contra el socialismo y contra la unión de la izquierda en Francia”; “Es un personaje psíquicamente inquietante. Tiene un aspecto simiesco, es como un mono que con tristeza ve pasar a los que se pasean el domingo frente a su jaula” (diario Tel Quel, 1974). En una entrevista televisada del programa Apostrophes, los entrevistadores solo lo dejaron hablar cinco minutos, mientras lo tildaban de “Profeta de la contra revolución”, entre otros epítetos, ironías y sarcasmos contra una persona que vivió un verdadero martirio por sus ideas en pro de la libertad, los derechos humanos y la democracia. Es imperdonable que destacados intelectuales y dirigentes de la izquierda francesa guardaran silencio con la excusa de mantener la unidad del socialismo mientras sus oficiantes asesinaban intelectualmente al escritor. Para comprender esta actitud valga comentar que las revelaciones del Informe Khrushchev (1956), que recoge los horrores del régimen estalinista denunciados por el propio secretario general del partido comunista ruso, produjo en dirigentes e intelectuales de izquierda un negacionismo psicótico. El Partido Comunista Francés tardó 17 años en reconocer la veracidad de dicho informe, de allí que dicho partido junto a intelectuales y medios, avalaran el sojuzgamiento de los países del Pacto de Varsovia a la URSS, la invasión a Hungría (1956) o el aplastamiento de la primavera de Praga (1968).
Los que lograron distanciarse de esa distorsión cognitiva corrieron presurosos a cantarle alabanzas a nuevos tiranos comunistas, tal fue el caso de Jean Paul Sartre quien, en 1960, a los pocos meses de instaurada la revolución cubana, viajó a Cuba para cantarle loas a Fidel Castro, el Stalin caribeño. A comienzos de la década de 1970, intelectuales y periodistas de izquierda asesoraron y apoyaron a los jóvenes líderes del Khmer Rouge de Camboya que estudiaban en el instituto Sciences Po de París, con el resultado de un millón de asesinatos en uno de los más crueles genocidios del siglo XX en nombre del socialismo. En el presente, una liga de intelectuales y políticos desprovistos de toda ética, escudados en las banderas del antiimperialismo, apoyan a los regímenes dictatoriales y corruptos de Cuba, Bolivia, Nicaragua y Venezuela, países que conforman la nueva internacional comunista del Foro de Sao Paulo, integrada por la izquierda iberoamericana, guerrilleros, narcotraficantes y grupos terroristas como Hezbollah y Hamas que campean a sus anchas en esos tristes trópicos. Salvo contadas excepciones, sus atrocidades no son mencionadas por los medios franceses que, con su silencio, les otorgan legitimidad, por el contrario, les brindan espacio mediático disfrazado con todo tipo de eufemismos.
La omertá de los medios en Francia
Es escandaloso el silencio de los medios públicos sobre los asaltantes que el 17 de noviembre en la villa rural de Crepol, al grito de “matemos a los blancos” una docena de inmigrantes magrebíes ingresaron a la sala de fiestas del pueblo armados de cuchillos asesinando a un joven estudiante de 16 años y heridas graves a otros tantos. Si la Omertá, también conocida como la “ley del silencio”, es una norma de lealtad entre miembros de la Mafia ante jueces, políticos o policías, ésta es notoria en los medios públicos franceses sobre la identidad de los agresores y el odio racial que expresaron, ya que al gobierno y más aún a los políticos de izquierda no les interesa estigmatizar a los 6 millones de musulmanes que hay en Francia, temerosos de perder el voto de este segmento o de contrariar la inmigración que ellos mismos han promovido en detrimento de su país. Le Figaro, uno de los pocos medios objetivos, informa que Gérald Darmanin, ministro del Interior mostró a un colega la lista de sospechosos detenidos por la policía en el caso del asesinato del joven: “Son franceses, pero ninguno tiene un nombre que suene francés”. La regla es, por tanto, la mecánica de mentir por omisión, “la omertá”, como bien lo expresa la periodista Charlotte d’Ornellas (Le journal du dimanche, 28/11/23), “porque detrás del nombre de pila se esconde en última instancia que los asesinos proceden de la inmigración. Algunos lo saben y quieren que se sepa. Otros lo saben y quieren ocultarlo”. Este no es un caso aislado, según el INSEE (L’Institut national de la statistique), son 14.500 víctimas de ataques armados al año, que es el equivalente a 40 ataques armados por día, entre armas blancas y de fuego. Sociólogos no mediatizados, analistas y periodistas independientes revelan que la mayoría de esas acciones criminales, incluyendo los atentados en años recientes, son causadas por la inmigración de magrebíes y africanos, pero los que no piensen como los extremistas de izquierda son unos fascistas, ultraderechistas, racistas, islamofóbicos. Tratando de banalizar el horror, guardan un silencio cómplice ante las atrocidades, sin entender que el islam no cesará de provocar una guerra civil utilizando a sus fieles radicalizados.
Solzhenitsyn, en su discurso en la universidad de Harvard en 1978, se pronunció sin ambages sobre el silencio y la cobardía que lo cobija: “El declive del coraje es quizás la característica más sobresaliente de Occidente hoy en día. El mundo occidental ha perdido su valor cívico, tanto en conjunto como de manera particular, en cada país, en cada gobierno y por supuesto en las Naciones Unidas. Este declive de coraje es particularmente notable en el segmento gobernante e intelectual dominante, de ahí la impresión de que el coraje ha abandonado a la sociedad en su conjunto. ¿Es que acaso no hemos entendido que la falta de coraje es el comienzo del fin?”.
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