El futuro de Venezuela se presenta como un acertijo geopolítico cargado de tensión y esperanza, una mezcla agridulce que parece ser la firma distintiva de la nación. La pregunta que muchos se hacen es si este año 2025 traerá finalmente el tan anhelado cambio o si será otro capítulo en la novela que ha definido las últimas décadas.
El horizonte político sigue lleno de incertidumbre. El Gobierno, lleva años enfrentando acusaciones de corrupción, violación a los Derechos Humanos, autoritarismo y mala gestión; promete reformas mientras busca mantener el control por el poder. Ofrecimientos no llenan la despensa ni curan malestares, y la ciudadanía lo sabe, lo siente y lo padece. El cansancio social es palpable, pero también lo es la capacidad del pueblo para reinventarse ante la adversidad. El año 2025, será crucial para dar paso hacia la libertad y reconstrucción democrática.
Las primarias opositoras, dejaron claro el anhelo de cambio y allanaron el camino hacia las elecciones presidenciales del 28 de julio, en la cual, la inmensa mayoría con las actas recopiladas, evidenciaron el contundente triunfo opositor. Hecho que marca un punto de inflexión, aunque abre interrogantes sobre cómo el oficialismo y las instituciones responderán ante el resultado.
No se puede ignorar el enorme sacrificio de los presos políticos y exiliados, quienes han pagado un alto precio por su compromiso con la democracia. Sus historias son recordatorio constante de la lucha por los derechos fundamentales y del costo humano que implica resistir ante la opresión. En 2025, su libertad y retorno serán prioridad en el proceso de transición.
En el frente económico, las señales son mixtas y aunque privilegiados sectores muestran signos de reactivación por las aperturas controladas y alianzas comerciales, la enorme mayoría ciudadana sigue atrapada en una lucha de supervivencia diaria contra la inflación y escasez. La dolarización ficticia e informal apacigua tensiones, pero también profundiza desigualdad. El reto para 2025, es transformar la economía y su estructura para que sea viable, sustentable, para beneficio de todos y no solo a una élite cada vez más evidente.
La sociedad civil, es fundamental. Organizaciones no gubernamentales, medios independientes y comunidades organizadas han demostrado ser un contrapeso vital frente a los arreglos oficiales. Sin embargo, su resistencia tiene límites, y más, en un contexto donde las libertades básicas están bajo ataque. En 2025, la interrogante seria, si estas fuerzas podrán consolidarse para impulsar un cambio o si continuarán luchando en terreno desigual.
A nivel internacional, el papel de Venezuela también está en juego. Con sus recursos naturales y posición estratégica, el país es un actor clave en la región. Pero, solo será posible, si logra estabilizarse internamente. La comunidad internacional, incluidas las potencias tradicionales y los nuevos actores globales, tendrán un rol crucial. La cuestión es, si apoyarán a Venezuela de manera efectiva o si continuarán utilizándola como ficha en el tablero global.
Para Venezuela 2025 podría ser el año de la inflexión. Para que ocurra, es necesario un esfuerzo colectivo, de todos, que trascienda intereses partidistas, particulares y apueste por el bien común. De lo contrario, el futuro seguirá siendo un espejo retrovisor en el que el éxodo, la desigualdad e incertidumbre continúan reflejando el presente. La esperanza y el deseo de cambio está vivo, activo y enérgico, pero también lo está la responsabilidad de convertirla en realidad.
El equipo de morfema.press