Por Luis Eduardo Martínez

Estamos en medio de la temporada anual de cumbre multilaterales. La Cumbre de las Américas, la Cumbre del G7, la reunión anual de los BRICS y la cumbre de la OTAN ocurrieron en los últimos 30 días. A simple vista, existe un elemento común en estas citas multilaterales. Todas demuestran aspiraciones hegemónicas por parte de distintos polos de poder. El imperialismo ha perdurado y se ha transformado en el siglo XXI. El 24 de febrero, tras la invasión rusa de Ucrania y el inicio de las sanciones por parte de EE.UU. y sus aliados, se levantó oficialmente una nueva ‘Cortina de hierro’ en el mundo. Tanto el imperialismo iliberal de Rusia y China como el imperialismo liberal del bloque de democracias occidentales buscan expandir el poder a través de la conquista territorial o el control político económico. El imperialismo iliberal ha demostrado producir altos niveles de violencia e inestabilidad económica internacional, mientras que el imperialismo liberal, por supuesto motivado por el mismo instinto animal de supervivencia, siempre ha estado anclado a un compromiso con el orden social y las libertades necesarias para la sostenibilidad del imperio en paz.

Rusia

Las aspiraciones imperiales de Rusia son más evidentes tras la invasión de Ucrania el 24 de febrero, pero en el fondo son la continuidad de una ideología iliberal que se remonta al siglo XIII. Rusia, al igual que China, son naciones cuyo imperialismo principalmente se formó a través de la expansión territorial continental. Esto responde a idiosincrasias económicas. Rusia, por ejemplo, históricamente fue un país cuya economía se basaba en la explotación de tierras. Por lo tanto, la única manera de aumentar el poder económico era controlado más tierra para cosechar. Y una manera de expandir el poder político era otorgando tierras a los oficiales más leales al régimen. Para asegurar a continuidad ininterrumpida del control de estas grandes planicies, el ejército moscovita subyugó, una y otra vez, a sus habitantes. A diferencia de los imperios europeos, cuyas colonias se encontraban del otro lado del océano, el imperio ruso siempre pudo extinguir cualquier rebelión o diferencias ideológicas en un corto plazo. Desde el siglo XVI hasta la modernidad, la expansión territorial rusa anual era equivalente al territorio de los Países Bajos actualmente.

La Rusia imperial no acabó con la Revolución Bolchevique. Los sueños de una internacional socialista igualitaria murieron con Lenin. Stalin inmediatamente promovió un comunismo nacionalista centrado en Rusia y, posteriormente, Leonid Brezhnev estableció la política imperial de la Unión Soviética, conocida como la Doctrina Brezhnev. La Doctrina Brezhnev, específicamente, estableció la prerrogativa de Moscú de invadir a sus aliados del bloque soviético en caso de que el socialismo estuviese bajo amenaza.

Y por supuesto que si nos trasladamos al siglo XXI evidenciamos que el régimen iliberal de Vladimir Putin es el vicario del legado imperial de Rusia. Desde que llegó al poder, Rusia invadió Ucrania dos veces, atacó a Estonia, invadió Georgia, restableció al régimen dictatorial de Kazajistán con el uso de las fuerzas armadas, invadió y destruyó Chechenia, entre otras hostilidades que responden a ambiciones imperiales. Pero si el recuento histórico no es suficiente, el mismo Putin ha sido claro sobre su imaginación del mundo, del lugar de Rusia y de sí mismo. En una entrevista el pasado 10 de junio Putin, se comparó a Pedro el Grande, zar ruso del siglo XVIII. Putin aseveró que su invasión de Ucrania era comparable a la invasión de Suecia librada por Pedro el Grande (San Petersburgo fue construida sobre estos territorios conquistados). Según Putin, en esa entrevista, ya no eran pretextos de seguridad los que justificaban la invasión de Ucrania, sino un flagrante proyecto imperial de expansión territorial para aumentar el poder y prestigio del régimen.

China

En el caso del imperialismo iliberal demostrado por el Partido Comunista Chino (PCC) existe un grado de ironía. Por todas las criticas históricas al imperialismo y colonialismo europeo y su terrible legado de abusos y ultraje, el PCC está siguiendo al pie de la letra el manual occidental de colonialismo, sin muchas modificaciones o mejorías.

Tras haber consolidado el poder en China Continental, el PCC inició en el 2012 un proyecto de proyección de poder a nivel global. La Nueva Ruta de la Seda o “Belt and Road Initiative” ha construido infraestructuras de doble uso en más de 60 países del mundo. Puertos y aeropuertos, autopistas e instalaciones generadoras de energía que podrían ser rápidamente adaptadas de uso civil a uso militar. De igual manera, durante la primera década del siglo XXI, el PCC adquirió más de 7 millones de hectáreas a nivel mundial, para controlar recursos naturales vitales para la economía del futuro. Para poner en la balanza: EE.UU. solo adquirió 800 mil hectáreas en la última década a nivel global. El PCC ahora tiene derechos sobre minas de litio y cobre en Perú, plantaciones de bananos en Myanmar, reservas de petróleo en Venezuela y campos de cereales en Rusia, entre muchas otras inversiones.

Pekín también detenta una llave de control político y económico en más de 40 naciones a nivel mundial, a través de más de $170 mil millones en préstamos tóxicos. Más de 40 países a nivel mundial deben alrededor de 10% de su PIB al PCC, la gran mayoría naciones con regímenes autoritarios cuyas supervivencias están evidentemente a la merced de sus amos imperiales chinos.

El carácter iliberal del imperialismo chino ha sido expuesto claramente por el régimen del PCC. En Tiananmen y en Hong Kong, como en la antigüedad, el imperio del PCC extinguió a la fuerza al movimiento pro democracia. En Tiananmen, en 1989, tanques de guerra arrasaron con los manifestantes. Y en Hong Kong, en el 2019, los líderes del movimiento fueron apresados, una nueva ley de seguridad nacional fue decretada y un nuevo gobierno impuesto por Pekín. En tres años subyugaron el último enclave liberal del país. Si hubiera duda, los campos de concentración y tortura de los musulmanes uigures al oeste del país deberían ser un ejemplo contundente del carácter iliberal del imperialismo del PCC. Y si esto no fuera suficiente evidencia, el mismo Xi Jinping no quiso dejar dudas en su discurso durante las celebraciones del centenario del partido en el 2021, cuando amenazó a “fuerzas extranjeras” y dijo que cualquier intento externo de interferir con los planes del PCC resultaría en “cabezas golpeadas sangrientamente contra una Gran Muralla de acero”. El comentario fue hecho en referencia a la intención explícita de Pekín de integrar la República democrática de Taiwán a su imperio, a la fuerza. Si el PCC continua el manual del colonialismo e imperialismo occidental de los siglos XIX y XX, la expansión territorial por conquista militar está por comenzar. El apoyo de Pekín a la invasión de Ucrania es un preludio discursivo de las ambiciones de ese bloque de poder.

EE.UU.

El imperialismo de los EE.UU. es el más conocido y el que tenemos más presente en nuestro imaginario. Durante la Guerra Fría, EE.UU. intervino militarmente en más de 20 países a nivel mundial. De manera clandestina interfirió con los gobiernos de América Latina y el este asiático. Sin embargo, es importante destacar algunas diferencias entre el imperialismo liberal de EE.UU. y los imperialismos iliberales de Rusia, China y aquellos de Europa en la antigüedad.

EE.UU. nunca ha invadido a un aliado ni a una democracia. A diferencia de la Unión Soviética y la doctrina Brezhnev, EE.UU. permite la autonomía de aquellos regímenes que compartan el modelo democrático para elegir a sus gobiernos. También es importante destacar que, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. no buscó expandir su territorio o controlar Europa o Japón. EE.UU. fue consonó con su ideología liberal (democracia y libre mercado) y dispuso de $13 mil millones ($135 mil millones de hoy en día) para la reconstrucción de Europa y Japón. Un plan económico, una inversión, en favor de la estabilidad mundial y no de expansión imperial. Desde entonces Japón y los países de Europa han elegido gobiernos democráticos que no están alineados con los intereses de Washington y de igual manera han podido desarrollar sus sociedades libremente al punto de pasar de cenizas a las más grandes economías del mundo. Por supuesto que no podemos decir lo mismo de las democracias de América Latina en el siglo XX, y el caso de Chile es uno de los más notorios.

Debemos recordar también que, tras la caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, es decir, desde el inicio del período unipolar que marcó el triunfo mundial del modelo americano desde 1991-2021, EE.UU. no buscó dominar el sistema internacional sino más bien le abrió las puertas a Rusia, China, y demás países no alineados a sumarse al proyecto victorioso. Esto nuevamente demuestra un compromiso real con la ideología liberal. Un compromiso tan arraigado que se prefirió la liberalización económica de enemigos que la conquista o destrucción de los mismos. De la misma manera hoy en día, Europa y EE.UU., a pesar de sus diferencias y el alto costo para sus sociedades y la de sus aliados, están apoyando la resistencia ucraniana en defensa de la democracia y del principio de soberanía del orden mundial liberal, y no por ningún interés propio inmediato, ni una amenaza real de seguridad a la OTAN, sino por convicción.

Conclusión

El poder militar de EE.UU. no ha decrecido. La cuota del PIB mundial que controla EE.UU. no se ha visto reducida desde 1980. EE.UU. y el bloque de democracias occidentales tienen todas las herramientas para la dominación mundial. Pero el proyecto liberal mundial que se inició en 1945 dotó a las democracias del mundo con un sistema político que tiene los correctivos para no degenerar conflictos entre naciones o a lo interno de ellas mismas en guerras sangrientas de conquista y dominación. El proyecto imperial liberal ha demostrado un compromiso con la paz, prosperidad y estabilidad del mundo, sin importar las motivaciones. El proyecto imperial iliberal es intrínsecamente violento y su objetivo es una dominación animal, insensata e insostenible. El imperialismo no ha desaparecido, y sus males tampoco. Pero debemos aprender la diferencia entre sus tipos para poder tener una estrategia soberana hacia un futuro realmente más justo y pacífico. Y en el peor de los casos, en qué lado de la ‘Cortina de hierro’ queremos vivir.