En Venezuela, las empresas petroleras mixtas son el eje de una industria que, pese a su declive, sigue siendo el corazón económico del país. Estas asociaciones entre la estatal Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA) y socios privados, como la estadounidense Chevron, operan bajo un modelo que busca combinar soberanía estatal con experiencia foránea.
Sin embargo, la reciente emisión de la Licencia General 41A por parte de Estados Unidos ha introducido un giro significativo: Chevron no abandona Venezuela, pero su crudo ya no irá al codiciado mercado estadounidense, sino a Asia, con los consecuentes descuentos que esto implica.
El modelo de las empresas mixtas
Las empresas mixtas surgieron tras la estatización petrolera de 2007, cuando el gobierno de Hugo Chávez exigió a las compañías extranjeras adaptarse a un esquema donde PDVSA ostenta al menos el 60% de las acciones. El resto —hasta un 40%— lo aportan socios como Chevron, Repsol o Maurel & Prom, que traen tecnología, capital y know-how para explotar reservas complejas, como las de la Faja Petrolífera del Orinoco. PDVSA, por su parte, aporta los recursos naturales y una infraestructura que, aunque deteriorada, sigue siendo clave.
En este arreglo, los privados operan técnicamente las áreas asignadas, mientras PDVSA retiene el control mayoritario y, en teoría, la comercialización del crudo. Los ingresos se dividen según las acciones, pero el Estado impone regalías de hasta 33,33% y otros tributos, asegurándose la mayor tajada. Chevron, por ejemplo, participa en cuatro empresas mixtas —Petropiar, Petroindependencia, Petroboscán y Petrodelta—, que juntas producen cerca de 200.000 barriles diarios, un cuarto del total nacional.
La Licencia 41A: no es una expulsión, sino un redireccionamiento
El 4 de marzo de 2025, la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) del Departamento del Tesoro de EE.UU. emitió la Licencia General 41A, reemplazando la previa Licencia 41 de noviembre de 2022. Esta última permitía a Chevron extraer crudo en Venezuela y exportarlo a Estados Unidos, un mercado premium que ofrecía precios de referencia sin descuentos significativos. La nueva licencia, sin embargo, prohíbe que ese petróleo se venda en EE.UU., restringiendo las exportaciones a otros destinos.

Contrario a lo que podría interpretarse, la 41A no saca a Chevron de Venezuela. La compañía sigue siendo socia minoritaria en sus cuatro empresas mixtas con PDVSA y puede continuar sus operaciones de producción. Lo que cambia es el flujo comercial: el crudo venezolano, en lugar de ir a refinerías estadounidenses del Golfo de México, ahora deberá buscar compradores en Asia, como China o India. Este redireccionamiento no es menor, pues implica vender a través de intermediarios que exigen descuentos —a veces de hasta 20 dólares por barril— para asumir los riesgos logísticos y las sanciones aún vigentes.
Impacto económico: menos divisas, más presión
Históricamente, PDVSA ha monopolizado la comercialización del petróleo venezolano, pero las sanciones de EE.UU. desde 2019 y la flexibilización parcial con licencias como la 41 habían permitido a Chevron vender directamente en el mercado estadounidense, reduciendo la dependencia de intermediarios y maximizando ganancias. Con la 41A, ese esquema se revierte. Expertos estiman que Venezuela podría perder entre 1.500 y 3.000 millones de dólares anuales por los descuentos en Asia, un golpe duro para un país que depende del petróleo para el 85% de sus divisas.
Para Chevron, el cambio limita su rentabilidad, pero no su presencia. La empresa, con raíces en Venezuela desde la década de 1920, mantiene su apuesta a largo plazo en un país con las mayores reservas probadas del mundo. Sin embargo, la producción de las empresas mixtas —que ronda los 450.000 barriles diarios en total— enfrenta retos estructurales: pozos envejecidos, falta de diluyentes y sanciones que complican la inversión.
Una industria en encrucijada
La Licencia 41A refleja la política de presión de la administración Trump hacia el gobierno de Nicolás Maduro (luego del fraude electoral) sin sacrificar del todo la presencia estadounidense en el sector petrolero venezolano.
Para PDVSA y sus socios, el desafío ahora es adaptarse a un mercado asiático menos lucrativo y más opaco, mientras la infraestructura sigue deteriorándose y la producción total permanece lejos de los 3 millones de barriles diarios de antaño.
En este juego de intereses, las empresas mixtas siguen siendo un lifeline para Venezuela, pero la 41A subraya una verdad incómoda: incluso con socios extranjeros, el petróleo venezolano lucha por recuperar su lugar en el mundo, atrapado entre sanciones, ideología y la realidad de un mercado global implacable.