Morfema Press

Es lo que es

Elías Pino Iturrieta

Por Elías Pino Iturrieta

María Corina Machado se ha convertido en el motor de la política venezolana. Estamos frente a un testimonio innegable de la realidad, de manera que no hacemos ningún descubrimiento deslumbrante cuando lo pregonamos. Solo insistimos en la  constatación de un fenómeno palmario. Pero el crecimiento de su influencia en la sociedad, hasta llegar a cumbres que pocas veces se han alcanzado en el siglo XX y en lo que llevamos del XXI, se alimenta de la precariedad o de la desaparición de anteriores influencias que habían dominado en el campo de la oposición. El ascenso viene acompañado de numerosas decadencias, de no pocos descalabros debido a los cuales se pueden explicar las resistencias que todavía puede generar, y que entorpecen la posibilidad de una victoria como la que se puede uno imaginar de un desenvolvimiento arrollador que no tiene rivales a la vista. 

Ese desenvolvimiento arrollador proviene de la aceptación y del entusiasmo que ha producido en la mayoría de la población la presencia de una sola causa primordial, acaso solo comparable con la fe en un propósito fundamental  que cundió en  el pueblo después del derrocamiento de Pérez Jiménez. Entonces la esperanza de una sociedad se juntó para abrir y caminar derroteros flamantes, pero desde entonces no se había repetido un suceso tan aplastante  alrededor de una necesidad colectiva de fabricar un proyecto político en torno a un solo liderazgo personal. El fenómeno no ha llegado hasta la meta debido a la resistencia de la dictadura, que ha endurecido los rigores de la represión al comprobar que no se enfrenta a un rival pasajero frente al cual no solo debe perpetrar un escandaloso fraude electoral, sino también una opresión encarnizada. Eso lo sabemos todos, de manera que parece innecesario remacharlo ahora. De allí que, por no dejarlo pasar inadvertido y porque salta a la vista, convenga más bien detenerse en los dirigentes de la oposición a quienes no les ha causado gracia el liderazgo de la señora Machado y hacen lo que pueden para llenarle de trabas el camino. 

El arraigo y la popularidad del aludido liderazgo no solo han dependido de una afirmación constante frente a un régimen incapaz y corrupto, sino también de convertir a los partidos políticos de la oposición y a sus líderes en actores de segunda fila, no pocas veces en simples figurantes que si están en la escena es como si no estuvieran porque el  actor  principal, debido a la luz que irradia, realmente no necesita de comparsas en las tablas. La estrella femenina, en este caso, para escribir con cierta propiedad. Solo que, pese a la contundencia del hecho, no nos hemos detenido en las consecuencias que ha producido en la sensibilidad y en los intereses de los  rivales del régimen. Nos percatamos de los problemas que ha causado a la dictadura y los aplaudimos con regocijo, pero no hemos posado la vista en  las frustraciones  y aun en los odios que ha causado entre ciertos habitantes de la casa de la oposición que en la víspera pasaban por principales. ¿Cómo se han sentido después de perder el rol de inquilinos estelares de una coalición que aspira o aspiraba al poder? ¿Les ha caído bien la pérdida de influencias que les ha producido el asenso de quien solo era antes una aspirante a la popularidad y al predominio? ¿No añoran las luces, las cámaras y los micrófonos que ahora monopolizan María Corina Machado y los flamantes líderes que la acompañan, dueños de un espacio que antes frecuentaban ellos a solas? 

El liderazgo que se ha impuesto implicó una contienda con dos rivales formidables: la dictadura y muchos  líderes decadentes de la oposición. Lo primero parece evidente, pero no así  lo segundo, debido a que los curiosos antagonistas de nuestra orilla  han tratado de disfrazar sus frustraciones en un discurso unitario y en acompañamientos esporádicos del nuevo factor aglutinante. No les ha quedado más remedio que usar un antifaz de  cohabitación,  pero la tapadera no puede esconder la envidia y la rabia de ver pasar desde el hombrillo una marcha triunfal que no los tiene en la vanguardia, ni en las ilusiones de quienes la integran. Un examen de la realidad, hecho cuando el almanaque rutinario debe cerrar su última página, no debe hacerse el tonto con estos sucesos lacerantes que pueden explicar muchos de los atolladeros  que todavía se experimentan para el derrocamiento de la dictadura. 

Pero no si reconocer, por fortuna y para alegría, que buena parte de esos líderes, ya sea por convencimiento o por no perder el tren, ya sea por virtud o por necesidad,  o solo porque les funciona mejor la lupa que a unos excompañeros que el futuro reconocerá como anacrónicos, o como otra cosa peor, han sido viajantes asiduos del proyecto orientado hacia la victoria.  

Ciertos propietarios, representantes empresariales, se proyectan como valedores del régimen anteponiendo sus buenas relaciones con el poder a la realidad. Les basta cuidar sus inventarios, asegurar negocios: aspirar a que todo se «normalice»

Cuando comienza el proceso de la Independencia, en 1811, Miguel José  Sanz escribe sobre la trascendencia de los propietarios en el proyecto de gobierno que da sus primeros pasos. Son la clave del destino nacional, afirma en el Semanario de Caracas, porque son los que más pueden perder en un futuro borrascoso. Los que no tienen ni siquiera una vaca deben abstenerse de funciones públicas, proclama. Tampoco pueden hablar en las tribunas porque no se juegan sus intereses en la contienda, ni manejan argumentos procedentes de los caudales que los acreditan como interesados en la marcha de la sociedad. Son parte de una popularis multitude que no tiene vela en el entierro, insiste el licenciado Sanz.

Estamos ante uno de los primeros argumentos de estirpe liberal que conocen los lectores venezolanos, pero que evoluciona a través del tiempo hasta llegar a la proclamación del sufragio universal y de la representatividad popular como fundamento de las repúblicas modernas.

Se muestra ahora un vínculo entre propiedad y libertad, o entre propiedad e interés colectivo y propiedad e ilustración, con  larga carrera desde el siglo XVIII y con seguidores y prosélitos hasta nuestros días, estelarizados por Elon Musk en su papel de pontífice de la política universal debido al éxito que ha tenido en la multiplicación de su riqueza. ¿No es credencial suficiente para iluminar el regreso de Trump a la Casa Blanca y para guiar con su brújula a la humanidad?

Como idea contra el predominio de las aristocracias de sangre azul y contra la continuación de las monarquías absolutas no estamos ante una trivialidad, debido a que encuentra fundamento en el predominio de los más aptos para el ejercicio de funciones relacionadas con el bien común.

La aptitud no proviene del entendimiento de las necesidades sociales, reza lo más elemental de la teoría, sino de cómo usted ha solucionado las urgencias suyas hasta adquirir una pericia irrebatible para aliviar las carencias ajenas. No parece sencillo pelear con la idea que presenta a los propietarios como abanderados de la felicidad de los pueblos porque sería iniciar una contienda con figuras tan imponente como Locke, o como el mismo entrañable licenciado Sanz, y porque no está descaminada. Sin embargo, conviene llamar la atención sobre cómo no la representan, o cómo la niegan del todo, ciertos propietarios venezolanos que destacan en su papel de compañeros de viaje de la dictadura que hoy nos llena de dolores y miserias.

Hasta en el rol de negar la validez de una idea que ha logrado asiento en la cultura occidental, y que ha reforzado su fuelle después del derrumbe de las autocracias comunistas, destacan ciertos propietarios venezolanos, ciertos poseedores de riqueza que hacen de muletas de la autocracia madurista.

Me refiero a individuos como el presidentede la Bolsa de Valores de Caracas y como el presidente de Conindustria, quienes se vuelven  ciegos ante las aberraciones del oficialismo para presentarse sin remilgos como sus entusiastas valedores.

Así se han exhibido en recientes entrevistas en las cuales han prodigado una irresponsabilidad social que clama al cielo y que ni siquiera produjo la reacción del alelado periodista que los dejaba proclamar su indiferencia sin una tos de interrupción. Quizá no estemos ante el descarrío de dos representantes de organizaciones empresariales, sino frente a cómo se han adquirido y multiplicado las propiedades y las riquezas en Venezuela desde el establecimiento de la industria petrolera. ¿Acaso no han dependido de las gracias gubernamentales, de un esfuerzo que es apenas mediano o menos riesgoso que en otras latitudes debido a los favores obtenidos de los controladores del producto del subsuelo, o a concesiones que mejor metemos bajo la alfombra?

Hay que pensar sin prisas sobre esta elocuente peculiaridad.

De acuerdo con la versión ofrecida por los entrevistados, el cuidado y el aumento de la propiedad es un tema de incumbencia particular que no tiene una relación necesaria con el resto de la sociedad. La sociedad puede irse al demonio mientras se ponderan los intereses de los afiliados a sus gremios, en los cuales se sintetiza de manera exclusiva y excluyente el trabajo de quienes los representan.

Si el gobierno conspira contra el bienestar de las mayorías, o las atropella sin freno ni pudor, se está ante un detalle político que no incumbe a quienes miran únicamente por el bienestar de la gente de su mismo origen y oficio. Si ellos están bien debido a sus vínculos con las figuras del régimen, su misión queda cumplida con creces. Mientras apuntalan un nexo con los que tienen la sartén por el mango, consideran que cumplen cabalmente su misión de líderes empresariales. Solo se deben a ese tipo de misión y se enorgullecen de hacer el trabajo hasta la perfección.

Más todavía. Aspiran, en el caso del señor de Conindustria, a que el  regreso de Trump a la Casa Blanca conduzca al alivio o a la eliminación de las sanciones de Estados Unidos contra el gobierno de Venezuela porque no perjudican al oficialismo, afirma, sino al pueblo. Eso acaba de decir después de enterarse del colapso republicano en el norte. El pueblo en el discurso por primera vez en primer plano, estimados lectores, para buscar el oxígeno que necesita una dictadura cada vez más acorralada por sus errores políticos y económicos.

Piensa, de seguro, que también un poco de ese aire fresco beneficiará a sus afiliados, pero que, para no parecer un cómplice demasiado descarado, un acólito sin antifaz, debe referirse a los intereses colectivos en una frase sobre cuya amplitud se puede dudar por la estrechez que ha caracterizado a la reflexión desde sus inicios, porque ha tenido un objetivo descaradamente parcial que no tiene manera de ocultar.

Estamos ante un tema relacionado con el bien común que no puede pasar inadvertido, o sobre el cual debe levantarse la voz cuando la sociedad se ha pronunciado enfáticamente sobre la necesidad de un cambio inmediato de régimen y de vida en general. Pero parecen temas que no les importan a los afiliados de la Bolsa de Valores de Caracas y de Conindustria, si juzgamos por la vista gorda en la que se han deleitado sus directivos en un par de entrevistas escandalosas que no tocan a la dictadura ni con el pétalo de una rosa.

Para ellos el menoscabo de la sociedad y la bonanza de sus bolsillos van por rutas separadas. Para ellos basta con el cuidado de ciertos inventarios, mientras las miserias materiales y morales   crecen y se multiplican. Eso no importa. Así de sencillo. Para ellos no hay bien común debido a que solo interesa la dicha pigmea de un puñado de propietarios. Ni siquiera han pensado por un momento en la popularis multitude que subestimaba el licenciado Sanz, pero que en nuestros días da lecciones de entereza cívica que ellos no pueden captar en su desvergüenza.

Chávez y el chavismo se ocuparon de convertir a Simón Bolívar en un elemento banderizo, es decir, en el actor de un papel que jamás había representado ante la sociedad desde el momento de su muerte. Desaparecido en 1830, sucesivas generaciones de venezolanos se encargaron de negar su muerte para convertirlo en una especie de brújula perenne e indiscutible. Bien porque así lo comenzó a sentir el pueblo que empezaba su tránsito en medio de carestías que parecían insuperables, o por manejos interesados de los políticos que se disputaban el poder, fue sentido como el único elemento capaz de reunir las esperanzas y de superar las necesidades de las generaciones que existieron desde la fundación de la República. Hugo Chávez y el chavismo se encargaron de destruir la ilusión.

Una conclusión de naturaleza histórica que no dejó de ser beneficiosa, debido a que cortó las alas de una fantasía, los imanes de un mito que parecía indestructible, pero que cambió la apreciación del héroe hasta dejarnos sin una encarnación susceptible de crear   la confianza colectiva que habitualmente hace falta para sortear los valladares de la realidad. Cuando bajan a Bolívar del sacro pedestal para ponerlo a la cabeza de las marchas rojas-rojitas y para mezclarlo con los delirios del “comandante eterno”, el pueblo pierde la única referencia de naturaleza histórica en cuyo regazo podía arrojarse sin suspicacias. Si entendemos que esas figuras hacen falta como factores de congregación, como elementos capaces de sobreponerse ante los intereses partidarios y de producir aliento en medio de tragedias y declives colectivos, estamos ante una falencia que no se debe subestimar.

“En medio de las flaquezas y de las limitaciones del entendimiento común, anhelan la guía de protagonistas más oportunos, más certeros, para atender las solicitudes de la realidad”

La falencia predominó hasta la beatificación de José Gregorio Hernández, quien ocupó con creces el nicho del antecesor supremo para convertirse en elemento unificador ante las tragedias individuales y colectivas que la sociedad ha padecido, o que lo ha sentido así. La bendición romana del culto popular levantó la hornacina de un personaje que ya gozaba del fervor colectivo, pero a quien faltaba la licencia papal. Ahora, con venia pontifical, arropó las intenciones y los clamores de inmensas mayorías para llenar un vacío que probablemente no se percibía a cabalidad, pero que se experimentaba en todos los rincones del mapa. Nadie, desde el explicable descenso patriotero del Libertador, subía tan alto en medio de apoyos multitudinarios.

En nuestros días se ha encarnado un nuevo factor de congregación, una nueva atadura amable y consentida que nos ha hermanado al producir un orgullo mayoritario que pocas veces se concreta, una posibilidad de compartir cualidades estéticas que enaltecen a la generalidad de los miembros de la sociedad. Cuando el rey de España consagra al poeta Rafael Cadenas con el otorgamiento del Premio Cervantes, el más trascendente que pueden merecer quienes escriben en lengua castellana, produce un regocijo generalizado que se parangona con la beatificación del doctor Hernández, y con las palmas que se habían batido antes por el héroe prostituido por el chavismo. El hecho de que se trate de una distinción de naturaleza intelectual o académica permite observar la real trascendencia del nuevo factor de unificación, si consideramos que son minoría los habitantes de la república de las letras que pueden sentirse realmente concernidos por el enaltecimiento de uno de sus protagonistas; pero se da el hecho de que no solo se premió ahora una obra literaria sino también una vida modesta y sin relumbrones. De allí la aclimatación o el crecimiento gigantesco de un sujeto unificador que tal vez pocos avizoraban, entre ellos los mandones de la dictadura que manifestaron su frialdad ante un símbolo aclimatado en la esquina contraria. Una esquina mayoritariamente iletrada, pero curada de espantos y necesitada de baluartes macizos, que se ufanó y se ufana por el autor de Barquisimeto.

Ahora concluye la nómina con una figura que tal vez pueda parecer fuera de lugar, debido a que proviene de la parcela de la política pura y dura. Si consideramos que la política venezolana ha sido hasta hace poco un imperio de huecas parcialidades, o de pleitos no pocas veces grotescos e infructuosos, que se incluya el nombre de María Corina Machado como encarnación de una flamante hermandad colectiva, o como alternativa de congregación en medio de una atmósfera descompuesta y poco auspiciosa, puede parecer exagerado. Pero, si sentimos que no solo se ha elevado por sus cualidades personales, mostradas cabalmente en dos décadas de tenaz pugilato, sino también por las carencias evidentes e indiscutibles de quienes rivalizaban con ella; parece difícil negar que sea el flamante elemento unificador que parecía perdido en el desierto de las frustraciones. Además, si consideramos que ahora se agrega su nombre por la clamorosa victoria que obtuvo en la primaria de la oposición, algo realmente aplastante, gigantesco, referirse a ella no es producto de un capricho.

Cuando conviene a cada tiempo, y generalmente en situaciones desesperadas, las criaturas de un determinado lapso se aferran a figuras del entorno, o cercanas a su escena, para que se conviertan en salvavidas o para que lo parezcan, debido a que entienden la necesidad de un soporte que ellas no son capaces de idear para salir de su atolladero; o porque, en medio de las flaquezas y de las limitaciones del entendimiento común, anhelan la guía de protagonistas más oportunos, más certeros, para atender las solicitudes de la realidad. Les dejo un cuarteto de ellos.

WP Twitter Auto Publish Powered By : XYZScripts.com
Scroll to Top
Scroll to Top