Por Emilio Campmany
Nadie lo sabe a ciencia cierta. Se rememora estos días una frase de Churchill para justificar nuestra ignorancia, la de que Rusia es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma, que además recuerda la imagen de las matrioskas, que tanto se han utilizado para hacer metáforas de la política rusa.
Pero quizá al caso venga mejor otra cita de Churchill cuando dijo que las guerras en el Kremlin son como luchas de bulldogs debajo de una alfombra, sólo se oye el ruido hasta que se ven saltar por los aires los huesos de uno de los contendientes y entonces ya se sabe quién ha ganado. Para tratar de aclararnos en la medida de lo posible, sigamos el orden de cuestiones de Donald Rumsfeld.
Lo que sabemos que sabemos.
Sabemos que el Kremlin ha intentado desarticular al grupo mercenario Wagner disolviéndolo e integrándolo en el ejército regular para lo que puso como fecha límite el 1º de julio. Para estimular la obediencia, helicópteros rusos atacaron el campamento Wagner ante la evidente negativa de su jefe, Yevgeny Prigozhin, a someterse. Tras el ataque, los mercenarios fueron capaces de capturar Rostov y el centro de mando allí situado y dirigir una columna contra Moscú que llegó a estar a 200 kilómetros de la capital. En ese punto, tras prometer el Kremlin inmunidad a Prigozhin y a sus hombres, éstos se dieron la vuelta y se encaminaron al exilio hacia Bielorrusia. En ningún momento el ejército ruso ofreció ninguna resistencia a los amotinados.
Lo que sabemos que no sabemos.
No sabemos exactamente qué clase de acuerdo han alcanzado Putin y Prigozhin, aunque podemos suponer que no excluye que el mercenario salte por una ventana de un hotel de Minsk o se envenene accidentalmente con polonio o novichok. Tampoco sabemos si la falta de respuesta del ejército ruso ante el avance Wagner se debió a que se trató de evitar el derramamiento de sangre, al apoyo de parte de los militares rusos a los Wagner, al respaldo popular del que disfrutan los mercenarios o a mera incapacidad del ejército de frenar a unos blindados que corran con suficiente decisión por una carretera. ¿Podría una columna del ejército ucraniano haber avanzado con la misma impunidad? Es improbable, pero no es descartable. Tampoco sabemos, y es lo más importante, si Prigozhin contaba con algún aliado poderoso en Moscú que a última hora se rajó o llegó a un acuerdo con Putin. En todo caso, es impensable que el jefe de los Wagner se propusiera dirigirse hacia el Kremlin sin contar con alguna clase de quinta columna allí. Que contara o no con ello y el poder que tengan estos hipotéticos aliados de Prigozhin condiciona completamente lo que ocurra en el inmediato futuro.
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Lo que no sabemos que no sabemos.
Esto incluye multitud de cuestiones. A pesar de lo mucho que se ha dicho acerca de la debilidad que demuestra la asonada, no hay que descartar que Putin acabe saliendo reforzado del episodio como ha ocurrido tantas veces con dictadores que superaron un intento de golpe de estado. No hay forma de saber cómo afectará esto al frente. Es verdad que todo parece favorecer a Ucrania y que el episodio no puede más que perjudicar a la moral de las tropas rusas en el frente. También es evidente que cualquier dirigente en su sano juicio culparía a la guerra de la crisis y se apresuraría a buscar la paz. Pero también es posible que Putin se niegue a empezar ninguna negociación en su momento de mayor debilidad, real o percibida, y prefiera esperar a verse más fuerte o que, si a medio plazo se ve reforzado en su posición en el Kremlin, la paz sea entonces más difícil de alcanzar que nunca. Lo que no es seguro, ni mucho menos, es que estemos en el principio del fin y quizá ni siquiera, recordando de nuevo a Churchill, en el fin del principio. Pero tampoco es seguro que sea lo contrario y a lo mejor efectivamente estamos asistiendo a los estertores del régimen de Putin y al final de la guerra de Ucrania. Como diría un gallego, todo podría ser.