Vía La Razón

Dorian Lynskey analiza génesis de esta obra en un mundo donde las Fake News, la «narrativa» y los «hechos alternativos» están vigentes

Los expertos aseguran que analizando todos los «Likes» que dejamos en redes sociales, determinados programas informáticos pueden conocer a un individuo mejor que su propia pareja. Prácticamente ya sin darnos cuenta, vamos ofreciendo nuestros datos personales de manera gratuita: para comprar desde un jersey o unas entradas al teatro. Ya no se trata de cámaras de seguridad que siguen cada uno de nuestros pasos. Se trata de datos que pueden alterar el propio curso de la democracia. De la misma manera que nos llega legalmente publicidad «personalizada», nos pueden llegar mensajes o imágenes que determinen nuestro voto.

La prueba quizá más evidente fue el triunfo del Brexit o la victoria de Donal Trump. Cuando en enero de 2017, el polémico norteamericano prestó juramento como presidente número 45 de los Estados Unidos, su secretario de prensa describió a la multitud más pequeña de lo esperado como «la audiencia más grande que jamás haya presenciado una toma de posesión». Cuando se le pidió que justificara esta evidente falsedad, la asesora del presidente, Kellyanne Conway, se refirió a ella como «hechos alternativos». Durante los siguientes cuatro días, las ventas de «1984» de George Orwell se dispararon, pese a haberse publicado originalmente casi 70 años antes. ¿Por qué tanta necesidad por releer esta obra maestra distópica?

Un gran libro

Este fue el punto de partida con el que Dorian Lynskey comenzó su investigación. Y las conclusiones se recogen ahora en el «Ministerio de la Verdad», donde se traza la vida de uno de los libros más influyentes del Siglo XX, una obra que es cada vez más relevante en esta tumultuosa era de «noticias falsas» y «hechos alternativos». El periodista británico investiga las influencias que confluyeron en la escritura de «1984», desde las experiencias de Orwell en la guerra civil española, el Londres de la Segunda Guerra Mundial, hasta su fascinación por la ficción utópica y distópica. Lynskey explora el fenómeno en que se convirtió la novela cuando se publicó por primera vez y las formas cambiantes en que se ha leído desde entonces, revelando cómo la historia puede orientar a la ficción y cómo la ficción a su vez puede influir en la historia.

No se habría esforzado tanto para terminarlo si hubiera sido meramente ficción

«1984» se publicó el 8 de junio de 1949, con aclamación y alarma instantáneas. Su autor murió menos de ocho meses después a la edad de 46 años. Para Orwell, el libro era nada menos que una «obsesión», aseguró Lynskey a la prensa británica en la presentación de libro. «No se habría esforzado tanto para terminarlo si hubiera sido meramente ficción. Desde el principio, fue su forma de dar sentido a los regímenes totalitarios que atormentaban a Europa: la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin», matiza.

La neolengua

El libro tiene dos partes: la primera sobre la concepción de «1984» y la segunda sobre sus consecuencias. La primera parte repite material de los voluminosos comentarios sobre Orwell ya impresos. Pero hay un capítulo sobresaliente sobre la vida y muerte de Yevgeny Zamyatin, el autor de la anti utopía «Nosotros», de la que Orwell ha sido acusado a menudo – «justamente», piensa Lynskey– de plagio. Para el autor, «1984» fue «la primera novela distópica escrita con pleno conocimiento de que la distopía era real». «Las frases que inventó Orwell eran brillantes e inolvidablemente nuevas: Gran Hermano, doble pensamiento, Neolengua, la Policía del Pensamiento, pero todas eran exageraciones satíricas del totalitarismo existente», matiza.

Los lectores detrás del Muro de Berlín, donde el libro fue prohibido y la posesión de una copia de contrabando podría conducir a una sentencia de prisión, ciertamente no lo clasificaron como ficción. Descubrieron que los conceptos de Orwell eran demasiado relevantes para sus propias vidas restringidas. En este sentido, Lynskey argumenta que toda gran distopía existe en ese «desconcertante territorio entre la realidad y la ficción».

Cuando los críticos describieron la novela de Margaret Atwood, de 1985, «El cuento de la criada» como ciencia ficción, la autora respondió que todo lo que ocurrió en su teocracia del futuro cercano de Gilead –protagonista ahora de la exitosa serie de televisión– ya había sucedido en el pasado de Estados Unidos, o todavía estaba sucediendo en el presente de otra persona. Todo lo que hizo fue transportar estos horrores a un escenario cercano a la década de 1980 para incomodar a sus lectores.

Se basó en sus propias experiencias y trabajando para la BBC durante la guerra

Es por eso que Orwell ambienta «1984» en Londres, la capital de un país que ha sido rebautizado como «Airstrip One», en lugar de en una tierra ficticia. Se basó en sus propias experiencias, trabajando para la BBC durante la guerra y viviendo en el Londres de posguerra destartalado por los bombardeos, para crear una versión del totalitarismo que era demasiado cercana para su comodidad. Cuando se publicó originariamente hace más de 70 años, se comparó con un terremoto, un paquete de dinamita y la etiqueta de una botella de veneno. Hoy en día, todavía puede generar una sacudida aterradora, especialmente cuando recuerdas que gran parte se extrajo de la vida real y no de la imaginación de Orwell. «Cualquiera que lea “1984″ hoy no debería verlo como una profecía ni simplemente como una obra de ficción, sino como una advertencia «, matiza Lynskey. El propio Orwell dijo que la moraleja que se puede extraer de «esta peligrosa situación de pesadilla» era muy simple: «No dejes que suceda. Depende de ti».