Austria y Hungría son 2 países vecinos y casi mellizos que alguna vez formaron juntos un imperio. Cuando se separaron quedaron muy parecidos en superficie, población y riqueza. El año 1938, antes de la Segunda Guerra Mundial, seguían parecidas pero Hungría era un poco más rica per cápita que Austria. Salieron ambas de la guerra devastadas, pero Hungría en el lado comunista y Austria en el capitalista. El año 1990, cuando Hungría se libera del comunismo, los austríacos eran 3 veces más ricos que los Húngaros.

En 40 años, Chile llegó a ser el país más rico y con más desarrollo humano de Latinoamérica. Su población, geografía y recursos naturales eran los mismos que en toda su historia anterior. Lo único que cambió fue el sistema institucional y económico. Restringimos la actividad estatal, focalizamos su esfuerzo en los más pobres y limitamos el poder de los políticos sobre nuestras vidas. A los privados les bajamos los impuestos, les aseguramos el derecho a conservar el fruto de su esfuerzo, protegimos la propiedad y creamos un mercado de capitales que atraía el ahorro y financiaba nuestras casas e inversiones.

La izquierda, y no pocos políticos de derecha, nunca se han sentido cómodos con ese modelo porque les quita poder e influencia a medida que crecen los de las personas y la sociedad civil. Después ha sido cuestionado por una generación que no vivió el otro Chile, no aprecia la libertad de que disfruta; vive en un país más rico, democrático e integrado al mundo y cree que eso no está en riesgo. Es la generación del socialismo del siglo XXI cuyo resultado ha sido igual de malo que el del siglo XX.

Nos educamos en una familia, una institución que tiene mucho de socialista, donde la generosidad y solidaridad abundan. Lo padres son capaces de grandes sacrificios por los hijos, los hermanos comparten y se ayudan. Muchas personas buenas creen que ese comportamiento es extrapolable a la sociedad. Se equivocan. Los sacrificios de un padre por sus hijos no los hacen por los del vecino. El socialismo no es escalable porque va contra los instintos naturales del ser humano. Por eso todos los esfuerzos por imponerlo en sociedades modernas complejas y anónimas, requieren de coacción y terminan fracasando.

Chile ha optado nuevamente por el socialismo. Ya lo tuvimos y lo padecimos. Terminó mal, con pobreza, odio y pérdida de la democracia. Hoy nos prometen algo distinto. A mi me suena parecido. Cuando los ciudadanos no aspiran a vivir del propio esfuerzo sino que del esfuerzo de los demás, y cuando la política deja de luchar contra la pobreza y se dedica a luchar contra la riqueza, los países transforman a ciudadanos libres en clientes mantenidos. Y se quedan sin ricos y con muchos pobres. Boric et al tienen un programa, dirigentes e incluso una convención constituyente para lograrlo. Es función de esos millones de chilenos que votaron en contra, y de los que votaron a favor (en la creencia que el Boric del último mes es distinto que el de los 35 años anteriores), seguir comprometidos para evitar que el Chile, democrático y exitoso no sea un recuerdo que se invoque en las nostálgicas conversaciones de café, como en Argentina.

La mayoría de los chilenos se atiende en el Estado. Los últimos 30 años la izquierda ha subido todos los impuestos (IVA, Royalty Minero, FUT, Super 8, alza y desintegración de impuesto de primera categoría, contribuciones, emisiones, etc) siempre con la promesa que con eso el Estado mejoraría sus servicios. Pero eso nunca lo logró. Ahora proponen lo mismo y fracasarán nuevamente, al mismo tiempo que estancarán el país. El Estado ha multiplicado por 10 su presupuesto, pero sus servicios no mejoran ni lo harán porque su problema no es la falta de recursos ni de poder.

Crear riqueza es difícil, demanda esfuerzo y constancia. Crear pobreza es muy fácil, basta zurcir a los privados con impuestos y taparlos de regulaciones y sobrecostos. La historia de la humanidad es la de estados poderosos y gastadores y pueblos pobres y sometidos. La economía de mercado es un invento reciente y frágil que ha sacado a millones de personas de la pobreza. Si la abandonamos, no reclamemos por los resultados.

Jorge Varela es Presidente del Consejo Directivo de la Fundación para el Progreso. Ex ministro de Educación de Chile. Abogado de la Universidad de Chile. Consejero del Círculo Legal de ICARE y Officer del Power Committee de la International Bar Association.


Este artículo fue publicado originalmente en El Mercurio el 25 de diciembre de 2021