Por Gisela Ortega en Tal Cual

La descalificación, es cada vez más común en todas las esferas de nuestra vida social. Es una forma de provocar directamente a una persona, y puede tener diferentes modalidades, como el descrédito, la humillación, la agresión, el menosprecio, la burla, –que es una manera para subordinarla al poder de quien la anula, mediante un mecanismo agresivo que es el desprestigio–.

La difamación, que es otra forma de invalidación, muchas veces conforma una conducta, por la que el descalificador intenta enmascarar y ocultar su propia inestabilidad. Cualquiera que sea la motivación que tiene el detractor, es evidentemente, un ataque, una ofensa directa y una muestra absoluta de inseguridad, que pone en peligro nuestra capacidad para llegar a un entendimiento, porque va destruyendo puentes a su paso.

No es un fenómeno exclusivamente venezolano, es un mecanismo psicológico universal, como el alta y la baja autoestima. Son hechos que se distribuyen por igual en todas las sociedades, en todas las culturas y en todas las épocas. De manera tal que no puede ser ni endilgada ni asignada exclusivamente como una característica de este país.

La descalificación, podemos verla en la política, en los ambientes de trabajo, en la academia y gremios, los medios de comunicación o las redes sociales, y en cualquier ámbito social donde el ser humano participa, cuando hay dos grupos, que defienden argumentos contrarios y uno de ellos intenta desacreditar al otro recurriendo a argumentos irrelevantes, para el tema, como su aspecto individual, genero, preferencia sexual, nacionalidad, cultura o religión.

Es la tendencia a atacar al interlocutor, en vez de rebatir sus ideas. Quien las utiliza, descalifica los testimonios del otro a través de agresiones dirigidas a menoscabar, su autoridad o fiabilidad. Recurren a los insultos personales, la humillación pública e incluso traer a colación errores que esa persona cometió en el pasado.

También es común que se ataquen características personales del interlocutor, que aparentemente, entran en contradicción con la posición que defienden. Y no falta quienes recurren a la mentira o exageran supuestos defectos del otro para devaluar sus ideas. ¿Por qué se descalifica a tanta gente valiosa, marginada y no tomada en cuenta? ¿Por qué descalificamos a personas de reconocida, meritoria y brillante trayectoria? ¿Formará parte el ser mezquinos y el negar méritos a quienes lo poseen?

El objetivo principal, consiste en desacreditar a la persona que defiende una idea digiriendo el foco de atención hacia un aspecto irrelevante que nada o poco tiene que ver con la situación en cuestión.

«La tendencia de atacar a su interlocutor, en vez de rebatir sus ideas, descalificando los argumentos del otro a través de agresiones personales, dirigidos a menoscabar su autoridad o fiabilidad, se conoce como “falacia ad Hominen”, de acuerdo a lo afirmado por el médico y político, español, Ricardo García Damborenea, en su Diccionario de Falacias.

Explica;

-«La falacia ad hominen suele ser el resultado de la falta de argumentos y la frustración. Usar esta estrategia es como cuando un futbolista no logra alcanzar la pelota y le pone la zancadilla a su adversario para que se caiga. No es un juego limpio. Y, sin duda dice mucho de la persona que ataca que de quien es atacado. Cuando no se tienen ideas sólidas se recurre a las descalificaciones y la humillación. Esas agresiones pueden llegar a ser extremadamente virulentas y llegar al plano personal, ya que tienen como objetivo que el otro se avergüence y guarde silencio o que pierda su credibilidad ante los demás».

No obstante las disputas individuales descalifican también al provocador, ya que muestran su irracionalidad y su pobreza argumental. Quien no puede batirse en el campo de las ideas, pero quiere ganar a toda costa, arrastrara a su interlocutor al plano personal.

-«El principal problema, –explica Ricardo García Damborenea,– aunque nos guste pensar que somos personas racionales y sensatas, en realidad somos particularmente vulnerables a la falacia ad hominen, como comprobaron investigadores de la Universidad Estatal de Montana, Estados Unidos. Estos científicos pidieron a una serie de personas que leyeran afirmaciones certificadas e indicaran sus actitudes hacia las mismas. En algunas, se añadía un ataque directo a la base empírica de la aseveración científica, en otras se insertaba una crítica ad hominem al experto que hizo la prueba» añadiendo:

-“Los especialistas constataron que los ataques ad hominem tienen el mismo impacto en nuestras opiniones que los basados en argumentos lógicos y científicos. Eso significa que no somos objetivos valorando los argumentos.”-

Cuando se provoca una actitud de rechazo hacia el oponente, también desarrollamos cierto rechazo a sus palabras. Es un fenómeno psicológico de transferencia que se agudiza por nuestra tendencia a ver las discusiones y debates como competiciones en las que debe haber un ganador.

Y en nuestra sociedad, para ganar no siempre hace falta tener la razón, sino imponerse aunque sea con descalificaciones.

Si alguna vez estamos en medio de un debate y nos vemos tentados a ofender de manera personal a nuestro interlocutor, es conveniente que nos detengamos un segundo a reflexionar que emoción nos está empujando a hacerlo: es probable que sea la rabia a o la frustración. En su lugar, debemos pensar que un debate constructivo no es aquel donde se declaran ganadores y vencidos, sino en el que se produce un crecimiento.

Ser víctimas de este tipo de ataques también puede ser muy frustrante. Debemos protegernos de argumentos engañosos con el que se pretende manipular la opinión de las masas para que no se escuchen ideas valiosas. Se trata de mantener la mente abierta y ponernos en alerta ante cualquier agravio personal porque probablemente implica que detrás hay una opinión o idea solida que resulta difícil desmontar.

En Venezuela, el debate y el discurso político son de muy baja calidad. Aquí no se da, salvo excepcionalmente, la confrontación de ideas, de propuestas y razonamientos; se personalizan los ataques, y descalificaciones, y se cae así dentro del marco de una cultura que se basa fundamentalmente en lo personal, colocando en segundo plano los asuntos de interés colectivo

Debemos crear una cultura, basada en el respeto y en el reconocimiento, con derecho a la diferencia en términos de un tratamiento equivalente e igualitario de quienes son disímiles, y equidad con respeto a la disconformidad; de lo contrario vamos a tener que seguir siendo testigos del espectáculo de la polémica, el personalismo, la descalificación, la agresión, la humillación, el menosprecio, y el desconocimiento de la disidencia.

Frente a los descalificadores no debemos caer en su juego ni responderle con la misma moneda. Cuando nos sentimos bien con nosotros mismos, nada ni nadie, nos puede descalificar. El camino recomendado es validar y validarnos.

Bibliografía consultada: Ricardo García Damborenea. Uso de razón. “Diccionario de Falacias. Madrid 2.000. España.

Gisela Ortega es periodista.