Morfema Press

Es lo que es

Guerra Fría

Por James Beardworth en The Moscow Times. Traducción libre del inglés por mofema.press

“Tengamos paz, no necesitamos una guerra o relaciones hostiles, solo necesitamos una conclusión que asegure que tenemos relaciones pacíficas con cada lado”

Mientras el dueño de una floristería en el centro de Moscú retiraba los globos rojos y blancos del Día de San Valentín que decoraban su escaparate, los peatones pasaban disfrutando de un raro estallido de sol invernal, una escena en marcado contraste con los gritos de una guerra inminente entre Rusia y Ucrania provenientes de Occidente

Rusia ha acumulado más de 100.000 soldados a lo largo de su frontera con Ucrania desde noviembre, lo que genera una creciente preocupación por parte de Estados Unidos y sus aliados.

Las tensiones alcanzaron el punto de ebullición esta semana cuando Washington afirmó tener detalles de una invasión inminente, e incluso el anuncio de Rusia el martes de la retirada de algunas de sus fuerzas no logró calmar la situación.

“Es la misma situación de siempre con los estadounidenses”, dijo Dmitry, un moscovita de 49 años que fuma un cigarrillo frente a una estación de metro, a The Moscow Times entre risas. “No pasará nada, y luego andarán diciendo que les ganaron a todos”.

Acusaciones mutuas

Mientras Occidente ha hecho sonar repetidamente la alarma de guerra, el Kremlin ha insistido en que no tiene tales planes. En cambio, Moscú acusa a EE. UU. y la OTAN de amenazar su seguridad al expandirse a países de Europa del Este como Ucrania, que considera dentro de su esfera de influencia, y exige garantías de seguridad vinculantes.

Los civiles de la capital rusa se inclinaron a estar de acuerdo con su gobierno.

“No hay ningún ataque de Rusia a Ucrania, ni siquiera creo que haya sido planeado”, dijo un especialista en TI jubilado que se negó a dar su nombre.

“Sí, por supuesto que la relación entre los dos países es complicada, pero no se habló de ningún ataque; fue inventado por los estadounidenses”, dijo otro hombre, un ucraniano de 67 años que ha pasado gran parte de su vida en Moscú.

La gente común de Moscú opina

A pesar de la última acumulación de tropas y el deterioro de las relaciones que tuvo lugar después de que Rusia anexó la península de Crimea y estalló el conflicto en el este de Ucrania en 2014, los rusos continúan minimizando la perspectiva de otra guerra.

“Putin es muy inteligente, no permitiría la guerra, especialmente entre ucranianos y rusos, somos un solo pueblo con casi el mismo idioma, ¿por qué pelearíamos contra nuestros hermanos? Es una estupidez”, dijo Savely, de 50 años, un moscovita desempleado.

Las esperanzas de que se pueda evitar la guerra se vieron reforzadas cuando Moscú dijo que retiraría algunas tropas después del final de sus ejercicios cerca de Ucrania.

Sin embargo, a pesar de esta señal inicial de desescalada y una serie de conversaciones diplomáticas entre el Kremlin y las potencias occidentales, no se ha llegado a ningún acuerdo sobre el futuro de las aspiraciones de Ucrania en la OTAN.

Desde que los levantamientos de Maidan de 2014 derrocaron al presidente prorruso de Ucrania y desencadenaron la anexión de Crimea, las relaciones ruso-ucranianas han seguido deteriorándose a medida que Kiev se ha alineado gradualmente más con Occidente.

La incorporación de Kiev a la OTAN acercaría aún más a las fuerzas lideradas por Estados Unidos a la frontera rusa, una medida que el Kremlin ha advertido que no tolerará.

“El nacionalismo ha aumentado con mucha fuerza en Ucrania últimamente y, aunque las autoridades no lo alientan, nadie ha hecho nada para evitarlo”, dijo el transeúnte ucraniano que se negó a dar su nombre, “y porque todos dicen que habrá una guerra, hay muchas armas adicionales circulando, y muchas armas en manos de las personas equivocadas pueden conducir fácilmente a un conflicto”.

Amenaza de sanciones

A pesar de las preocupaciones de Rusia sobre la ampliación de la OTAN, Occidente ha seguido denunciando lo que considera un comportamiento agresivo de Rusia.

Estados Unidos y sus aliados también han amenazado a Rusia con sanciones sin precedentes que apuntarían a sus sectores financiero y energético si invade Ucrania.

Pero Rusia, aprendiendo de la gran ola de sanciones que siguió a su anexión de Crimea, ha reforzado su economía contra posibles sanciones, y el Kremlin ha expresado repetidamente su disposición a soportar cualquier sanción occidental que se le presente.

Este enfoque choca con los rusos más jóvenes, que tienden a favorecer una Rusia integrada que esté más en sintonía con las costumbres y cosmovisiones occidentales.

“La gente siempre dice que alguien debe tener la culpa, pero no creo que un lado tenga más culpa que el otro aquí, ha habido errores de ambos lados”, dijo Liza, de 19 años, una moscovita que dijo estar entre trabajos.

“Tengamos paz, no necesitamos una guerra o relaciones hostiles, solo necesitamos una conclusión que asegure que tenemos relaciones pacíficas con cada lado”, dijo.

Por Pedro Carmona Estanga en Economía y Política – PCE

El mundo se encuentra al borde de una crisis sin precedentes en tiempos contemporáneos, quizás solo comparable a la crisis de los misiles en Cuba en octubre de 1962, en épocas de J.F. Kennedy y de Nikita Kruschov, oportunidad en la cual el mundo estuvo al borde de un holocausto nuclear.

Al momento de escribir estas líneas, Estados Unidos asegura que Putin prepara una inminente invasión a Ucrania, en cuyos preparativos ha logrado cercar a ese país con tropas, armamentos, además de realizar ejercicios militares con su aliado y vecino, el déspota de Bielorrusia Alexandr Lukashenko, quien encarna los últimos vestigios del estalinismo en Europa oriental.

Tras la disolución de la URSS en 1990 surgieron 15 repúblicas independientes, reconocidas a través del Tratado de Belavezha, firmado en diciembre de 1991 por el presidente ruso Boris Yeltsin, y por los jefes de Estado de Ucrania y Bielorusia. Así se puso fin al Tratado de Creación de la URSS y a la Guerra Fría, dando nacimiento a una unión voluntaria: la Comunidad de Estados Independientes (CEI), integrada por 11 de las 15 naciones que formaban la antigua URSS. La membresía de la URSS a la ONU y al Consejo de Seguridad, quedó en ese momento reemplazada por la Federación Rusa. Los otros 14 Estados ex URSS fueron también admitidos como miembros de la ONU, entre ellos Ucrania, que sustituyó por este el antiguo nombre de República Socialista Soviética de Ucrania.

Ucrania se constituyó así en Estado soberano e independiente el 24 de agosto de 1991, bajo un modelo democrático de economía de mercado, y un proceso de “descomunización” en la década de los noventa. En el presente siglo, Ucrania adelantó negociaciones para un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, dando origen a fuertes presiones de Rusia para impedirlo, y para que Ucrania formara parte de una Unión Aduanera Eurasiática. Dichas presiones condujeron a que el presidente ucraniano Yanukóvich rechazara en 2013 el acuerdo con la Unión Europea para acercarse a Rusia, provocando protestas populares que congregaron a cerca de un millón de personas, las cuales fueron reprimidas duramente por el régimen de Yanukóvich; pero al final forzaron su huida a Rusia y la formación de un nuevo gobierno. La debilidad del país fue aprovechada por Rusia para ocupar la estratégica península de Crimea en el Mar Negro, y promover movimientos separatistas en la región de Donbass al este de Ucrania, donde Rusia anhela anexionarse las repúblicas independientes de Donetsk y Lugansk, que concentran la población ucraniana prorrusa. El plan estaría orientado a una ocupación militar rusa del Donbass, para luego reconocer la soberanía de dichas repúblicas, como paso previo a su incorporación a la Federación Rusa. El conflicto armado entre las fuerzas del Estado ucraniano y los independistas prorrusos ha dejado un saldo de 13.000 muertos, 30.000 heridos, 1.4 millones de desplazados, y 3.4 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria.

En el trasfondo de las tensiones, como en 2013, Rusia busca impedir el acercamiento de Ucrania a Occidente, y en especial la posibilidad de que esa nación sea admitida como miembro de la OTAN, y mucho menos un acercamiento a la Unión Europea. Actualmente son miembros de la OTAN varios países que estuvieron bajo la órbita soviética, como son Chequia, Letonia, Lituania, Estonia, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Bulgaria, Rumania, Croacia, Albania, Montenegro y Macedonia del Norte. De allí la obsesión rusa de que Ucrania no sea jamás miembro de la OTAN, aún a costa de una eventual invasión a ese país. Sin olvidar que Ucrania es un país industrializado, que está entre los primeros del mundo en la producción de cereales, minerales, hidrocarburos, carbón, turbinas para centrales nucleares, petroquímica, material de defensa, y es el primero en Europa en tierras cultivables.

Estados Unidos y la Unión Europea amenazan a Rusia de que, si invade a Ucrania, todas las opciones estarían sobre la mesa. La diplomacia internacional ha estado activa en las últimas semanas, con entrevistas de líderes como el presidente Macron de Francia y el Canciller alemán con Putin, amén de las reuniones del Secretario de Estado estadounidense Anthony Blinken con el Canciller ruso Serguei Lavrov, ello sin resultados aparentes. Ello por cuanto Rusia exige un compromiso firme sobre la no adhesión de Ucrania a la OTAN, llegando al extremo de plantear que la membresía de países vecinos que son miembros de la OTAN, se retrotraiga a la situación previa a la disolución de la URSS, posición que es considerada como un imposible por Occidente, pues son hechos cumplidos, y corresponde a Ucrania el derecho a decidirlo soberanamente.

En otras palabras, Rusia se esmera en garantizar un anillo de seguridad con países aliados, como es el caso de Bielorrusia, Kazajstán, Azerbaiján y naciones vecinas, además de promover la presencia ilegal de tropas en Georgia (Abjasia y Osetia del Sur) y Moldavia. En suma, Putin, nuevo Zar de Rusia, basa su liderazgo en la recuperación del papel del imperio ruso, y en resarcir el orgullo mancillado de la “Madre Rusia” (Mátushka Rossiya), tras el derrumbe de la URSS. Putin ha llegado al extremo de expresar que la disolución de la URSS fue una tragedia, con lo cual revela su visión proclive a una recuperación del poder imperial de su país, y del área de influencia en espacios geopolíticamente estratégicos. De otra parte, bajo el afán de hacer contrapeso a Estados Unidos, Putin afianza alianzas con las causas más oscuras del planeta, como son las relaciones privilegiadas con los regímenes despóticos de Bielorrusia, Siria, Irán, Venezuela, Cuba, Nicaragua, y con la poderosa China.

En el caso del régimen dictatorial de Nicolás Maduro, y antes el de Chávez, el apoyo no solo ha consistido en la venta de enorme cantidad de armas modernas, responsables de la cuantiosa deuda de Venezuela con Rusia, sino que ha generado desequilibrios armamentistas con los países vecinos. Ello ha movido a Colombia a exigir garantías a Rusia que la presencia de asesores o contingentes militares en territorio venezolano, y el armamento suministrado a ese país, no caiga en manos de los grupos irregulares que hacen vida en Venezuela, o que no sea eventualmente utilizado contra Colombia. Putin ha declarado en repetidas ocasiones que Rusia no dejará sola a Venezuela, mostrando una cuestionable incondicionalidad, agravada con la amenaza proferida por el Canciller ruso, aunque solo haya sido a manera de chantaje, de que, si Ucrania se aliaba con Occidente se defendería, y su país enviaría contingentes militares a Venezuela y a Cuba.

Estamos pues en el ojo de un poderoso huracán, al cual se suma China al apoyar las posturas del gobierno de Putin, agravando la delicada crisis geopolítica, amén de marcar una realineación de fuerzas entre Oriente y Occidente, y entre democracias y autocracias en el mundo. Rusia es sin duda un poder militar y energético, como queda demostrado con la dependencia europea del suministro de gas ruso, pero no es una potencia económica. Es así que la economía rusa representa apenas la décima parte de la economía china o estadounidense. A su vez, EEUU está dispuesto a suministrar gas a Europa para atenuar el aumento de los precios de la energía, y la vulnerabilidad de su matriz energética. Entre tanto, Europa acelera la transición hacia energías limpias para reducir dicha dependencia, además de considerar la cancelación del controversial gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania a través del Mar Báltico. Ojalá, en fin, que esta compleja crisis sea resuelta sin llegar a un escenario de guerra, cuyas consecuencias serían nefastas para la humanidad entera

Como Putin sabe que la población ucraniana se siente ucraniana, solo le queda la agresión militar mezclada con la guerra psicológica y la propaganda desestabilizadora: si no podemos recuperar Ucrania, piensa, al menos intentemos que sea un Estado fallido

En un vacío, en abstracto, en una plantilla política completamente limpia, estar en contra de la guerra es lo más noble que hay. Pero en el mundo real, donde tu tuit diciendo “No a la guerra” no importa a nadie, ser antibelicista por defecto es naíf y peligroso. Solo sirve para tener la conciencia tranquila: que haya gente en peligro pidiéndonos ayuda en una parte lejana del mundo es menos importante que mi sueño por las noches. 

Tiene sentido este narcisismo. El antibelicismo izquierdista contemporáneo en Europa es una copia del antibelicismo estadounidense y su indignación selectiva: el mundo no existe hasta que aparece EEUU en escena. En Siria no había guerra hasta que EEUU pensó en intervenir, Venezuela era una arcadia pacífica hasta que EEUU decidió sancionar al gobierno de Maduro. Somos una colonia “cognitiva” de Estados Unidos: no nos enteramos de nada hasta que se enteran ellos, y entonces les copiamos. 

En el caso de la posible reinvasión de Ucrania por parte de Rusia (en 2014 se anexionó la península de Crimea y la región de Dombás en el este de Ucrania), según esta lógica naíf el conflicto no existía hasta que la OTAN respondió (con retórica), y en España hasta que el gobierno anunció que mandaría una fragata. Una (1). Es entonces cuando la izquierda antibélica, que repite “No a la guerra” como un mantra perezoso, despierta de su ceguera autoimpuesta. Es decir: es la defensa y no el ataque lo que provoca la indignación. Decir solo “No a la guerra” es un meme, es simplemente un acto de exhibicionismo moral. Uno dice “No a la guerra” y ya no tiene ni que leerse la entrada de la Wikipedia sobre Ucrania. Uno dice “No a la guerra” y puede seguir merendando tranquilo. 

Hay que decir “No a la guerra”, pero ese imperativo debe dirigirse hacia Putin. Es él quien, en un ensayo publicado el verano pasado, argumentaba sus motivos. El primero es un supuesto odio a lo ruso en Ucrania. Es el argumento del rescate a las minorías oprimidas, con larga historia en Europa, que usó Putin para invadir Crimea y el Dombás en 2014. Y es completamente falso. Como escribe James Meek en London Review of Books, “La principal causa del sentimiento antirruso en Ucrania hoy en día son las invasiones de Putin. Pero incluso esto no es tanto un sentimiento antirruso como anti-Putin. Es más probable que uno reciba hostilidad por hablar inglés en lugar de francés en Montreal que por hablar ruso en lugar de ucraniano en Ucrania, y hay muchos ucranianos étnicamente rusos que aborrecen al líder ruso.” 

El segundo es que en Ucrania se produjo un golpe neonazi, otro bulo fácilmente desmontable: según Tim Judah, autor de In wartime. Stories from Ukraine, “En las elecciones generales de octubre de 2014, los partidos de extrema derecha de Ucrania fracasaron. Son insignificantes en comparación con su fuerza en Hungría, Francia o Italia, por ejemplo.” Y el actual presidente de Ucrania es judío. Un problema que sí tiene Ucrania, por ejemplo, es su intolerancia hacia el colectivo LGBT, parecido al de otros países del Este muy conservadores moralmente. 

El otro argumento es la cercanía de la OTAN a territorio ruso. Bielorrusia y Ucrania han funcionado durante décadas como una zona buffer. Bielorrusia durante un tiempo jugó a dos bandas, pero tras el intento de revolución el año pasado, su presidente Lukashenko se ha plegado a Putin completamente: en Europa nadie aceptaría la represión brutal que hizo contra su pueblo, pero en Rusia sí. Ucrania intentó jugar a dos bandas durante la presidencia de Yanukóvich, hasta que en 2013 se inclinó hacia el lado ruso y provocó el desencanto de la población ucraniana proeuropea, que desembocó en la Revolución del Maidán (que no fue obviamente una revolución solo pro-UE sino prodemocracia y antioligárquica y contra la corrupción desbocada de Yanukóvich). 

Para Putin, el deseo estratégico de no tener un país cercano a la OTAN en sus fronteras se mezcla con su supremacismo ruso: Ucrania es la “pequeña Rusia” o “Rusia menor”. Es una visión imperialista y condescendiente. Como dicen en Ucrania, un liberal-demócrata ruso deja de ser liberal-demócrata cuando le sacas la cuestión de Ucrania. Como Putin sabe que la población ucraniana se siente ucraniana, y sabe que votó a favor de la independencia de Ucrania de la URSS en 1991, solo le queda la agresión militar mezclada con la guerra psicológica y la propaganda desestabilizadora: si no podemos recuperar Ucrania, al menos intentemos que sea un Estado fallido. 

El 24 de agosto de 1991, el parlamento ucraniano (todavía era el Sóviet Supremo de la República Socialista Soviética de Ucrania) votó a favor de la independencia: 346 diputados votaron a favor, cinco se abstuvieron y solo dos votaron que no. En diciembre, se celebró un referéndum en todo el país. Como escribe Serhii Plokhy en The gates of Europe. A history of Ukraine

Los resultados fueron alucinantes incluso para los defensores más optimistas de la independencia. La participación alcanzó el 84%, con más del 90% de los votantes apoyando la independencia. El oeste de Ucrania lideró la votación, con un 99% a favor en el óblast de Ternopil, en Galicia. Pero el centro, el sur e incluso el este no se quedaron atrás. En Vinnytsia, en el centro de Ucrania, el 95% votó por la independencia; en Odesa, en el sur, el 85%; y en la región de Donetsk, en el este, el 83%. Incluso en Crimea, más de la mitad de los votantes apoyaron la independencia: El 57% en Sebastopol y el 54% en toda la península. (En aquel momento, los rusos constituían el 66% de la población de Crimea, los ucranianos el 25% y los tártaros de Crimea, que acababan de empezar a regresar a su tierra ancestral, solo el 1,5%).

Decir que Ucrania es Rusia es pensar que el país sigue en 1918 y no es una democracia. Es una visión tan anacrónica que ni siquiera pertenece a la Guerra Fría, un periodo histórico que por otra parte sigue presente en la mayoría de análisis sobre la cuestión: la nostalgia de los Grandes Poderes. La visión de Putin es la reaccionaria y nacionalista de quienes creen que importa más un acuerdo arbitrario de hace mil años que uno democrático de hace treinta. En su largo ensayo, Putin dice que “La elección espiritual de San Vladimir, que fue a la vez Príncipe de Nóvgorod y Gran Príncipe de Kiev, sigue determinando en gran medida nuestra afinidad actual”. Los ucranianos prefieren vivir en una democracia moderna en vez de afiliarse a un pacto milenario y romántico con una potencia que quiere anularlos política y culturalmente. 

Y claro que hay nacionalismo ucraniano, y ultranacionalismo, ¡y neonazis! Como hay en España y en Estados Unidos y en Suecia y en Alemania. Y es verdad que muchos ucranianos encuentran la legitimidad de Ucrania en obras antiguas como Historias de los Rus y en poetas como Tarás Shevechenko; y claro que los ucranianos dicen que Europa empieza en los Cárpatos y son a menudo románticos y nacionalistas. Pero lo importante es que han ratificado la existencia de su Estado de manera democrática y libre a lo largo de los años. La Ucrania moderna no busca su legitimación en una mística del pasado sino en un “plebiscito diario”, construyendo poco a poco una democracia sobre las ruinas de varios imperios autocráticos. 

Quedarse en el “No a la guerra” es admitir que uno no quiere involucrarse en la realidad, solo en sus intereses más cercanos e inmediatos. El “No a la guerra” debería ir dirigido a Putin, pero es mucho menos divertido: si no puedo exhibir mi pureza y penitencia (es decir, la de Occidente), no me interesa. Esto, como dicen Avishai Margalit y Ian Buruma en Occidentalismo, “es precisamente una forma orientalista de condescendencia, como si solo los occidentales fueran lo bastante adultos como para ser moralmente responsables de lo que hagan.” La raíz de todos vuestros males soy yo. Por favor, no dejéis de hablar de mí. ¡Escuchádme! Soy peor que vosotros, y al admitir esto me convierto, obviamente, en alguien mejor que vosotros. 


Este artículo fue publicado originalmente en Letras Libres el 24 de enero de 2022

El 9 de noviembre de 1989, la población alemana de manera pacífica, sin derramar sangre o disparar un arma de fuego, derriba el Muro de Berlín.

Por: Morfema Press / CNDH

Símbolo de la Guerra Fría, dividió por casi tres décadas la capital alemana y al mundo. La fecha significó la reunificación de Alemania y la construcción de un nuevo orden mundial.

Cuando los Aliados ―grupo de países occidentales, incluidos Reino Unido, los Estados Unidos, Francia y la Unión Soviética― consigue derrotar al régimen nazi, después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) en las conferencias de Yalta y Potsdam estas potencias vencedoras acordaron dividir a Alemania en cuatro zonas de ocupación: Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos ocupan el oeste, el noroeste y porciones del sur, y la Unión Soviética ocupa el este.

Las secciones ocupadas por Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos se convierten en Alemania Occidental ―República Federal de Alemania (RFA)― y para escudarse militarmente crean la Organización del Atlántico del Norte (OTAN) y la región soviética, en Alemania Oriental ―República Democrática Alemana (RDA)―.

En Alemania Occidental se concretó el modelo capitalista impulsado por los Estados Unidos, favorecedor de las empresas y la economía privada; bajo un sistema político democrático liberal de gobierno.

En Alemania Oriental, se organizó un sistema socialista y de economía centralizada propio de la Unión Soviética, donde el Estado controla todos los servicios y medios de producción.

Berlín, el bien contra el mal

Berlín quedó en territorio soviético, y también es dividida, en las zonas este y oeste, quedando como un enclave capitalista en el recién formado estado socialista, lo cual generó las primeras inconformidades del gobierno de la RDA, iniciando paulatinamente la Guerra Fría y la división en dos bloques el occidental-capitalista y el oriental-comunista.

Así, la vida resulta muy diferente en cada lado.

En Alemania Occidental el nivel de desarrollo que alcanzan es rápido y alto, debido a la ayuda del Plan Marshall de EE.UU (1948-1961) En el lado Oriental al inicio con la política de nacionalización y planificación de la economía se logró un desarrollo industrial y la recuperación de los daños ocasionados por la guerra; además de garantizar a la población el acceso general al trabajo, la educación, la salud y una posición más igualitaria de las mujeres, sin embargo, la diferencia en el desarrollo, del lado capitalista con la ayuda económica de los EEUU era superior al de la RDA, el gobierno de corte estalinista autoritario impidió la organización de los obreros y su participación en la planificación económica y socialista, ejerciendo un fuerte control sobre la población.

Mientras en el resto de la RDA el libre tránsito hacia la RFA estaba prohibido, en Berlín, por los acuerdos de Potsdam, el paso era prácticamente libre, era una frontera abierta dentro de la llamada Cortina de Hierro.

El paso llevaba una gran cantidad de trabajadores obreros y profesionistas de la RDA al lado occidental, de tal manera que las dos Alemanias decidieron la construcción de un muro material, la RFA para detener la caída de capital humano, y en la RDA para evitar que los alemanes orientales fueran en búsqueda del “progreso”.

El 13 de agosto de 1961, la RDA con el acuerdo de la Alemania occidental el jefe de las fuerzas de seguridad de Alemania Oriental, Erich Honecker, ordena a la policía y al ejército levantar una cerca de alambre de púas.

En los siguientes días inicia la construcción de barricadas de concreto, a lo largo de 45 kilómetros que dividían en dos a Berlín y 115 kilómetros que rodeaban la parte oeste para separarse de la RFA. Se prohibió a los berlineses occidentales ingresar a Berlín Oriental, salvo con permiso especial.

Tiempo más tarde, el 3 de septiembre de 1971, las conversaciones entre los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética conducen al Acuerdo de Cuatro Potencias sobre Berlín, un decreto para mejorar las condiciones para los berlineses occidentales y facilitar el viaje hacia y desde Alemania Occidental y Berlín Occidental, así como los viajes de los berlineses occidentales al este.

Esto fue consecuencia de un hecho: entre 1961 y 1988, más de cien mil ciudadanos de la RDA intentaron saltar el muro para escapar al sector Occidental. Según la página oficial de la ciudad, alrededor de unas ciento cuarenta personas fallecieron al intentar huir, por culpa de los disparos de la policía.

El inicio de la caída del Muro de Berlín

El 9 de octubre de 1989, una multitud sin precedentes ―setenta mil personas― se manifiesta pacíficamente en el centro de Leipzig exigiendo libertad de paso.

Por primera vez se atreven a pasar por la temida sede de la Stasi, la policía secreta de la República Democrática Alemana. «¡Wir sind das Volk!», van cantando: «¡Somos el pueblo!».

Una semana después, más de cien mil personas abarrotan de nuevo el centro de Leipzig, y las protestas pronto se extienden por toda Alemania Oriental.

El 4 de noviembre, otros cientos de miles de personas se manifiestan en Alexanderplatz, Berlín oriental, pidiendo una reforma democrática: fue una de las movilizaciones más importantes en la RDA.

Finalmente, cinco días después, el 9 de noviembre, un militar de alta graduación anuncia que se darán pases para cruzar hacia la república Federal de Alemania. “La gente puede ir, no hay problema”, declara, y cuando un periodista pregunta: “¿A partir de cuándo, señor?”, su respuesta es: “A partir de ahora”. En poco menos de dos horas, una multitud se vuelca al muro. Los guardias se ven superados por su entusiasmo, simplemente, no hacen nada.

Caída de la Cortina de Hierro

Un año más tarde, el 3 de octubre del año 1990 se hizo efectiva la Reunificación de Alemania, poniendo fin a un país dividido por la Guerra Fría, se firmó el Tratado de Unificación que hizo que las cuatro potencias (los Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y la Unión Soviética) renunciaran a sus derechos, logrando la reunificación definitiva y la constitución nuevamente de una sola nación. A raíz de este acontecimiento, cada 3 de octubre se celebra en el país el Día de la Unidad Alemana.

La Caída del Muro de Berlín, es uno de los principales sucesos del siglo XX y de los últimos tiempos. Marcó el fin de una era tanto en la historia alemana como en la historia europea y mundial.

Este cambio tan radical después de casi tres décadas de división impulsó decisivos cambios en el rumbo ideológico, político y económico no solo de Alemania una vez reunificada, sino también de muchos países europeos.

En la primera elección conjunta a finales de 1990, gano Helmut Kohl; la unificación trajo consigo la disminución de la tensión militar de la zona, y la reducción de los gastos en esa área, por la salida de los ejércitos extranjeros y las representaciones militares en territorio alemán.

En el plano económico, se iniciaron las privatizaciones de empresas estatales en la RDA, y se generaron cuantiosos subsidios para paliar las debilidades en la economía y nivel de vida de los alemanes radicados en la RDA.

Todo esto implicó un periodo de transición muy difícil para las finanzas de la naciente república ya reunificada, se elevó la tasa de desempleo y la inflación, el Producto Interno Bruto cayó de manera significativa.

Alemania hoy, tres décadas después del Muro de Berlín

Es considerada en términos generales como la cuarta potencia mundial y la primera de Europa.

En 2006 su producto interior bruto (PIB) rebasó los 3 billones de dólares US.

Sus bazas industriales son diversas; los tipos principales de productos fabricados son medios de transporte, aparatos eléctricos y electrónicos, maquinaria, productos químicos, materiales sintéticos y alimentos procesados.

Es foco de riqueza y eso se refleja en la creciente economía del centro de Europa.

Con una infraestructura de carreteras amplias y un excelente nivel de vida, es una de las naciones más desarrolladas del mundo.

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