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Es lo que es

Ibsen Martínez

El consenso en las encuestas y las calles es que las elecciones en Venezuela pueden traer un parteaguas promisorio. ¿Cómo ha sido esto posible?

Una deplorable doctrina de aquiescencia ante la dictadura de Nicolás Maduro imbuyó por largo tiempo a la oposición venezolana.

Henry Ramos Allup, vitalicio secretario general del partido Acción Democrática, resumió esa doctrina diez años atrás con socarrona y ruin procacidad: “a veces hay que doblarse para no partirse”.

Tal fue el postulado que orientó una y otra vez inconducentes “diálogos” estacionales entre la oposición y una dictadura que ha llegado al extremo de torturar adversarios hasta causarles la muerte, mientras la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, se encontraba de visita en Caracas.

Hace menos de nueve meses, una ilustre legión de sofistas –rivales políticos, politólogos, encuestadores, “analistas de entorno”– no daba un níquel por el futuro político de Machado y volcaba en tortuosas cábalas la pregunta sobre quién podría abanderar a la oposición con resultados siquiera decorosos frente al descomunal ventajismo electoral de un régimen desaforado.

“María Corina Machado es valiente y ha sido consecuente en sus luchas por los derechos del electorado, se ha fajado, eso no se le puede quitar, pero está inhabilitada”, solía decirse condescendientemente, afectando contrariada resignación.

Más de un articulista argumentó la desvergüenza de que el candidato debía ante todo “hacerse potable” para Maduro, para garantizar el diálogo y la gobernabilidad en una hipotética transición, se entiende.

Según quienes así pensaban, solo con la graciosa venia de un gobierno que no ha respetado regla alguna de civilidad democrática podrían un candidato y su partido “seguir en el juego” de conservar medrosamente una alcaldía aquí y otra más allá, “mientras tanto y por si acaso”.

Aunque no todo fuese cinismo, clientela o vasallaje, la discusión entre los opositores sobre qué hacer ante las elecciones –esto es, sobre la nómina de candidatos inocuos– a menudo tenía como única y zanjadora premisa el inconmovible despotismo del régimen. Pocos se animaban a pensar más allá de “lo potable”, aun sin poder definirlo ni ponerle rostro ni mucho menos apellido. Lucía mejor no tentar por error el rechazo de Maduro.

Por “potable” se insinuaba, de manera vaga, la circunspecta cortedad de condenar la corrupción solo en diacrónicos términos generales y callar ante las constantes violaciones de derechos humanos del régimen.

Las primarias de octubre de 2023 fueron la tumba de todos los potables, grandes y pequeños. María Corina hizo bien en empeñar todo su esfuerzo en ellas, aun estando inhabilitada: “a mí me habilitará el pueblo”, llegó a decir proféticamente. Para usar un símil tomado del tenis, al ganarlas rompió el servicio de Maduro.

Hoy las tornas han cambiado diametralmente, el desánimo político ha desaparecido, el consenso de las encuestas y hasta del aire que se respira en las calles del país habla de un parteaguas promisorio, del surgimiento de muy deseables posibilidades democratizadoras. ¿Cómo ha sido esto posible?

En adelante, y durante mucho tiempo, las explicaciones invocarán factores como su innegable valor personal, la nitidez de su mensaje –henchido de ideas liberales sobre la economía y la política– y el carisma movilizador de María Corina Machado.

Añado yo que venezolanos de toda condición social, fieles a un catolicismo de sincrética cepa caribe, ven en Machado algo parecido a una advocación mariana; se diría que la lideresa goza de la sobrenatural tutela de la Virgen María.

Sea como fuere, con o sin intercesión divina, las tomas aéreas de multitudes enfervorizadas por María Corina Machado en apoyo del candidato opositor, el providencial Edmundo González Urrutia, puntero disparado en todas las encuestas, traslucen terrenales efectos políticos en Venezuela, con seguridad muy duraderos. El más patente ha sido la hecatombe de los partidos de oposición.

Se trataba de endebles formaciones, algunas de ellas terminalmente decrépitas, que nunca lograron recuperarse del cataclismo electoral que elevó a Hugo Chávez al poder hace ya un cuarto de siglo. Otras, las más jóvenes, desprendidas de aquellas, si bien lucen ya implantadas en todo el país, tampoco salieron indemnes del remezón que trajeron las elecciones primarias.

Esta consulta fue promovida por la Plataforma Unitaria Democrática, la más amplia coalición opositora hasta ahora conformada en Venezuela, y otorgó a María Corina Machado el 92.5% de los votos emitidos por 2 millones 440 mil electores. El candidato que la siguió en preferencias obtuvo menos del 4% de los votos.

Eso hace de Machado y de su formación, Vente Venezuela, el factor preeminente de la oposición en la Venezuela actual. Para bien o para mal, con ellos ha de contar cualquier previsión del futuro inmediato.

Otro indicio, quizá menos “politológico”, pero insoslayable para quien viva en Venezuela, de los profundos cambios obrados en la demografía y el ánimo público, lo brinda actualmente el nutrido escudo de motociclistas que espontáneamente acompaña a María Corina en los desplazamientos de su campaña electoral.

El fenómeno está en boca de todos pues hubo un tiempo, a comienzos de siglo, en que la fuerza de choque callejera del chavismo, los temidos Círculos bolivarianos que hicieron las veces de las protervas SAde los albores del nazismo, o de los aporreradores Camisas negras mussolinianos, estaba constituida por nutridas y muy intimidantes formaciones motorizadas, de extracción inequívocamente popular.

El gran predicamento que hoy acoge a María Corina entre los trabajadores motorizados –mensajeros, mototaxistas, mecánicos y fontaneros, repartidores de comida rápida– de las barriadas de Caracas y las capitales estatales, y aun trabajadores agropecuarios de muchas zonas rurales donde la moto se equipara a la tracción de sangre, ha sugerido a muy solventes historiadores significativos paralelos con nuestra guerra de Independencia.

En el año 1814, “el año terrible” que ensangrentó Venezuela de punta a punta, un antiguo funcionario de aduanas, José Tomás Boves, feroz asturiano avecindado como pulpero en nuestros Llanos, acaudilló legiones de irregulares, miles de jinetes llaneros –negros, zambos y mulatos– que, peleando bajo banderas españolas y azuzados por el odio de castas, diezmaron las bisoñas fuerzas independentistas, comandadas por jóvenes patricios criollos, en lo que fue sin duda una guerra civil.

La llegada en 1815 del Cuerpo Expedicionario español –los implacables marines del rey Fernando VII– y la muerte en combate del caudillo Boves obraron un cambio dramático en las legiones llaneras que en lo sucesivo, a las órdenes del catire­–güero-José Antonio Páez, el homérico jefe patriota que supo conquistarlos, harían la guerra con Bolívar, por la independencia y la república.

Este legendario volte-face de los bravíos llaneros está grabado en la conciencia colectiva de los venezolanos como solo un mito de origen puede hacerlo.

María Corina, la ingeniera de ancestro “mantuano”–así eran llamados los blancos criollos en nuestro siglo XIX–, pone en acto una feliz figuración de ese vivificante mito al surcar las carreteras de Venezuela confundida en oleadas de “pardos”, como en aquel tiempo habrían sido llamados los hombres y mujeres del común que se han echado el miedo a las espaldas y luchan con ella por la democracia y la libertad.

Las barreras divisorias entre los venezolanos, elevadas por la prédica del odio de clases que avivó Chávez, al fin se vienen abajo. Vuelven a nosotros las palabras de Bolívar, alentando a sus abatidos compañeros una desazonada noche de Jamaica de 1815: “Con modo todo se puede”.

Este artículo se publicó en Letras Libres el 23 de julio de 2024

De las tres dictaduras del Caribe, dos lo han hecho hasta ahora como cuadra en todo tiempo a las tiranías de nuestra cuenca: dejándose de melindres y de vainas.

La de Venezuela, en cambio, con ser superlativamente sanguinaria y mendaz, se ciñe aún a la pantomima democrática que sostuvo a Chávez en el poder durante tres lustros. La fórmula resultó infalible.

La muerte del Gran Charlatán en 2013, el desplome global de los precios del crudo y la crueldad inherente a todos los militarismos precipitaron cambios drásticos en la ejecución que trajeron consigo los ocho años de emergencia humanitaria y violencia política que han caracterizado el régimen de Nicolás Maduro. Sin embargo, el periódico llamado a elecciones, pese a ser claramente fraudulentas, aún funciona.

Igual que las célebres familias desdichadas de Ana Karenina, cada una de las tres dictaduras caribeñas oprime a su propia manera. La de Maduro ha ido depurando un admirable eclecticismo, un oculto sentido de las cadencias de la vida política ha regido el arte de perdurar del antiguo chofer de colectivos. Para sorpresa, claro, y acaso rabiosa frustración de Leopoldo López y Henry Ramos Allup, dos de nuestros ilustrados, fracasados francmasones de la alta política.

Observando los resultados de las elecciones regionales del 21 de noviembre, varias ideas pajarean, perplejas, por las góticas galerías de mi cerebro exiliado.

Se mueven todas en torno a la errónea y descaminadora proposición “Maduro es un autobusero cabeza de bombilla”. Ella tiene su recíproco, igualmente falaz y descaminador, en la noción de que la muchachada de 2007—con no pocos politólogos en ella—, trocada hoy en un brain trust con mucho “capital relacional” en Washington y apoyo de la administración Trump despacharía a los cleptócratas cívico-militares de Maduro antes de la Navidad de 2019.

Daría cualquier cosa por leer una crónica a la manera de Jefrrey Golberg sobre por qué ello no ocurrió. No lucen satisfactorias las explicaciones que suelen dar nuestros políticos y sus tablones de rebote. No parece ser solamente cosa de la insidiosa antipolítica ni solamente inatención de la masa ocupada en sobrevivir. Una entrevista concedida a EL PAÍS por el destacado economista chileno Sebastián Edwards me dio, al respecto, mucho que pensar.

Edwards es muy reconocido como coautor de un trabajo seminal, hoy clásico, sobre la macroeonomía de los populismos. Su imaginación política anima también un estupendo thriller – El misterio de las Tanias (Alfaguara, 2008) que nunca dejo de recomendar. Pues bien, hablando de las medidas económicas que los candidatos presidenciales de su país con mayor opción a ocupar La Moneda, Edwards dice:

“Bien intencionadas [las del Gabriel Boric], pero altamente nostálgicas. La mayoría de sus propuestas ya fueron planteadas y ejecutadas durante la segunda mitad del siglo XX. Un ejemplo muy claro es la política industrial de promoción de manufacturas nacionales con grandes ayudas estatales. Los asesores de Boric no saben que lo que proponen son políticas añejas, ni saben que en el pasado no funcionaron. Y no lo saben porque no leen, porque no estudian, porque no conocen la historia económica. Son voluntarismo puro”. Las bastardillas son mías.

Edwards no es más benévolo con los asesores de José Antonio Kast y dice de ellos que son otros nostálgicos. A mí me dio mucho en qué pensar el retrato intelectual que hace Edwards de los asesores. Divagando, di en la idea de que lo que vale para ellos vale también para nuestros ya no tan jóvenes políticos de oposición. Ellos tampoco leen, ni estudian ni conocen la historia económica o natural ni ninguna otra historia.

Son voluntarismo puramente mediático, del tipo que se agota en una foto en el Salón Oval de la Casa Blanca; son solo ideas recibidas y frases hechas de doscientos ochenta caracteres sobre el populismo redistributivo. Son solo una tropilla de componedores en traje y corbata plantados por Maduro en un hotel de Ciudad de México.

Eso no basta para derrotar las dictaduras posmodernas del Caribe.

Publicado originalmente en América Nuestra

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