Por Emili Blasco

El viaje realizado la semana pasada por el presidente de Irán, Ebrahim Raisi, a Venezuela, Cuba y Nicaragua no tuvo en realidad ningún especial objetivo económico, por más que así fuera presentado; fue una misión propagandística motivada por el deseo iraní de dejarse ver merodeando por el Caribe, y así intranquilizar a Estados Unidos.

A pesar de los acuerdos firmados en las tres capitales, la relación comercial entre Irán y sus anfitriones apenas va a crecer; en la actualidad es casi inexistente y eso no va a cambiar. Ni siquiera a Teherán le interesa ya crear unas vinculaciones financieras opacas que le permitan sortear las sanciones internacionales, pues su aproximación a Rusia y China le ofrece suficiente margen para burlar esas estrecheces.

Irán se cerca especialmente a América Latina cuando siente necesidad de molestar a Washington. Ocurrió con Mahmud Ahmadineyad (2005-2013), el anterior presidente conservador, cuya presidencia sufrió las duras consecuencias de las sanciones internacionales que estarían vigentes hasta el acuerdo nuclear de 2015. Después el interés de Teherán por Latinoamérica disminuyó notablemente con el moderado Hasán Rohani (2013-2021), quien a diferencia de su antecesor apenas viajó a la región (en Caracas solo estuvo para la Cumbre de los No Alineados de 2016). Y ahora, tras las sanciones restablecidas en 2018 y las aplicadas a raíz de la represión de las protestas sociales del último año y de la ayuda militar a Rusia, Ebrahim Raisi vuelve a la misma táctica.

Propaganda

Si la multitud de acuerdos firmados en su día por Ahmadineyad con Hugo Chávez y con Daniel Ortega apenas dieron fruto, menos cabe esperarlo ahora que la situación económica en Irán es compleja pero no tanto como en aquel momento. De las factorías de automóviles, tractores y bicicletas que entonces iban a inundar el mercado nacional e incluso regional; de las fábricas de cemento que iban a alimentar un auge constructor, o de los miles de viviendas que se iban a erigir, apenas sí hubo realizaciones.

Todo eso funcionó fundamentalmente como propaganda y, en algún caso, como estructura de ingeniería financiera para romper el cerco contable que sufría Irán. Pero es que hoy Irán no está tan ahogado en reservas internacionales y sus acuerdos con Rusia y China –países que hace unos años se alineaban con Occidente en la presión a Teherán, pero ahora ya no– le permiten incluso el crecimiento económico. En 2021 el PIB iraní creció 4,7% y en 2022 lo hizo 2,5%. La alta inflación ciertamente persiste (en 2022 alcanzó un 49%), pero la previsión de los organismos internacionales es que irá disminuyendo los próximos años; el paro está estabilizado en torno al 10%. Las inversiones anunciadas por Moscú en el sector iraní de hidrocarburos, como premio por el envío de drones al campo de batalla contra Ucrania, y por China en el área de las infraestructuras a cambio de suministros de petróleo permiten a Irán afrontar el corto y medio plazo con moderado optimismo.

Con socios más cercanos, a los que ahora hay que añadir Arabia Saudí al restituir ambos países sus plenas relaciones diplomáticas por mediación china, Latinoamérica queda demasiado lejos para Teherán en términos de vinculación económica. Brasil puede estar llamado a ser una excepción: es el país latinoamericano del que más importa, con un volumen de 2.000 millones de dólares en 2021, lo que supuso 6,7% de las importaciones realizadas por Irán (a Brasil le siguen, por debajo del 1%, Argentina, Paraguay y Uruguay; el comercio con Venezuela, Cuba o Nicaragua es aún más insignificante).

Hizbolá

La incursión caribeña, no tiene interés económico, pero sí estratégico, al menos lo suficiente como para que Raisi empleara varios días en ese viaje transoceánico en lugar de simplemente ahorrárselo. El merodeo iraní por el «patrio trasero» estadounidense no constituye un riesgo directo para Estados Unidos en el presente, pero sí supone una amenaza «durmiente».

Cuidar los vínculos con Caracas, La Habana y Managua permite al régimen islámico contar con posibles plataformas en caso de querer ejercer cierta presión sobre EE.UU. si este país acabara atacando a Irán. Es difícil pensar que, si los ayatolás alcanzan la bomba atómica, de la que se encuentran muy cerca, Washington fuera más allá, si acaso, de algún bombardeo selectivo, pasando a una campaña sostenida; en cualquier caso, Teherán podría intentar presentar creíbles amenazas para atemperar la reacción estadounidense, sobre todo mediante células de su «proxy» Hizbolá cuya presencia en Venezuela y facilidad de acceso a la frontera sur de Estados Unidos han quedo bien documentadas.

Artículo publicado en el diario ABC de España