Por Jesús Delgado Valery

Que la democracia está en crisis se ha convertido en un lugar común. Distintas metodologías internacionales lo vienen planteando año tras año en sus informes. Como contracara, los regímenes autoritarios están al alza. Cada vez encontramos más propagandistas de sus bondades y se evidencia una mejora sustancial en la coordinación entre ellos.

La coordinación autocrática sofisticada, acuñada por Anne Applebaum como “Autocracy inc.”, queda al descubierto cuando vemos que el gobierno de Venezuela tiene relaciones más cercanas con el de Irán que con el de Ecuador, y que los gobernantes de Nicaragua o Cuba celebran más encuentros con sus pares de Rusia que con los de República Dominicana.

Mientras tanto, el “campo democrático” se empantana en sus contradicciones y diferencias (algo propio de las sociedades abiertas), el “campo autocrático” se cierra y legitima a sí mismo. Poco importa si la Rusia de Putin es cristiana ortodoxa, la teocracia iraní es musulmana o la Venezuela chavista es católica (¿sigue siéndolo?), lo que importan son los rasgos autocráticos que comparten: cercenamiento del espacio cívico, criminalización de la disidencia, violación de los derechos humanos, opacidad y, en definitiva, una voluntad de poder hegemónica a cualquier costo.

Sin embargo, hay resistencia. Estos regímenes han perfeccionado sus métodos para doblegar a sus opositores, y en gran medida han tenido éxito. Pero siguen existiendo distintas expresiones de la disidencia, líderes díscolos, indomables, que no responden a la lógica autocrática.

Putin, Ortega o Maduro han logrado corromper a fuerzas opositoras ofreciéndoles incentivos para la cohabitación. Entonces estos falsos opositores, en Venezuela conocidos como “alacranes” y en Nicaragua como “zancudos”, constituyen partidos satélite para intentar legitimar las elecciones y ocupar espacios en los congresos, cobrar sus coimas y disfrutar de las migajas a cambio de la libertad de sus compatriotas.

Pero los díscolos no sucumben a esta estrategia, porque sus ideales no tienen precio. Esos son los más peligrosos, porque están dispuestos a todo, incluso a arriesgar su propia vida, por sus valores.

Narges Mohammadi en Irán, Aleksei Navalny en Rusia (quien ha muerto a manos del régimen de Putin el día que escribo esta columna), José Daniel Ferrer en Cuba, o María Corina Machado en Venezuela, son de esta estirpe.

A María Corina Machado no hay que apoyarla porque sea liberal, conservadora, mujer o esté preparada. Hay que apoyarla porque encarna a un país que resiste y está ávido de libertad y democracia. Porque su lucha es justa, porque tiene el apoyo popular y ha puesto el cuerpo para enfrentar al régimen de Maduro, que ha usado a toda la estructura estatal para intimidarla.

Y así como los regímenes autocráticos colaboran para alcanzar sus objetivos, los democráticos deberían expresar contundentemente su apoyo al derecho político de Machado a ser electa, y el de los millones de venezolanos que tienen derecho a elegirla.

Dejen Hablar a Venezuela.

Jesús Delgado Valery es Director Ejecutivo de Transparencia Electoral