El gobierno de Hugo Chávez entre 1999 y 2012 recibió lo mayores ingresos petroleros de la historia venezolana al totalizar US$ 700.000 millones. Chávez se benefició del mayor auge de los precios petroleros que se haya conocido y al concluir su gestión en diciembre de 2012, los resultados en términos económicos fueron mediocres: el ingreso por habitante apenas aumentó 0,95% anual, muy inferior al promedio de la región, la producción petrolera cayó desde 3.200.000 barriles en 1998 hasta a 2.800.000 barriles diarios en 2021, la deuda externa saltó de US$ 38.000 millones en 1998 a US$ 90.000 millones y el gran logro, la reducción de la pobreza, resultó menor a la de otros países como Perú que recibieron mucho menos recursos que Venezuela.
Con la información de hoy, precios petroleros siderales como lo que hubo con Chávez no se avizoran y por tanto eso es un condicionante del futuro de la economía venezolana. La gestión de Maduro en materia económica ha sido un auténtico desastre al provocar una hiperinflación entre noviembre de 2017 y enero de 2021, al tiempo que el ingreso nacional actualmente es 60% menor que el que fue en 2012, en medio de un empobrecimiento generalizado de los hogares venezolanos.
En un entorno de inestabilidad política, el curso de la economía venezolana no luce prometedor. En primer lugar, ya el petróleo no es lo que fue y su impacto en la actividad económica interna es cada vez menor. Aumentar la producción desde 800.000 barriles diarios hoy a 3.000.000 de barriles diarios luce imposible sin gigantescas inversiones extranjeras y un cambio en la gobernanza de la industria.
En segundo lugar, sectores claves de la economía no petrolera como la manufactura y la construcción están diezmados y en sus niveles mínimos históricos con actividades industriales como la producción de acero, aluminio, fabricación de vehículos, virtualmente extinguidas. En tercer lugar, en Venezuela hay bancos pero no hay sistema financiero propiamente hablando. La contracción de la economía y la política de elevados encajes redujeron la actividad bancaria a la insignificancia al punto tal que el crédito al consumo mediante el uso de tarjetas de crédito no existe. No hay en el mundo una economía que se haya expandido sin la palanca de los préstamos bancarios.
En cuarto lugar, la política antinflacionaria basada en la cuasi fijación del tipo de cambio ha tenido un éxito relativo al lograr clamar las expectativas de devaluación y desacelerar el aumento de los precios, ayudada por una compresión salarial inexplicable. Sin embargo, la brecha entre los tipos de cambios oficiales y paralelo de 20% es un indicador de que algo anda mal y que tarde o temporáneo esa distorsión de va a corregir con una devaluación que inevitablemente va llevar a un alza de precios, ahora reprimidos por las importaciones baratas.
En quinto lugar, la emigración ha afectado significativamente la disponibilidad de mano de obra calificada sin la cual no hay crecimiento económico, a lo que se añade que Venezuela está fuera de la órbita global en el uso de nuevas tecnologías como la inteligencia artificial que están implicando un cambio estructural importante en la productividad de la economía. Los venezolanos no hemos dimensionado el costo de la bancarrota de la educación pública.
Finalmente, Venezuela está aislada financieramente del mundo. En un contexto donde están bajando las tasas de interés y el acceso al crédito internacional se comienza a abaratar no hay manera que nos aprovechemos de ese hecho porque el país está en moratoria del pago de la deuda externa desde noviembre de 2017.
En medio de este panorama desolador, lo promisorio es que la capacidad de emprendimiento está viva y parece sólida y cada vez surgen pequeños nuevos negocios en medio del desierto que hoy es la economía venezolana. Por tanto, sin un cambio político que implique una nueva política económica y que vuelva a insertar a Venezuela en la economía mundial, el fututo inmediato va a replicar lo que hemos tenido, una economía enana, sin fuerzas para crecer y mejorar la calidad de vida de los venezolanos.