Del escritor cubano exiliado en Barcelona se editan A la sombra del mar, sobre su amistad con Reinaldo Arenas, y Debajo de la mesa.

Por Mariano Dupont en Clarín

Al igual que su amigo Reinaldo Arenas, el escritor cubano Juan Abreu logró salir de la isla en 1980, durante el llamado éxodo de Mariel. Después de unos años en los Estados Unidos, en los que trabajó de obrero fabril, repositor de supermercado y carnicero, recaló en Barcelona, donde reside actualmente. Entre sus libros publicados se destacan: Gimnasio (2002), Accidente (2004), Diosa (2006) y El reto (2013).

–Se editaron dos obras suyas en la Argentina, A la sombra del mar. Jornadas cubanas con Reinaldo Arenas, publicada originalmente en 1998, y Debajo de la mesa, sus memorias, que comienzan en la infancia y terminan con su salida de Cuba en 1980. ¿Cómo es su relación con esos libros?

A la sombra… es una especie de diario de los días en que el DSE cubano trataba de capturar a Arenas, que se hallaba escondido en un parque habanero. A mí y a mis hermanos también nos rondaba la policía, porque pensaban que escondíamos manuscritos de nuestro amigo, lo que era cierto. Creímos que era el final, que terminaríamos todos en la cárcel. Por eso me puse a escribir lo que sucedía. Para que quedara. Debajo de la mesa es sobre todo un libro sobre mi madre. Y un poco –yo viví en la Cuba de antes de que “nos liberaran” cerca de diez años– cuenta cómo era esa Cuba republicana. Es la mirada de un niño parte de una familia muy pobre. El peor crimen de los hermanos Castro es haber impuesto una dictadura militar, totalitaria en la isla, haber destruido y borrado un universo humano amable, lleno de color y olores y sabores y de valores morales y familiares, y sustituirlo por un sistema basado en la bajeza, la delación, el fanatismo y la miseria moral y espiritual. Sólo hay que ver que la Cuba de antes era el país de Lezama Lima, Lydia Cabrera, Virgilio Piñera, Lino Novás Calvo, Enrique Labrador Ruiz. Ahora es el país de Miguel Barnet, de Leonardo Padura y de Wendy Guerra. Eso lo dice todo.

–Desde los años 70 se han escrito innumerables libros que narran los horrores del castrismo. Estos dos suyos se inscriben en esa serie. ¿Por qué todavía hoy la mayor parte del mundo intelectual en cualquier lugar del planeta se resiste a ver el régimen como lo que realmente fue: una de las peores dictaduras de Latinoamérica?

–No fue, es. Es. Eso es lo más terrible, lo que ha durado. En cuanto a esa aberrante percepción que tienen muchos intelectuales de la dictadura, creo que hay mucha ignorancia, y frivolidad, fundamentalmente, pero también racismo. Para los intelectuales europeos y estadounidenses, por ejemplo, los cubanos son indios. La pregunta clave es: ¿por qué les parece bien para los cubanos un régimen que para ellos mismos jamás aceptarían? Porque los consideran inferiores. Esa es la respuesta. En lo referente a Latinoamérica, me parece pura vileza. Que un intelectual latinoamericano apoye la dictadura cubana es de una suciedad moral tal, que no puedo siquiera categorizarla. Entiendo el sentimiento antiamericano en Latinoamérica. Pero para ser crítico y combatir políticas equivocadas de un país, no hay que convertirse en cómplice de una pandilla de asesinos, ¿no?

–En Debajo de la mesa, cuando narra episodios de la infancia, dice que en Cuba, bajo la dictadura de Batista, se vivía mucho mejor que durante el castrismo, y que en los años 50 existía al menos una dignidad y una nobleza que después se perdió completamente. ¿Qué agregaría al respecto?

–Nuestra familia, que era una familia muy pobre, de la periferia habanera, vivía mucho mejor bajo Machado, Prío o Batista que a partir de la llegada de los hermanos Castro. Eso es un hecho. Yo lo viví. Comíamos tres veces al día e íbamos a una escuela pública que sería la envidia de las escuelas castristas de hoy. Una escuela pública, gratuita. En cuanto a la dignidad y la nobleza de la Cuba republicana sólo hay que ver su riqueza cultural y su libertad de prensa, decenas de periódicos independientes, y su pujanza económica, y la independencia de su sistema judicial. Incluso bajo gobiernos corruptos e incluso al final, bajo la dictadura batistiana, la sociedad vivía bajo parámetros de decencia y de empatía humana muy superiores a los de la dictadura castrista. Los Castro y todos los asaltantes del cuartel Moncada hubieran sido fusilados de inmediato bajo Castro; bajo Batista fueron a la cárcel, en la que se les trataba como a seres humanos, a diferencia de las cárceles castristas que son mataderos.

–Las memorias se detienen con su llegada a los EE. UU. “Por primera vez en mis 28 años de vida me sentí tratado como un ser humano. Un ser humano particular y único, un ser humano que no es parte de un ‘pueblo heroico’ u otra imbecilidad por el estilo”, escribe en el epílogo. ¿Cómo fueron esos primeros años?

–Los primeros años fueron duros, pero gozosos. Era libre. Vivía en un mundo donde la vida dependía de tu esfuerzo, tu trabajo y tu talento, y no de los designios de un comisario político. Yo era yo, no una pieza de una maquinaria ideológica y militar que podía disponer de tu vida y usarla a su antojo. De Estados Unidos me impresionó, lo primero, la abundancia, los colores; yo venía de un lugar gris y siniestro. También la generosidad con que nos trataron; especialmente los cubanos de Miami. Me impresionó la actitud de las autoridades estadounidenses, que me trataban como a un ser humano que tiene derechos, no como a un esclavo al que se le perdona la vida.

–En esos primeros años de exilio, tanto usted como Arenas tuvieron algunos cruces fuertes con la izquierda universitaria estadounidense. Incluso en Debajo de la mesa narra una anécdota al respecto.

–Bueno, nosotros llegamos con ganas de pelea, con ganas de decir nuestra verdad. Fundamos una revista literaria. Que pagábamos con el dinero que ganábamos haciendo diferentes trabajos. Yo trabajé en factorías, en un supermarket, primero colocando la mercancía y después como carnicero, pintando carteles en una camioneta destartalada por todo Miami. Pensamos encontrar solidaridad, pero las universidades estadounidenses estaban, y tal vez aún están, controladas por una izquierda gorda, siniestra y castrista que siempre se ha identificado con los represores, no con las víctimas de los Castro.

–Siguiendo con lo anterior, una de sus bestias negras, tal vez la más notoria, es la izquierda “culogorda”, como la llama. ¿Qué es lo que más le molesta de la izquierda, y del progresismo en general?

–Su falta de objetividad, su fanatismo, su negarse a aceptar la realidad en nombre de una utopía revolucionaria que no existe y nunca existió. La llamada Revolución Cubana nunca existió. Siempre fue un proyecto totalitario. Por supuesto, hubo mucha gente honorable, pero ingenua, que la hizo posible y aupó a los Castro y peleó y murió pensando otra cosa, pensando que luchaban por un proyecto digno. Pero los Castro siempre supieron lo que querían, que era convertir la isla en una finca de la que ellos fueran los mayorales. A la vista está. Y para conseguirlo mataron o encarcelaron a todo el que podía hacerles sombra o significar un obstáculo. Pero para los intelectuales de izquierda es mucho más fácil defender un sueño de juventud, que reconocer que se equivocaron y que durante décadas han apoyado, y han sido cómplices, de un régimen asesino. La supuesta superioridad moral de la izquierda en todo el mundo es un fenómeno muy curioso, porque es una superioridad moral que se levanta sobre una montaña de muertos. Cien millones de muertos masacrados en nombre y a manos del comunismo, a manos de la izquierda. ¿Cómo una ideología asentada en el crimen, la esclavitud y la barbarie puede reclamar superioridad moral?

–Forma parte de la generación de Mariel, fue amigo, y en cierta manera discípulo, de Reinaldo Arenas, que a su vez fue discípulo de grandes escritores cubanos como Lezama Lima, Piñera y Lydia Cabrera. ¿Cómo se piensa en relación con la gran tradición literaria cubana?

–Hablas de escritores muy importantes. No creo que mi nombre merezca siquiera aparecer en semejante compañía.

–Otro aspecto sobresaliente de su literatura es la risa, esa risa demoníaca, pero al mismo tiempo salvífica, que surge de la contemplación impávida de los horrores del mundo. En eso, sus libros se emparientan con los de su amigo Arenas. ¿Lo ve así?

–Sí, completamente. Salvífica, es una buena manera de decirlo. A las puertas del infierno lo más conveniente es reír.