Por Juan Fernández

Los países democráticos rechazan mayoritariamente la guerra por la invasión de Rusia a Ucrania. Siendo Rusia uno de los principales productores y exportadores de petróleo y gas del mundo, es un hecho que el mercado energético -por la presente dependencia europea de la importación de petróleo y gas rusos- se ve afectado en tres aspectos: la autosuficiencia energética, la diversificación del suministro de proveedores seguros y confiables (que a su vez traerá como consecuencia un reacomodo del mercado entre suplidores y consumidores) y, por último, la aceleración de procesos de transformación energética más amigables con el ambiente. Dentro de este contexto, Venezuela vive su mayor crisis política y económica desde que somos república. Hoy nuestro país desde el punto de vista de producción petrolera y fuente de suministro no es relevante en el mercado petrolero, pero ante las circunstancias que hoy vive el mundo por la guerra en Europa, vuelve a la mesa de la geopolítica internacional, fundamentalmente por su potencialidad, dada la base de recursos y su ubicación geográfica privilegiada.

Desde hace 22 años el régimen autoritario en Venezuela, una supuesta revolución, ha impuesto un modelo político, social y económico que solo ha traído corrupción, destrucción general, pérdida de referentes éticos, pobreza material y espiritual. Cualquier análisis que se hiciera del mismo solo reflejaría deterioro de las libertades políticas, la violación de los DDHH, y en lo económico, la ruina del aparato industrial y agropecuario, con una consiguiente caída del PIB, ya que la torta de la economía se ha reducido dramáticamente, obligando a millones de ciudadanos a tener que sufrir las incertidumbres de la emigración, ya que en su propio país no pueden satisfacer sus necesidades básicas. Como consecuencia alarmante, un crecimiento nunca visto de la pobreza, representando un pasivo social inmenso, el cual el régimen vigente no puede ni busca resolver.

Es por ello imprescindible el cambio del modelo político así como del modelo económico. Son múltiples las tareas por realizar, tanto en lo político, para recuperar las libertades y la democracia, como en el modelo económico. Comenzando por un nuevo enfoque de las responsabilidades del gobierno por venir; por ejemplo, la subsidiariedad, o sea que el Estado deje de ser empresario de actividades que terceros del sector privado harían de forma más eficiente y eficaz.

En el corto plazo el Estado debería enfocarse en remediar el inmenso pasivo social, y elaborar con visión de país una plataforma -con base en una clara arquitectura legal- de instituciones funcionando como un Estado moderno, atendiendo a sus responsabilidades de seguridad, salud, o educación. Reducir a gran velocidad la pobreza es una tarea fundamental. Y en cuanto a la economía crear empleo, promoviendo la inversión privada, con un marco regulatorio avanzado y adaptado al mundo de hoy. En especial debería aprovecharse el sector de los hidrocarburos en el corto/mediano plazo, visualizado como una palanca para lograr la diversificación económica. Todo lo anterior con el objetivo de lograr un Estado de bienestar aceptable para todos los ciudadanos.

Por las razones expuestas anteriormente, combinando el ya mencionado hecho de la invasión de Rusia a Ucrania, la cual ha creado volatilidad e incertidumbre, con la presión de diferentes sectores con intereses fundamentalmente económicos, se quiere hacer ver que Venezuela podría ser una solución alternativa inmediata al desbalance petrolero causado por la guerra en Ucrania. Lo cual es una premisa equivocada, si se consideran la crisis del país y la situación casi catastrófica de la industria petrolera en Venezuela, por su mal manejo, abandono de prácticas operacionales en inversión y mantenimiento, la falta de recursos humanos capacitados, etc. En todo caso, lo anterior ha producido un hecho sorpresivo, una inesperada visita de representantes de la Casa Blanca a Miraflores. Pareciera evidente que algunos grupos de interés promovieron esa visita, presionaron para que ella se realizara, incluso de manera apresurada, y como si no se conociese la grave situación del país y las reales causas de la misma.

Sin duda la visita ha generado mucha controversia y confusión, colocando además a los ciudadanos ante un dilema equivocado en lo relativo a las sanciones. Ello ha significado también un costo político para la administración del presidente Biden en medio de una campaña electoral para las elecciones legislativas previstas para el mes de noviembre de este año. El gobierno de los EEUU, luego de la crítica interna a la visita, de manera diplomática y en lo particular a fin de enmendar el error estratégico, ha indicado ya en varias oportunidades que favorece el proceso de negociación en México como la vía para lograr una solución a la crisis venezolana, pero asimismo que sólo en función de unos resultados positivos abriría el compás para la revisión de las sanciones.

Sobre la negociación como mecanismo todos conocemos de antemano la postura negativa del régimen usurpador, su falta de voluntad para asumirla con sinceridad, pues uno entiende que su estrategia está en ganar tiempo y en diluir a la oposición, no en ampliar la base de quienes nos oponemos, sino en generar conflicto y enfrentamiento en el lado opositor. Por cierto, creo que es necesaria que se mantenga la presión de las sanciones al régimen, como herramienta de ayuda a los objetivos de cambio político y económico. Las sanciones son una consecuencia de las acciones del régimen y no una razón para justificar el deterioro del país, que bien sabemos se debe a quienes están en Miraflores usurpando el poder. La destrucción institucional venezolana comenzó mucho tiempo antes de que se implementaran las sanciones.

Por el lado opositor y quienes hoy asumen su representatividad, el enfoque se centra en la búsqueda de una solución electoral que genera muchas dudas, y refuerza en muchos ciudadanos la impresión de que falta una estrategia integradora, creíble, y de que la vía electoral solo serviría para otorgar tiempo al régimen. Esta situación, aunada a muchos errores previos, ha traído como consecuencia una desconexión emocional y real de muchísima gente con el liderazgo político opositor, tal como nos demuestran las encuestas. Las aspiraciones de la mayoría de la población no encuentran respuesta, una ruta para concretar el deseo de cambio político, y entonces la esperanza se ha ido desvaneciendo. Sin esperanza real de cambio la gente busca sobrevivir a la crisis como mejor pueda, y no considera a los partidos, a la oposición, como mecanismos para la solución de sus problemas.

Hoy el pueblo de Ucrania es un ejemplo que nos demuestra que el poder de la gente luchando por su país puede prevalecer. Soy un convencido de que ese mismo poder, en una noble sociedad como la venezolana, surgirá y logrará el país que nos merecemos todos; ese es el compromiso y la responsabilidad de cada uno en el ejercicio de nuestra indoblegable ciudadanía.


Juan Fernández es ex gerente de Pdvsa y es miembro de la Asociación Civil Gente del Petróleo