Por Luis A. Pacheco en La Gran Aldea

“La proliferación de redes sociales y la globalización de la información, paradójicamente energizadas por el uso ubicuo de combustibles fósiles, han creado un estado de desasosiego general. Utilizando los escenarios de extinción del planeta, las autoridades internacionales han decidido someternos a ingeniería social en escala planetaria para contrarrestar el inminente apocalipsis que ellas avizoran”

En 1959, el genial actor británico, Peter Sellers protagonizó (actuando en tres roles diferentes) una película conocida en nuestras latitudes como El Rugido del Ratón (The Mouse that Roared). El argumento era muy sencillo. El minúsculo ducado europeo de Grand Fenwick está en bancarrota como consecuencia de que su principal producto de exportación ha sido sustituido por una copia barata producida por los norteamericanos. El ducado escoge una estrategia genial para salir de su atolladero: declararle la guerra a los Estados Unidos, guerra que seguramente perderán sin combatir, y así tomar ventaja de la generosidad económica que los norteamericanos siempre les muestran a sus vencidos adversarios.

Durante las décadas de los años ‘50 y ‘60, la prensa, la literatura, el cine, y el arte en general nos advertían del cercano apocalipsis en el que muy pocos sobrevivirían en un planeta destruido y contaminado sin remedio. La memoria reciente de los ataques en Hiroshima y Nagasaki le daba una credibilidad aterradora a esa posibilidad. El conflicto entre el bloque comunista y los Estados Unidos y sus aliados, abrió la posibilidad cierta de un holocausto nuclear a escala mundial. En octubre de 1962, la crisis creada por el movimiento de armamento nuclear soviético hacia Cuba colocó a ambas potencias al borde del precipicio nuclear, ratificando los temores.

Entonces como ahora, el cine -sobre todo el cine de ciencia ficción- proveía un escape que le permitía a la audiencia imaginar la amenaza de extinción en la seguridad de que, en la mayoría de los casos, habría una solución de última hora; y en el caso de que no la hubiese, los sobrevivientes tendrían la oportunidad, como en la historia bíblica del Diluvio, de repoblar un mundo mejor. La escritora norteamericana Susan Sontag trató este tema en profundidad en su ensayo de 1965 “The Imagination Of Disaster[1]. “Vivimos”, afirmó Sontag en ese ensayo, “bajo la amenaza continua de dos destinos igualmente temibles, pero aparentemente opuestos: la banalidad incesante y el terror inconcebible”; Y eso, para ella, anestesiaba a las grandes masas, encubriendo los verdaderos peligros de un conflicto nuclear.

Durante los años ‘70, al temor de la aniquilación nuclear del planeta se le añadió el miedo a un apocalipsis de diferente naturaleza: el temor a que los recursos del planeta no fueran suficientes para sostener a una creciente población, sobre todo en los países pobres. El Club de Roma y su reporte “Los Límites del Crecimiento[2] es el ejemplo más notorio de lo que empezaba a preocupar al mundo en esa década -es importante anotar que las predicciones de ese reporte estaban basadas en el uso de modelos computacionales que empezaban a emerger como herramientas de análisis para sistemas complejos. Aunque las predicciones resultaron equivocadas, el Club de Roma continúa hoy sus actividades.

Ya entrada la década de los ‘90 y a principios del siglo XXI, aparecen en el sentimiento público dos nuevas amenazas que aún nos acompañan: El calentamiento global, que hoy conocemos como cambio climático, y el llamado “Peak Oil” (tesis que aplica a todos los recursos naturales). La discusión internacional sobre el calentamiento global había comenzado en el año 1995 en la primera reunión auspiciada por las Naciones Unidas, que hoy se conocen como Conferencias de las Partes (COP por sus siglas en inglés). En el COP3, en Japón (1997), se firma el Protocolo de Kyoto, con el objetivo de reducir las emisiones de seis gases de “efecto invernadero” -el tratado entra en vigor en el 2005. El cambio climático se ha convertido en una fuerza política casi irresistible, forzando una transición energética sin cabida para los combustibles fósiles.

El “Peak Oil”, en su descripción más simplista, postula que, dado un volumen conocido de reservas de petróleo o gas, estas serán extraídas de manera creciente hasta llegar a un pico después del cual la producción declinará irremediablemente[3]. Esta tesis ha sido utilizada para predecir en qué punto los recursos de hidrocarburos conocidos no alcanzarían para sostener la creciente demanda, y los efectos catastróficos que ello tendría en un mundo cuya economía depende de acceso a energía barata y confiable.

Aunque las predicciones del “Peak Oil” han resultado equivocadas, producto de los avances de la tecnología y las condiciones de mercado, pocos niegan hoy que existe un límite a los recursos del planeta, aunque al mismo tiempo postulan que esos recursos serán sustituidos mucho antes que eso ocurra. Ante su aparente irrelevancia, el “Peak Oil” fue rápidamente sustituido por el “Peak Demand”, es decir, el punto en que la demanda por hidrocarburos empieza su inevitable y reversible declinación -una amenaza existencial diferente, pero en este caso para los países y compañías productores de petróleo y gas.

La pandemia, que todavía nos acompaña, ha dislocado los postulados y proyecciones que originalmente acompañaban la transición energética y está obligando a su replanteo estratégico; mientras la invasión rusa a Ucrania ha desvelado, al menos temporalmente, las debilidades del sistema de suministro de energía, en particular en Europa.

Para un niño creciendo en las calles de Maracaibo durante los años ‘50 y ‘60, que es el caso de quien escribe, la destrucción del planeta era una remota y casi desconocida posibilidad, concentrado como estaba en las intrigas del patio de recreo de la escuela, el ser considerado para el equipo de béisbol de la clase, o aún más relevante, las crisis hogareñas que amenazaban con destruirlo. No podemos decir lo mismo de los niños en Europa y los Estados Unidos, obligados a practicar como “protegerse” de un ataque atómico escondiéndose debajo de sus pupitres -sin duda una generación traumatizada.

Hoy, la proliferación de redes sociales y la globalización de la información, paradójicamente energizadas por el uso ubicuo de combustibles fósiles, han creado un estado de desasosiego general. Utilizando los escenarios de extinción del planeta, las autoridades internacionales han decidido someternos a ingeniería social en escala planetaria para contrarrestar el inminente apocalipsis que ellas avizoran. De eso se trata la COP27, que se lleva a cabo en localidad egipcia de Sharm el-Sheij mientras escribo esto. Expertos en el clima, políticos, ambientalistas, artistas y periodistas se reúnen a evaluar y redoblar la estrategia escogida para transformar la manera como el mundo produce, se educa, se cura y combate la pobreza. Más allá de las posturas para la galería a las que los líderes mundiales nos tienen acostumbrados, parece que la estrategia de eliminación absoluta de los combustibles fósiles se enfrenta a realidades tanto económicas como tecnológicas difíciles de soslayar. Y pareciera tiempo de cambiar el discurso y la estrategia, o al menos de sumarle a la reducción de emisiones, plan de mitigación y adaptación de la sociedad a mayores temperaturas.

En El Rugido del Ratón, las fuerzas militares del ducado de Grand Fenwick, 20 arqueros y tres hombres en armas, desembarcan en la Bahía de Nueva York esperando ser derrotados y detenidos. Sin embargo, el plan no funciona como se espera, y producto del azar y de la incompetencia de ambos bandos, el ducado gana la guerra y queda en poder del prototipo de una bomba que puede destruir el mundo, lo que le da un gran poder. La encrucijada en la que nos encontramos no es una película cómica. La energía y la reducción de la pobreza, por un lado; y por el otro el cambio climático y los intereses de los que aspiran a controlar las nuevas fuentes de energía, estructuran una ecuación sin soluciones obvias ni sencillas. 

Muchos de nuestros países, que históricamente no han contribuido a las emisiones de gases de efecto invernadero de manera significativa y que, por otro lado, tienen recursos naturales importantes, incluyendo recursos fósiles, de los cuales dependen, parecieran aproximarse a las COPs con una versión de la estrategia del ducado de Gran Fenwick: asumir los argumentos de los países desarrollados como suyos -declararle la guerra a los combustibles fósiles- en la esperanza de ser generosamente remunerados (inversiones, reducción de deuda).

Responder al cambio climático es un reto que necesita de respuestas efectivas y adecuadas a cada país y situación. Contrario al final feliz de la película de Sellers,  si no somos cuidadosos en nuestro protagonismo, nuestros países pueden ser no los ratones que rugen sino bocadillo de leones.

1.https://americanfuturesiup.files.wordpress.com/2013/01/sontag-the-imagination-of-disaster.pdf 
2.The Limits to Growth. A Report for the Club of Rome’s Project on the Predicament of Mankind (MIT, 1972) 
3.https://es.wikipedia.org/wiki/Teor%C3%ADa_del_pico_de_Hubbert