Por supuesto que llevo semanas dándole vueltas a lo que está construyendo como campaña María Corina Machado porque al final es un tipo de liderazgo político que no habíamos visto. ¿Cómo medir entonces lo desconocido en un contexto que ni siquiera es democrático ni libre?

MCM en su desenvolvimiento público del último año ha resultado ser una mezcla de «mujer fuerte», pero también «madre protectora», que escucha y despierta emociones entre los que buscan cauce para su dolor y su esperanza. Todo junto.

Mantiene la estructura de la líder construida a sí misma, sin el portaaviones de un hombre o un partido histórico que la apadrine. Por el contrario, es ella la que cobija a una candidatura masculina y la promueve. Es una presencia que hace discursos de firmeza pero primero tiene esta suerte de desfile hasta llegar a la tarima que más parecen los de una reina de carnaval que no está de fiesta pero sí va construyendo una celebración: la de la toma de la calle, el descubrimiento de la multitud y el sentido de desafío a la autoridad, en un recorrido que reta frontalmente a un sistema que la agrede, pero en el que no deja de sonreír y está rodeada de gente que ríe, llora, grita o está triste/ilusionada en un mismo segundo.

De María Lionza en una danta a María Corina en una toyota. Saludando y rodeada de gente, no de escoltas. De los gritos al silencio porque va a hablar. Del micrófono abierto al depósito de esperanzas.

Viene lo más curioso: No está prometiendo nada, del modo tradicional, no está repartiendo nada en un país rentista, no está creando la ilusión de repartir lo que no se ha trabajado, más bien le dice a la gente que estamos en un momento difícil, que hemos pasado por mucho, pero no estamos solos y debemos volver a ser productivos, no solo resolvedores.

Eso entonces decanta en los gritos de «libertad», que es algo que entendemos perfectamente muchos ciudadanos, pero no los grupos de empresarios reacomodados con el poder, que lo menos que quieren son libertades económicas y competencia. Eso sí: la apoyan las señoras que venden empanadas, muchísimos mototaxistas y tu tía también. Quién explica eso.

Entonces es como una líder que está por fuera de los pactos de élites, le cae mal a muchos analistas de Caracas, le cae mal a algunos dueños de medios y líderes religiosos, ni siquiera tiene un representante directo en la mesa de negociación o en el G4, pero al mismo tiempo tiene aliados que pueden ser mayoría en esos y otros espacios. La prensa extranjera se ha equivocado al calificarla como de ultra-derecha, porque nada de su discurso apunta hacia allá.

En paralelo no es antipolítica. No es una outsider. No tiene un discurso radical ni mucho menos populista. No es la candidata en el tarjetón electoral pero es la líder del proceso porque recibió los votos para serlo. Lidera tanto a la oposición como que marca la agenda de recorridos de la hegemonía, que la persigue.

Es una víctima de múltiples violaciones de derechos humanos pero no se victimiza. En cualquier momento la sacan del juego y al mismo tiempo ha logrado que el costo de hacerlo sea enorme y probablemente no decaiga sino que se incremente la movilización que lleva semanas creciendo.

Sí. Ha podido trasladarle votos a Edmundo González sin ningún problema y ambos han ido sobreviviendo a los ruidos y trampas de otros opositores que intentan dinamitarlos, aislar al candidato o tomar por asalto el comando de campaña.

Estamos ante algo muy loco que al mismo tiempo tiene a la gente emocionándose con cada foto y video de su equipo de comunicaciones, mientras se espera algún leñazo en cualquier momento. Es lo que los académicos llaman «el sustico», porque hemos vivido mucho.

Quiero que pasen rápido estos 50 días que faltan de recorrido, pero también quiero vivir intensamente día a día esta-cosa-rara que está pasando. Porque nos está pasando a nosotros.