Por Luis Eduardo Martínez

‘Lo que quedó al descubierto en la novena Cumbre de las Américas es que la única discordia que existe en la región es aquella generada por los actores neo-iliberales como instrumento para llegar y permanecer en el poder’.

Este viernes 10 de junio marcó el final de la novena Cumbre de las Américas en la ciudad de Los Ángeles, California, en EE.UU. La más importante reunión de jefes de Estado de la región sobresalió en medios internacionales por la discordia, confusión y falta de consensos que existe en las Américas. Sin embargo, un análisis de la historia de las anteriores citas y la evolución de la política regional a lo largo de las últimas tres décadas deja al descubierto como la democracia regional ha sido vaciada de principios y esencia por el parásito neo-iliberal y no por antagonismos entre naciones.

Hoy es difícil imaginar un discurso político que no enfatice el conflicto entre grupos de personas dentro de un mismo país o que no responsabilice a actores externos por las tragedias locales. Los problemas de la sociedad tal como son retratados por la clase política, son cada vez más alejados de una realidad material o una correlación estructural, y cada vez más épicos, románticos y fantasiosos. Nuestros gobiernos e instituciones democráticas dejaron de ser fuentes de orden y bienestar para convertirse en botines de guerra a ser capturados por los victoriosos de antagonismos ridículos.

México y Brasil

Los líderes de México y Brasil son un perfecto ejemplo de actores neo-iliberales. Las cumbres multilaterales son foros liberales por excelencia. Su propósito es el de generar compromisos y consensos entre gobiernos regionales sobre problemáticas que trascienden fronteras. Son foros para generar reglas consensuadas – orden y comunión. El presidente de México, Manuel López Obrador, y el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, sin embargo, han utilizado la citación a la novena Cumbre de las Américas para potenciar sus intereses electorales nacionales. Las dos más grandes economías de la región pusieron en duda su participación en la Cumbre de las Américas en EE.UU. desde un principio. Sus razones no tuvieron nada que ver con las problemáticas que afectan materialmente a la región ni el bienestar de la población, sino con objetivos de política interna de sus respectivos gobiernos.

El presidente de México, Manuel López Obrador, declinó participar en la novena Cumbre de las Américas en EE.UU. luego de que el gobierno de Joe Biden decidiera no invitar a Venezuela, Cuba y Nicaragua. Un día antes del inicio de la cumbre, López Obrador anunció que no participaría porque “…no se invita a todos los países de América y yo creo en la necesidad de cambiar la política que se ha venido imponiendo desde hace siglos”. Los presidentes de izquierda de Argentina, Bolivia y Perú se sumaron a las amenazas de no participación en rechazo a la exclusión de las dictaduras de la Cumbre de las Américas en Los Ángeles. De esos tres, solo el presidente boliviano Luis Arce decidió no asistir.

No es sorpresa que la izquierda latinoamericana utilice un discurso anti-imperialista en contra de EE.UU. para avivar a las masas a nivel nacional. Sin embargo, los actores neo-iliberales son una evolución de aquellos “revolucionarios” y trascienden la división entre izquierda y derecha. Jair Bolsonaro de Brasil, quien se enfrenta a elecciones presidenciales el 2 de octubre de este año, también amenazó con no participar en la cumbre en Los Ángeles. El mandatario brasileño, al igual que sus homólogos de la supuesta izquierda, optaron por generar un conflicto irreal para mantener o expandir sus bases de poder local. Jair Bolsonaro utilizó la amenaza de su no participación para demostrar bravuconería ante sus seguidores de cara a las elecciones presidenciales, pero también para no quedar expuesto por el Gobierno de EE.UU. por sus amenazas al sistema electoral en Brasil y su ambivalencia ante la destrucción de la Amazonia.

Tanto presidentes de izquierda como de derecha en la región han generado conflictos en un foro diseñado para generar soluciones regionales con la finalidad de propiciar antagonismos y relucir (falsamente) como representantes de la moral latinoamericana y protectores de la autodeterminación de las naciones.

Falacia neoliberal

Una característica intrínseca de los actores neo-iliberales es su necesidad de generar realidades alternas para amalgamar las quejas de grupos heterogéneos en un discurso único que les de el poder. Es por eso que Manuel López Obrador anunció que no participaría en la novena Cumbre de las Américas, durante una rueda de prensa dirigida a los medios locales y no en una llamada protocolar entre cancillerías. El presidente de México creó una realidad alterna, donde la Cumbre de las Américas, al igual que la OEA, son foros controlados por el imperio y para el beneficio de los intereses de EE.UU. Según el discurso de López Obrador, la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela es una afrenta a la verdadera democracia y el espíritu de las Américas.

La realidad histórica es que la Cumbre de las Américas nació producto de un consenso entre los países de la región y se diseñó colectivamente para potenciar la democracia y el libre comercio en América Latina. La primera Cumbre de las Américas en 1994, en la ciudad de Miami, EE.UU., ocurrió exactamente un año después de la firma del TLCAN (tratado de libre comercio de América del Norte), conocido por sus siglas en inglés NAFTA. Los países de América Latina hicieron gestiones (lobby) con Estados Unidos para que se concretara la primera cumbre de jefes de Estado regional, la única cita regional que cuenta con la participación del presidente de EE.UU., con el objetivo de lograr los consensos necesarios para crear en las Américas una región de libre comercio. Los gobiernos de la región tenían, y tienen, un afán enorme por aumentar el comercio con EE.UU.

Es una realidad histórica también que la Cumbre de las Américas es una cita que se estructuró para ser una cita exclusiva de países democráticos. Fue en abril de 2001 en la tercera Cumbre de las Américas, en Canadá, que se agregó, por unanimidad, la cláusula que estableció que solo países democráticamente elegidos podían asistir. Y esta decisión no fue producto de coerción imperialista, sino un consenso abrumador en la región de defender la democracia y avanzar de los períodos de conflicto armado y dictaduras militares. Ese mismo año, el 11 de septiembre de 2001, los gobiernos de la región firmaron la Carta Democrática Interamericana, durante la asamblea general de la OEA en Lima, Perú. La región, por consenso y convicción, decidió crear estos instrumentos en defensa de la democracia y el libre comercio, como mecanismos de promoción de bienestar social. Es más, la estipulación democrática agregada a los artículos de la Cumbre de las Américas en 2001 fue diseñada como una advertencia al gobierno de Alberto Fujimori, y no una vendetta de EE.UU. contra Cuba. La región nunca puso en duda la no participación de Cuba en un club de democracias. Y hoy, los países de la OEA han llegado a la conclusión consensuada de que en Nicaragua y Venezuela no hay regímenes democráticamente elegidos. Son dictaduras. No es un capricho de EE.UU.

Adicionalmente, los invitados y la agenda de las Cumbres de las Américas las decide el país anfitrión. Es por eso que en la Cumbre de las Américas en Colombia se habló de narcotráfico, en la cumbre en Perú se habló de corrupción, en la cumbre en Argentina se habló de desempleo. Razón por la cual el conflicto generado por el presidente de México y sus homólogos neo-iliberales con respecto a la temática de esta novena cumbre es una falacia más. EE.UU. priorizó la crisis migratoria en la región de manera transparente y como extensión de las políticas establecidas por la administración de Joe Biden. No son ni una sorpresa ni una afrenta a las necesidades de la región.

Y finalmente, es una realidad material que la no participación de Venezuela, Cuba y Nicaragua en la Cumbre de las Américas no afecta ningún interés expresado por el electorado de países como Argentina, Bolivia, México y Perú. A lo que sí afecta es al ridículo y orquestado romanticismo con el cual se pretende retratar a dictadores asesinos como supuestos salvadores o valientes que han resistido al imperio.

Parásito neoliberal

La ironía de los actores neo-iliberales es que son parasitarios. Necesitan del mínimo funcionamiento de la democracia y del libre mercado para poder subsistir. El ejemplo más satírico de esta novena Cumbre de las Américas fue el discurso del presidente peruano, Pedro Castillo, durante su participación en la Cumbre Empresarial de las Américas paralela. El mismo rondero que prometió a las masas en campaña revolucionar la economía del país, para instaurar una economía socialista de Estado, se mostró sumiso cuando se dirigió a los empresarios y les pidió “señores empresarios…vean a Perú como un destino de inversiones”. El mismo candidato que pretendía cambiar las reglas comerciales pactadas por el Estado, se vanaglorió de que “Perú está conectado al mundo a través de 22 acuerdos comerciales con economías que representan el 81% del PBI mundial, de igual manera hemos sido invitados por la OCDE para iniciar el proceso que nos llevará a ser miembros de dicha organización”.

Lo que quedó al descubierto en la novena Cumbre de las Américas es que la única discordia que existe en la región es aquella generada por los actores neo-iliberales como instrumento para llegar y permanecer en el poder. La realidad es que a pesar de estar infectados por el parásito neo-iliberal, la región está comprometida con la democracia, con el libre comercio y con el orden liberal. Que los titulares no nos roben de la realidad: jefes de Estado se reunieron para discutir una agenda en común que afecta a nuestras sociedades; el intercambio de los actores liberales bajo las reglas establecidas y consensuadas es una victoria, a pesar de los evidentes errores diplomáticos de la administración Biden en aprovechar mejor la cita; el poder basado en el consenso siempre producirá las realidades materiales que el poder basado en falacias nunca podrá.