Por Arturo Herrera
María Corina Machado vive prisionera en su propio país. No puede salir, no puede competir, no puede ejercer sus derechos más básicos. Aun así, se mantiene firme. Su fuerza no viene del poder, sino de la convicción. Su único delito ha sido creer en la libertad, en la dignidad y en la verdad. Ha enfrentado una dictadura sin armas, sin partido y sin respaldo internacional real, y sigue de pie. En un continente que normaliza la tiranía, ella representa resistencia moral.
Claudia Sheinbaum, en cambio, es el reflejo del poder sometido. No ascendió por mérito ni por independencia, sino por fidelidad. No desafió al régimen: lo heredó. Donde María Corina lucha contra un dictador, Sheinbaum protege a uno.
Donde una arriesga su libertad por principios, la otra sacrifica los principios por conservar el poder.
Una simboliza el costo de ser libre; la otra, la comodidad de obedecer.
En Venezuela, el poder destruyó la democracia.
En México, la democracia creó un nuevo poder absoluto.
La historia recordará a María Corina como símbolo de resistencia.
Y a Sheinbaum, como un servil pero autoritario títere.
@RealArturoH