Por Manuel Hinds
Ha circulado profusamente un video en el que una economista africana afirma que África es el continente más rico del mundo porque, ¿en dónde hay más oro, más diamantes, más minerales que allí?
El video me recordó un diálogo que sostuve cerca de 1990 con miembros del gobierno de Kirguizia, un país parte de la antigua Unión Soviética, que, anticipando el colapso de ésta, deseaban determinar de qué iban a vivir una vez que se independizaran y se convirtieran en Kirguistán. Hasta ese momento habían subsistido de dos fuentes de ingresos. La primera era la producción agrícola de una comunidad de alemanes que habían emigrado a la Rusia europea en el siglo XVIII, y que Stalin, temiendo que lo traicionaran, había trasladado a ese lugar en las profundidades de Asia cuando Alemania invadió la Unión Soviética en 1941. La segunda era un subsidio que el gobierno soviético les daba por tener una enorme base de proyectiles para bombardear China si era necesario.
En el momento de mi visita, las dos fuentes se habían secado. La producción agrícola había caído porque, en los años de la caída del Muro de Berlín, Alemania se estaba reintegrando y ofreció la nacionalidad a todos los que tenían sangre alemana en cualquier parte. Los alemanes que vivían en Kirguizia tomaron la oferta y se fueron a Alemania. Por otro lado, la Unión Soviética había prácticamente abandonado las bases de proyectiles. Kirguizia se enfrentaba a un colapso económico y no iba a poder pagar por sus importaciones esenciales — petróleo, medicinas, comida que ellos no producían, etc.
Lo único que podían hacer los kirguizios, además de mejorar su disminuida agricultura, era cuidar cabras. Pero los kirguizios tenían el mismo concepto de la riqueza que la economista africana del video. Ellos creían que eran muy ricos porque tenían cabras y no querían entregar su riqueza a los extranjeros, exportando cabras o productos derivados de éstas.
Fue hasta después de buenas discusiones que el gobierno y los kirguizios realizaron que las cosas tienen valor económico solo si hay demanda por ellas, que hay gente que quieren adquirirlas pagando por ellas con cosas que ellos producen, cambiando, por ejemplo, petróleo por cabras. Para conseguir petróleo, hay que dar cabras, y un país será más rico mientras más estén pagando los otros por adquirirlas. Es mejor dos barriles por cabra que uno por cabra. Para que ese precio suba es necesario pensar mucho y diseñar mejores cabras o producir otras cosas más deseadas. Ambas cosas requieren educación, que es la única fuente real de la riqueza.
Igual experiencia tuve en Madagascar a principios de este siglo, cuando cayó el gobierno marxista que había gobernado desde que se fueron los franceses, cuarenta años antes. El nuevo gobierno estaba muy preocupado. No había empresarios locales que pudieran dar empleo a la población. Pero se presentaba una gran oportunidad. Relativamente cerca de allí (1,132 kilómetros) está la isla de Mauricio, mucho más desarrollado, que había crecido mucho con maquilas que ya no eran rentables porque sus ciudadanos ya están demasiado educados y ganaban demasiado para trabajar en ellas. Los empresarios de esta isla estaban dispuestos a poner maquilas en Madagascar, inmediatamente. Pero la gente de Madagascar no quería esas inversiones, porque sentían que los de Mauricio querían robarles su riqueza, que era su trabajo, que por cierto no tenían. Fue muy difícil hacerles ver que sin conocimientos no hay recursos naturales que valgan, ni fuerza física en los trabajadores. Es la educación, el conocimiento, lo que hace que la tierra produzca, y que la industria se cree y que la riqueza que es sólo una posibilidad en la pobreza se vuelva riqueza.
Esta miopía existe también en El Salvador, que está gastando, como nunca ha gastado, en miles de cosas que en realidad ni sabemos qué son, porque el gobierno no informa de sus gastos, mientras la educación languidece y se estanca. El aumento de una deuda es manejable en la medida en la que los recursos conseguidos a través de ella generen los recursos para pagarse. No hay inversión que sea más productiva que una buena educación. Y, sin embargo, la educación del país está abandonada, y comprometida no sólo porque en este momento no se le dan los recursos necesarios, sino porque el pago de la enorme deuda que el país está acumulando por hacer esas otras cosas le va a restar recursos también en el futuro. Y de esto es culpable el pueblo, porque no protesta, porque nunca insiste de los candidatos a puestos públicos le presten atención a esta dimensión del desarrollo.
Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009)
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 28 de abril de 2022.