Por Manuel Malaver
No tardó diez meses la última reconversión, la que oficializó la dolarización de un sector nada desestimable de la economía para detener la pavorosa hiperinflación que pasó a la historia como la de más dígitos conocida en los tiempos modernos.
Una variable que ningún economista previó podría desencadenarse en una economía petrolera, pues se condujera como se condujera, la economía en un país que se favoreciera con las exportaciones crecientes o decrecientes del oro negro, siempre tendría recursos para responder a los gastos de una sociedad racionalmente administrada.
Pero llegó el socialismo, de los cuarteles y de la mano de un oficial de mediana graduación, el teniente coronel, Hugo Chávez y que seguido de una logia de militares de su misma laya y de su misma traza, después de fracasar en una intentona golpista el 4 de febrero de 1992, ascendieron al poder en las elecciones democráticas en 1998, y a partir de ahí, empezaron a aplicar la receta perfecta que condujo el país a la ruina:
“Estatización de la economía, crecimiento exponencial del gasto público al inflar la burocracia, la corrupción y las política sociales y expropiaciones de empresas productivas privadas para poner fin a la “explotación del hombre por el hombre” y construir el “Reino de Dios en la tierra”.
Es el sistema que concibieron dos filósofos alemanes del siglo XIX, Carlos Marx y Federico Engels y llamaron “socialismo”, implantaron en Rusia en febrero de 1917 dos de sus seguidores, Lenin y Stalin y extendieron al “Imperio de los Zares” que llamaron “Unión de República Socialistas Soviéticas”, alcanzó a China y los países de Europa del Este después de la Segunda Guerra Mundial, a Cuba a comienzos de los 60 y a Vietnam a mediados de los 70.
Y que en 1978 China desmontó y denunció como un fraude, desestatizó la economía y se adscribió al sistema de economía capitalista y de mercado, Rusia y la URSS siguieron su mismo camino a comienzos de los 90 y solo Cuba y Corea del Norte han mantenido tal vez como prueba histórica y antoprológica de lo que los ciudadanos no pueden hacer con sus países.
Y hubo júbilo y celebraciones en el mundo porque la humanidad había superado tamaño error y se preparaba para proclamar al planeta como una estación democrática donde imperarían los Derechos Humanos y una economía libre, abierta y de mercado donde el conocimiento, el mercado y la innovación construirían un mundo mejor.
Pero en Venezuela, diez años después, en 1998, Chávez y sus militares dijeron que la comunidad internacional estaba equivocada y que quienes tenían razón eran los dictadores de Cuba y Corea del Norte que habían resistido y que él empezaba la cruzada para restaurar el socialismo e reimplantar la justicia social en la tierra.
Y por supuesto que hablaba a nombre de la renta petrolera venezolana que por aquellos años jugaba hacia la baja (30 dólares el barril), pero cuando el 2004 irrumpió un nuevo boom petrolero y los precios se elevaron a 130 dólares el barril, Chávez entró en aquelarre, y secundado por los hermanos Castro de Cuba, los comandantes narcoguerrilleros de las FARC de Colombia y de cuanto malandro marxista y socialista andaba por América y Europa desempleados y buscando emplearse en una empresa grande, siguió adelante en una de las peores experimentos de maldad y destrucción que ha conocido la humanidad.
Otros merodeadores de la riqueza ajena, como los socialistas Lula da Silva de Brasil, Néstor y Cristina Kirchner de Argentina, Evo Morales de Bolivia, Rafael Corea de Ecuador y Daniel Ortega de Nicaragua se acercaron al nuevo reventón de la riqueza petrolera venezolana que ahora pertenecía a un salvador de la Humanidad salido de los cuarteles, y de conjunto, ejecutaron con campañas electorales para ascender al poder en sus países, la volatización en menos de 10 años de la bicoca de CUATRO BILLONES DE DÓLARES (4.000.000.000.000) producidos por el subsuelo venezolano, pagados por los países capitalistas de América, UE y Asia y despilfarrados por una pandilla de mesías, corruptos e incompetentes.
Con anotar que pretendieron desde la pobre y desvalijada América del Sur implementar una nueva “Guerra Fría”, sustituir a la “Organización de Estados Americanos, la OEA” (ministerio de Colonias del Imperialismo yanqui según la jerga izquierdista) por una nueva multilateral, la CELAC (donde solo participarían gobiernos de habla hispana), que desapareción a la Comunidad Andina de Naciones (por que era demasiado pro gringa) por un matroteto que se llamó la Unasur y hasta pensaron crear un ejército regional para enfrentar cualquier invasión gringa, ofrecemos un panorama resumido pero perfectamente corroborable de la tragedia que le hizo perder otro siglo a América Latina y tiene a Venezuela al borde de la disolución.
Porque cuando murió Chávez de muerte natural el 5 de marzo de 2013 y fue sustituído por un heredero nombrado desde La Habana, Nicolás Maduro, Venezuela inició un descenso en caída libre que redujo su PIB de un 80 a un 20 por ciento, empezó una monstruosa hiperinflación que alcanzó en 2018 un pico de un 1.000.000 por ciento, y un Estudio, INCOVI, ordenado por la Univesidad Católica Andrés Bello, trajo cifras espeluznantes como que un 90 por ciento de los 30 millones de venezolanos están en “estado de pobreza” y un 75 por ciento en “estado de pobreza crítica”.
Resultado del delirio de restauración en América del Sur del socialismo que había fracasado en China a finales de los 70, en la Unión Soviética a comienzos de los 90 y aún en los países que decidieron sostenerlo como una reliquia anacrónica como Cuba y Corea del Norte y que un grupo de náufragos reunidos en Sao Paulo en Brasil decidió embalsamar con miras a traerlo a la vida si las condiciones lo ofrecían, “El Foro de Sau Paulo” y entre cuyos fundadores estuvieron Fidel Castro, Lula da Silva y Manuel Marulanda, alias “Tiro Fijo”, primer comandante de las FARC colombiana.
Chávez ofreció a Venezuela como la víctima propiciatoria y ahora, en 2018, seis de sus 30 millones de habitantes han tomado el camino del exilio, la principal industria petrolera del país, PDVSA, ha sido destruida, así como las empresas del aluminio y del hierro y cientos de millones de tierra fértil expropiadas a dueños de fundos que abastecían de carne y productos agrícolas al país, convertidos en rastrojos y maquinaria abandonada y oxidada.
Pero nada que convenza a Maduro y su pandilla de socialistas destructores de entregar el gobierno y ni siquiera de aplicar correctivos y reformas, que alivien semejante cuadro de horror y desolación.
Solo atajos que en sentido alguno cambian o modifican raigalmente la economía de país, como este de dolarizar parte del sector comercial al permitir que una moneda capitalista, “el dólar”, sustituya el bolívar, pero asignándole desde el BCV una paridad de 6,30 bs X 1 $, mientras el mercado asigna el precio real, que en tanto haya dólares en el BCV, y en los sectores público y privado, trajeron el alivio de no volver a verle los ojos jamás a la hiperinflación.
Y por diez meses la dolarización funcionó, trajo un cierto respiro y un cierto alivio de que las cosas podrían ser diferentes, pero al ser una medida que no fue acompañada de un ajuste real, digamos de una liberación del mercado y una política de inversión agresiva en los sectores público y privado, el BCV solo pudo recibir divisas de las pocas operaciones que realiza el gobierno con sus aliados de China, Rusia e Irán (en problemas por las consecuencias de la guerra Rusia-Ukranía) y de los remeseros también en problemas porque como trabajadores venezolanos en el exterior no pueden evitar ver mermadas sus cuentas y envíos.
Y así el bolívar revaluado en su paridad con el dólar (1$: 6, 30 bs), hoy se cotizó a 9 y los pronósticos son que para fin de año se coloque en 20 bs o más.
En otras palabras, que el fantasma de la hiperinflación vuelve a rondar los hogares de los venezolanos y no hay gente sensata en el gobierno que entienda que el socialismo tiene 22 años destruyendo al país y hay que extirparlo, exterminarlo y desaparecerlo para siempre y si no crear una fuerza nacional o internacional que llegue a ponerle fin a un infierno que jamás prende una lucecita sino un abismo de más y más tinieblas.