Morfema Press

Es lo que es

Manuel Malaver

Por Manuel Malaver

Pasan los días y en un mes y tres semanas la oposición venezolana eligirá al candidato de unidad que deberá enfrentarse a finales de diciembre del año próximo al candidato oficialista que, “por ahora”, es el actual presidente, Nicolás Maduro.

Y señalo el “por ahora”, no solo porque es un dicho emblemático que dejó para la historia el fundador del partido o movimiento que desde febrero de 1998 controla con mano de hierro el poder en Venezuela (el difunto teniente coronel, Hugo Chávez), sino porque casi año y medio es demasiado tiempo para que el candidato de un movimiento cívico-militar (o militar-cívico) como el PSUV y su brazo armado, puedan mantenerse firmes, inquebrantables e impertérritos esperando que su jefe los llame a votar o a defender un triunfo que, sin duda alguna, será fraudulento porque todos las encuestas lo dan perdedor con más de 80 puntos.

En cuanto a la oposición democrática, creo que no hay una sola opinión dentro o fuera del país que no comparta la idea o estrategia de escoger en unas “Primarias” donde participen todas las organizaciones que deseen medirse, al candidato que se enfrentaría con Maduro, ahora con el apoyo de todos los partidos que participen, al abrigo de las divisiones y de la pluralidad de opciones que, al fraccionarse, logran que la carta del oficialismo sea la ganadora, anque obtenta menos votos, frente a una oposición mayoritaria pero dividida.

Quiere decir que, en diciembre del 2024, serán dos los candidatos a demostrar que cuentan con el voto de las mayorías nacionales: uno del gobierno y otro de la oposición.

Pero la experiencia de las “Primarias” ha proporcionado otros beneficios o ganancias para la oposición, pues viniendo de un colapso o fracaso como el del gobierno Interino (o “Interinato”), que se pensó comportaba las piezas y jugadas para poner fin a la dictadura castrochavista que para 2019 contaba 20 años en el poder -y como era de esperarse tuvo el apoyo de más del 70 por ciento de los venezolanos y fue respaldado y reconocido por 50 países de la Comunidad Internacional-pero disuelto a comienzos del año en curso por la Asamblea Nacional constitucional y legítima, al no lograr los objetivos propuestos al país, pasando a inscribirse en la ya larga lista de frustraciones y fiascos con que la oposición viene desde la primera rebelión en firme que se le hizo a la dictadura, la explosión popular del 11 del abril del 2002, haciendo un tanto “o mucho” como aquel Sísifo del mito griego, condenando por los dioses a subir una cuesta con una enorme piedra sobre los hombros para dejarla caer al llegar a la cumbre, regresarse a buscarla, volverla a subir y dejarla caer de nuevo .

Pues bien, las “Primarías” planteadas en un clima de pavorosa incertitumbre luego de la caída del “Interinato”, en una atmósfera de pesimismo que se pensó se instalaría por años, prendió como una débil lucecita, como un cocuyo o luciérnaga que fue incendiando el país, abrasándolo de un extremo a otro y hoy lo tienen de nuevo en la calle y ganado para un esfuerzo que, sin apartarse de los principios de la Constitución, puede obligar a Maduro a entregar el poder porque lo decide una mayoría de votos y sin acarrearle a los venezolanos más violencia, ni desesperanza.
Sin detenernos a averiguar quiénes son y de dónde salieron los estrategas que convencieron al gobierno y a la oposición para darle curso a la propuesta, si debemos subrayar que los disensos surgidos en el curso de su implementación, como la discusión si debían hacerse de acuerdo a Ley Electoral vigente, y por tanto, conducidas y realizadas por el CNE que es la máxima autoridad para entenderse con el tema electoral en el país, pues luego de un breve forcejeo que fuera la oposición con un organismo ya constituido, la Comisión Electoral Nacional, CEN, presidida por el abogado, Jesús María Casal y diez miembros propuestos por los partidos, los que han tomado la responsabilidad para que el 22 de octubre próximo se designe el candidato único que se medirá con Maduro.

Quiero subrayar antes de pasar a formular las críticas y bemoles que percibo en la campaña, que el clima en general es bueno, que los partidos y candidatos postulados pasan de 15 y que salvo los empellones típicos de esta clase de eventos, las cosas marchan bien.

Debemos resaltar también -y esto es de la mayor importancia- la movilización popular que día a día rodea a los candidatos y sus partidos, los cuales, no hay un solo rincón donde no hayan encontrado apoyo, si no para sus candidaturas, si para las “Primarias”, que asumen como la batalla imposible que la dictadura gane legalmente y de demostración de que Venezuela es de los venezolanos y de su democracia.

Una sorpresa excitante en este contexto ha resultado la candidatura de María Corina Machado, Presidenta del Partido “Vente Venezuela”, y la cual puede ostentar aún la etiqueta de líder política nacida y formada en las últimas generaciones, pues con una pasantía de apenas 6 años en la organización “SUMATE” que fundada en el 2004, le hizo un seguimiento sistémico a la plataforma electrónica con que la empresa Smartmatic estrenó en Venezuela una dictadura electoral basada en el fraude, pudo ya para el 2010 retirarse de lo puramente técnico del tema eleccionario, y fundar un partido político, “Vente Venezuela” que palpita hoy en todos los pueblos y ciudades de Venezuela.

Fueron 14 años de vida política que le permitió recorrer y conocer todo el territorio nacional y sus gentes, mientras se vio involacrada en todos los hitos de la política nacional e internacional, como la muerte de Chávez y su sucesión por Maduro en el primer semestre del 2013, acompañar a Henrique Capiles en su negativa a aceptar el fraude con que el nuevo dictador alegó haberle ganado las elecciones del 15 de abril, liderar junto con Leopoldo López y Antonio Ledezma la rebelión conocida como “La Salida”, estar en la primera linea de combate cuando la oposición ganó por mayoría absoluta la Asamblea Nacional el 6 de diciembre del 2015, y no haberse escondido ni escabullido de todas las batallas que se llevaron a cabo por la libertad de Venezuela desde el 2016, hasta el 2022 cuando pareció (después del fracaso del Interinato), que todo había llegado a su fin.

De modo que, no puede puede provocar extrañeza, ni confusiones, encontrar hoy que María Corina Machado encabeza las encuestas para las “Primarias” con puntajes del 50, 60, 70 que la colocan con unas preferencias entre las mayorias que ya resulta imposible de alcanzar.

Para corroborarlo, nada como acompañarla por los pueblos de Venezuela, sea personalmente, o siguiéndola por las redes sociales, por las coberturas de medios audiovisuales o impresos o los comentarios que surgen en cualquier esquina sobre este huracán que ya se siente cambiando la política, la historia y el rumbo que tomará el país el país.
Es es el fenómeno que está paralizando, no de miedo, sino de pánico a Maduro, y a su segundo al mando, Cabello y los incita a urdir cualquier ilegalidad para que María Corina no esté ni en las “Primarias”, ni en las presidenciales.

Y aunque cueste creerlo, buscando aliados y encontrándolos entre líderes y partidos, que saben no tendrían ningún chance para seguir adelante con sus proyectos, si María Corina es la contendiente con la que tendrían que vérselas en las máquinas o mesas de conteo el 22 de octubre próximo en que los votantes decidirán quién será su candidato para conducir el país.

Menudo atajo que seguro sacará a mucho segundón de la política, o lo integrará al bando del perdedor Maduro, mientras Venezuela respalda esta líder sin tacha en su ya larga carrera política y decidida a darle a Venezuela otra cara, otro rumbo, otro destino.

Por Manuel Malaver

No puedo pensar en ellos sin juntar los 24 años de lucha que nos une en el empeño de que Venezuela rescate su libertad y su democracia.

Tampoco sin auscultrar más atrás, en los 65 de aquel 23 de enero de 1958 cuando, sin soñarlo, la historia nos iba a tropezar en tiempos, espacios y circunstacias que, aparte de amigos, nos haría militantes de la causa por la que Venezuela en sus 212 años de vida republicana no ha dejado un solo momento de batallar, retroceder, avanzar y resistir.

Tres o cuatros partidos políticos están aquí, enfrentamientos y derrota de una dictadura, desafíos y aplastamientos de golpistas, triunfos y caídas en procesos electorales y al fin, culmen de militares y autoritarismos, la consolidación de la libertad y la democracia que le trajeron al país la paz social y el desarrollo económico por los que durante casi dos siglos había luchado.

Ya habían transcurido el primer gobierno constitucional de Rómulo Betancourt, el primero de Leoni, el primero de Rafael Caldera y el primero de Carlos Andrés Pérez, que devenía así como el renovador de una Acción Democrática cansada que le daba paso para estar ahora en Miraflores, sospechando que un empujón vendría con el alza de los precios del petróleo que se fueron de 1 a 10 dólares b/d un año después y dando inicios a una transformación de la burocracia, la nacionalización de la industria petrolera que pasó a llamarse PDVSA, la creación de las empresas de Guayana, la ampliación de Guri y las bases para que, a comienzos de los ochenta, Venezuela diera el salto que tanto, como fuera del país, le prometía volar hacia el Primer Mundo.

Fue en estos años cuando dos jóvenes, uno llegado de San Juan de Los Morros, Estado Guárico, Antonio Ledezma, y otro de Maracaibo, Estado Zulia, Oswaldo Álvarez Paz, se inscribieron en la carrera de ser los sustitutos de la segunda generación de presidentes adecos y copeyanos que se veía agotada para finales de los 80, después de las presidencias de Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera Campins y Jaime Lusinchi.

Pero, sorprendente, estos fueron los últimos períodos presidenciales de los esplendores de la democracia, pues, Pérez, terminó su período (1973-78) con un endeudamiento que no se conocía en Venezuela desde el siglo XIX y denuncias de corrupción que alcanzaron, incluso, al propio presidente; Luis Herrera articuló un desplome de la economía que terminó con más endeudamiento y una devalución del bolívar que empezaría un ciclo que ya jamás recuperó la solidez de la moneda nacional y Jaime Lusinchi, aparte de agudizar los problemas sociales y económicos, escandalizó al país y América con una transgresión de la moral familiar, que ya no volvió a darle a la democracia el selló de autoridad y mesura que tanta falta hace para acatarla y respetarla.

Oswaldo Álvarez Paz y Antonio Ledezma se movieron, entonces, para emprender la tarea de volver a darle estabilidad política, recuperación económica y plena decencia a democracia, pero en el Partido Socialcristiano, Copei, el viejo caudillo, Rafael Caldera, estableció como dogma que era el único llamado a rescatar la democracia y se opuso, primero, a la candidatura de Eduardo Fernández y después, a la de Oswaldo Álvarez Paz; y Pérez se convirtió en el candidato y presidente de un programa político y económico neoliberal, que, literalmente, rechazado por todo lo que de añoso y roñoso arrastraba la política después de la muerte de Gómez, enterró la democracia.

Han pasado 33 años desde aquel tour de force entre Caldera y Pérez para ver quien desplazaba al otro para enterrar un sueño que venía de 1928 y hemos conocido una intentona golpista fracasada de un teniente coronel del Ejército, Hugo Chávez, el 4 de febrero de 1902, que, no obstante, culmina con la elección democrática y constitucional del golpista en las presidenciales de 1998.

Pero el violento y cuartelario presidente, Hugo Chávez, trae otras sorpresas en el morral, como son su declaración de socialista y antiimperialista que viene a liberar la América del imperialismo yanqui, alumno conspicuo y heredero de los dictadores cubanos Fidel y Raúl Castro y miembro de una entente, “El Foro de Sao Paulo”, fundado por revolucionarios náufragos de la “Caída de Muro de Berlín” y el colapso del Imperio Comunista Soviético que se proponen hacer de América Sur la “Tierra Prometida” de la restauración del socialismo marxista, leninista, stalinista y maoista.

Y no hablaban en vano, porque Chávez dirige la todavía cuantiosa riqueza petrolera venezolana a financiar partidos socialistas y marxistas que se entrenaban para la conquista del poder con votos o balas, a sostener gobiernos populistas quebrados y hacer un pacto con la narcoguerrilla colombiana de las FARC, y carteles de la droga mexicanos y neogranadinos que aún hoy son el dolor de cabeza para las democracias que restan en el continente, incluída la de EEUU.

“El Socialismo del Siglo XXI”, el “ALBA”, la “CELAC” y aliados como el “Mercusur” y el “CARICON”, son los buques insignias de esta “Nueva Guerra Fría” que, cuenta con el boom de los precios del petróleo 2004-2008, que coloca gobiernos socialistas en Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y sobre todo, saca de la agonía al ya sesentón comunismo cubano.

Es una guerra de fin de mundo, como aquella que describió el ingeniero y periodista brasileño, Euclides da Cunha, en “Los Sertones” (crónica del alzamiento del iluminado, Antonio Conselheiro, contra el gobierno de Brasil a finales del siglo XIX) y en los años 80 reescribió, Vargas Llosa, con la frase que comienza este párrafo y que terminó con la ruina absoluta de Venezuela y una crisis pavorosa que determinan la inestabilidad que aun reina en la región, y de las cuales, la más trepidante es la que hoy conmueve los Estados Unidos de Norteamérica.

Para Venezuela el chavismo es el comienzo de una “guerra civil” de baja intensidad que ya dura 24 años, que establece la “dictadura electoralista” de Chávez (murió el 6 marzo del 2013) y su sucesor Maduro, y que consiste en no usar nunca las balas para tomar el poder sino un sistema electoral automatizado, donde, el “patrón electoral, las elecciones, los votos y lo ganadores y perdedores, son determinados por los agentes de la dictadura.

Maduro cuenta ya 10 años en el poder, con una reelección y otra que se celebrará en diciembre del próximo año.
Casi la misma historia del entronizamiento de Chávez y donde empezaron cayendo los viejos partidos AD y COPEI, pero sin lograr apartar a los de las nuevas generaciones, “Primero Justicia” y “Voluntad Popular”, que, dirigidos por Julio Borges y Leopoldo López, cumplieron una etapa gloriosa de enfrentamientos, donde, por momentos pusieron contra las cuerdas a Maduro pero sin aplicarle la pegada letal y tenerlo hoy, aun vivo, PJ y VP desgastados y dispersos y dispuesto a jugársela contra nuevos enemigos que lo sorprendan ya exhausto, con el 80 por ciento del país pidiendo a gritos su derrocamiento y la Comunidad Internacional apostando a su derrota o a llevarlo a la Corte Penal Internacional de La Haya por “Crímenes de Lesa Humanidad”.

En otras palabras que, los tiempos de María Corina Machado, una ingeniero de 55 años que empezó fundando una organización “SUMATE”, en el 2004, para seguir la estrategia de Chávez y su partido socialista, el PSUV, para, sin ejército, balas, ni cañones, ir implantado un sistema electoral, el electrónico, que solo necesitaba los servicios de una empresa especializada en software, Smartmatic, para ganar elección tras elección.

Es lo que hemos llamado la “Dictadura Electoralista” y que no lograron ver los partidos democráticos que luchaban contra la dictadura (lo que quedaba de AD y Copei), MAS, UNT, y al final, “Primero Justicia” y “Voluntad Popular”.
Agreguemos que para estos partidos todo nos fueron elecciones, que hubo, igualmente, una confrontación de calle con más de 100 asesinados, 500 prisioneros, y más de 6000 ciudadanos entre presos y desaparecidos, pero al final, se imponían presuntos diálogos para llegar a “Acuerdos de Paz”, que no eran más que triquiñuelas de Chávez y Maduro para fortalecer la dictadura.

Fue realmente una molienda donde 7 millones de venezolanos han abandonado el país y se han exilado buscando lo elemental para vivir en tierras extranjeras, la economía del país cuyos índices lo preparaban hace 25 años para convertirlo en uno en el más avanzado de la región, peleándose los últimos lugares entre Haití y Cuba, el hambre y las enfermedades devastando su población, sin servicios públicos viables y clamando por un cambio que mitigue lo que ya oficialmente se conoce como una catástrofe humanistaria compleja.

Por estos días, justamente, se hacen los últimos esfuerzos para juntar lo que queda de los partidos de oposición y llamarlos a unas elecciones Primarias el 22 de octubre para elegir un candidato que enfrente y derrote a Maduro en las elecciones presidenciales de diciembre próximo.

“Vente Venezuela”, el partido de María Corina Machado, puntea las Primarias y ya se augura que no tendrá contendor para desafiar a Maduro en las elecciones.

Y más ahora, con dos líderes que surgieron en las últimas décadas de la llamada “partidocracia”, Oswaldo Álvarez Paz, el líder que no dejó pasar Caldera y Antonio Ledezma, el que Pérez tenía en la lista para ser su sucesor de haber terminado su mandato.

Y que al lado de María Corina han jugado un papel estelar para que la democracia no desmaye, continúe en su cruzada para derrotar el comunismo y puedan decirle a Venezuela y al mundo que donde la justicia, el coraje y la voluntad no se rinden, siempre habra espacio para que la democracia y la libertad reinen.

No nos llamemos a engaño, Bolsonaro ya no es sólo el demócrata liberal que alzó las banderas en Brasil el 28 de octubre del 2018 contra el “Socialismo del Siglo XXI” que capitaneaban los defenestrados expresidentes Lula da Silva y Dilma Rousseff, ni su contendor, Lula Da Silva, el líder de una versión regional del socialismo que lucha hasta hoy día por mantenerse a flote y ser la contraparte del “imperialismo” norteamericano en el continente.

Concluyamos que hoy domingo 2 de octubre de 2022, día de las elecciones presidenciales en Brasil, cada uno representa movimientos y tendencias mundiales, que tanto en América, como Europa, Asia y África tienen la atención puesta en la decisión de cada votante y si apoyará a la democracia de estado nacional y de derecho que representa Bolsonaro, o al globalismo socialista y ecologista de los grandes fondos financieros y tecnológicos que financian y respaldan a Lula da Silva.

En otras palabras que, en los 19 años que se cuentan de la primera elección de Lula el 2 de octubre del 2003, hasta hoy cuando busca su tercer mandato, las ideologías, los símbolos, las fuerzas, la narrativa y las realidades de la política global han cambiado radicalmente y ya no se designan como izquierda o derecha, socialismo o capitalismo, proletario o burgués, sino más bién con denominativos genéricos como “populismos” de ultra, centro izquierda o centro derecha o si vienen a plegarse a los mandamientos del “Nuevo Orden Global” y la “Agenda 30-30” que emanan de la ONU, o de la democracia liberal que se impuso el domingo pasado en Italia con el triunfo de la nacionalista, Giorgia Meloni y aspira barrer el 2 de noviembre en las elecciones de medio término en EEUU con la mayoría demócrata en las dos cámaras para dejar instalados a los republicanos de la corriente de Donald Trump.

De modo que, si Lula se impone este domingo (como al parecer pronostican todas las encuestas (Lula: 46. Bolsonaro: 38), harán muy mal en creer sus seguidores y aliados de sus primeros períodos presidenciales que viene a darle oxígeno, o respiración boca a boca al “Foro de Sao Paulo o al “Socialismo del Siglo”, y no a desmarcarse de ellos y a buscar nuevos impulsos entre los grandes fondos financieros y tecnológicos mundiales, o entre viejos “amigos” que le fueron de gran utilidad en su lanzamiento y despegue como líder mundial, tal el gobierno chino.

Y desde esta prespectiva, nada más viable que inicie una nueva era de relaciones con los “capitalistas norteamericanos” que están con Joe Biden, un presidente gringo que en realidad es un títere de Barack Obama, Bill e Hillary Clinton y de sus mentores del “Nuevo Orden Mundial” Klaus Schwab y de la “Open Society Fundatión”, George Soros y los cuales harán lo necesario para que el exobrero metalúrgico se plegue a las políticas sociales del globalismo como la “ideología de género”, “el feminazismo”, “el cambio climático” y el más radical “abortismo”.
Malas noticias, entonces, para las dictaduras residuales del “Socialismo del Siglo XXI”, las cuales en espera del gigante que presuntamente los ayudaría a sobrevivir en las ruinas en que han convertido a sus países, se encontrarán con un enano.

Sería como repetir -pero en una escala más amplia-, la sorpresa que se está llevando Maduro con el “socialista” Petro de Colombia, quien al confiarse que el hermano y vecino abriría las fronteras para ayudarle a escapar de las sanciones gringas, se ha encontrado que el presunto aliado le ha advertido que no aceptará en territorio colombiano empresas sancionados por la OFAC.

Pero hemos hablado de Lula como si ya fuera el seguro ganador de las elecciones presidenciales brasileñas y no nos hemos referido con amplitud y profundidad al contendor, -segundo en las encuestas-, del que dicen sus partidarios que si no es derrotado en la primera vuelta, en la segunda le ganará a Lula con comodidad.

A primera vista suena una exageración, pero si lo calamos con más objetividad y equilibrio, no hay sino que convenir que se trata de un “fenómeno político” y que, más allá de su posición ideológica, se trata de un jefe de Estado que ha realizado “un buen gobierno” (éxito dificilísimo en Brasil), que ha traído al país estabilidad y confianza y que la economía luce indicadores sorprendentes como mantener una inflación dos o tres puntos por debajo de la de EEUU y el promedio de la UE y 100 millones de trabadores incorporados a la economía formal que es también un milagro para Brasil.

De ahí que, sus asesores y jefes de campaña lo den “por ganador” y aconsejan no darle crédito a las encuestas las cuales llevan años equivocándose en todo el mundo y más en países donde los candidatos de la derecha democrática adversan a los medios y llaman a controlarlos o por lo menos a desmentir sus noticias que en general -denuncian- vienen de laboratorios y no de la realidad.

El otro frente que llaman los “bolsonaristas” a no perder de la mira son las autoridades electorales -y no sólo a las “autoridades”, a las elecciones en si-que, por cuanto se realizan con el uso de máquinas electrónicas, pueden ser la estación de donde salga el tren de un gigantesco fraude electoral.

Es, de hecho, el único algoritmo que está generando una franca revuelta y hasta violencia en el desarrollo de una campaña electoral que ha provocado cuatro fallecidos militantes de los dos bandos.

Por tanto, los organismos electorales, como autoridades del gobierno y del Ejército se han adelantado a desmentir el presunto fraude, pues ya Bolsonaro ha voceado en diferentes oportunidades que si no se le reconoce “el triunfo”, no reconocerá los resultados y llamará a “su” gente a manifestar.

De modo que, una situación calcada de la que sucedió en EEUU en las elecciones pasadas donde perdió Trump y ganó Biden y culminó con los tristemente célebres sucesos de la toma del Capitolio por grupos de exaltados que no aceptaban la derrota de Trump y dejó un saldo de, al menos, diez personas asesinadas.

Y llegamos al punto donde es imposible no comparar a Bolsonaro con Trump, y a la identidad y simpatía que los une, pues, aparte de emerger a la política como dos outsiders que venían a desplazar la vieja casta política democrática que había devenido en una aliada del narcosocialismo ecologista, traían también sus programas para un risorgimento de EEUU y Brasil fortaleciendo el estado nacional y de derecho, la democracia liberal y constitucional y el capitalismo privado y competitivo.

Una fórmula que no falla para recuperar económicamente a los países pero que, al dejar la distribución del ingreso, la lucha contra la desigualdad y la pobreza a la “mano invisible” del mercado, provoca descontentos como los que llevaron al modelo económico chileno heredado de Pinochet al colapso que lo entregó en manos del socioglobalista, Gabriel Boric y el caso colombiano, que luego de ganar la guerra contra las marxistas FARC, permitió que el país cayera en manos de dos agentes del “Foro de Davos” y del “Nuevo Orden Mundial”, Juan Manuel Santos e Iván Duque, este último seriamente responsable de que el ganador en las elecciones presidenciales de hace mes y medio, fuera Gustavo Petro, quien acaba de declararse en la ONU partidario de la legalización de la cocaína, como herramienta para procurarse los recursos para acabar con la explotación petrolera y dotar al país de “energías limpias”.

No queremos afirmar que un Donald Trump que perdió el poder por denuncias no desmentidas de que fue objeto de un monumental fraude ejecutado con el sistema de votación electrónica y un Bolsonaro que podría vivir una experiencia igual o parecida, no comprendan que la democracia liberal y de economía de mercado no clamen por reformas profundas que las actualicen con una sociedad que ha sufrido cambios sin precedentes después de la caída del Muro de Berlín y el colapso del imperio soviético, sino que esos cambios deben ser proclamados desde allá e implementados en los nuevos gobiernos que reciban del voto popular el mandato de ser conducidos política y económicamente por la democracia y la economía abierta que es la única combinación productora de riqueza.

“Hay una nueva ola con tendencias claras a establecer gobiernos democráticos y capitalistas” afirmaba recientemente Steve Bannon, ideólogo del movimiento que llevó al poder a Donald Trump y de quien se dice no está lejos de los asesores de Bolsonaro. “El 11 de septiembre pasado tuvimos la victoria en Suecia de un partido de la democracia radical que formará gobierno por primera vez en la historia sueca. Después el domingo antepasado vimos el triunfo en Italia de Giorgia Meloni, demócrata ultrarradical cuya carrera veníamos seguiendo desde hace tiempo, el domingo puede seguir Brasil con Jair Bolsonaro y, si no, están las elecciones de medio término en EEUU que con toda seguridad serán ganadas por republicanos seguidores de Donald Trump”.

Pero más allá de estas eventualidades, es incuestionable que una nueva internacional en defensa de la democracia está irumpiendo en el mundo, y no solo cuando se ganan elecciones, sino cuando electorados como los de Chile y Colombia se lanzan a la calle, en un caso, para votar contra una constitución globalista, y en otro, para derrotar un conjunto de políticas como las de Petro, que de aplicarse, abonan el terreno para que la cocaína sea el principal producto de exportación del país neogranadino y George Soros, Juan Manuel Santos, Petro y los comandantes jubilados de las FARC sus principales beneficiarios.

Días para recordar a Charles Brever-Carías, una legenda venezolana viva, aunque no siempre exaltada y celebrada, a menos que se le incendie su biblioteca con 5.000 documentos originales o sucedan aberraciones como la depredación del Tepuy Kusari por unos vándalos que decidieron festejar un cumpleaños hollando su tierra sagrada.

Imagino a Charles sorprendido por las noticias, buscando más información sobre tan absurdos e inexpicables eventos, pero al final regresando al acopio de mapas, fotografías, documentos, ilustraciones y dibujos que debe reclasificar y reordenar para salvar los materiales recuperables del incendio.

Es un hombre de trabajo, un científico que concibe la vida como un llamado a la observación, al rastreo de donde fluye el mandato de lo que debe anotarse en los cuadernos, en las libretas, para ser amenizado, examinado e integrado a ese eterno interrogatorio que decidirá si es un hallazgo útil para el hombre y su vida.

Un artista, en definitiva, pero que no trabaja con las manos, con las palabras, con los pies, sino con esa mirada con la que reune la colección de objetos que ofrecen los tepuyes, las simas de la Gran Sabana y el quehacer de pueblos de existencia viejísima y especíalisma que sin Charles estuviera definitivamente perdida.

Hace aproximadamente dos años, un día de febrero del 2020, ví a Charles en el bautizo de un libro de su autoría, “Ye,Kwana: Simbología de la Cestería”, editado por “Juan Carlos Maldonado. Art Collección” y fue ocasión para que intercambiáramos ideas sobre sus planes de darle más salida editorial a tantos tesoros que había recogido en un sus 50 y tantos años de exploraciones, descubrimientos y definiciones de nuevos ejemplares de la flora y fauna de Venezuela.

Como siempre lo encontré lúcido en sus 80 y tantos años, amistoso, práctico, soñador, invitándome a que no nos perdiéramos los pasos, porque nos quedaba mucho por hacer. “Ahora” insistió “es que nos queda trabajo por hacer”.

Y esa misma noche volcado sobre las 475 páginas de “Ye,kwana. Símbolo de la Cestería”, fue cuando comprendí el sentido exacto de las palabras de Charles, pues estaba ahí expuesto e interpretado, a través de la cestería, la cosmovisión de estos antepasados y contemporáneos nuestros, Ye,kwana emparentados con la etnia Pemón, cuya cultura y humanidad han quedado reafirmadas en tantos sucesos de la vida contemporánea venezolana.

Cientos de pemones expulsados de sus tierras de Canaima por buscadores de oro, decenas muertos o heridos, otros fugitivos hacia Brasil, pero vivos y de pie en la que es la batalla más dura que han librado desde que los conquistadores quisieron expulsarlos de sus tierras y para siempre.

Pero la ganarán, la están ganando, cruzando la raya de la inmensa frontera venezolano-brasileña que es de ellos, por más que intrusos se la quiera convertir en tierra de hambrientos, fugitvos y muertos.

Aprovecharía para hablar de otro libro que en mi opinión es el fundamental en la ya copiosa bibliografía de Charles, escrito con la colaboración de Marek Audy, fotografías de Richard Bouda, Karen Brewer, Javier Mesa, Jaroslav Stankovic y Bronislav Smida, mapas de Darko Baksic, Robert Brewer, Alejandro Chumaceiro y Federico Mayoral, un in quarto con el nombre de “Entrañas del Mundo Perdidos”.

Sin que me quede duda, una de las obras fundamentales de la unión de papel, letras y fotografías realizada en Venezuela y en el mundo y para contarnos como el explorador y naturalista venezolano, Charles Brewer-Carías, anduvo por los mundos que anticiparon Julio Verne y Sir Arthur Conan Doyle y se encontró con sus habitantes, habló con ellos, descubrió sus habitat, remontó sus cimas y bajó a sus simas, se bañó en sus ríos y caminó por sus gredales, dejando escrito, graficado y autenticado el espacio más realista que conozco de las entrañas de Venezuela.

Un sesgo de nuestro aliento vital que puede desaparecer, que está a riesgo de regresar “al mundo perdido” en que lo percibió Conan Doyle, si el esfuerzo de Charles Brewer-Carías no lo rescata y comparte con los hombres y mujeres que deben ahora integrarlos a sus vivencias más íntimas y presentes.

Y es que, donde hay acciones no cónsonas con la biorrítmica, no hay pureza, refrescura, inocencia, vida que salga de las entrañas de la tierra, y sea aire y viento para que la tierra respirr y sea el planeta más privilegiado de todo el Universo.

Ya lo vivieron los venezolanos, colombianos y brasileños que habitaron las novelas de José Eustacio Rivera, Rómulo Gallegos y Samuel Darío Maldonado, asfixiados por buscadores de sarrapia, balatá y oro y ahora propiciadores de una actividad turística cuyos clientes en los días y las noches no verán el sol, la luna y las estrellas sino el humo de seres humanos alienados y desgarrados.

Vivimos una crisis que cimbra al planeta de punta a punta y de costado a costado, y América y Venezuela no escapan de la misma, pero es responsabilidad de los entrepeneurs que han trabajado por que el país no fuera más un conglomerado que sabía poco de sus origenes y mucho menos de la naturaleza del territorio de habitaba, insistan en no rendirse y continúen su trabajo como el primer día.

Entre tantos, yo inscribo a Charles Brewer-Carías, el naturalista que hace lo imposible por rescatar los huellas que le dejó el incendio de su biblioteca porque dice que las lleva en la cabeza, en la mente, y lo que se lleva en la cabeza, en la mente, no se pierde.

También está pensando en nuevas expediciones, sin duda que para revisitar el Sarisariñama, el Macizo de Chimantá y Santa María de Erebato, el pueblo donde el misionero Daniel de Barandiarán lo llevó en 1963 a conocer a los Ye,kwana.

1963-2022. 59 años. Y todas las entrañas de un mundo por descubrir

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