Por Joaquín Manso y Daniel Lozano en El Mundo

Los ojos del mundo observan con asombro el fenómeno político que encabeza María Corina Machado, sólo comparable con el vivido cuando Hugo Chávez enamoró al pueblo venezolano en 1998. Para historiadores y politólogos, la líder opositora (Caracas, 56 años), inhabilitada por Nicolás Maduro para las elecciones del 28 de julio, encabeza hoy un movimiento de liberación nacional como en su día sucedió con Lech Walesa en Polonia o Nelson Mandela en Sudáfrica. Palabras mayores: ella es la esperanza auténtica de que el 28 de julio se produzca el cambio democrático en Venezuela.

Enfrente, la todopoderosa revolución chavista que, tras un cuarto de siglo en el Palacio de Miraflores, cuenta con el respaldo incondicional de los generales revolucionarios, de los temidos servicios de inteligencia, de los colectivos paramilitares y de la guerrilla colombiana, además de sus estrechos aliados de Rusia, China, Irán y Cuba. Hasta el Grupo de Puebla (foro que agrupa a izquierdistas, populistas y revolucionarios) abrió sus puertas al chavismo y a la revolución cubana el día que Pedro Sánchez saludaba a sus integrantes durante la última cumbre.

Pero a la vez, el chavismo vive su peor momento histórico, sin apoyo popular, detestado por su fracaso económico y social y en medio de tensiones internas, con una escandalosa purga en su seno tras el desfalco de 23.000 millones de dólares de la industria petrolera.

La represión se estrecha en torno a Cori, como la llama su equipo más cercano. Tiene a siete dirigentes de Vente Venezuela (VV) encarcelados, incluidos Henry Alviarez, coordinador del partido a nivel nacional, y la ex diputada Dignora Hernández, de gran influencia. También hay que sumar a los seis refugiados en la Embajada de Argentina en Caracas, bajo asedio revolucionario. Se trata de distintos jefes de área y de Magalli Meda, la directora de una campaña tan exitosa.

Desde hace 10 años la propia Machado no es entrevistada en las televisiones nacionales ni puede viajar al extranjero. Desde hace cinco tampoco puede coger un avión. Y si duerme en un hotel, lo cierran. Una represión que se ha convertido en un bumerán para el régimen bolivariano: obligada a viajar por carretera, Machado es agasajada en cada municipio o pequeño núcleo hasta convertir las concentraciones en jornadas multitudinarias en antiguos bastiones de la revolución.

La situación ha cambiado de forma radical a falta de 70 días para las elecciones: la unidad opositora, el liderazgo de María Corina Machado y la empatía sin precedentes del pueblo venezolano, junto a una estrategia política que siempre juega adelantada, se ha concretado con un candidato que, según las encuestas, sigue en la carrera con el 60% de apoyo frente al 20% de Maduro. Se trata de Edmundo González Urrutia, que sustituye a Machado y que ayer celebró con ella el primer acto público juntos. Ni los más optimistas esperaban un escenario así.

María Corina Machado y Edmundo González en el acto en La Victoria | cortesía

Pregunta. María Corina Machado encarna hoy la esperanza de un pueblo golpeado, el mismo que la ha aupado en su liderazgo. ¿Es posible llegar «hasta el final», tal y como dice su lema de campaña?

Respuesta. Es indispensable llegar hasta el final, esto no se trata de una competencia electoral convencional. Para los venezolanos lo que estamos viviendo es algo existencial, incluso espiritual. Es un clamor, un anhelo, así me lo dicen todos. Desde los ancianos, que sólo han visto a sus nietos a través de WhatsApp y me dicen que esta es la oportunidad de conocerlos y abrazarlos, hasta la mamá que me confiesa que se han ido todos sus muchachos y «sólo me queda uno, lo tengo aguantado hasta el 28 de julio».

Incluso una enorme cantidad de niños, que se me acercan corriendo, que me gritan por mi nombre y me dicen: «¡María Corina, tráeme a mi mamá de vuelta!». Es desgarrador, pero al mismo tiempo es algo que ha unificado al país y ha derribado las barreras que el régimen trató de imponer durante 25 años entre negros y blancos, ricos y pobres, izquierda y derecha, la IV República y la V República, los que están adentro y los que están en el exterior… «Hasta el final» es reconstruir un país para nuestros hijos y eso es lo que estamos decididos a hacer.

P. Las imágenes de sus recorridos multitudinarios por la Venezuela profunda han traspasado fronteras, transmiten una emoción desconocida. No pareciera tratarse de protestas, como en otra época, sino la expresión de una esperanza. ¿Por qué se ha producido ahora este cambio?

R. A mí misma me cuesta dimensionar la magnitud del sentimiento, la profundidad de lo que está pasando. Y creo que las imágenes no le hacen justicia, hay que estar allá dentro, sintiéndolo entre la gente. Y me pasa con personas que están en Caracas y van a un recorrido: después me dicen que les cambió la vida. Hay un antes y un después. Y siento que está escalando.

Recuerdo la Venezuela triste de enero del año pasado, sin mayor expectativa, desconectada de cualquier dinámica política y sin ver una luz al final. Siento que en la medida en que avanzamos con las primarias, la gente lo vio como un mecanismo de tomar el control y decidir el futuro, en el que podían ser escuchados. Y por eso [el Gobierno] puso todos los obstáculos: no había plata [dinero], una censura brutal, nos negaron los centros electorales, nos cerraban las carreteras…

El régimen estimaba que iba a ir medio millón de personas a votar, pero la gente se apropió del proceso [2.440.000 votantes, con el 92,3% de los apoyos para Machado entre 10 aspirantes]. La gente lo usó como un escenario de reivindicación de sus sentimientos y de ratificación del fin de un ciclo político, no sólo respecto al chavismo, sino también a una forma de hacer política.

Fue tan poderoso que la gente salió envalentonada. Luego vinieron la represión brutal del régimen contra nuestros equipos, la inhabilitación, el cierre de la oficina del Alto Comisionado de la ONU para los derechos humanos… Hubo acciones muy duras, hasta cerrar los hoteles y restaurantes por donde paso, meter presas a tres personas por asistir a mis concentraciones. Pero de una semana a otra yo siento la diferencia, esto está escalando…

Y lo empiezas a ver en las bases bajo control social del chavismo, ya sea por el sistema CLAP [Comités Locales de Abastecimiento y Producción] de comida, por los jefes de calle o por las UBCH [Unidades de Batalla Bolívar-Chávez], incluso militares y policías de las alcabalas [puestos de control en carreteras y calles]… Es un cambio dramático. En las concentraciones miles y miles de personas vienen de esa base del chavismo. Nunca habíamos ido a una elección 80% a 20% en el mejor de los casos para ellos [según sus propias estimaciones]. Cada día que pasa, vamos creciendo y ellos cayendo.

P. En Calderas, un pueblito de Barinas, cuna de la revolución, les dijo a los presentes: «Cuando yo entre en Miraflores, cada uno de ustedes estará a mi lado». ¿En qué se va a traducir esa promesa?

R. Primero, yo tengo profunda confianza en los venezolanos, no subestimo al venezolano de bien. La gente ya no se cala más esa terrible práctica de creer que se pueden tomar las decisiones a sus espaldas. Y segundo, donde yo veo la mayor convicción de luchar y más confianza en el futuro es precisamente en los sectores más rurales y más humildes. Es dramático, pero siento que las élites, por llamarlo de alguna forma, porque cada vez tengo más dudas de lo que significa este concepto en Venezuela, han perdido la confianza en el país. No creen que sea posible derrotar a este sistema.

En cambio, en los sectores del país que viven situaciones más extremas no es así. Y es entonces cuando me gritan: «No nos abandones», y es cuando yo digo: «Tampoco me abandonéis a mí», porque toca reconstruir un país hecho añicos. Tenemos más de la mitad del territorio bajo control de grupos armados irregulares, tenemos una Venezuela hipotecada y endeudada, tenemos una crisis humanitaria, una crisis de servicios, una crisis de seguridad. ¡Peor que una guerra! Para lo que a nosotros nos va a tocar reconstruir es necesario que vayamos de la mano.

P. Es algo en lo que insiste en sus diálogos con la gente…

R. Hay algo que me ha conmovido profundamente: en Venezuela hay una dinámica en la cual la gente se acerca al candidato a pedir y la gente te da un papelito para que les ayudes con el techo de la casa o el tanque de agua… Eso es una costumbre… Pero ahora es rarísimo cuando ocurre, porque la gente viene a ofrecer. La gente lo que me viene a decir es que quiere ser parte de esto, que quieren montar su comandito [pequeños grupos organizados de electores]. Es algo realmente inédito.

A nivel de plata estamos haciendo esta campaña con las uñas, no hemos regalado una franela [camiseta], no estamos repartiendo volantes, yo no he gastado un centavo en publicidad, tampoco en las redes sociales, todo es orgánico. Es algo histórico. En el estado de Falcón de repente veo a un señor en su moto que puso una corneta (altavoz) y la amarró atrás para reproducir la música. Eso lo vale todo. Ahora, yo no me chupo el dedo: estamos enfrentando un sistema criminal que se lo está jugando todo. Si aquí se cuentan los votos como es, nosotros vamos a arrasar, no hay manera de que puedan alzarse con una victoria.

María Corina en Maracaibo enseña a sus seguidores un afiche de Edmundo González

P. Pero esta no es una elección ni libre ni justa…

R. No lo es. No es libre porque los venezolanos no van a poder votar por la persona que eligieron en las primarias y no es justa porque hay 10 millones con derecho a votar a los que se niega ese derecho. [Machado aprovecha para echar la cuenta: la aritmética es tan apabullante como la realidad venezolana]. Cuatro millones y medio de inscritos en el registro que están afuera. Otro medio millón de venezolanos que cumplieron 18 años estando en el exterior y a los que no les han permitido registrarse. Como mínimo otros tres millones y medio de venezolanos que están aquí con cédula de mayores de 18 años y a los que tampoco les han permitido inscribirse.

Y al menos dos millones a los que en los últimos años los han cambiado de centro de votación sin su consentimiento y, que cuando vayan a votar, se van a dar cuenta de que les cuesta muchísimo ir a otro sitio. De un registro que debería estar entre los 25 y los 27 millones de personas, hay diez millones que no van a poder votar. Estamos hablando del 40% del país.

P. ¿Hasta qué punto influyeron las palabras de Lula da Silva, la propuesta de Gustavo Petro y las negociaciones con Washington en torno a las sanciones para que el régimen permitiera la postulación final del candidato unitario, Edmundo González Urrutia?

R. Fueron muy importantes, pero no lo único, porque están pasando muchas cosas. Pero lo más importante es la gente: si no hubiera este entusiasmo y esta disposición a luchar de la gente, estos actores internacionales tampoco se verían presionados.

Lo primero es la gente organizándose, incluidos los venezolanos en el exterior, que se están haciendo sentir con un papel importantísimo. Y que hacen que sus respectivos gobiernos [de acogida] en América, EEUU y Europa entiendan que también se trata de un tema de política interior. Y además hay tensiones dentro de la propia estructura del sistema, sectores del aparato chavista que se dan cuenta de que esto es insostenible. El país está arruinado, pensemos en los 23.000 millones de dólares desaparecidos [el año pasado] de PDVSA.

Al haberse quedado sin dinero, estos grupos comienzan a generar tensiones entre ellos. Y hay sectores dentro del chavismo que saben que les conviene una transición y que cuanto antes se negocie, mejor. Hay otro grupo en el chavismo, que representa una posición hiperextrema de no ceder ante nada, al que no le importa el país. Ahora, salirse de la ruta electoral implicaría un aislamiento internacional mucho mayor, por lo menos en América Latina, salvo Cuba y Nicaragua, y una crisis institucional aún más severa. Hay personas que desde una postura más racional están entendiendo que la mejor opción para el régimen es aceptar los términos de una negociación seria con garantías para todas las partes.

P. ¿Qué papel puede jugar la diáspora que vive en España para la recuperación de la libertad en Venezuela?

R. Enorme, ya lo están haciendo. Haber visto esas filas enormes de gente el 22 de octubre [en las primarias de la oposición] fue un mensaje brutal, el mundo entero puso sus ojos en Venezuela y para mí fue un punto de inflexión. La forma en la que se han organizado en el exterior, con foros, conferencias y protestas, no sólo ha dado la vuelta al mundo, también ha llegado a los venezolanos de aquí.

Ustedes ni imaginan el efecto que eso tiene aquí, sentir que están lejos pero que estamos juntos. Aunque son pocos los que tengan derecho a votar el 28 de julio por la situación aberrante, les pido que se encarguen de conseguir votos dentro de los que tengan dudas de ir a votar. Que persuadan a toda su familia, a amigos, a vecinos.

P. Por cierto, el ministro español de Exteriores, José Manuel Albares, también mostró su preocupación ante las embestidas contra el proceso electoral. ¿Teme la influencia creciente en La Moncloa de José Luis Rodríguez Zapatero, reconocido aliado de Maduro, que asegura que las elecciones son «razonablemente competitivas»?

R. No quisiera especular, pero lo único que sé es que cualquiera que se sienta cercano a Maduro y que desee un futuro conveniente debería persuadirlo de que no tiene otra opción que una negociación seria lo antes posible. En el mundo está claro que cualquier elección implica una derrota de Maduro, y si no, un fraude que no será reconocido.

P. España ha jugado históricamente un papel de puente con los pueblos de Iberoamérica, con ejemplos también en derechos e institucionalidad. Albares llegó a pedir a la Unión Europea que levantase las sanciones a los jerarcas chavistas. ¿Teme que el Gobierno español pueda contribuir a una normalización del régimen de Maduro?

R. Al día de hoy no tiene ninguna capacidad para lograrlo, ni el Gobierno español ni ningún otro. Obviamente España ha sido un canal histórico de vínculo con la UE, pero si desconocen la magnitud de la dinámica hoy de la sociedad venezolana, su alcance, y asumen una posición de defensa de Maduro, hay otros canales con la UE que empiezan a adquirir mayor importancia, y eso ya está pasando. La UE tiene responsabilidades e intereses más allá de los de España. Hay una realidad: si Maduro se impone por la fuerza y se queda en el poder, el escenario es dantesco, no sólo para Venezuela.

Implicaría que en pocos meses podemos ver una nueva ola migratoria de tres, cuatro, cinco millones de venezolanos. La presión no sólo sería para los países vecinos, también para la frontera sur de EEUU en mitad de una campaña electoral. Para Europa también. Y la consolidación de grupos criminales como el Tren de Aragua y otros, que ya no tienen fronteras. Las relaciones cada vez más obvias y profundas con Putin y con Irán. Es un escenario tremendamente complejo para la región. ¿Y cuál es la otra cara de la moneda? Si nosotros logramos avanzar con una transición ordenada no solamente se va a frenar la emigración; también los flujos van a revertirse a corto plazo. Muchísimos venezolanos van a querer regresar.

Ustedes lo saben: la gente en España te lo dice, en todas partes. Me escriben y me dicen: «¡Queremos volver!». Pero a un país con futuro y libertad. ¡Están dispuestos a echarle bolas [trabajar duro]!, como decimos los venezolanos. Venezuela será así el hub energético de las Américas, no hay otro país con este potencial en petróleo, gas y energías renovables. ¡A cinco horas de EEUU! Los dos escenarios son antagónicos y yo aspiro a que más allá de afinidades ideológicas se defienda el interés de cada uno de estos países.

P. Precisamente el chavismo en las últimas horas ha intentado dinamitar la posibilidad de que la Unión Europea sea observadora internacional con una retahíla de insultos. ¿Bastará con la ONU y el Centro Carter para tan necesaria observación?

R. La misión de observación internacional que tiene más alcance y experiencia es sin duda la europea, y eso les da seguridad a muchos venezolanos. Nosotros esperamos que la UE venga. Pero algunos creen que hay que bajar la cabeza e ignorar los ataques reiterados como una forma de pasar por debajo. Al final el régimen saca sus cálculos; si siente que hay una amenaza, hagan lo que hagan les van a impedir venir.

P. La comparan con Walesa, con Mandela, la sitúan al frente de un movimiento de liberación nacional más allá de unas elecciones. Su promesa de reunificar a las familias venezolanas, con 8,8 millones en el exterior, se ha transformado en un tsunami emocional que se desata en sus viajes a la Venezuela profunda. Los padres le entregan a sus bebés y los jóvenes la vinculan con su futuro. ¿Cómo se gestiona tamaña responsabilidad en medio de la represión gubernamental, incluso contra su círculo más cercano?

R. Creo que no podemos hacer comparaciones, este es un proceso único y distinto. Un país tan particular como el nuestro… A nosotros mismos nos cuesta procesar lo que pasa y lo que somos. Son muchos años acumulando pérdidas y humillación, son muchos años donde nos hemos sentido traicionados y hemos estado cerca [de recuperar la libertad], y no tenemos la explicación de la verdad de lo ocurrido. Eso genera muchos sentimientos, angustia, desesperación.

Pero ahora los venezolanos hemos entendido que esta es una oportunidad única, que si no hacemos esto bien podría venir un periodo muy largo de oscuridad y de dolor. Mucha gente me lo transmite: ésta es mi última oportunidad. Jóvenes que me dicen: «Si esto no funciona me voy». Ancianos que me aseguran que ya no van a tener tiempo de conocer a sus nietos. Son historias, vivencias desgarradoras… que de alguna manera nos han unido a todos. Todos tenemos a nuestras familias desgarradas. Es una fuerza tan poderosa que una mujer me dijo: «¡Qué más nos van a quitar si ya nos quitaron los hijos!».

Cuando ves la magnitud del sentimiento te das cuenta de que esto es otra cosa. Se lo digo de corazón, esto va mucho más allá de mí, me trasciende. Tiene que ver con una sociedad que se reencuentra en anhelos y con valores muy claros. La gente no pide pero sí exige que se diga la verdad, que se cumpla la palabra, que haya honestidad en la gestión pública, que se cumpla la ley, el respeto a la propiedad privada… Y superar el socialismo para siempre: hoy en día el socialismo está asociado a que el Estado te pone la pata encima y te humilla. Siento que esto está asociado a un movimiento nacional más que a una oferta electoral.

P. Su inhabilitación, el bloqueo a la candidatura de Corina Yoris y las maniobras para impedir el voto de la diáspora, como ya ha relatado, son por sí mismas vulneraciones al Acuerdo de Barbados. ¿En qué momento habría que pedir a EEUU que ponga límite a esa vulneración de derechos?

R. Poner los límites no le corresponde a EEUU, nos corresponde a nosotros los venezolanos. EEUU es un gran aliado, como lo son Canadá, Europa y muchos países de América Latina. Y al final los venezolanos estamos arriesgando la vida, luchamos para que se ejerza la soberanía popular y se cuenten nuestros votos. Nosotros no nos chupamos el dedo, esto está lleno de trampas. Mi llamado es a crear una plataforma ciudadana sin precedentes, con 600.000 personas. Esto nunca se ha hecho en Venezuela.

Están participando todos los partidos políticos, todas las organizaciones de la sociedad civil, grupos religiosos de distintas confesiones, maestros, campesinos, obreros, transportistas… Es una cosa hermosísima porque se ha despertado un sentimiento de toda la sociedad. Somos nosotros los que le estamos poniendo límites al régimen. Veremos hasta dónde están dispuestos a llegar, porque es indiscutible que ellos tienen las armas y nosotros no. Somos un movimiento cívico.

María Corina en el acto de procamación como ganadora de las elecciones primarias opositoras

P. Su equipo más cercano está encarcelado o refugiado en la Embajada de Argentina en Caracas

R. Tenemos hoy a seis personas que están en El Helicoide, el centro de tortura más grande de América Latina. Dos de ellos ni siquiera han visto a sus familiares. A ninguno le han permitido nombrar a sus abogados y les han impuesto defensores públicos. Les adelantaron la audiencia judicial para hacerla a medianoche. Es una intimidación total que busca amedrentar a nuestros equipos. En Portuguesa detuvieron a otras tres personas que están presas en El Helicoide simplemente por haber asistido a uno de mis eventos. Al día siguiente las sacaron de sus casas. Los camiones de sonido, los hoteles, los restaurantes… todo lo cierran después de pasar por allí.

Esto está arreciando y obviamente es una violación brutal de los Acuerdos de Barbados. Yo sí quisiera escuchar de forma mucho más clara, más firme y más dura a todos los países que han acompañado este proceso. La comunidad internacional debe hacer mucho más diariamente para tirarle un freno a la represión.

P. En unas Américas donde avanzan hoy autoritarismos y populismos, su figura moderada alienta un bloque que resurge como esperanza frente a los extremismos. ¿Siente el respaldo de países y líderes que se distancian de los extremos?

R. Realmente siento respaldo de muchos lados. Y me emociona. Hay presidentes que son grandes amigos, como Luis Lacalle [Uruguay], el mismo [Javier] Milei, el presidente de Paraguay, desde otras posiciones el presidente de Chile… Hay coincidencia en la necesidad de una transición democrática razonable que aspira a unir un país. Porque esa es mi aspiración, cuando sea presidenta lo voy a ser de todos los venezolanos. Y voy a tratar a todos los venezolanos por igual. Aquí no vendrán ni revancha ni venganza. Hay una conciencia cada vez mayor en todo el espectro ideológico. Esto nos conviene a todos y no sólo a los venezolanos. Venezuela es la absoluta prioridad de este hemisferio en este momento. Lograr una transición provocaría ondas expansivas de estabilidad política y oportunidades enormes en el orden económico.

P. Para dar ese paso hacia una transición democrática, por experiencia sabemos en España que es muy importante la reconciliación entre los venezolanos. El reencuentro entre los que han padecido al régimen y los que se han aprovechado de él. Y eso no es sencillo con un régimen que ha protagonizado graves violaciones de derechos humanos. ¿Cuál es la receta para la reconciliación que propone María Corina Machado?

R. No hay una receta, hay que construirla. Cualquier acuerdo, cualquier negociación, lo tiene que aceptar, acompañar y avalar la sociedad. El que crea que se puede imponer un acuerdo a un pueblo que ha vivido lo que Venezuela, y que la gente simplemente tiene que aceptarlo, está muy equivocado. Lo primero es la confianza que esa sociedad debe tener en quien la va a representar en ese proceso de negociación. Y también debe tener la confianza del régimen de que la palabra de quien va a negociar se va a cumplir. Porque al final lo que yo tengo frente al país es mi palabra.