Por Miguel Henrique Otero
Momento 1
La historia de la movilidad social en Venezuela debe ser uno de los capítulos más fascinantes, diversos y ricos en historias, en el conjunto de la corriente modernizadora del país. Me refiero, por supuesto, a la movilidad social ascendente, aquella que, como consecuencia de un conjunto de mecanismos económicos, institucionales, políticos, sociales y culturales, hizo posible que amplios sectores, capas de la población en casi todas las regiones, mejorasen sus condiciones de vida. Y, como resultado tangible de esta movilidad, creciera y se consolidara una clase media nacional, que tantos beneficios ha traído al país.
Asdrúbal Baptista se refirió a esta vital cuestión en artículos, ensayos y libros. Repetía que uno de los resultados netos de la instauración en Venezuela de una economía basada en la producción y exportación del petróleo había sido el de la movilidad social ascendente, especialmente en las seis décadas comprendidas entre 1920 y 1980.
La circulación de recursos financieros puso en marcha un proceso demográfico, el de desruralización, simultáneo e inseparable al crecimiento de las ciudades, mientras el territorio se poblaba de escuelas, liceos y universidades; centros de salud y hospitales; calles, avenidas y autopistas; y, también, de viviendas, construidas por el Estado o por el sector privado. El desarrollo de industrias, e incluyo en ello la producción primaria ―agricultura, ganaderías, pesca―, y las de servicios, contribuyó a que cientos de miles de familias experimentaran en sus realidades diarias y concretas una mejor calidad, en la que contaban con servicios, la alimentación se diversificó y mejoró, también los indicadores de salud; un escenario nacional en el que, en medio de problemas y desigualdades, habían oportunidades para estudiar, trabajar y descansar.
Pero más allá de las variables materiales, variables que las ciencias de datos pueden constatar, hay otra dimensión de la movilidad social ascendente, que se refiere al horizonte espiritual, a la configuración mental, a la relación que las familias ―porque en el fondo se trataba de proyecciones que han sobrepasado a los individuos y han implicado a toda la familia― tenían con el futuro. Es decir, con la posibilidad, la esperanza cierta, de una vida mejor.
Estas proyecciones no eran meras ilusiones. Se basaban en experiencias comunes, bien conocidas por la inmensa mayoría de los venezolanos. Las familias progresaban de muchas maneras. El relato del pobre que sale adelante con su esfuerzo no es una novedad en el siglo XX venezolano. Es el relato predominante, que tuvo en la educación su palanca más importante. Hijos y nietos, con abrumadora frecuencia, estudiaron más, trabajaron mejor, recibieron salarios y compensaciones de mayor proyección, viajaron por el mundo, pasaron de una visión local de la vida y la experiencia, a una visión de aspiración planetaria.
Esto que he anotado hasta aquí es apenas un superficial asomo a un temario de vastas ramificaciones y complejidades. Aunque, a partir de 1983, las crecientes dificultades que presentaron la economía y la política comenzaron a estrechar las oportunidades, la sociedad venezolana continuó estableciendo una relación entre esfuerzos y progreso familiar. El ideario de “salir adelante”, de que estudiar y trabajar, tarde o temprano producirían resultados, se mantuvo y persistió, en alguna medida. Y se mantuvo porque la movilidad social ascendente había demostrado, hasta la saciedad, que una vida mejor era posible.
Momento 2
En el apoyo a la revolución bolivariana, durante su primera década, había una fuerza motriz, que apenas se menciona: la de la movilidad social ascendente. Esto es importante: en la sociedad venezolana, entre aquellos que votaron a Chávez en diciembre de 1998, no había un cambio de visión. No querían una sociedad socialista. Lo que pretendían era que el precepto de la movilidad social ascendente se multiplicara y consolidara. Querían que los beneficios que otros habían obtenido, les alcanzaran. Votaron a favor de un reparto más amplio.
Durante los primeros años, hasta 2010 aproximadamente, basado en una política de grotesco despilfarro de los altos ingresos petroleros, la revolución bolivariana, con demagógica astucia, repartió dineros de forma incontrolada, mientras el edificio de la economía comenzaba a agrietarse a la vista de todos. Pero un sector de la sociedad pensó que subsidios, bonos, misiones, prebendas y otras dádivas, eran la antesala de la movilidad social ascendente, una especie de vía rápida. Hasta que en 2014 el edificio crujió y comenzó a caerse a pedazos.
Desde entonces, se aceleró y masificó el proceso que había comenzado en 1999: el empobrecimiento estructural de la sociedad venezolana. Eso significa, contrariando el proceso que se había sostenido por 8 décadas―hasta el año 2000― durante el cual la curva de la movilidad social mantuvo su sentido ascendente, llegó un día en el que la tendencia dio un giro abrupto, cayó de bruces, para convertirse en lo contrario: la movilidad social descendente como el principal rasgo de la Venezuela contemporánea. Cuando las familias de todo el país se percataron de esto, tomaron una decisión que es bien conocida: ya son más de 7 millones los venezolanos que han huido de la Venezuela empobrecedora de Chávez y Maduro. Y hay que añadir: la huida continúa. Nada la detiene.
Un asunto más: la pregunta de si hay sectores de la sociedad venezolana que, en estos 24 años, hayan mejorado sus condiciones de vida. La respuesta es: los hay y muy minoritarios. En efecto, menos del 3% de la población venezolana, constituida por militares y funcionarios civiles de distintas entidades del Estado, enchufados, corruptos sin remedio, contratistas, militantes del PSUV y organizaciones afines, paramilitares, narcoguerrilleros, pranes, alacranes, amiguetes de Maduro en el G3, uniformados que han recibido la concesión de alguna alcabala ―que es hacerse de un peaje, pero sin tarifas fijas y con la posibilidad de apresar y torturar―, todas categorías que no podría decirse representan un ascenso social.
Lo ocurrido pertenece a otro orden de cosas: se han enriquecido. Han fabricado, con métodos en los que la corrupción ha cumplido un papel estelar, una oligarquía dotada de cápsulas urbanas, una burguesía cada día más rica, que depende de hacer negocios con Maduro, por una parte, y de la otra, de que se mantenga y profundice el empobrecimiento de millones de venezolanos. No se trata entonces de movilidad social ascendente, sino movilidad parasitaria que, como es evidente, no es sostenible y estallará cualquier día, como estallan todas las burbujas.