Sin llamar dictador a nadie, Pedro llamó a Edmundo ‘héroe’. Ocurría después de horas de asedio a la embajada de Argentina en Caracas donde están refugiadas seis personas del equipo de María Corina. Sobre esa circunstancia, Pedro no dijo nada.
De repente, Edmundo (a quien no llamó Presidente electo), era un héroe a quien España no abandonaría. Pedro tampoco mencionó a las casi 1.800 personas injustamente detenidas en el marco de la elección presidencial del 28 de julio, incluyendo a 59 adolescentes que permanecen presos, mientras a la mayoría de los procesados los etiquetan como ‘terroristas’ y ‘fascistas’. La demanda de respeto al resultado electoral y la muestra de evidencia sobre la supuesta victoria anunciada, en esta Venezuela se convirtieron en delitos. Fue la ruta que eligieron desde el poder para castigarnos por una victoria masiva, pacífica, comprobable, pero no por eso respetada. La voluntad popular ahora es accesoria.
A Pedro le precedió Isabel en Madrid, quien días antes pidió asilo para Edmundo sin que nadie lo hubiese mencionado antes. No fue un desliz, ahora sabemos, como tampoco lo fue la secuencia de apariciones en Caracas del abogado José Vicente en representación de Edmundo, que incluyó hacer pública una carta para afirmar lo obvio: la página en la que se cargaron más del 83% las actas emitidas por las máquinas del Consejo Nacional Electoral (CNE) no era responsabilidad del embajador que asumió un rol histórico que no pidió.
Cuando leí la frase de Pedro, un mitómano compulsivo (entre muchos defectos graves), solo me atreví a escribirle a mi querido César Miguel que esperaba saber cuál mosca le picó. Ahora lo sabemos: Edmundo fue forzado al exilio con una orden de aprehensión solicitada por un fiscal que, 45 minutos después, le concedió un juez. Ya no importa de qué le acusaban ni lo discutible de esos cargos, porque tras su salida del país, se anunció el cese de la investigación penal en su contra, lo que confirma que se trataba de una persecución política.
Los mensajes de despedida de Edmundo han sido ganchos al hígado, tan severos como su decisión. Relativizar su gravedad me resulta absurdo, porque lo obvio no necesita segundas lecturas. Todos podemos especular buenas razones para justificar su decisión, pero eso no la hace más potable. Estoy en pleno proceso de los exámenes que debo llevarle a mi oncóloga para el chequeo anual y la presión, el miedo, la expectativa y el sobresalto se mezclan con esta versión de país a merced de un grupo derrotado en una elección, pero que se mantiene en el poder.
No me gusta la autoayuda, menos aún en política, porque es insincera. Las derrotas son lo que son y con base en su asunción podemos tomar mejores decisiones. Son días para la prudencia, la tristeza, la rabia, la duda y la reorganización. Pero todo pasa junto y por eso es mejor hacerlo verbo. Los duelos son procesos individuales, cada quien va asumiendo su circunstancia a su ritmo y con sus maneras. Ese es mi estado emocional: un duelo. Mientras tanto, leo a muchos hacer esfuerzos nobles (realmente nobles) para no llamar a las cosas por su nombre, para no perder la esperanza, para ayudar a más personas a procesar lo que ocurre, para no claudicar.
Acompaño los mensajes de agradecimiento al rol que jugó Edmundo, porque son merecidos, sin duda. Su salida abre otro escenario que, para no variar, está marcado por la incertidumbre y esa frase que me dijo nuestro conserje esta mañanita: “Qué arrecho que aunque perdieron ganaron, no jo’”. Lo más rudo es que intuitivamente la mayoría leyó el mensaje más importante de la carta de despedida, el que no está escrito y sin embargo parece marcado con resaltador: no fue una decisión consensuada, y eso también se convierte en un golpe durísimo.
Este es un golpe, y los golpes duelen. Como agravante, una rueda de prensa que hicieron hoy reunió discursos tan dispares, que desde mi percepción intensificaron la emoción de una derrota. Sin prospectiva, la vida pierde sentido, y por eso tantos han advertido razonablemente que la migración masiva (que jamás ha cesado), volverá a intensificarse, a multiplicarse, porque lo intentamos, lo hicimos bien, a pesar de la discrecionalidad y de los desmanes, pero los que se imponen prefieren un país vacío. Mientras, Pedro sonríe porque asume como un logro ser el receptor de un señor que ganó una elección presidencial, pero cuya victoria no será reconocida.
No estoy dispuesta a fingir optimismo. Seguimos, pero primero nos sobamos las lastimaduras y, para hacerlo, tenemos que identificar dónde están y cómo nos las hicimos. Está bien no sentirse bien. Ya construiremos días mejores.